La tierra roturada
LA TIERRA ROTURADA
Amaneció una fría mañana de marzo, el Sol se mostraba débil en el horizonte y el silencio inundaba la eterna extensión de Tierra de Campos, solo roto por el sonido de la brisa en mis oídos. Desde el alto donde contemplaba, los surcos escarchados, desprovistos de la presencia humana, parecían esperar la próxima primavera. La tierra siempre había estado allí, siglos y siglos sustentando los cultivos de hombres y mujeres que se sucedían en el tiempo sin cesar.
Como cada día, el frío de la mañana cedería ante el calor del Sol. ¡Cuántas veces se había derretido la escarcha en el silencio! Pero ahora no importaba más que esa escarcha y esa tierra bajo ella. Pronto el Sol borraría esos minutos y el pueblo a mi espalda rompería ese silencio pesado como una losa. No volvería a ver otra mañana igual a esta, por eso me concentré en sentir el aire y escuchar mi respiración, en sentir hirientes los rayos del sol en mis ojos.
Los vencejos trazaban ya sus caminos sin huella en el cielo y algunas moscas nerviosas me sacaban de un amanecer breve e intenso, «como nuestras vidas», pensé.
Eva estaría en casa, en la cama, todavía durmiendo. Me sentía bien sabiendo que ella reposaba tranquila y que podría ir a despertarla, contemplarla con su pelo rubio sobre la almohada y sus labios relajados. Saber que pronto reiría, o me llamaría para que le arreglase algo, incluso regañarme por cualquier cosa, su presencia cercana alejaba de mí cualquier sensación de soledad. El olor de sus besos de anoche aún perduraba en mis labios. Miré al cielo y di gracias por la vida y mi segunda oportunidad.
Justo cuando iba a volverme hacia la casa algo en el cielo me retuvo, había algo extraño en el paisaje, que ya cambiaba del blanco escarcha al siena tostado de la tierra fatigada, algo parecido a un brillo, allí hacia el Sur, creciendo poco a poco. Un extraño reflejo, mezcla entre metálico y acuoso, titilaba como una estrella. Los gorriones posados en el cable de electricidad cercano que piaban, como cada día, ajenos al paso del tiempo, habían desaparecido. Miré a la casa que estaba frente a la nuestra, los canarios seguían cantando en su jaula. Acostumbrados a su prisión, con comida y bebida, contemplando una parte del mundo sin poder habitarla, resignados a su suerte sin tener conciencia de su estado. Algunas personas también se han resignado, pero yo nunca lo hice.
El ritmo de nuestros pensamientos se acompasa con el paso del sol, en el cielo abierto sobre la tierra roturada. Sí, ahora nuestros ojos pueden contemplar una realidad más verdadera, aunque no exenta de sufrimiento ni del vértigo del tiempo.
El brillo se iba llenando de forma, adquiriendo una fisicidad inquietante, a medida que crecía en el cielo mi corazón se iba acelerando. A escasos metros del suelo avanzaba demasiado despacio para ser una avioneta. Nunca había visto espejismos en esta tierra. Pero pronto me di cuenta de que no era un espejismo. El aire matutino movía mis cabellos, su zumbido agradable era el único sonido que se podía oír a pesar de que a cien metros de donde estaba se hallaba ahora suspendida una forma que no podía relacionar con nada conocido. Curiosamente no me asusté, mi excitación era grande pero no sentí amenaza alguna, la curiosidad era superior a mi sentido de supervivencia. No sé cuánto tiempo permanecí allí parado, disfrutando de las formas armoniosas de aquello que estaba flotando ahí delante, acudieron a mi mente las numerosas películas de extraterrestres que había visto, seguramente este bagaje condicionaba la sensación de desconfianza que tenía. Quizás si nunca hubiese visto ni oído nada sobre ovnis mi actitud no estaría condicionada. Qué engañosos son los sentidos. Cómo un recuerdo, algo que solo está en nuestras mentes, puede transformar la realidad objetiva. Un bello espectáculo de luz y sonido se convierte en algo inquietante. Mi antigua actividad me había condicionado e instintivamente mi mano quería coger el arma. Me sorprendí en este reflejo y recordé los tiempos de sangre y dolor causado. Desde mi nueva vida rechacé la visión y giré la cabeza hacia el pueblo, esperando verla, ella me devolvía a mi nueva realidad. Pero el camino de arena y piedras seguía vacío tras mi paso por él.
Reflexioné sobre las dos realidades: el pueblo conocido y aquello allí delante, totalmente desconocido. Recordé que lo desconocido es el alimento del miedo , y me sentí frágil.
Pensé en llamar a Eva para que viese el extraordinario fenómeno que estaba sucediendo, miré el móvil y comprobé que no tenía cobertura. El tiempo pasaba despacio. No sé cuantos minutos estuve parado esperando algo. Pero como ocurre con todo, a nuestra mente le cuesta mantener la concentración en un objeto demasiado tiempo y mi estómago reclamaba ya el desayuno. Fue entonces cuando unos pasos rápidos detrás de mí me hicieron volverme. Eva prudentemente se acercó y colocándose justo detrás de mí me cogió la mano sin decir nada. Apreté su pequeña mano dentro de la mía, como si de un abrazo protector se tratase, le di un beso y contemplé su sonrisa, miré sus ojos y comprendí que no temía nada, en realidad estábamos fascinados. En otro tiempo la ansiedad habría hecho que se mordiese la piel que rodea las uñas. ¡Cuánto le costó a la pobre superarlo! y qué bello es ahora contemplarla con la mirada tranquila, su rostro relajado y la respiración sosegada. Nos costó mucho a los dos el salir de la autopista por donde iban nuestras vidas. La velocidad a la que vivíamos, no hacía más que empujarnos a la autodestrucción. Miradas de odio con los otros conductores, el miedo a equivocarnos cuando queríamos cambiar de carretera... No se nos ocurría meternos por los caminos sosegados, quién sabe a dónde nos llevarían. Entonces no nos conocíamos ni sabíamos que llevábamos la misma frenética carrera. Un accidente nos dio la oportunidad de empezar de nuevo. Pero fue duro el sentirnos abandonados por nuestra pareja. Cuando mi ex mujer me dijo que me había traicionado, que me dejaba por un directivo de su empresa, me sentí morir. Entonces me vi en ese camino que veía desde la autopista, ese camino que no sabía dónde llevaría. Pero ahora estaba solo, no tenía que preguntar ni contar con nadie, era responsable solo de mis actos y decidí coger el camino y abandonar la autopista. Al cabo de poco tiempo fui sorprendiéndome de la belleza de la vida que contemplaba. En realidad este otro camino era más humano comparado con el mare mágnum en el que estaba sumido. De pronto comprendí cosas que antes no podía haber comprendido. Es como tratar de entender la teoría de la relatividad en un curso de lectura rápida. ¿Habéis tratado de ver el más bello paisaje mientras giráis sobre vosotros mismos? Es imposible ¿qué os puedo contar si os hablo de los sonidos? Es curioso, me encanta cuando estoy tumbado en la hierba con Eva, apoyar mi cabeza en su vientre y oír esos sonidos que se producen en su interior. Era una maravilla vivir al ritmo de nuestro pensamiento, aunque para eso tuve que tomar decisiones muy radicales, vender la casa, cambiar de trabajo, aguantar que todos me consideraran loco... el premio fue encontrarla a ella. Si no era suficiente con encontrar la paz de espíritu, Eva vino a llenar mi vida totalmente.
Permanecimos así admirando la ingravidez de aquel objeto de color gris metálico, nos sentamos y comenzamos a charlar sobre el curioso fenómeno. Recordamos lo que pensaba sobre la “autopista” que habíamos abandonado y como en el camino de arena que habíamos elegido aparecía este fenómeno tan extraño.
— ¿Te acuerdas cuando nos conocimos en el centro de Yoga? —me dijo Eva.
— Mientras nos buscábamos a nosotros mismos nos encontramos el uno al otro. Suelo recordarlo, como si dos personas buscaran a tientas un alfiler por el suelo hasta que se dan un topetazo, se rascan el chichón y después se miran sonriendo.
Algo así me parece que pasó. Aunque en realidad fue debido a mi poca capacidad de aguantar en equilibrio: mientras mi mano izquierda se trataba de apoyar en el suelo al lado de mi pie derecho, la mano derecha ascendía al techo, a la vez que giraba el cuello para mirar la mano, sin dejar de pensar en mantener la pierna izquierda bien estirada, para no perder la tensión en el pie izquierdo que se apoyaba girado en el suelo. Era demasiado para mí; caí al suelo, la hice caer y lo único que pude hacer fue reírme cuando nuestros ojos se cruzaron. ¡Cuánto nos reímos después cuando le conté mis esfuerzos! Simplemente intentar girar el tronco y conformarme por llegar con la mano derecha a altura del tobillo izquierdo, era un tremendo esfuerzo. Nadie es perfecto, pero en el Yoga mi capacidad de encarnar esta expresión es prodigiosa. Ella sin embargo, conseguía con facilidad pasmosa lo que para mí era un esfuerzo titánico y su incredulidad de escuchar que realmente yo no podía hacerlo mejor y que seguramente jamás podría acercarme a su flexibilidad, era la misma que yo tenía al ver como conseguía una tras otra las posturas más increíbles (al menos para mí).
Ahora estábamos ante otro hecho increíble. Alternaba suavemente de brillo a mate, sin que se pudiese decir cuando empezaba a cambiar, era como la luz del sol en las ondulaciones marinas que Eva y yo habíamos contemplado tantas veces.
¡De pronto! Como si de mercurio derramado se tratase, una lengua ovalada se extendía desde aquel objeto descendiendo hasta posarse en la tierra. Cuando tocó los surcos, la sensación que daba de ingravidez la nave desapareció y un peso enorme comprimió el suelo. Sentimos entonces la misma sensación que se experimenta cuando el trueno retumba inmediatamente después del relámpago, o cuando una ola choca contra el malecón, justo a nuestro lado, salpicándonos de minúsculas gotitas: la sensación del poder de la naturaleza. Estábamos abrazados cuando vimos, con el pulso notoriamente disparado, como tres personas descendían de lo que ya sabíamos que era una nave. ¡Qué extraño contraste! Una mujer y dos hombres saliendo de tan extraño artefacto, habría sido más previsible ver unos seres verdes o naranjas, con trompas, o qué sé yo… algo más parecido a las películas que habíamos visto. Pues bien, tres personas con un tono playero excelente, ni muy musculosas ni demasiado delgadas, en fin, normales.
Se acercaron a nosotros pausadamente, nos interrogamos Eva y yo con la mirada y decidimos caminar hacia ellos, sus rostros no reflejaban el asombro que los nuestros sin duda tenían. Más bien la alegría y la satisfacción iluminaban sus caras. Ya frente a frente con ellos nos saludamos
— ¡Hola, buenos días! —Ellos contestaron algo incomprensible, no sé si sería tan original como nuestro saludo. Esperamos que volviesen a hablar para ver si reconocíamos el idioma, se dijeron algo entre ellos y no conseguimos reconocer que lengua usaban,
— ¡Good morning! —dijimos entonces y les hizo el mismo efecto que el castellano. Recordé el presentimiento de antes y confirmé que el pueblo que teníamos a la espalda representaba una cultura y aquella extraña nave otra.
Sacaron lo que nos pareció un casco de motorista, pero sin el cristal delantero, y se lo pusieron. Nos ofrecieron sendos cascos y nos los colocamos también. Entonces, sucedió algo extraordinario, nos pareció oír
— ¿Estáis tranquilos? ¿Todo está bien?
—Sí, sí —dijimos al unísono, sorprendidos en ese mismo instante al darnos cuenta de que no habían abierto la boca. Comprendimos entonces que lo que teníamos puesto no era más que un amplificador de los impulsos que se producen cuando pensamos, seguramente un transmisor enviaba estos pensamientos digitalizados, como si de un móvil cualquiera se tratase, recibiendo los demás cascos las ondas y de forma inversa comunicaban a su cerebro estos impulsos, permitiendo compartir los pensamientos. Nos dimos cuenta enseguida de que no debíamos pensar con palabras, que serían incomprensibles mutuamente. No sin dificultad, tratamos de pensar mediante conceptos, como si de una película muda se tratase, con la ayuda claro está de que nuestros sentimientos también se transmitían. Era un gran ejercicio de imaginación.
Traté de pensar varias formas de decirles que había entendido el mecanismo y les pude ver sonriendo, y entendí que con una sola intención valía, creo que les agobié con mi “palabrería mental”, no hacía falta más que un ritmo natural de pensamiento. Como cuando abandonamos la “autopista”. Las prisas no son buenas ni para hablar con extraterrestres. Poco a poco comprobamos que no era muy difícil entenderse. ¡Era maravilloso! No eran necesarios los nombres, cuando quería dirigirme a alguno de ellos o incluso a Eva todos sabían perfectamente en quien pensaba.
El que parecía el principal de ellos comenzó a contarnos su historia; mientras estaban suspendidos en el aire analizaron con su avanzada tecnología nuestra estructura genética, y llegaron a la conclusión de que ¡teníamos el mismo origen! ¡Éramos de la misma especie! Esto corroboraba las hipótesis que sobre la Tierra se habían hecho antes de partir de su planeta.
Llenos de alegría nos contaron que su lugar de origen, a unos años luz de nosotros, estaba llegando al final de su tiempo. Su sol se extinguía y en consecuencia su planeta dejaría de existir.
Las lágrimas fluían de nuestros ojos, el transmisor nos comunicaba los sentimientos de los alienígenas con gran fuerza.
Después de un largo viaje en hibernación, habiendo dejado programadas nuestras coordenadas, habían llegado a la tierra al fin. Fue la perspectiva de la destrucción de su mundo lo que aceleró la investigación sobre la anulación de la gravedad. Después del dominio de la fusión nuclear, la antimateria y la biogenética; el control de las ondas gravitatorias fue el culmen de su civilización. Parece ser que un pequeño aparato modulaba la gravedad, así acoplándolo a las cosas más pesadas podían mover éstas sin esfuerzo y sin gasto de combustible. Estas investigaciones, cada nación las había ido realizando por su cuenta para tratar de rentabilizar el conocimiento, pero la cercanía del fin de su civilización dejó en ridículo todas las rencillas y posiciones egoístas y se unieron para un fin común.
Tenían la creencia de que la vida en su planeta había comenzado cuando sus antepasados llegaron del espacio con especies vegetales y animales y modificaron el entorno de manera que se pareciese lo más posible a su lugar de origen. Luego, todo el conocimiento se perdió debido a las guerras por la supremacía de unos clanes sobre los otros. Los desequilibrios sociales trajeron las enfermedades y la diezmada población se dispersó en pequeños grupos autosuficientes. Con el paso de los años su pasado era poco menos que un oscuro sueño y el buscar su lugar en el cielo desde donde habrían venido sus antepasados, vino a ser el objetivo de todos los países, una especie de religión que casi todos abrazaron. Después de todo no son tan diferentes a nosotros, pensé. También necesitan saber quiénes son y de donde vienen, sobre todo por el misterio por excelencia: la muerte.
De repente un buen día llegaron señales del espacio que tras grandes trabajos lograron decodificar y con gran alegría comprobaron que la creencia, que algunos calificaban de religión insensata, de que sus orígenes estaban fuera de su planeta, era cierta. Música como nunca jamás habían oído, claves matemáticas elementales, una cadena de ADN y el llanto de un niño, confirmaron la existencia de sus antecesores. Ellos les ayudarían a recobrar la esperanza de sobrevivir a su sol ya agotado. Todas estas señales venían de la tierra y hacía allí se encaminaron todas las investigaciones, había que enviar a la tierra un grupo escogido de personas, y eso hicieron.
Por eso estaban allí rebosantes de alegría ante Eva y yo, que nos mirábamos sorprendidos. Yo sin saber que decir, no pude evitar un sentimiento de tristeza al ver lo erróneo de sus suposiciones. Ellos, lógicamente, lo percibieron y en su mente surgió un interrogante que Eva trató de responder: Lo que sabíamos era que el hombre tal y como ahora lo conocemos, no tenía más de un millón de años y aún así hasta sólo hace cinco mil años no se sabía predecir un simple eclipse, algo tan evidente como la sombra de la luna en la tierra. En verdad nos resultaba imposible pensar que de la tierra hubiera salido ninguna nave a poblar otros mundos. Ante la incredulidad de lo que “oían” aportamos nuevos datos sobre nuestra Prehistoria e Historia, lo que hizo ensombrecer sus sonrisas. Las señales que se estaban enviando al universo, tan sólo eran el reflejo de un sentimiento de soledad por parte del hombre, creíamos que no podíamos ser fruto de la casualidad y que no podíamos estar solos en el universo, También en la tierra, al caer las religiones tradicionales, se había creado una especie de religión de los extraterrestres.
— Pero en algún lugar del universo tienen que estar los que dieron origen a nuestros pueblos, tenemos el mismo mapa genético. Viviendo a dos años luz, está claro que tenemos antepasados comunes —pensaron ellos.
— Sí, es asombroso. —Pensé, pero no pude añadir nada. Si ellos con su flamante tecnología seguían buscando ¿qué podíamos hacer nosotros?
Un ser humano común, sin duda, de la misma forma que sembró su semilla en su planeta, lo hizo en el nuestro. Por la razón que fuese, ellos habían tenido ocasión de evolucionar su tecnología más deprisa que nosotros.
También nuestro sol se terminaría algún día y salvo huir todos en busca de otro planeta para vivir, poco podíamos hacer. Nuestras preguntas sobre el origen de la vida seguirían en pie.
— ¿Cuántos habitantes tiene vuestro planeta, podríais venir aquí? —pensé sin poder añadir nada más.
Entendí gracias a los cascos que ese no era problema, había otros mundos que podían ser modificados para permitir la vida en ellos, incluso no debíamos preocuparnos por el fin de nuestro sistema solar, ellos nos ayudarían en el futuro. Pero cuando esto pase ya hará miles de años que Eva y yo estemos siendo parte del Universo, aunque sin consciencia de nosotros mismos.
Al pensar esto último hubo un silencio mental, no sé cómo explicarlo, no me había dado cuenta de que un pequeño murmullo subyacente había cesado por un momento. No quise preguntar ya que ellos no parecían muy dispuestos a discutir este punto. Pero la sensación de algo secreto me invadió. Hoy por hoy interpreto que ellos también tenían sus dudas sobre qué pasa realmente después de la muerte. Aunque yo no creía tener dudas, supongo que somos producto de demasiadas generaciones creyentes de un más allá como para librarnos de su influencia.
Las preguntas seguían en pie, tendrían que seguir buscando: ¿dónde estarán aquellos que sembraron su semilla en nuestros planetas?
Se miraron y decidieron que volverían a su nave e intentarían buscar esa civilización, creo que eso daba sentido a sus vidas.
Alegres nos abrazamos y les deseamos suerte en su búsqueda, les devolvimos sus cascos y ya con la mano les hicimos señas de despedida.
Al elevarse la nave en silencio, tal y como había aterrizado, los surcos aplastados dejaron una huella que se borraría pronto. El sol desaparecía en el horizonte mientras el aire del atardecer nos acariciaba. El color caramelo de los cabellos de Eva rivalizaba con la belleza del sol en la tierra roturada, donde alternaban los surcos en sombra con los montículos arañados por los rayos solares. Cogí su mano y comenzamos a caminar hacia el pueblo en silencio, ella rodeó mi cintura con su brazo y yo rompí el silencio
— ¿Te das cuenta de que no hemos comido?
— Ya lo creo «hace un hambre» terrible.
Llegamos a la casa y nos sonreímos. La verdad es que nuestra tecnología no era muy avanzada, pero no necesitábamos vagar por el universo para buscar nada, sencillamente estábamos vivos. La muerte al fin y al cabo sólo era la disolución del yo. Seguiríamos viviendo formando parte del universo, para nosotros el sol y nuestras miradas era lo único existente en ese momento y ninguno de los dos pensaba en qué cosa era éramos. Simplemente la felicidad de ser parte de ese horizonte de luz, era algo que todo el que lo hubiera sentido habría querido prolongar eternamente. Como el sabor esos pimientos asados, que tan bien preparaba Eva y que saboreábamos al calor de la lumbre. Es curioso cómo nos empeñamos en embarcamos en busca de un sentido de la vida: Quizás en este viaje veamos tarde o temprano que por muy lejos que vayamos y por muchas gentes que conozcamos, siempre encontraremos algo de nosotros mismos. Tal vez el viaje que más merezca la pena hacer es el que hagamos a nuestro interior. Disfrutar del sol mientras sea de día y de la luna cuando sea de noche, es lo mismo. Todo ocurre dentro de nosotros y nosotros sucedemos en todo, aquí y en cualquier lugar del espacio donde nos podamos encontrar. Pero duele un poco el pensar que el Sol saldrá más veces de las que nosotros podamos contemplarlo. No hay que ser avariciosos, al fin y al cabo ¿sería deseable comer torrijas todos los días de nuestra vida?