IV



Entró aunque no veía nada. De nuevo no fue como en las películas: la puerta no se cerró mágicamente con un estruendo que causase miedo ni asombro. Notaba cómo el suelo seguía siendo de arena; pero al no poder ver prefirió no adentrarse mucho, quedarse a una distancia prudencial desde la que pudiese ver qué tenía en la mochila y si tenía algo de ayuda.


En la mochila había… ¿una carta?, «No es el momento –pensó-. Si es de los tíos que me dieron con un bate en la cabeza, no tengo muchas ganas de leerlo.»; cuando a Mahu no le interesaba demasiado algo, era muy vago (incluso desconfiado) y por eso no había abierto la mochila todavía ni quería leer la carta, pero siguió buscando cosas. También encontró ¿una caja de cigarrillos?, eso confirmaba que era de la gente rara de la ciudad.


Él no fumaba pero le vino de perlas ya que junto a la caja había un mechero, o algo parecido porque a Saharata le costó saber lo que era: tenía un símbolo árabe resaltado en relieve que no significaba nada, debía de ser un nombre propio; y una especie de cadena corta, como si fuera un llavero pero sin el típico círculo en el que se cuelgan las llaves.


Por fin descubrió que era un mechero porque encontró un botón que al presionarlo expulsaba una llama, bastante grande por cierto. ¿Que por qué le venía bien? Porque alumbrar la estancia en cuevas desconocidas nunca está de más.


Se adentró en "la cueva". Era bonitísimo…


Las paredes a los lados estaban totalmente plagadas de jeroglíficos monocromáticos, del color del material sobre el cual estaban inscritos. En frente había otra pared aún más bonita con tres puertas parecidas a la de la entrada pero huecas. Esta vez estaba representado el politeísmo egipcio: había un montón de dioses expuestos en colores festivos, al igual que todos los jeroglíficos que les hacían una compañía incondicional.


A nuestro protagonista, que le encantaba todo aquello se habría quedado a estudiarlo, traducir todo lo que pudiera, investigarlo… Pero tenía dos problemas: el mechero no alumbraba excesivamente, encima era de noche (que aunque no lo sabía se suponía que era peor según las advertencias de la entrada); y el nimio problema de que no podía llevarse nada a la boca, no tenía adónde ir o por lo menos no sabía cuánto le "quedaba" de travesía, ni sabía qué más había en aquella cueva.


Todo parecía malo pero por otro lado la construcción le protegía de las tormentas de arena, de serpientes o de bichos que viven expuestos a la intemperie.


Podría ser un templo subterráneo, una mastaba, u otra tumba cualquiera (aunque le extrañaría porque a excepción de las pirámides, las tumbas egipcias no solían estar a la vista); podía ser también una de esas construcciones egipcias que sólo servían para almacenar los tesoros de los faraones muertos de modo que si encontraran su tumba no se llevaran todas sus riquezas…


Estaba cansadísimo así que no pudo evitar dormirse. Se echó encima de la alfombra azul sobre la que había despertado, lo cual era bastante irónico. En realidad todo aquello era extraño porque venía de haber estado inconsciente, haberse subido a una duna con unas vistas espléndidas y de acercarse a una edificación no muy lejana; tampoco era razón de estar tan abatido (quizá estaba así por la mente: toda esa aventura había sido un shock, que aunque había reaccionado bastante bien le había afectado). Pero ya tendría tiempo de pensarlo por la mañana.