César Vallejo
XXIII Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos...

Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos

pura yema infantil innumerable, madre.


Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente

mal plañidas, madre:  tus mendigos.

Las dos hermanas últimas, Miguel  que ha muerto

y yo  arrastrando todavía

una trenza por cada letra del abecedario.


En  la  sala de  arriba nos  repartías

de mañana, de tarde,  de dual estiba,

aquellas  ricas hostias de tiempo, para


que ahora nos sobrasen

cáscaras de  relojes en flexión de las  24

en punto parados.


Madre,  y ahora!  Ahora, en cuál  alvéolo

quedaría, en qué retoño capilar,

cierta migaja que hoy se me ata al cuello

y  no quiere pasar. Hoy que hasta

tus puros huesos estarán harina

que no habrá en qué amasar

¡tierna dulcera de  amor,

hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar

cuya encía late en aquel  lácteo hoyuelo

que inadvertido lábrase  y pulula  ¡tú  lo viste  tánto!

en las cerradas manos recién nacidas.


Tal  la tierra oirá en  tu silenciar,


cómo nos van cobrando todos

el alquiler del mundo donde nos dejas

y el valor  de aquel pan inacabable.

Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros

pequeños entonces como tú verías,

no se lo podíamos haber arrebatado

a nadie; cuando tú nos lo diste,


¿dí, mamá?