Los viajes a oriente en los siglos medievales

LOS VIAJES A ORIENTE EN LOS SIGLOS MEDIEVALES:

Hasta el siglo XIII, el conocimiento del continente asiático era una imagen mental, codificada por la tradición bíblica y literaria, producto de una interferencia entre el discurso pagano y el discurso cristiano. Tolomeo había establecido sus inicios al este del Nilo, englobando la India y la China, pero allí, en un lugar impreciso e inaccesible, se encontraba también el Paraíso Terrenal, así como otras tierras pobladas de seres procedentes del imaginario clásico, amazonas y unicornios, y monstruos característicos del bestiario medieval. La imagen distorsionada del continente es una herencia de la Alta Edad Media, de la rudeza y la crueldad de las primeras invasiones, que se va diluyendo conforme los intereses políticos, las consiguientes cruzadas, y las ventajas comerciales cambian los propósitos de los viajes y empujan a los europeos, misioneros, embajadores y mercaderes, a conocer, explorar y conquistar nuevos territorios.

El viaje hacia el Oriente tuvo durante la Edad Media un doble propósito: la peregrinación y la conquista, y fueron las sucesivas cruzadas las que mejor definen esa expresión violenta de un viaje sagrado. Sin embargo y al igual que ocurrió en el Occidente europeo con el Camino de Santiago, los viajes de peregrinación a Jerusalén y la Meca constituyeron una vía de penetración para el mejor conocimiento del Oriente próximo. Tres fueron los grandes periplos medievales que se adentraron hacia aquella zona por donde salía el sol, dos de ellos protagonizados por hispanos, ambos del siglo XII: el valenciano Ybn Yûbayr, el fundador de la rihla, el género literario de la relación del viaje en las letras arábigas, y el judío Benjamín de Tudela. El tercero fue el meriní, nacido en Tánger, Ibn Battuta, uno de los viajeros más audaces de la primera mitad del siglo XIV, cuyo trayecto le llevó a la India, al sureste asiático y a China, siendo contemporáneo de Marco Polo, el trotamundos medieval por excelencia. Al veneciano le seguirá Ruy González Clavijo, el embajador del monarca castellano Enrique III, empeñado en establecer una alianza con Tamerlán, el gran caudillo turco-mongol establecido en Samarcanda. A su regreso, Clavijo escribiría su viaje, bajo el título de Embajada a Tamorlán, un texto tan valioso para la historia del viaje como el Libro de las maravillas de Marco Polo.

Además de estos grandes nombres del viaje, habría que añadir la serie de misioneros que, con anterioridad y a instancias del pontífice Inocencio IV, se adentraron hasta las tierras mongolas, como Giovanni di Pian di Carpine y Esteban de Hungría, con misiones igualmente diplomáticas y dando como fruto relatos de la experiencia viajera. Igualmente, y como preámbulo a la hazaña de González de Clavijo, el rey de Francia Luis IX, a mediados del siglo XIII, enviaba a la corte del gran Kan una embajada de dominicos con designios misioneros.

A diferencia del peregrino compostelano que, tras visitar la tumba del Apóstol, su itinerario no tenía continuidad, ni expansión, se terminaba abruptamente en Fisterra, el peregrino islámico sabía de la existencia, más allá de La Meca y Medina, de otros imperios hacia el este, de ciudades y caminos concatenados hacia los confines del Oriente, de rutas antiquísimas que en un pasado sirvieron de camino a los héroes como Alejandro Magno y a los comerciantes que con sus caravanas y camellos proporcionaron al occidente cristiano seda y especias. De la certeza de ese confín se explica la riqueza descriptiva de las rihlas de los peregrinos islámicos y de los relatos de los mercaderes y embajadores cristianos que se encaminaron al Este. Ellos, como ningún otro viajero en la Edad Media, experimentaron la presencia “del otro”, difundieron una percepción personal de las gentes, relataron diferentes espacios sociales y perfilaron los estereotipos de las gentes de la geografía más periférica, como los chinos y los hindúes. Ellos representan como nadie esa característica móvil y nómada de la Edad Media.

IBN BATTUTA (Tánger, 703/1304-770/1369)

Ibn Battuta es el gran autor del género de la rihla en pleno siglo XIV. A la narración de su viaje le dio el título de Regalo de curiosos sobre peregrinas cosas de ciudades y viajes maravillosos, un relato que no es otro que el de sus andanzas hacia La Meca para cumplir la peregrinación preceptiva. Battuta partió de su ciudad natal, Tánger, al comienzo del verano de 1325 –725 de la Hégira—recorriendo todo el norte de África, sin detenerse hasta Alejandría. Continuó por Palestina y Siria, y desde Damasco se dirigió a La Meca. Cumplida su peregrinación viajó desde Iraq hasta el Kurdinstán. Volvió a La Meca, donde residió por espacio de tres años, y prosiguió su viaje por la costa oriental africana. En 1332 vuelve a cumplir la peregrinación a La Meca y desde esta ciudad retoma su periplo a Egipto, Siria, Anatolia, Rusia meridional y Constantinopla. Tras una estancia en esta ciudad, continúa su travesía por Afganistán para llegar a la India, las Islas Maldivas, Ceilán, Sumatra y, finalmente, China. Tras más de diez año viajando regresó a Oriente Próximo para cumplir nuevamente su última peregrinación a la ciudad santa, siendo testigo directo de la gran plaga de la Edad Media, la Peste Negra, que había alcanzado Siria. En 1349 embarca en Alejandría hasta Túnez, aunque sus andanzas continuaron ya que realizó incursiones a al-Andalus -entonces reducida a las provincias de Málaga y Granada, y a parte de las de Cádiz y Almería-y al imperio africano de Mali.

Sin duda, una gran parte de su relato es apócrifo, sin embargo el texto resulta de enorme interés pues uno de los objetivos era proporcionar al sultán marroquí Abu Inan “informaciones difíciles de adquirir en la época”, en unos momentos en que la hegemonía del mar mediterráneo la abanderaban los comerciantes europeos, catalanes, venecianos y genoveses, y Battuta, aunque es un viajero del Islam y no se detiene apenas en los centros y territorios cristianos, tiene que viajar varias veces en navíos de infieles. Su supervivencia durante los largos años que duró su viaje sólo es explicable por la hospitalidad islámica, por el clima de intercambio y relaciones fraternales, solidarias, que proporcionaba el Oriente árabe, de alojamientos y baños públicos, de cofradías y de las ayudas de magnates y gobernadores.

Battuta no escribió el texto, no fue redactado por él, al menos tal cual conocemos hoy la narración, sino por el poeta granadino Ybn Yuzayy, a quien probablemente dictó el relato desde el ejercicio de su memoria, como era habitual en la Edad Media y como ocurrió con el viaje de Marco Polo. En relación a la crónica del viaje de este último, el relato del marroquí es más realista y pormenorizado, pese a que cae a menudo en la mención de pasajes fabulosos, fantásticos y sobrenaturales, o elementos novelescos, mientras que los datos espacio-temporales, el itinerario y la cronología, se entrelazan y resultan confusos cuanto menos.

En el relato destaca, como en el de otros muchos viajeros, su interés por los precios de las cosas, de las mercancías de consumo inmediato, de los tejidos, las porcelanas, los esclavos etc., por las equivalencias, los pesos, las medidas, consiguiendo una guía geográfica y comercial, en ocasiones abrumadora por sus datos, especialmente cuando se detiene en relatar los mandatarios y personajes principales de las ciudades. Y entre sus preferencias descriptivas, amén de los rituales y ceremoniales religiosos, sobresale su enorme interés por la agricultura, la vegetación y los árboles, los huertos y frutales, el agua y su control, característicos de la cultura popular árabe.

IBN YUBAYR (Játiva, 540/1145- Alejandría, 614/1217)

El valenciano Ibn Yubayr escribió el relato de su viaje en la lengua que dominaba la península en el siglo XII, el árabe, y dio al texto el título de rihla, un término que significa partida, itinerario y también “relato de viaje”, acepción que desde entonces se utilizará para denominar el género en la literatura árabe y que cultivarán autores andalusíes y magrebíes principalmente. La rihla está asociada ante todo a la peregrinación a los santos lugares del Islam, un trayecto que desde al-Andalus y el Magreb conducía a La Meca, y un camino que proporcionaba otros alicientes, como “adquirir ciencia”, conocimiento, por lo que muchas veces ampliaba sus destinos. Además de la ciudad santa de Mahoma, el peregrino visitaba los grandes centros intelectuales del próximo Oriente, como Alejandría, El Cairo, Bagdad y Damasco, y en ocasiones llegaba hasta la India o Asia Central.

Los primeros relatos de viajes de estas características aparecen desde el siglo XI, de la mano de los escritores andalusíes. Si bien el motivo religioso es crucial en el peregrino que viaja y la rihla es sobre todo un manual pío sobre las ceremonias preceptivas, muchos de estos relatos se tiñen de diversos rasgos literarios que  recogen leyendas y cuentos orales, descripciones geográficas, reflexiones políticas y las experiencias vividas por el viajero.

A Ibn Yubayr se le considera el fundador de este género por enlazar el relato del viaje con la calidad literaria. Su texto ha dejado descripciones muy precisas e interesantes de los grandes centros urbanos del Oriente islámico, discurso alejado además de las narraciones fantásticas y las maravillas de otros relatos coetáneos. Inició su periplo a la edad de 38 años, a comienzos de 1183 –578 de la Égira--, partiendo de Granada a Tarifa, donde embarcó para Ceuta. Su destino inmediato era Alejandría, tras pasar por Cerdeña, Sicilia y Creta. Estuvo casi un año en Egipto antes de encaminarse a la ciudad santa de La Meca; de allí se encaminó con una caravana de peregrinos hacia Iraq, visitando Kufa y el norte de Mesopotamia. El viaje a Siria le encaminó a las ciudades de Alepo, Damasco, donde residiría dos meses, San Juan de Acre, Tiro, para iniciar el regreso en barco a la península, no sin antes desembarcar en la isla de Sicilia con una estancia prolongada. Desde el puerto de Trápani llegaría a Cartagena en la primavera de 1185, y de esta ciudad a Granada. El viaje duró dos largos años.

Aunque realizó un segundo y un tercer viaje a Oriente –moriría en este último, en la ciudad de Alejandría--, la rihla que escribió se refiere a su primer periplo. Para los estudiosos se trata de una de las fuentes principales con que cuenta el historiador para conocer el estado en que se encontraba el Próximo Oriente, la Sicilia Normanda y las condiciones de navegación en el Mediterráneo en el siglo XII. Su viaje coincide con unos momentos de profundas transformaciones políticas y religiosas y los comentarios de Ibn Yubayr redundan en la situación de los musulmanes, tanto en Sicilia, como en Egipto o Siria, comenta los abusos e injusticias, las vejaciones que el viajero tiene que sufrir en las aduanas, se preocupa por la superioridad técnica, naval y comercial de los europeos y se embelesa con los monumentos que visita y que describe como ningún viajero lo ha hecho en su época, hasta el punto de que las descripciones que ofrece de algunas mezquitas, como la de Medina o Damasco, son en sí mismas documentos esenciales para la arqueología islámica.

Imagen de Ibn Batutta del manuscrito iluminado de Maqamat por Al-Hariri (1054-1122)

Benjamín de Tudela

IIbn Battuta