Mi lengua es agua

Félix Rodríguez

Intoducción

Mi primera palabra fue agua, una metáfora fiel a mi experiencia con los idiomas. Cada lengua que iba aprendiendo era como un nuevo vaso de agua. Mi primera experiencia en español empezó con una gran botella de agua que alcanzaba para llenar dos vasos. Mis padres eran cubanos que vivían en Chile. Palta y frutabomba, asere y weón. Palabras de un mismo idioma, sin embargo, de dos mundos diferentes para los demás (comparación). Con los chicos de mi edad nunca fue un problema. Ellos lentamente aprendieron mis palabras, algunos incluso las adoptaron a su propia habla. Yo estaba feliz de poderme comunicar, pero a muchos de los padres no les gustaba escuchar a sus hijos decir “son las tres y pico”.En Cuba, la palabra pico se usa para hablar de una cantidad que se ignora o que no se quiere expresar, pero en Chile significa “pene” (definición). Eran conceptos que marcaban una gran diferencia para los padres de un niño de cuatro años. Estas diferencias también aparecieron con mi identidad. Como nací en Chile siempre me identifiqué como un chileno, pero mis amigos me veían como un cubano. No me parecía del todo a ellos ya que comía cosas diferentes, escuchaba música diferente, mis padres hablaban diferente. Que me vieran como un cubano nunca fue un insulto, pero yo nunca me vi así. 

A la vez de aprender a manejar a mis dos españoles, también estaba aprendiendo francés. ¿Qué combinación, verdad? (pregunta retórica) Por suerte, este tercer vaso de agua no se mezcló con los de mi español. Tan poco me afectó el francés en mis otros idiomas que se me olvidó completamente en menos de un mes después de irnos de Chile. 

Desarollo

Al llegar a los Estados Unidos me enfrenté al inglés. Como dijo Enmanuel Arjona al emigrar de México a Estados Unidos, “Era como un cocktail social y cultural tan embriagante como explosivo(cita de autoridad). Estudié en una escuela en la Florida que tenía un programa de ESL (English Second Language), inglés de segundo idioma en español, para los niños que aún no habían conseguido el nivel de inglés necesario. Como entré a esa escuela en marzo del 2013, solo estuve en el programa un par de meses antes del receso de verano. Ahí conocí a muchos niños hispanos como yo. Conocí a dos gemelas dominicanas, un niño cubano, una niña puertorriqueña, un niño mexicano, etc. Fue sorprendente ver el cocktail de culturas que había ahí. 

Ya para el tercer grado, mi primer año completo escolar en Estados Unidos, dominaba el inglés. Un cuarto vaso de agua. El inglés nunca se mezcló con mi español. En casa hablaba español con mis padres y en la escuela hablaba inglés. Aun así, mis amigos americanos siempre me pedían que les dijera algo en español. Al principio me pareció que les interesaba mi idioma, sin embargo noté que los comentarios de algunos no eran con buenas intenciones. Por ejemplo, recuerdo un compañero de clase que me dijo “Look, I also know Spanish, I know the word puta!” (cita anecdótica) No me hacían caso cuando les explicaba que era una mala palabra y no la deberían decir. Por suerte no todos eran así, algunos genuinamente querían entenderme mejor. En el 2015, volví a Chile de visita. En vez de pedirme que hablara español, ahora todos me pedían que les dijera algo en inglés. Me pareció muy irónico el paralelismo entre mis amigos angloparlantes pidiéndome que les hablara español y mis amigos hispanoparlantes pidiéndome que les hablara inglés (ironía)

Nos fuimos de la Florida después de que cumplí los 12 años. Mis padres me habían dicho que en Puerto Rico se hablaba el inglés y el español. Pensé que iba a ser la mejor combinación para mí ya que hablaba ambos idiomas. Lo que me encontré al llegar a la isla fue completamente diferente de lo que esperaba. No solo hablaban español e inglés, también hablaban spanglish y utilizaban jerga boricua que no entendía. ¡Que revolú de lenguas! Pude entender por primera vez cómo se sentían los padres de mis amigos chilenos cuando utilizaba palabras cubanas. Aprendí que en la isla había palabras que debía evitar. Por ejemplo, ya no podía decir bicho al ver un insecto porque lo que iban a entender los puertorriqueños es que ví un pene. 

  ¿Por qué siempre hay palabras comunes que significan pene en otro dialecto? (pregunta retórica) Con el tiempo me fui adaptando a las lenguas de la isla. Dos vasos más de agua, uno para el spanglish y uno para la jerga boricua. Aun así, no todos los puertorriqueños que conocí me aceptaron. Cómo viví en Estados Unidos por unos años, algunos me llamaban gringo. Traté de explicar que era de Chile y que mi familia era cubana pero no les importaba. Me enfogonaba mucho que no respetaran mi identidad. A la vez, empecé a dudar qué era realmente. ¿chileno? ¿cubano? ¿gringo? No sabía. Al haber vivido en varios lugares y poder hablar tantas lenguas no sabía diferenciar que parte de todo eso era realmente mía. Fue como si todos los vasos de agua que había ido recolectando se tumbaron dentro de un bol gigante. Hubo gente que nunca paró de chavarme sobre mi identidad, siempre con una razón diferente. A veces porque era muy blanco, otras veces porque hablaba demasiado bien el inglés, incluso a veces era porque no toleraba bien el picante. Tener que bregar con estos comentarios día tras día me daba muchas ganas de frontear con todos los que no paraban de criticarme. 

Desenlace

A pesar de todo logré seguir adelante. Nunca peleé con nadie sobre lo que ellos creían que era mi identidad. Como dijo Andrea Miranda, “Todo el mundo alrededor de ti tiene una definición y unas expectativas sobre cómo deberías verte, escucharte y actuar” (cita de autoridad). Con el tiempo aprendí que el cocktail completo es parte de quien soy y no lo debería rechazar. Soy cubano, chileno, gringo e incluso boricua, no de nacimiento, pero sí por mi experiencia. Me crié con mi familia de Cuba, viví el gran terremoto de Chile del 2010, estudié en una escuela primaria en los Estados Unidos, viví el huracán María en Puerto Rico y ahora estoy apunto de terminar mi secundaria en la isla. Estoy acabando este capítulo de mi identidad. Próximamente me toca España. Sé que la lengua no me va a limitar. Todos los diferentes idiomas y dialectos que he adquirido durante los años se han transformado en una gran herramienta. Fluye dependiendo de dónde estoy y con quien. Con mis amigos chilenos hablo chileno, con mi familia hablo cubano, con mis amigos estadounidenses hablo inglés y en la isla uso jerga boricua. A veces incluso hablo con una combinación de varios. En fin, mi lengua es agua.