VIII



Fue hacia la tercera y última puerta.


De nuevo se trataba de un pasadizo. Lo empezó a recorrer, no sabía si era cosa de su aburrimiento o realmente era mucho más largo que los anteriores. En ese (relativamente) largo recorrido le dio tiempo a confirmar que los pasillos no tenían ningún tipo de decoración: ni en la forma (el acabado era grotescamente recto, sin ningún tipo de curva decorativa), ni en el color (todo tenía el color de la arena, sin ningún dibujo o anomalía).


Llegó al final del callejón que al igual que el resto era una pared que daba fin al pasillo sin más. Esta vez no había absolutamente nada en las paredes. Estaban pulcras y vírgenes de garabatos. Eso ya era el colmo: parecía que su teoría pesimista (que lo que había hecho no estaba sirviendo de nada) se había hecho real.

-¡Lo que faltaba! –exclamó con tal rabia que la alteración del silencio le sorprendió a sí mismo.


Tras desesperarse y mirar a la nada se le encendió la bombilla: ¿y si la pared era falsa y había algo detrás? No confiaba en su propia idea pero no perdía nada (excepto tiempo y energía anímica) por intentarlo.


Se acercó a la pared en cuestión y la golpeó para evaluar el sonido. Sonaba diferente que en las paredes de los laterales del pasillo, pero tampoco sonaba excesivamente hueco. Sólo había una forma de averiguarlo y todos sabemos cuál era.


Le dio un puñetazo a la pared, ésta tembló pero no se agrietó. Volvió a probar, esta vez pequeñas grietas se dejaron ver.


Tras un rato de dolor en la mano consiguió abrir un agujero –ya sabía él que los egipcios terminarían por hacer paredes falsas-, y en ese momento descubrió por qué le había costado tanto: la pared tenía un grosor exagerado a pesar de ser falsa. Entró en el… bueno, lo que fuera aquello.


Lo primero que vio, frontalmente, fue una balanza y unos objetos que debían de ser las pesas. También vio cosas escritas en la pared, para variar…


A un lado, más a la sombra (había una antorcha, de ahí las sombras) había mucho oro. En concreto había monedas antiguas y todo tipo de joyas, aparte de un carro de caballos de oro. Debería haberle gustado, pero por alguna razón le dio mala espina.


No quiso ni tocarlo así que se centró en el mensaje:

«Bienvenido a la prueba final -¿final, y si hubiese escogido otro orden al entrar en las puertas?-. Aquí se te informa de que los resultados de los problemas anteriores forman una serie. Una serie que continúa y de la que tendrás que proporcionar la cifra siguiente. Para expresar el resultado has de usar la báscula. Los pesos tienen impreso el número al que equivalen (en proporción a su peso real). Para expresar un valor tendrás que juntar los pesos precisos que sumen dicho valor. Pero sólo tendrás un intento, cuando hayas completado tu expresión final pon el peso de diferente color en el otro lado de la balanza –miró y efectivamente había un peso rojo.- Si es incorrecto la balanza se auto-inutilizará y no podrás probar de nuevo.»


Todo estaba escrito en demótico, pero los números de los pesos estaban tallados con jeroglíficos, quizá porque no costaba el mismo trabajo tallar unos números que escribir un texto entero, en consecuencia los textos los escribieron en demótico (que son más simples y cuestan menos); quizá además porque al ser sólo números quedaba más elegante tallarlos en jeroglíficos.


Escribió la serie de la que se hablaba en la carta que estaba usando como borrador y le quedó algo así:

Serie: 3-9-81-365-86400