II



Todo lo hizo sin soltar ni palabra ni maleficio pero su rostro mostraba enfado, desconcierto, pero no agobio; era como si fuera el protagonista de un videojuego que ya tenía asumido que iba a pasar por muchas cosas.


Estaba en una parte plana, entre varias dunas, un lugar perfecto para un oasis, pero no lo había. Pensando estas cosas se dio cuenta de que llevaba una mochila a la espalda.


No sabía hacia dónde ir, qué hacer ni por qué estaba allí; tampoco sabía si lo mejor era irse o esperar a morir entre la arena, que parece algo malo pero tiene un lado bueno: se reuniría con su cabra.


Miró su reloj que asombrosamente conservaba y pensó «Si según el reloj es por la tarde, el sol está cayendo hacia el oeste y por lo tanto el este, que es hacia donde está Naimí Haram, está en el lado contrario al sol.» Fue para allá aunque no estaba muy convencido de su propio razonamiento.


Escaló las dunas que tenían más inclinación de lo que parecía cuando no te fijabas en ellas, al final como todo en esta vida: si no te fijas en algo no sabrás ni sus desperfectos ni sus virtudes.


Cuando estaba en la cumbre del obstáculo en cuestión se sintió como si hubiera escalado el Everest, y no sólo por la dificultad sino también por el calor y el estado anímico. Era una curiosa posición, en la que pudo ver más dunas que posiblemente fueran sus únicos acompañantes en los próximos días, y a su vez puede que esos días fueran los últimos de su vida.


Desde arriba también vio algo raro: en lo que sería el pie de una duna, parecía haber un trozo que tenía otro color. Afinó la vista y vio que debía de ser una construcción humana, o una roca bastante grande puesta ahí sin mucho sentido.


Como no tenía nada que hacer con urgencia y le pillaba de "camino" pensó en acercarse.