¿Cómo puedo ser puertorriqueña

sin sangre boricua?

Sofía Corral

Introducción

Cada noche, antes de dormirme, mi mamá se sentaba a mi lado y rezaba: “Niño Jesús, Gracias por todo que me diste hoy. Bendice a mami, a papi, a Claudia, a Sofía, y a todo el mundo, buenas noches. En el nombre del Padre, el Hijo y del Espíritu Santo. Amén.”   Esas palabras de gratitud representan mi primer recuerdo de la lengua española. La lengua de mi infancia se caracterizó por el conflicto entre la disciplina de mis padres y mi curiosidad imaginativa. Vuelvo a mirar videos viejos donde aparezco diciendo disparates: “Hola caca, piiiii, ja ja, mi escuela, síííí ” . A los tres años ya me fascinaba la conexión entre el sonido que salía de mi boca y la imagen mental que producía. Cuando era pequeña, jugaba sola durante horas. Creía que podía hablar con los mosquitos que volaban por mi cuarto. Les preguntaba si me podían entender. Les enseñaba mi lenguaje. 


Era una niña ruidosa, juguetona, crítica, y emotiva. Decía lo que sentía y pensaba en cada momento y mis padres se avergonzaban de mi ímpetu. Me regañaban mucho. Recuerdo que mi padre me decía. “No hables tan alto.” Y yo me tragaba esa frase. Era como si él quisiera que me callara completamente. Y me callé por mucho tiempo. Cada vez hablaba menos con mi padre por el temor de que me regañara otra vez. Empecé a conectarme más con mi madre quien se crió en Chicago y se sentía más cómoda expresándose en inglés. Entonces, durante gran parte de mi infancia y de mi adolescencia, ella influyó mi expresión en el idioma inglés  y me dio seguridad.


 

Recuerdo las visitas a mi abuela mexicana (que vivía en Chicago) como momentos en los que disfrutaba escuchando el sonido de su acento, tan diferente al de mi padre chileno. Aunque ambos hablaban la misma lengua, sonaban de manera diferente y, en ocasiones, utilizaban palabras diferentes. Ella me enseñó regionalismos y trabalenguas mexicanos. “Sorbeto es popote", " Zafacón, basurero,” “Que chido,” “No manches,” y “El volcán de Parangaricutirimícuaro lo quieren desparangaricutimirizar. El que lo desparangaricutimice será un gran desparangaricutirimizador.” Aprovechaba para observar a mis primos estadounidenses que no hablaban español. Así me di cuenta de que el español era un poder especial que mis padres me habían dado. Mi hermana, mis padres y yo éramos los únicos de la familia que podíamos comunicarnos con mi abuela mexicana. Definitivamente, el lenguaje me ofreció el magnífico regalo de conocer a mi abuela de forma única. Conocí su historia y su crianza; aprendí a valorar su lengua española con trazos de nahualt.

Desarrollo

La oración

Mi abuela, al igual que mi mamá, rezaba conmigo. Me decía una bendición traducida del náhuatl, la lengua nativa de mis ancestros. Ella entendía una lengua que pertenece a un pueblo que sufrió la explotación y cuya cultura casi termina opacada por la cultura invasora, sin embargo, todavía sigue viva.Por eso, nunca   olvidaré la oración que me enseñó mi abuela.La cultura de mi abuela habita en mí viva cuando empiezo a decir: 

“Libero a mis padres de la sensación de que han fallado conmigo.

Libero a mis hijos de la necesidad de traer orgullo para mí, que puedan escribir sus propios caminos de acuerdo con sus corazones.

Libero a mi pareja de la obligación de completarme. No me falta nada, aprendo con todos los seres todo el tiempo.

Agradezco a mis abuelos y antepasados que se reunieron para que hoy respire la vida.

Los libero de las fallas del pasado y de los deseos que no cumplieron, conscientes de que hicieron lo mejor que pudieron para resolver sus situaciones dentro de la conciencia que tenían en aquel momento.

Los honro, los amo y reconozco inocentes.

Renunció a la función de salvadora de ser aquella que reune o cumple las expectativas de los demás.

Aprendiendo a través y sólo a través del amor, bendigo mi esencia, mi manera de expresarme, aunque alguien no me pueda entender.

Me entiendo a mí misma, porque solo yo viví y experimenté mi historia; porque me conozco, sé quién soy, lo que siento, lo que hago y por qué lo hago.

Me respeto y me apruebo.

Yo honro la Divinidad en mí y en ti. Somos libres.”

Gabriel García Márquez

Importancia de los antepasados

Honro a mis antepasados, pero al mismo tiempo, reconozco que hay mucho que desconozco acerca de ellos. La historia de mi abuela paterna siempre me ha cautivado: su padre, Tomás Yagnam, emigró a Chile a los 25 años, huyó de la invasión británica de Palestina durante la ocupación otomana. “Palestina fue uno de los antiguos territorios otomanos que la Sociedad de las Naciones Unidas puso bajo administración británica en 1922.” Él se mudó junto a toda su familia, pero mi abuela me confesó que su padre nunca volvió a hablar árabe en su vida. A ella le dolía que su padre hubiera perdido el contacto con su cultura palestina, pero comprendía que él estaba tratando de asimilarse a un nuevo país sin la carga de ser discriminado. (Cuarta diapositiva)

Cuando Tomás se encontraba al final de su vida, mi abuela esperaba pacientemente a su lado para escuchar sus últimas palabras. Y cuando llegó el momento, él pronunció: 

"أتمنى أن تسامحني يومًا ما."

"'atamanaa 'an tusamihani ywman ma."Lo que se traduce como "Espero que algún día puedas perdonarme."

Estas palabras tienen un significado profundo. Me recuerda una frase del escritor, Gabriel García Marquéz: "La lengua es la memoria viva de una cultura”. En otras palabras, sin preservar un aspecto vital de nuestra cultura, nos faltaría una parte fundamental de nuestra identidad. Y creo que mi bisabuelo Tomás lo entendió muy bien al final de su vida. Él comprendió que el lenguaje era una herramienta poderosa que permitía conectarse con personas diferentes, y no una faceta de sí mismo que tuvo que suprimir.

La historia de Tomás me ha enseñado que es importante mantener nuestra conexión con nuestro idioma y nuestra cultura, mientras nos adaptamos y abrazamos nuevas experiencias y lugares. Debemos honrar nuestras raíces sin perder la oportunidad de conectarnos con otras personas y forjar relaciones significativas. Al final del día, nuestro idioma y cultura son un legado que debemos preservar y compartir con generaciones futuras.

 Conclusión

Mis padres habían emigrado a Puerto Rico de México y Chile y los dos tuvieron padres extranjeros. Mi mamá tuvo su papá sueco y mi papá, su madre palestina. Les agradezco su enfoque para mantener nuestras raíces culturales, me han enseñado dos idiomas desde pequeña. Esto me abrió las puertas a un mundo de posibilidades y experiencias.

A pesar de que mi infancia fue marcada por el conflicto entre la disciplina y mi imaginación, la conexión con el lenguaje me ayudó a encontrar mi lugar en el mundo. Me di cuenta de que podía expresar mis pensamientos y sentimientos de manera efectiva, y que podía comunicarme con personas de diferentes contextos y culturas. 

Hoy en día, sigo siendo una persona juguetona y emocional que disfruta de la vida y de la conexión con las personas que la rodean. Me siento agradecida por el don del lenguaje, que me ha permitido conectar con personas de todo el mundo y que me ha ayudado a comprender y apreciar la diversidad cultural que nos rodea. Todavía me sorprende que sienta que no pertenezco a ningún lugar. Mis sentimientos se presentan en las escrituras del poeta Rumi, “Te consideras un ciudadano del universo. Crees que perteneces a este mundo de polvo y materia. De este polvo has creado una imagen personal, y te has olvidado de la esencia de tu verdadero origen”.   Aunque no uso palabras puertorriqueñas a diario, el mundo lingüístico existe en mi léxico y coexiste con el español chileno, mexicano, el inglés y también el francés y el portugués limitado que aprendí. Como Andrea Miranda escribió en su crónica lingüística, “ser una mujer puertorriqueña es más que simplemente cumplir con las expectativas. Se trata de abrazarnos y apoyarnos mutuamente en un mundo que trata de decidir por nosotras quiénes somos.”

Entonces, cada noche, antes de dormir, todavía pienso en las palabras de mi madre y abuela mientras rezaban. Y ahora, también doy gracias por el don del lenguaje, que ha sido un hilo conductor en mi vida y ha enriquecido mi existencia de muchas maneras. Agradezco a mis padres por enseñarme el valor de mantener nuestras raíces culturales y por darme las herramientas para conectarme con el mundo que me rodea.  Reconozco que  mi infancia  pudo haber estado marcada por el conflicto, sin embargo,  el amor y el valor que me inculcaron por el idioma me han llevado a un nivel de gratitud y apreciación por los conceptos simples de la vida: la cultura y los términos necesarios para expresarme y desarrollarme con apertura al mundo.