Música religiosa

MÚSICA RELIGIOSA

El siglo XIX español, en cuanto atañe al arte sonoro sacro, muestra por un lado, el retraso general, mientras por otro, ofrece el valor de algunos esfuerzos aislados, que se puede calificar de sobresaliente. Si gran parte de esa música se relaciona con el italianismo dramático es porque ese italianismo imperaba sobre cualquier otra manifestación musical.

José Subirá, en su Historia de la música española, ordenó muy acertadamente la música religiosa decimonónica en tres etapas. Son épocas cuyos límites no pueden señalarse más que aproximadamente. La primera finaliza hacia 1835 y se caracteriza por el respeto a las antiguas tradiciones heredadas del siglo anterior, pero también por un deseo de mayor libertad musical como consecuencia de la influencia del arte escénico. Después de la desamortización de los bienes eclesiásticos de Mendizábal, se inicia la segunda etapa; se habían cerrado conventos y capillas, y el resultado fue una pérdida de tradiciones valiosas y una caída de los estilos religiosos en general. A esto debe añadirse la influencia negativa del Concordato de 1851 que contribuyó al empobrecimiento de las capillas musicales. El Concordato, entre otras decisiones, limitaba el número de interpretes dé las capillas, recortaba sus atribuciones, amén de exigir su condición de clérigos y no seglares.

La tercera etapa se inicia, en plena decadencia, con los trabajos musicológicos y los estudios históricos de Hilarión Eslava, que continuarían en diversos frentes figuras como Barbieri, el padre Villalba, Vicente Ripollés, Eustaquio de Uriarte, renovador del canto gregoriano, y Felipe Pedrell, fundador de la Capilla Isidoriana de Madrid, y las revistas "Salterio sacro-hispano" y "Música religiosa en España". Estos hombres establecieron un nuevo concepto del arte religioso, volviendo la mirada a los períodos renacentista y barroco, así como contribuyendo a la renovación de la música religiosa española, que alcanza su punto más alto con la publicación del Motu Proprio, de Pío X, en 1903.

Músicos religiosos cuyas obras merecen el recuerdo y la revisión fueron Mariano Rodríguez de Ledesma e Hilarión Eslava, ambos maestros de la Capilla Real de Madrid, Federico Olmeda, que lo fue de la catedral de Burgos, Nicolás Ledesma, organista en Bilbao, y Juan Bautista Guzmán y Salvador Giner, en Valencia.