PARA REFLEXIONAR EN LA SEMANA
Ahora ya sentimos la cercanía de la Navidad. El Adviento nos acerca a ella a través de sus cuatro domingos, de los cuales hoy es el tercero.
La conciencia de la cercanía de Dios, que viene para "estar con nosotros" (Emmanuel), debe reflejarse en toda nuestra conducta. Y de esto nos habla la liturgia de hoy por boca de San Juan Bautista, que predicaba junto al jordán.
Varios hombres llegaron a él para preguntarle: "¿Qué hemos de hacer"? (Lc 3, 10). Las respuestas son diversas.
Estas respuestas de Juan junto al Jordán las podríamos ampliar y multiplicar, trasladándolas también a nuestro tiempo, a las condiciones en que viven los hombres de hoy. La sensación de la cercanía de Dios provoca siempre preguntas semejantes a las que se le propusieron a Juan junto al Jordán: "¿Qué debo hacer?" "¿Qué debemos hacer? La Iglesia no cesa de responder a estas preguntas. Basta leer con atención los documentos del Concilio Vaticano II para constatar a cuantas preguntas del hombre actual ha dado el Concilio respuestas adecuadas. Respuestas dirigidas a todos los cristianos y a cada uno de los grupos, a la juventud, a los hombres de cultura y de ciencia, a los hombres de la economía y de la política, a los hombres del trabajo...
El Adviento nos conduce a cada uno, por decirlo así, "a la morada interna de su corazón" para vivir allí la cercanía de Dios, respondiendo a la pregunta que este corazón humano debe proponerse en el conjunto de la verdad interior.
He aquí el deseo de la Iglesia para cada uno de nosotros en la cercanía de Navidad.
En nombre de la Iglesia, deseo esta "paz de Dios" a los padres y a las madres de la parroquia, para que, en la fidelidad plena a su misión conyugal, sepan ayudar con su vida y con su ejemplo, a sus hijos a madurar y crecer en la fe cristiana.
Deseo esta paz a los jóvenes y a las jóvenes de la parroquia, para que estén siempre convencidos de que la violencia no da alegría, sino que siembra odio, sangre, muerte, desorden, y que la sociedad soñada y entrevista por ellos será fruto de sus sacrificios, de su compromiso. de su trabajo, en el respeto solidario hacia los demás.
Deseo esta paz a los ancianos y a los enfermos de la parroquia, para que sean conscientes de que sus oraciones y sus sufrimientos son muy preciosos para el crecimiento de la Iglesia.
San Juan Pablo II, papa
domingo 16 de diciembre de 1979