Mi deseo en convertirme en educador pudo haber nacido en cualquier momento. En mi transcurso de vida he pasado por momentos renombrables. He tenido momentos en los cuales he sentido que he estado detenido en un mismo sitio. Al igual que, he tenido momentos donde confirmo que esa es mi pasión. También, me me he topado con personas fenomenales, que se han vuelto en modelos a seguir. Pero también he acertado con personas que me hacen dudar de mis talentos y metas. Al final del día, siempre opto por tomar lo positivo de cada momento y persona. Esto me ha ayudado a entender que el deseo de ser educador va por encima de las adversidades de la vida.
Desde pequeño he sentido la urgencia de ayudar al prójimo, de enseñar mis conocimientos, y sobre todo la necesidad de hacer el bien. Fue así como el liderazgo resaltó en mi como uno de mis atributos más fuertes. Desde ese momento tengo recuerdo de maestras diciéndome que yo iba a ser un excelente maestro. De primera instancia, repugné. Cada vez que oía esa frase mi ceño se fruncía de manera automática. Pues en mi mente inocente, entendía que un maestro era solo la persona que situaba frente al salón a dar un material, y por supuesto, como todo niño, lo encontraba aburrido. A pesar de que lo encontraba aburrido, siempre lo veía como una figura de autoridad y respeto. Y ser el ayudante de la maestra me daba una sensación de satisfacción propia. Me hacía sentir que era un modelo a seguir. Al pasar de los años seguía viendo que mis habilidades como líderes seguían creciendo, y junto con eso mis habilidades artísticas fueron desarrollándose y consigo el deseo de evolucionar como educador.
Mi primer encuentro con las artes fue increíble, tal vez fue casualidad o el destino. Pero ese suceso jamás lo olvidaré. Cuando estaba en grado 11 tuve una gira escolar al Teatro la Perla para ver una de las producciones de otro colegio en Ponce. La escuela en la que estudié por 13 años se situaba en el centro del casco urbano de Ponce, el cual quedaba a pasos del Teatro la Perla. Cuando culminó la presentación procedimos a caminar nuevamente a nuestra escuela. Recuerdo que en ese camino iba eufórico, tenía un inmenso deseo de experimentar que era estar parado de frente al público. Pasando por uno de los negocios cerrados junto a la maestra había un periódico de la compañía La Periódico y decidí cogerlo. Cuando lo abro había un anuncio que llamó la atención de mis ojos. Era un anuncio de una competencia de actuación local. Y extremadamente emocionado le pregunté a la maestra si era posible que formáramos parte de ella. A lo que ella contestó que ella entendía que iba a ser imposible porque ella era de Jayuya y que ella no sabía nada de ser directora o maestra de teatro, que ella era simplemente una maestra de español. Ante su negativa no me quise dar por vencido y fui por toda la escuela preguntándole a todas las personas si tenían el interés de participar en la competencia. Yo originalmente conseguí un total de cinco personas dispuestas a competir por lo que volví a hablar con la maestra, aunque esta vez con los cinco que éramos en total y al ella ver nuestro interés accedió a intentarlo. Éramos cinco jóvenes que no sabíamos nada de teatro, pero teníamos la sed de aprender. Decidimos participar con un fragmento de la obra “La Carreta”. El día de la competencia recibimos el apoyo enorme de nuestra escuela y quedamos en segundo lugar. El premio no era de nuestro interés. Solo queríamos divertirnos y lo logramos. Una vez culminada la competencia. Al siguiente día de clases, muchos estudiantes se acercaron y expresaron su interés en pertenecer al grupo. Y de cinco el grupo creció a casi cuarenta y cinco estudiantes.
Una vez culminado ese momento fue que entendí que amaba las artes. Sin embargo, cuando comencé a estudiar en la Universidad de Puerto Rico Recinto de Ponce, comencé estudiando Biología, y así estuve dos años. En el comienzo de mi segundo año de universidad encontré un grupo en Ponce dedicado a hacer Teatro Musical. Decidí audicionar, a darme la oportunidad de una rama extendida del teatro. Una vez entré al grupo y comencé a hacer presentaciones entendí que más allá de que me gustara era mi pasión. Y estaba seguro de que quería estudiar las Artes, pero aún no sabía específicamente de qué manera. Cuando estaba haciendo matrícula para el segundo semestre de mi segundo año escolar. Me topé con una amiga que me dijo que tomara una clase con ella en el Departamento de Educación para que ella no estuviera sola. Cuando tomé el curso automáticamente me enamoré del magisterio. Entendí que el rol de un maestro va más allá de pararse frente al salón de clase y explicar un material. Había pasión, dedicación, liderato, en fin. Un sinnúmero de cualidades que en conjunto forman a un maestro. Gracias a esa clase supe que yo quería enseñar todo lo que poco a poco voy aprendiendo del teatro. Quiero darle esa misma oportunidad que mi maestra de español nos brindó a nosotros.
En mis memorias de intermedia y superior me tope con muchos maestros, pro-estudiantes. Maestros cuyo mayor interés era el sacar lo mejor de sus estudiantes y verlos crecer. Al igual que me topé con maestros que realmente nunca entendí el porqué escogieron el magisterio si la falta de interés y la poca paciencia abundaba en ellos. Pero siempre me dedique a tomar lo positivo de cada uno de ellos. Buscar esas cualidades y experiencias que me hicieran una mejor persona cada día. Más bien me enfocaba cada día a ser un mejor estudiante. En mi crecimiento, uno de los principios más vitales que mis padres me inculcaron fue el respeto. Y es por eso que el respeto que sentía por mis maestros y ahora profesores es enorme. Para mi ser lo más respetuoso posible me permitía poder expresarme con mis maestros de manera fluida ya que tenía la dicha de poder ser oído y tomado en consideración. Y junto con el respeto venía la responsabilidad; entregar mis trabajos a tiempo, llegar temprano, hacer mis proyectos y de más, fueron factores claves que me desarrollaron a ser el estudiante que soy hoy día.