La música sinfónica y camaretística

MÚSICA SINFÓNICA Y CAMERÍSTICA

Si dejamos de lado la ópera y la zarzuela, en España la música culta no empieza a florecer hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. Para el desarrollo de la música instrumental son fundamentales las fechas de la fundación de la Sociedad de Cuartetos, a cargo de Jesús de Monasterio, en 1863, y la Sociedad de Conciertos, dirigida por Francisco Asenjo Barbieri, en 1866, que sustituía a la Sociedad Artístico-Musical de Socorros Mutuos, creada en Madrid en 1860. Paralelamente, en Barcelona nacía en 1866 la Sociedad de Conciertos Clásicos, creada y dirigida por Casamitjana y, años más tarde, en 1878, la valenciana Sociedad de Conciertos, bajo la batuta de José Valls. Gracias a estas agrupaciones, nacidas exclusivamente para el fomento de la música camerística y sinfónica, tanto española como extranjera, el ambiente musical cambiará de manera decisiva, favoreciéndose desde entonces la producción de compositores como Haydn, Mozart o Beethoven.

Si la música sinfónica atrajo desde un principio a un público relativamente numeroso, la camerística no salió nunca de los círculos elitistas de la burguesía y el patriciado urbano. En tal sentido, hay que recordar que la música de cámara gozó de gran predicamento en la Corte y en los salones de la nobleza durante el siglo XVII representada por las figuras de Doménico Scarlatti, Luigi Boccherini y Antonio Soler, al servicio de la realeza española. En el reinado de Fernando VII esta actividad decae y finalmente se transforma en la pasión por la lírica italiana, que tantas consecuencias habría de traer sobre el desenvolvimiento de la música española decimonónica. La música de cámara, abandonada en la Corte, se refugió en los salones de burgueses aficionados donde se rendía culto a los grandes compositores clásicos. No debe olvidarse, al respecto, la influencia benéfica de las Sociedades Económicas,

Liceos y diversos Círculos culturales en la labor de divulgación de la música culta, así como la visita a España de músicos ilustres, como Liszt, Thalberg y Óscar de la Cinna, entre otros, quienes, con sus actuaciones, contribuyeron a la difusión del género clásico.

En 1859 encontramos el primer intento serio de una actividad sinfónica en España, a raíz de una serie de seis conciertos, dirigidos por Barbieri en el Teatro de la Zarzuela, donde

se interpretó por vez primera la Sinfonía 40, de Mozart, un arreglo del Septimino de Beethoven, oberturas de Weber, páginas de Mendelsshon y Meyerbeer, y otras de Haydn. Fechas históricas fueron 1866, año en que la Sociedad de Conciertos de Madrid interpreta por primera vez una sinfonía completa de Beethoven, concretamente la Séptima; en 1867 fueron estrenadas la Quinta y la Pastoral, del mismo autor, mientras la Novena se dio a conocer en 1882.

Respecto a la producción camerística y sinfónica española, mediocre en líneas generales si la comparamos con la europea contemporánea, entre las obras más destacadas debemos incluir los tres cuartetos para cuerda, del malogrado compositor vasco Juan Crisóstomo de Arriaga, que muestran todavía la influencia clásica de Mozart, por su pureza de la forma y la claridad de las líneas melódicas, sus tres Estudios de carácter, para piano, y la Sinfonía en Re Mayor. Salvo estas piezas, tiene poca importancia la música de cámara compuesta por los autores españoles en el siglo XIX, que existe, pero que no alcanza verdadero interés. Los quintetos y tercetos de Diego de Araciel, los tres cuartetos con piano del mallorquín Pedro Tintorer, los dos tríos y la sonata para violín y piano de Marcial del Adalid, y alguna otra obra camerística de autor español estrenada en la Sociedad de Cuartetos, pronto cayeron en el olvido. En el apartado sinfónico, Jesús de Monasterio compuso su Adiós a la Alhambra, de supuesta inspiración árabe, la Fantasía Española para violín y orquesta, y un Concierto para violín y orquesta; Sarasate es célebre por sus Danzas españolas, en particular su famoso Zapateado, y los Aires Gitanos; Pedro Miguel Marqués inició un tímido sinfonismo español con sus 5 sinfonías; Tomás Bretón compuso para orquesta su serenata En la Alhambra y las Escenas Andaluzas, cuyo ingenuo nacionalismo se teñía de cierto aire oriental. También posee un Concierto para violín y algunas obras de cámara; por último, el catálogo de Ruperto Chapí comprende la Sinfonía en Re menor, el poema sinfónico Los gnomos de la Alhambra, la Fantasía Morisca y cuatro cuartetos para cuerda.