El mundo antiguo

VIAJAR EN LA ANTIGÜEDAD

El deseo por conocer mundos lejanos y desconocidos, territorio de lo fantástico y extraordinario, ha acompañado al hombre desde los inicios. Bien como iniciativa individual, colectiva o estatal, por motivos militares, comerciales, religiosos o simplemente por el placer y la curiosidad de conocer otros lugares, el ser humano se embarcó en la aventura que supuso en la Antigüedad emprender viaje; una aventura repleta de penalidades -hambre, sed, enfermedad, temperaturas extremas, incomodidad, cansancio-, riesgo, misterio e incertidumbre sólo hoy comparable con la aventura espacial.

Esta aventura podía dar comienzo a partir de vagas e imprecisas referencias transmitidas oralmente por comerciantes, marinos, soldados y embajadores - principales viajeros de la Antigüedad-, en muchas ocasiones convertidas en relatos extraordinarios en los que el mito y la realidad se confundían en la descripción de las lejanas tierras visitadas transformadas en escenario de hazañas extraordinarias -como las de Hércules en el extremo occidente- y reinos de riquezas incomparables, como el de Tartessos, exuberante en plata y regido por sabios, longevos y hospitalarios monarcas.

A los peligros inherentes al propio viaje se unía el riesgo de toparse con piratas y bandidos harto habituales durante la Antigüedad en mares y caminos. A estas incertidumbres cabe sumar la ausencia de rigurosos mapas más allá de la información contenida en los periplos marítimos -compilados por marineros y comerciantes y que apenas recogían datos sobre la costa, golfos, islas, ríos, puertos y fondeaderos- y los itinerarios viarios terrestres, con indicación de distancias y lugares de descanso y avituallamiento.

La búsqueda de materias primas -oro, estaño, plata, ámbar, maderas exóticas, piedras preciosas, marfil-, productos ya elaborados -tejidos, joyas, vinos, aceites, perfumes, vajillas cerámicas- o mano de obra esclava o mercenaria fue la principal motivación de las expediciones comerciales de la Antigüedad, promovidas o no por un poder estatal. En muchas ocasiones resulta imposible desvincular esta motivación comercial del deseo de colonización y conquista militar por parte de algunos grandes estados como el asirio, persa, egipcio o romano y ciudades estado como las fenicias o griegas verdaderas protagonistas del fenómeno colonial en todo el Mediterráneo, costas atlánticas y Mar Negro, durante buena parte del primer milenio a.C. Los barcos hundidos -pecios- en mares, océanos y ríos son un excelente ejemplo del intenso movimiento de gentes, mercancías e ideas que transitaron durante la Antigüedad.

A marineros, comerciantes y soldados anónimos hay que sumar nombres como Jasón, Coleo de Samos, Hannon, Himilcon, Hecateo de Mileto, Herodoto, Pausanias o Polibio que dejaron constancia indirecta o directa de sus viajes por el Mediterráneo, las costas atlánticas, Egipto, Babilonia, Persia, Grecia o la península Ibérica. A estos nombres cabe sumar, sin duda, el de Alejandro Magno que en su lucha contra el Imperio Persa emprendió una aventura de más de diez años de duración que le llevó a recorrer cerca de 20.000 kilómetros por tierras extrañas nunca antes transitadas por el hombre occidental (Irán, Asia Central, India), rompiendo la visión exclusivamente mediterránea del mundo hasta entonces transmitida.

En el desempeño de sus labores como buen gobernante el emperador Adriano emprendió numerosos viajes a lo largo de su reinado (117-138) visitando, además de su Hispania natal, Italia, Britania, Mauritania, buena parte de Asia Menor, Sicilia, Grecia o Egipto, convirtiéndose en verdadero icono del emperador viajero.

Existió, también en la Antigüedad, el viaje emprendido por puro placer de conocer otras latitudes, paisajes, ciudades y gentes. Egipto fue sin duda uno de los destinos más frecuentado por unos viajeros que contemplaron sobrecogidos sus ya entonces milenarias pirámides y templos en los que dejaron constancia de su visita mediante grafitos dibujados desde, al menos, el siglo XIII a.C. Las grandes capitales del mundo antiguo -Atenas, Roma, Alejandría- atrajeron a multitud de curiosos. Quizás también ejemplo de viaje turístico sea la botella de vidrio decorada con el paisaje de la ciudad de Puteoli hallada como ajuar funerario en un enterramiento femenino del siglo III d.C. en la ciudad de Emerita Augusta (Mérida) e interpretado como souvenir de recuerdo de su viaje a esta ciudad itálica bien conocida por sus baños termales.

La motivación religiosa fue también, como ahora, una excusa para emprender viaje. La visita a los grandes santuarios panhelénicos (Delfos, Olimpia) u oráculos promovió importantes movimientos de gentes. Los fieles cristianos, por su parte, viajaron hacia tierra Santa para conocer los lugares relacionados con la vida de Jesús. Conmovedor resulta el grafito hallado en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén dejado en torno al año 300 d.C. por unos peregrinos cristianos que dejaron constancia de su visita mediante el dibujo de un barco y la inscripción "Domine ivimus" (Señor, hemos venido). Testimonio excepcional de estos viajes es el relato de la hispana Egeria que desde Gallaecia visitó Tierra Santa (Jesuralén, Sinaí, Palestina, Siria, Constantinopla, Capadocia, Egipto) entre los años 381-384 d.C.

Miliario de Nerón, Cáparra (cáceres)

La Via Apia en su estado actual

Barco fenicio en un relieve de Sidón

Mapa de Hecateo representando la tierra conocida, como un disco rodeado por el océano.