Después, ya más tranquilo, examinó las paredes plagadas de jeroglíficos e ilustraciones antiguas. Estuvo así durante infinitos minutos hasta que al fin, cual arqueólogo detectó una discreta depresión con forma de puerta. Igual que en la sala de la báscula. Sospechó que de nuevo estaría bloqueada, pero para su sorpresa no lo estaba, bueno, no del todo: presionó con el cuerpo apoyándose en el hombro hasta que la puerta cedió. Pero lo que encontró no era aire libre, sino arena que arremetió contra su cara al caer. Como si fueras a entrar en una habitación de tu casa y tras abrir la puerta resulta que toda tu habitación estaba llena de arena.