Mundo zen

El punto diluido


En el horizonte de la tarde

el gris oscuro se rasga

iluminándose el paisaje de cemento.

El sonido del cielo roto

vibra sólo un instante.

Después el silencio del tiempo

y el recuerdo declinan

tras los segundos de olvido.

El rayo confundió,

tras la cortina de nubes cenicienta,

nuestros ojos sorprendidos.

El tiempo ya no es el tiempo.

Ni mis ojos son ya mis ojos.

Ya no es el relámpago encendido,

eterna y fugaz vida,

solo polvo suspendido.


Imagen

Del blanco al rojo

del rojo al negro.

Al soplar vuelve al rojo.

Se calma el aire

y vuelve al negro.

Nació del fuego nocturno,

del crepitar doloroso

de la hoguera.

Cayó en el suelo desnudo,

desvalida, pero ardiente.

Mudando su faz en ceniza,

dando su calor al aire.

Su color a la noche oscura.

Su recuerdo a este papel.


La espera

Hierven las hojas del sauce

con el aire tórrido de la tarde.

Mientras el álamo alarga sus manos

hacia el cielo empachado de nubes,

naufrago en mis pensamientos

bajo la luz difuminada.

Espero la tarde.

Camina ignorándome.

Y el viento sopla constante

abriendo un claro azul en el cielo.

Levanto mis manos,

el aire fluye entre mis dedos.

Y, de repente, el Sol me golpea

llenando de luz mi mirada.

Se derrama en los árboles

y siento que soy yo el observado.


Otra hoja

La hoja se mece al viento de la tarde

marcando su poesía en el azul del cielo.

Tinta de vida sobre un papel eterno

los árboles resisten como islas irreales

el paso del tiempo inexorable.

Los pájaros fugaces rubrican sus trinos

volando entre las ramas.

Pero, ya la tarde trae sombras

a la luz del parque.

Ya la hoja no dibuja en el cielo

solo escucha la melodía del viento

y no mira de reojo la rama que la sustenta.

Pero yo no soy hoja,

aunque estoy cerca de serlo.

Ser sin ser

Solo pretendo dejarme inundar

Solo quiero vaciarme

Apartar la arena de mi cuenco

Ser una vasija sin forma,

sin adornos, porosa,

áspera a los contenidos,

suave al aire,

y al agua

y al Sol

Cálida a la Luna

Infinita a las estrellas

Convexa a lo concreto

Cóncava a las emociones

Translúcida, informe

Abierta al Sur, al Norte

Sin fondo en el Este

Eterna al Oeste

¡Qué gran gozo!

¡Ser vasija del Universo!

Sin principio ni fin

Todo y nada

Ni tiempo

Ni espacio

Admiración


¿Cómo igualarte?

Me pregunto en la distancia.

Yo era uno contigo en la soledad del bosque.

Mi pupila era color miel,

como tu color en ese otoño.

El aire se movía discontinuo

mientras firme, aferrada a la rama,

jugabas con la luz que se le escapaba a las nubes.

Ese mismo aire

me movía desde los pulmones.

Y esa misma luz hería mis ojos.

Eras hoja perfecta de haya.

Eras árbol, bosque y naturaleza.

Ahora, me digo en la distancia:

«¿cómo igualarla en su belleza?»

Pero nada importa si estoy con ella.

Todo encaja si no estoy lejos.

La luz rebosa de caramelo en las ramas

y el suelo, más fragante, huele a ti,

a bosque y autenticidad.

El aire se mueve entre las hojas suspendidas.

El aire se enreda en mis cabellos.

Y, de vuelta al camino,

pienso reconfortado en la hoja y su belleza.

Ella no quería igualarse a mí.

Solo quería ser hoja feliz,

por serlo, lo era en mi presencia.



Sister Moon

La luna no contemplaba nada

Resplandecían las nubes bajo su luz irradiada

Diminutos e increíbles jugando con el tiempo

Los planetas de turno la acompañaban

El aire entre los árboles se ungía de fragancias

Mientras en los coches cual Sísifo penitente

Los hombres ignorando las estrellas

Y de si mismos a igual distancia

Son golpeados por sus radio-casettes estridentes

O viajan por campos imaginados

Tal vez, quizás, si la suerte quiere...

La pelota entre.

Otros con luz en sus caras de otras lunas

Hastiados de rutina, se sienten engañados.

La cruel burla de su mundo ficticio les hiere

La luna llamaba, las nubes llamaban,

la noche cedía ante la luz derramada

¿qué es lo que importa ante la fría plata?

Quizás sólo existía esa luna

porque yo la miraba

Haikus



El grillo canta

el aire perfumado

tú y tu mano lejos


La brisa cálida

Me susurra la vida

quien oye es la piel


La pluma rasga fiel

el papel y mis ojos

patinan en el azul


Dos golpes de aire

olor a naturaleza

Qué extraño estar en casa


La leche cae sobre él

Ya no hay leche

Ya no hay café.

Tu voz llega a mi garganta

Se ahoga un momento

Al fin respiro aliviado


La pluma surca el papel

yo en la vida

rozando el tiempo


Tu voz sacude mi alma

Mi corazón

ama tu música


Sufro, él no

En su jaula canta

Yo lo se, él no.


Refulgían tus ojos llenos de amor.

Ansiando

en los míos encenderse.


No te atreves, me apeno

Pero sigo hablando

Y te espero.


Los árboles en la tarde

no escuchan el viento

solo con tantos cientos.


Tu y yo a dos mil kilómetros

la misma luna

distintas miradas

La luna

tú, yo

y la distancia



La prostituta maldice por dentro

mi corazón se conmueve

es como yo, y la quiero.