PRIMERA SECCIÓN
CONSTRUCCIÓN DEL MARCO TEÓRICO
CAPÍTULO I
ANTECEDENTES HISTÓRICOS DEL PRECEPTOR
Desde la despejada definición del diccionario, podemos decir que un preceptor es aquella persona encargada de guiar y aconsejar, la que enseña; pero si nos detenemos a observar la función que esta inicial figura educativa tuvo a lo largo de la historia, comprenderemos que este estricto concepto es sumamente mezquino, ya que el preceptor, desde los más remotos tiempos históricos, fue el entrañable maestro, acompañante desinteresado y fiel, que desde muy temprana edad y hasta la madurez de su discípulo, lo iba instruyendo y explicándole, no solamente los rudimentos de las letras o los números, sino sobre el difícil arte de vivir conforme a los más altos ideales propuestos desde una perspectiva cultural según transcurría el tiempo. No nos quedan datos de aquellos preceptores de los primeros y lejanos momentos en que el hombre comenzó a aprender técnicas y astucias para sobrevivir en un medio hostil. Aquellos maestros prehistóricos acompañaron, de manera intuitiva y sin saberlo, el crecimiento de los niños, contribuyendo al desarrollo de la inteligencia y a la evolución de la humanidad. Con el transcurso del tiempo fueron creciendo las necesidades y las exigencias, al punto de producirse una revolución de alcances insospechados: el hombre aprendió que podía comunicarse a través de signos; nacía la escritura y, con ella, el saber y el afán del conocimiento se hicieron ilimitados.
La educación impartida en la antigüedad fue elitista y con objetivos muy precisos. Se educaban, en un sentido formal, solamente los nobles, varones representantes de la aristocracia guerrera y, justamente por esta última condición, eran formados especialmente en el arte de la guerra, instruidos militarmente y adiestrados para defender con su vida a la nación. La destreza y el desarrollo del vigor físico eran las cualidades fundamentales en la educación de los jóvenes; el cultivo de las capacidades puramente intelectuales aún no era preocupación de aquellos preceptores que, si era preciso, acompañaban a sus protegidos a la guerra, actividad por otra parte, harto frecuente en aquellos tiempos de imperialismos heroicos. La figura del preceptor quedó desdibujada y generalmente le correspondía ese rol a algún esclavo respetable y de hábil manejo de las armas.
Solamente las civilizaciones culturalmente muy evolucionadas comenzaron a interesarse por las formas de expresión escritas y, en manera particular, por los recuerdos del pasado registrados de esa manera. En efecto, se trataba de ensalzar las hazañas de sus soberanos y la gloria de la nación. Así, pues, continuaban íntimamente ligadas la guerra y la educación.
Existía también otro tipo de educación que llamaremos ‘popular’, aunque el término sea demasiado amplio desde nuestra concepción actual. Era la instrucción concreta para la adquisición de ciertas habilidades, destinada a algunos ciudadanos que, de origen humilde, alcanzaban súbita notoriedad en la sociedad; tal es el caso de los escribas, funcionarios encargados de codificar ya sean los conceptos religiosos o los puramente administrativos de su país. La arqueología comprobó la presencia de escuelas o casa de instrucción destinadas a la formación de estos escribas a través de un adoctrinamiento severo. No son preceptores pacientes y abnegados quienes guían este aprendizaje, sino maestros encargados de transmitir las técnicas de la escritura mediante una rigurosa pedagogía. Como los escribas, también se ocupaban, como ya lo expresáramos, de asuntos religiosos; la formación del carácter y de la conducta personal también estaban contemplados, pero siempre mediante los métodos señalados. Lejos estamos aún de la figura del amable y paciente preceptor que ocupa nuestro interés.
EL PAIDAGOGO, EJE DE LA EDUCACIÓN CLÁSICA
El legado recibido por los griegos clásicos fue determinante en la conformación del estilo de vida occidental, y, obviamente, la educación tuvo un papel protagónico en esa construcción cultural. En la actualidad hablamos en griego, estamos organizados políticamente según el modelo griego, discutimos según el razonamiento griego y ahondamos en la búsqueda de explicaciones absolutas también bajo la misma línea cultural de aquellos que, desde cada ciudad-estado (la polis), nos legaron la democracia como sistema político de gobierno y la filosofía como camino para llegar al conocimiento, reconocieron el valor de la libertad individual e impulsaron el despliegue del razonamiento crítico, al mismo tiempo que consideraron al orden como fundamento, ya sea de la vida personal o respecto a la naturaleza. ¨Orden y Mesura¨ era el lema escrito en la entrada de los templos invitando de esa manera a la búsqueda de la armonía para alcanzar la felicidad.
EL PEDAGOGO, AQUEL QUE ACOMPAÑA A OTRO Y LE INDICA LO QUE HAY QUE HACER
La educación fue fundamental para el griego antiguo y es en los textos de Homero donde encontramos expresada dicha importancia. En la Ilíada y la Odisea vemos con claridad el ideal de la educación griega y el rol protagónico que adquirieron, ahora claramente definidos, los preceptores. Épocas heroicas en que los guerreros conformaban un sector privilegiado de la sociedad, marcados desde su nacimiento para los refinamientos de la guerra y educados para dar respuestas a altos ideales, en los que el honor y la lealtad tenían un sitio remarcable.
Aquiles es el héroe por excelencia en los relatos homéricos. Fue educado por Fénix y Quirón: he aquí reunida en ellos a la figura del preceptor, atentos a la formación integral de su alumno a quien le enseñan cómo conducirse en el mundo, cómo reaccionar frente a circunstancias imprevistas, cómo comportarse y, ante todo, cómo hablar.
Nos interesa detenernos un momento a analizar la relación establecida entre preceptor y discípulo durante estos heroicos tiempos narrados por Homero. El ejemplo más claro de este estrecho y solidario vínculo lo encontramos, justamente en la Ilíada, en el episodio en el que Fénix debe acompañar a Ulises intercediendo frente a Aquiles. El antiguo preceptor del Héroe realiza un largo relato en el que describe la educación que le impartió desde la más temprana edad y, de allí, advertimos el doble papel que jugaba aquél frente al alumno: no solamente lo instruía en la oratoria y la guerra sino que también éste recibía consejos y ejemplos de una persona mayor, a la que había sido confiado para su formación.
La Odisea nos muestra la figura de otro preceptor: Mentor, quien guiará la educación de Telémaco y que, en determinado momento la diosa Atenea toma su apariencia para manifestarse al hijo de Ulises. Su nombre nos llega hasta la actualidad justamente con el significado de ‘el que guía u orienta’.
De esta manera podemos afirmar junto a L. Luzuriaga que la pedagogía tiene su origen en Grecia, que es donde primero se comenzó a meditar sobre la educación.
Los primeros profesores claramente profesionales aparecieron en Grecia en la segunda mitad del siglo V a.C., no tenían un domicilio fijo e iban ofreciendo sus servicios como maestros contratados a medida que marchaban a lo largo del país. Su clientela era rica y se hacían pagar altos honorarios, como el caso de Protágoras, de quien se puede afirmar que fue el primero en ofrecer una educación remunerada. Estos maestros no contaban con alumnos fijos sino que debían ir ganándolos mientras su fama y renombre se iban extendiendo. Se les llamó sofistas, por su interés por el saber (del griego sophos, ’sabio’), y se dedicaron especialmente a enseñar el arte de hablar en público, los medios de ganarle a un adversario en la discusión y de defender con argumentos sutiles o capciosos cualquier tesis. Fueron despreciados por los grandes maestros que les sucedieron; nos referimos, obviamente, a Sócrates, Platón y Aristóteles, quienes ofrecieron una propuesta filosófica ampliamente superadora y de exquisita profundidad. Pero no debemos olvidarlos porque fueron pioneros de la educación: por una parte, valorizaron la tarea del educador, profesionalizándola y , por otro lado, indujeron a sus alumnos a desarrollar un pensamiento crítico.
EL TUTOR A LA SOMBRA DE GRECIA
Los romanos fueron el primer pueblo que convirtió la herencia de otra cultura en la base de su propia civilización. Todo el arte y la literatura de Roma se desarrollan a la sombra de Grecia. Sus poetas proclaman este hecho: la Grecia cautiva capturó a su rudo conquistador y llevó el arte al rústico Lacio. Dice Horacio […] se ha dicho a veces que los romanos fueron esencialmente un pueblo imitador, y que su papel principal en la historia de la civilización Europea fue el conducto a través del cual la cultura griega pudo llegar hasta la era cristiana .
Lo expresado por Jenkins es primordial: el papel de Roma fue el de conducto; sin olvidar su estratégico imperialismo, su rigor cívico y el imponderable legado del latín y del derecho para la civilización occidental, los romanos permitieron que aquellas instituciones creadas anteriormente por los griegos permanecieran en el tiempo, soportaran los embates de los cambios históricos y nos llegaran, casi indemnes, hasta hoy.
Respecto a la educación, los jóvenes romanos recibían una educación inicial de características domésticas, patriarcal, de marcada división de roles entre varones y niñas.
Las familias patricias, es decir, de origen noble, podían pagar maestros o preceptores a quienes encargaban de la primera instrucción de los niños. Generalmente estos educadores privados eran griegos emigrados, que al estilo de los antiguos sofistas, tenían el oficio de enseñar como medio de sustento aunque, en defensa de la verdad, debemos dejar claramente señalado que el salario que recibían estos maestros de la Antigüedad Clásica era miserable y su oficio era considerado denigrante, además de fatigante y penoso. Estos nuevos preceptores eran sumamente demandados y llegan a la península itálica en el momento en que, a causa de la expansión romana por todo el Mediterráneo, la cultura helénica se difunde.
Hubo escuelas independientes, aunque siempre de carácter particular y destinadas a las familias aristocráticas. A ellas los niños concurrían con su preceptor, un esclavo acompañante al cual los romanos llamaron, según la costumbre griega, paidagogus. Si se lo elegía bien, podía desempeñar el papel de repetidor y, sobre todo, el de un verdadero ayo, encargado de la formación moral del niño.
Este preceptor se encargaba del niño desde el momento en que éste se levantaba, al alba, le ayudaba a vestirse en invierno y, luego de acompañarlo a saludar a sus padres, hacía junto con él el trayecto hasta la escuela. Su función al principio fue de gran modestia: llevaba el equipaje de su amo, le alumbraba el camino con su linterna e inclusive lo portaba si éste se sentía fatigado. Era necesario protegerlo de los peligros de la calle, al mismo tiempo que le inculcaba buenos modales y rectos principios morales. Su función se distinguía del maestro propiamente dicho, ya que si bien a menudo se transformaba en repetidor y ayudaba al niño en sus estudios, el maestro era el proveedor de la ciencia.
Llegamos aquí a la figura del tutor. Los hubo notables, de gran formación, que acompañaron desde niños a quienes estarían a cargo de altas funciones gubernamentales. Uno de estos tutores fue Séneca, responsable de la educación de Nerón desde la infancia. Había nacido en Córdoba, pero desde muy joven estudió la filosofía estoica en Roma; su pensamiento se basó en el estudio de la moral y se lo consideraba en su época, justamente desde su estoicismo, como un director de conciencia que llamaba al dominio de sí mismo.
Su prestigio hizo que la madre de Nerón insistiera que fuese el tutor de su hijo, cifrando en él esperanzas y ambiciones. La fidelidad a su discípulo fue total, al punto que éste, siendo ya emperador, le ordenó el suicidio culpándolo de complicidad en una conspiración.
Otro famoso tutor fue Marco Favio Quintiliano, nombrado preceptor-tutor de dos sobrinos del emperador Domiciano. Gran defensor de la escuela en general, ya sea pública o privada, frente a la escuela doméstica impartida exclusivamente por el preceptor. Pensaba que el trato con otros niños forjaba el carácter y atemperaba el egoísmo producido por la educación personalizada.
LA EDUCACIÓN EN LAS CULTURAS DEL NUEVO MUNDO
Respecto de otras culturas, no pretendemos extendernos en el análisis extensivo de cada una de las formas que adoptó la educación a través del tiempo y en las distintas regiones del mundo, pero consideramos justo señalar que no solamente en la Europa Clásica de griegos y romanos la educación fue de singular importancia para la transmisión de la cultura y de las tradiciones nacionales, sino que hubo altas civilizaciones que también se esforzaron en destacar su valor. Nos referimos a las civilizaciones orientales, y también, más cerca de nosotros, a las altas culturas mesoamericanas y andinas.
Aztecas, mayas e incas favorecieron desde el nacimiento de los niños una educación severa, de aguda distinción de sexos, el hombre nacía para la guerra y la mujer para el hogar. Esta educación estaba especialmente dirigida a la transmisión de los conocimientos. Al igual que en otros pueblos de la antigüedad, no se consideraba al niño de manera especial, sino como un adulto que aún no contaba ni con la fuerza ni con las habilidades o conocimientos necesarios para enfrentar la vida. De allí que los castigos y la rigurosa disciplina siempre estuvieron presentes como instrumentos claves para la educación de los párvulos.
Se aprendía haciendo y de esta manera el adiestramiento del niño quedaba absolutamente ligado al trabajo o a las actividades del adulto y, por otra parte, era con el ejemplo a imitar que se llevaba al conocimiento.
Entre los aztecas la educación fue obligatoria y responsabilidad del Estado, considerándose, por otra parte, la necesidad de una educación constante, vigente a lo largo de toda la vida y no estaba limitada a la permanencia en las escuelas.
Recordemos que ninguna de estas civilizaciones conoció la escritura. En sus escuelas se enseñaban los elementos de la moral y la religión, asimismo que las artes de la guerra.
Los incas supieron hacer de la educación un hábil elemento de penetración imperialista a través de la exigencia del aprendizaje de la lengua, la runa sini, es decir lengua del hombre. Su educación fue rígidamente organizada y estratificada, respondiendo al principio verticalista de organización política que tenía el mismo Estado. Había escuela para hijos de nobles en las cuales los jóvenes aprendían a mandar, ya que serían los futuros dirigentes. En ellas estudiaban religión, lengua, historia y también se interiorizaban en el conocimiento de las técnicas indispensables para la consolidación del imperio: estadística, hidráulica, artes bélicas, agrimensura, etc.
Los responsables de la educación de los nobles del Imperio Inca fueron los amautas, verdaderos sabios, filósofos y doctores que impartían, desde el yachayhuasi, una enseñanza, por supuesto, oral y memorista, y los haravicus que eran los poetas que enseñaban las ciencias. Las jóvenes de la nobleza también contaban con un establecimiento educativo: el acllahuasi, donde se formaban las mujeres que luego serían las sacerdotisas o vírgenes del sol. Para el resto de la población la enseñanza era predominantemente práctica, realizada a través de sus padres, aunque también percibimos la presencia de educadores que, sin cumplir el rol del preceptor de la antigüedad clásica, fueron los encargados de adiestrar y calificar en disciplinas relacionadas con los oficios. De allí los maestros de tejeduría, orfebrería, arquitectura, etc., que transmitían sus conocimientos dentro de un grupo de generación en generación, dedicados a la enseñanza y aprendizaje de tales artes.
Leemos en el capítulo XIX del libro IV de los Comentarios Reales de los Incas, del inca Garcilazo de la Vega, refiriéndose al inca Roca:
…estableció muchas leyes, entre las cuales dize por más principales las que siguen. Que los hijos de la gente común no aprendiessen las ciencias las cuales pertenecían solamente a los nobles, porque no se ensoberbeciesen… que les enseñasen los oficios de sus padres, que les bastavan… dize que fue el primero que puso escuelas en el Cuzco, para que los amautas enseñasen las ciencias… no por enseñanza de letras, que no la tuvieron, sino por la práctica y el uso cotidiano y por experiencia, para que supiesen los ritos, preceptos y ceremonias de su falsa religión y para que entendiesen la razón y fundamento de sus leyes y fueron y número dellos y su verdadera interpretación, para que alcanzassen el don de saber gobernar y se hiziessen más urbanos y fuesen de mayo industria para el arte militar; para conocer los tiempos y los años y saber por los ñudos las historias y dar cuenta dellas; para que supiesen hablar con ornamento y elegancia y supiesen criar a sus hijos, gobernar sus casas. Enseñánvanles, poesía, música, filosofía y astrología… a los maestros llamaban amautas, que es tanto filósofos como sabios, los cuales eran tenidos de suma veneración…
Más adelante, en tiempos del inca Pachacutec, se aumentó el número de preceptores y maestros con el objetivo de difundir e imponer la lengua quechua a todo el Imperio.
La conquista española y el consecuente avasallamiento de estas culturas hicieron que todos los esfuerzos por promocionar una educación homogénea, práctica, que les permitiera a todos los súbditos del imperio ser más urbanos y de ingenios más capaces, fuesen desconocidos y despreciados por los españoles quienes, en su ambicioso afán de enriquecerse, no vacilaron en aniquilar, en pocos años, siglos de esplendor.
…nueva palabra es esta que habláis, / por ella estamos perturbados, / por ella estamos molestos. / Por que nuestros padres, / los que han sido, los que han vivido sobre la tierra, / no solían hablar así…/ Y ahora, nosotros / ¿destruiremos nuestra antigua regla de vida? / No podemos estar tranquilos, / ¡Déjennos pues, ya morir, / déjennos desaparecer, puesto que nuestros dioses han muerto!
EL PRECEPTOR MEDIEVAL
La irrupción del Cristianismo en la historia de la humanidad y el desmoronamiento de las estructuras políticas hasta entonces vigentes provocaron cambios profundos que fueron acomodándose, desde un punto de vista cultural, paulatinamente en la idiosincrasia de la sociedad europea. A este largo período de transición y de adaptación se le denomina, injustamente, Edad Media, como si estuviese a mitad de camino entre el esplendor de la Antigüedad Clásica y el encandilamiento de los tiempos modernos. Durante el medioevo el arte fue exclusivamente religioso y, gracias al esfuerzo paciente y silencioso de los monjes, se pudieron conservar las obras de los grandes pensadores clásicos. Los libros eran raros tesoros que iban elaborándose, con una parsimonia demencial, en las bibliotecas de las abadías y conventos. Pocos sabían leer y escribir en estos severos tiempos de religión y temores, en que el ascetismo y el desprecio por la vida terrena llevaban al común de las personas a desinteresarse por el conocimiento intelectual.
Al principio de la Edad Media, la educación tendrá un pobre rol en los destinos de la sociedad europea. El bagaje transmitido será intelectual y mentalmente elemental… será la cultura de las citas, de los trozos escogidos, de los digestos…. Los maestros de la época eran compiladores y proporcionaron a los hombres de la Edad Media un saber en migajas.
La Iglesia ocupó un lugar central en la vida del hombre medieval siendo, además de depositaria del saber, centro hacia el cual estaban dirigidos todos los esfuerzos y la confianza. Era la jerarquía eclesiástica quien tomaba las decisiones más profundas, y los monarcas no hacían más que cumplir con esa voluntad. Las más bellas e imponentes catedrales de la historia fueron construidas en estos tiempos, para la gloria de Dios y para aseverar el ideal teocéntrico de la sociedad.
Por todo lo expresado, hasta nos parece una obviedad aclarar que las primeras escuelas tuvieron su origen a partir del siglo V, en los monasterios y catedrales; serán las llamadas escuelas monásticas y catedralicias, estas últimas desarrolladas posteriormente durante el siglo XI. Ambas estuvieron destinadas a la formación de los clérigos; su enseñanza estaba constituida por el trivium y el cuatrivium, es decir, por materias realistas y humanistas, y por la sacra página o Teología.
La sociedad estaba organizada en este período bajo un régimen feudal: el señor dueño del castillo lo era también de las tierras y, en cierto modo, también de sus ciervos o vasallos, ya que dependían de él para su alimentación, vivienda y protección. Con el paso del tiempo esta organización netamente agraria dio paso, impulsada por el crecimiento demográfico, a una forma de vida. Los campesinos comenzaron a emigrar y las ciudades crecieron vertiginosamente. Se produjo el fenómeno de la urbanización. A partir de allí –siglo XII– las escuelas urbanas tomaron la delantera sobre las escuelas monásticas. Se reclutaron maestros y alumnos, y los métodos y programas fueron cuidadosamente seleccionados: se avecinaban grandes cambios también en el pensamiento.
Sorpresivamente y gracias a la iniciativa del emperador Carlomagno, apareció un nuevo tipo de educación: el brindado por las escuelas palatinas. Fue este monarca quien, al percibir la deficiencia de la cultura eclesiástica, trató de subsanarla organizando en su propio palacio una escuela a la que asistirían su familia, miembros de la nobleza y el mismo emperador, que ya adulto y dueño de un enorme imperio aún era analfabeto. La obra emprendida por Carlomagno fue de una importancia insospechada en la época. Con ella comenzaba el proceso de consolidación y difusión de la educación pública. El estudio y la enseñanza se convirtieron en nuevos oficios y, paralelamente al surgimiento de los gremios, surgieron escuelas seglares donde se aprendían los oficios a cargo de un maestro. Éstas estaban ubicadas en los burgos o barrios, que habían crecido alrededor de las ciudades y cuyos habitantes, los burgueses, comenzaban a interesarse especialmente por el artesanado y el comercio. Las escuelas llamadas gremiales eran de carácter eminentemente profesional, aunque en ellas estaba incluida una buena parte de la educación general. El alumno comenzaba su educación como aprendiz, viviendo a menudo en la misma casa que su maestro, el cual debía rendir un examen de competencia y demostrar su maestría para abrir un taller. Una vez aprendido un oficio, el joven obrero pasaba al rango de oficial y comenzaba a ser asalariado.
Por otra parte, las ciudades también dieron impulso a otro tipo de escuelas, independientes de las exclusivamente religiosas; eran escuelas municipales, de carácter esencialmente práctico, cuyos rectores o directores eran nombrados por el alcalde de la ciudad, siendo aquellos los encargados de seleccionar los maestros; se disponía en algunas oportunidades que hubiera veedores para vigilar la enseñanza de estas escuelas y que sus maestros sufrieran un examen para poder ejercer la enseñanza.
EL PROFESOR, UNIVERSITAS MAGISTROTUN ESCHOLARIUM
La figura del profesor, tal como la concebimos en la actualidad, comienza a perfilarse a final de la Edad Media, cuando surgieron altos centros de estudio en las ciudades más importantes de Europa.
Los cambios en el pensamiento de los hombres de la Alta Edad Media trajeron nuevos aires de libertad, y eso acompañó la necesidad de abrir nuevos caminos al conocimiento. Así, las ciudades favorecieron el surgimiento de centros culturales donde se estudiaba y se otorgaban licencias o permisos para enseñar. De esta manera, durante los siglos XII y XIII surgieron las Universidades. En realidad eran corporaciones de maestros y alumnos agremiados para dedicarse al estudio. Generalmente, esta nueva institución contaba con el apoyo de la Iglesia y de los monarcas, quienes otorgaban privilegios a sus miembros y les permitían regirse según sus propios estatutos. Algunos surgieron teniendo como base escuelas preexistentes, mientras que otras fueron creadas por los pontífices o reyes. Los profesores y la amplia mayoría del alumnado vivían en edificios cercanos, sometidos a una rígida disciplina conventual, que fue poco a poco distendiéndose según los profesores laicos que fueron remplazando a los religiosos.
En las universidades la enseñanza se impartía en latín, mediante discursos que los alumnos debían memorizar. Además, se realizaban debates públicos y era frecuente ver a profesor y alumnos discutir en esta lengua por las calles. Cada universidad se organizaba en dos niveles y cuatro facultades; el primer nivel, de carácter preparatorio, duraba entre siete y nueve años, y abarcaba a todos los alumnos. Correspondía a este nivel la Facultad de Artes y los estudios que se cursaban comprendían las siete artes liberales –trivium y cuatrivium–. El nivel superior
, de investigación especializada, estaba organizado en tres facultades: las de Teología, Medicina y Derecho. Los títulos que se otorgaban eran los de bachiller, licenciado y doctor. Cada facultad estaba dirigida por un decano. Y el decano de la facultad de Artes era el rector de la universidad.
El más antiguo de estos centros de altos estudios fue la universidad de Salerno en Italia; se destacaban igualmente las de Oxford y Cambridge, en Inglaterra; las de Salamanca, Valencia y Lérida, en España; las de París, Montpellier y Toulouse, en Francia; y las de Modena, Bolonia, Siena, Roma y Piacenza, en Italia.
Entre los siglos XIII y XV, las universidades experimentaron una formidable expansión, tanto en número como en extensión geográfica. Durante este período surgieron cincuenta y seis nuevos centros universitarios y ya contaban con recursos para mantener a sus profesores y alumnos. Paulatinamente, las universidades se poblaron de hijos de burgueses, los cuales serán los protagonistas de la historia de las sociedades en los siglos que se sucedieron.
A un tiempo con esta realidad de franco crecimiento académico y de cultivo de las más altas facultades humanas, las espirituales e intelectuales, la sociedad presentaba sus matices, sus contradicciones, no en el sentido moral de la bondad o malicia de las acciones, sino en el orden de lo semejante y lo distinto. Es decir, muy distinta a esta cara de la sociedad caracterizada por el cultivo de las artes, llena de brillo intelectual y de esplendor, tanto de las universidades como de los grandes maestros, se presentaba la otra cara cruenta, sombría y gris. La realidad de la convivencia humana bajo los sistemas políticos monárquicos estuvo caracterizada por la correspondencia entre el crimen y el castigo, la falta y la pena. La crueldad con que se castigaba a los culpables de los delitos de diversa magnitud tenía un fin aleccionador a la vez que representaba la concepción del deber ser que debía regir la conducta de los individuos.
LA DISCIPLINA: EL NUEVO PARADIGMA DE LA ORTOPEDIA SOCIAL DEL SIGLO XVIII DESDE LA PERSPECTIVA DE MICHAEL FOUCAULT Y SU INFLUENCIA EN LAS IDEAS EDUCATIVAS DE LOS SIGLOS POSTERIORES
En nuestra época, el filósofo francés Michel Foucault realizó un gran aporte mediante el análisis de los modelos de poder, y cómo éste influye en las personas. Desde el punto de vista de la gente común, muchas construcciones históricas tienen la apariencia de lo natural. Ésta podría ser una de las hipótesis de Foucault que intenta deconstruir mediante un análisis histórico, genealógico, a través de lo que la gente consideraba verdades permanentes sobre la naturaleza humana y la sociedad.
Michel Foucault (1926-1984) nació en Poitiers, Francia, y estudió Filosofía y Psicología en la École Normale Supérieure de París. Se desempeñó como profesor en importantes centros universitarios de su país, y su fama y prestigio se extendieron a todo el mundo intelectual a través de sus escritos y conferencias. Las principales influencias filosóficas en el pensamiento de Foucault fueron los filósofos alemanes Friedrich Nietzsche y Martín Heidegger, a partir de los cuales Foucault tiene una mirada crítica acerca de lo que hasta el momento se conoció como la tradición de occidente metafísico.
En su libro, Vigilar y castigar (1975), correspondiente a su último período de escritura, Foucault se retrotrae poco más de dos siglos y reflexiona sobre los brutales y sanguinarios castigos con que se infringía a los criminales hasta el siglo XVIII, y su supuesta relación de superación y humanización mediante la vida en prisión. Allí describe cómo la sociedad aboga por el orden social mediante el control de los individuos y el adiestramiento de sus cuerpos mediante rutinas de entrenamiento elemental que permiten disciplinarlos y transformarlos prácticamente en autómatas. Un fenómeno nuevo se avizoraba, la posibilidad de pensar que la rigurosa disciplina podía remplazar semejantes castigos. De este modo, la disciplina se cierne en torno de la sociedad como una nueva mirada a ésta y se presenta como la principal estrategia para una nueva anatomía política.
Así, pues, Foucault, con el estilo vehemente de sus estudios y con gran contundencia en sus argumentos, contribuyó con nuevas ideas que hicieron frente a las convicciones del sentido común acerca de la cárcel, la policía, la seguridad, el cuidado de los enfermos mentales, etc., y que nosotros hemos recogido en el próximo apartado para nuestra propia reflexión acerca de la escuela, razón por la cual hemos alertado al lector sobre este particular punto de vista del francés.
1.- Luego de haber leído el material de la semana: ¿Qué contenidos te han parecido más relevantes? ¿Cuál sería tu visión sobre lo planteado en dichos materiales, en referencia al trabajo como Preceptor?
2.- Todos tenemos el recuerdo de nuestro secundario y de algún Preceptor. ¿Podrías relatar algún evento, anécdota o situación, donde un Preceptor haya sido importante para vos, te haya dado algún ejemplo o enseñanza? ¿Harías lo mismo que él? ¿Desearías ser como el o ella?
La mirada radical y crítica de Michel Foucault atribuye al poder y a su apéndice necesario, la vigilancia, una compleja capacidad autofundante.
El dominio de la autoridad se adecua a nuevas circunstancias y se instala en otros ámbitos adoptando inéditas configuraciones. El poder está en todas partes y se ejerce por diversos canales discursivos como ideologías y lenguajes institucionalizados.
La pedagogía, como discurso singular, genera sus propias ideas y emplea una terminología específica. Cuenta con el respaldo de instituciones como escuelas, colegios y centros de capacitación. Aquí, el poder usa este discurso para definir la visión peyorativa y condenatoria que la sociedad tiene del analfabeto, lego o inculto. Su contraparte, el acreditado o titulado académicamente, es aprobado socialmente como aquel que resultó óptimo por ser dócil a la acción pedagógica, artilugio repensado por la modernidad. La educación, entonces, tiene por objeto el encauzamiento de la conducta.
El subsistema educativo es, en cuanto conjunto de instituciones abocadas a la tarea educativa, un elemento más de los que conforman el sistema de control social, constituido por la totalidad de medidas para prevenir, evitar o castigar las conductas desviadas.
En su modernización, la escuela del siglo XIX, adoptó el formato de organización rígidamente burocratizada. El control social que ejercen los actores escolares se profesionaliza. Estos nuevos expertos y especialistas dependen ahora del Estado en su financiación y regulación interna. La administración central empieza a jugar un papel cada vez más importante en la institucionalización del proceso de enseñanza.
La vigilancia de la sociedad actual respecto del obrar de sus miembros se torna más racional, es decir, más eficiente y burocrática. Su finalidad es la homogeneización en pos del funcionamiento y la estabilidad social, estableciendo un ideal de comportamiento y logrando la conformidad de los individuos con lo que el colectivo ha establecido como norma válida o como conducta lícita. El producto esperado:
... es el sujeto obediente, el individuo sometido a hábitos, a reglas, a órdenes, a una autoridad que se ejerce continuamente en torno suyo y sobre él, y que debe dejar funcionar automáticamente en él”
El castigo y la corrección son los procesos que se desarrollan entre el alumno y aquellos que lo vigilan. El objetivo es imponer una transformación del individuo entero, de su cuerpo y de sus hábitos por el trabajo repetitivo y cotidiano al que está obligado; de su espíritu y de su voluntad, por los cuidados espirituales de que es objeto a través de su adoctrinamiento moral.
Esos centros educativos ya no son aquellas escuelas de aula y personal único en las que un solo profesor impartía sus clases a alumnos de distintas edades y con sus particulares necesidades. Las noveles unidades educacionales son verdaderas fábricas pedagógicas.
La escuela, como aparato administrativo, es una maquinaria diseñada para modificar los espíritus. Los alumnos deben conducirse según un reglamento. A la vez, alguien fortalece en él sus obligaciones morales, lo anima a cumplir con su deber, a conducirse decentemente de la manera correcta y de la forma prescripta.
El control y la transformación del comportamiento van acompañados de la formación de un saber de los individuos: informes, boletines, libretas y cuadernos de comunicados diarios, bimestrales, cuatrimestrales, semestrales o anuales dan cuenta del rendimiento académico, asistencia, comportamiento, entre otros aspectos.
El cuerpo y el alma, como principios de los comportamientos, son los puntos sobre los que se ejerce presión por esquemas de coacción repetidos regular y obligatoriamente, y por la imposición de representaciones de sus cualificaciones. Las instituciones educativas son un aparato de saber, un observatorio permanente que categoriza a sus miembros.
El ciudadano es algo que se fabrica escolarmente, de una pasta informe, de un cuerpo inepto, se ha hecho la máquina que se necesitaba se han corregido las posturas en el automatismo de los hábitos, se ha expulsado al campesino y se le ha dado el aire de ciudadano modelo. Es la disciplina la que fabrica estos cuerpos sometidos y ejercitados, es decir, cuerpos dóciles a la orden.
Los procedimientos y técnicas disciplinarios que existían desde largo tiempo atrás en conventos, ejércitos y talleres, actúan ahora en escuelas y colegios. Llegan a ser fórmulas generales de dominación que tienen por función garantizar aumentos de utilidad.
Se ordenan los espacios y los tiempos se ajustan a tal efecto. La clase se torna homogénea, compuesta de elementos individuales que vienen a disponerse los unos al lado de los otros bajo la mirada del maestro. Las unidades educativas tienen la particularidad de su rigidez y uniformidad excesivas. Insensibles por las idiosincrasias singulares de sus estudiantes, se muestran inflexibles frente a los casos particulares y dejan escaso margen a la iniciativa individual.
El espacio escolar funciona como una máquina de aprender, pero también de vigilar, de jerarquizar, de recompensar.
Cada uno de los alumnos tendrá su lugar determinado y ninguno abandonará ni cambiará el suyo sino por orden y con el consentimiento del inspector de las escuelas.
Se organiza una nueva economía del tiempo de aprendizaje. La vieja herencia de las comunidades monásticas impone en los colegios: ritmos, ocupaciones determinadas, obligatorias y ciclos de repetición regulares. En la práctica pedagógica se impone el tiempo disciplinario:
…especializando el tiempo de formación y separándolo del tiempo adulto, del tiempo del oficio adquirido, disponiendo diferentes estadios separados los unos de los otros por pruebas graduales.
Amanece la idea de un programa escolar que implique la ejercitación de complejidad creciente de año a año, de mes a mes hasta el término del proceso educativo. También esto parece surgido de un grupo religioso, los Hermanos de la Vida Común.
Insiste Foucault denunciando este precepto elemental: el cuerpo disciplinado trae el accionar eficaz. La escuela se convierte en el aparato de enseñar, y la escolaridad cumplimenta la función de ortopedia social. La disciplina es el arte de distribuir cuerpos, de extraer de ellos y de acumular tiempo para componer las fuerzas de un aparato efectivo. La exigencia a la que debe responder es la construcción de una máquina que llevará al máximo rendimiento por la articulación concertada de las piezas que la componen. El efecto y objeto de la disciplina es el orden para la eficiencia, para el progreso de las sociedades.
El individuo es un cuerpo, una pieza sustituible de una máquina multisegmentaria y de la cual se espera un provecho óptimo. La persona es un elemento que se coloca, se mueve y se articula en relación con los otros; el hombre es una fuerza al servicio de un aparato eficaz orquestado por un sistema preciso de mando.
En resumen, la disciplina fabrica, a partir de los cuerpos que controla, una individualidad dotada de las características necesarias para cumplir la función que le corresponde en el colectivo social.
La educación de los escolares debe hacerse con pocas palabras, ninguna explicación, en un silencio que será interrumpido sólo por señales: campanas, silbatos, palmadas, gestos, una simple mirada del maestro, una señal que llevará en su brevedad maquinal todas las obedientes miradas hacia el maestro.
Un buen escolar, siempre que oiga el ruido de la señal imaginará estar oyendo la voz del maestro o más bien la voz del propio Dios que lo llama por su nombre. Compartirá entonces los sentimientos del joven Samuel, diciendo con éste desde el fondo de su alma: ¨Señor, heme aquí ¨. El alumno deberá haber aprendido el código de las señales y responder automáticamente a cada una de ellas.
La recta disciplina es el arte del buen encauzamiento de la conducta. La disciplina fabrica individuos. El éxito del empleo del poder disciplinario descansa en el uso de instrumentos simples: la vigilancia jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en un procedimiento específico propio: el examen.
Analicemos el valor de la primera en relación con el tema de nuestro interés. La escuela es el observatorio de la multiplicidad humana. El juego de la mirada que vigila se impone desde su misma arquitectura que permite el control hacia el interior. La construcción escolar no es la de un palacio ni la de una fortaleza, imita más bien las instalaciones de una cárcel y su panóptico. Es el edificio que opera para la transformación de los individuos, para el encauzamiento de su conducta que es vigilada constantemente.
La organización escolar completa el ejercicio de vigilancia con la especificación de la tarea pedagógica. Se instalan entonces controles para ayudar al maestro:
[Se] elige entre los mejores alumnos a una serie de ¨oficiales¨, intendentes, observadores, instructores, repetidores, recitadores de oraciones, oficiales de escritura, habilitados de tinta, cuestores de pobres y visitadores.
Algunos cumplen funciones de orden material: distribuir la tinta y el papel, dar el sobrante de material a los pobres, leer textos espirituales los días de fiesta, etc. Otros cumplen tareas de vigilancia:
... los ¨observadores¨ deben tener en cuenta quién ha abandonado su banco, quién charla, quién no tiene rosario ni libro de las horas, quién se comporta mal en misa, quién comete un acto de inmodestia, charla o griterío en la calle¨; los ¨admonitores¨ se encargan de ¨llevar la cuenta de los que hablan o estudian sus lecciones emitiendo un zumbido, de los que no escriben o juguetean¨, los ¨visitantes¨ investigan, en las familias, sobre los alumnos que no han asistido algún día a clase o que han cometido faltas graves. En cuanto a los ¨intendentes¨, vigilan a los demás oficiales. Tan sólo los ¨repetidores¨ desempeñan un papel pedagógico: hacen leer a los alumnos de dos en dos en voz baja.
Creemos patentizar, en este punto, los albores de la figura del celador y luego la del preceptor. La vigilancia escolarizada, en un sistema de relaciones que disciplinariamente encauza la conducta bajo la amenaza del castigo y la sanción. Reina un verdadero universo de penalidades que transversalizan el ambiente escolar: por el tiempo (retrasos, ausencias, interrupciones), por la actividad (falta de atención, descuido, falta de celo), por la manera de ser (descortesía, desobediencia), por la palabra (charla, insolencia), por el cuerpo (actitudes y posturas incorrectas, gestos impertinentes, suciedad), por la sexualidad (falta de recato, indecencia). Este universo sin desviaciones reclamará cada vez con más fuerza la figura necesaria y específica del que hace cumplir los preceptos que lo regulan.
ANTECEDENTES MÁS PRÓXIMOS DEL ROL DEL PRECEPTOR ACTUAL.
La educación, en efecto, no es algo aislado, abstracto, sino que está relacionada estrechamente con la sociedad y la cultura de cada época. Estos producen ideales, y tipos humanos que la educación trata de realizar.
Hasta aquí, no hemos encontrado el perfil del preceptor que se asemeje lo suficiente al que actualmente tiene. Lo que sí queda claro es que su rol fue cambiando y estaba ligado esencialmente al contexto educacional que se configuró en cada época histórica.
Un nuevo contexto se produjo en la Europa medieval a causa de la crisis del sistema político feudal; este sistema estaba atravesado por una concepción teocrática que por largo tiempo fue sostenida desde la Iglesia Católica y avalada por las monarquías. El debilitamiento tanto de las monarquías como del poder de la Iglesia, a causa de las nuevas ideas filosóficas que promulgaban la autonomía de la razón y la libertad del hombre, fue el ámbito propicio para que se fueran gestando los ideales que luego dieron origen a los sistemas republicanos de gobierno, como es el caso de Francia a fines del siglo XVIII y principios del XIX. Al respecto citamos un fragmento de la obra de Durkheim que indica la problemática de la época, reflejada en la educación:
Si he elegido como tema de este curso el problema de la educación moral, no es solamente por razón de la importancia primaria que siempre le han reconocido los pedagogos, sino porque hoy se nos plantean en condiciones de urgencia. En efecto, en esta parte de nuestro sistema pedagógico tradicional es donde la crisis de la que he hablado ha alcanzado su máxima agudeza [...] porque todo lo que pueda producir como efecto una disminución de la eficacia de la educación moral, todo lo que hace correr el riesgo de incertidumbre a la acción, amenaza a la moralidad pública en su misma fuente.
La crisis que vivía Europa en el siglo XIX determinó que se gestara un replanteo de la propuesta pedagógica con carácter de urgencia, debido a que sus redes sociales estaban destruidas y había un sentimiento generalizado de desafiliación social. Se pensó entonces, que desde la organización del sistema educativo se podría reconstruir el orden social.
El hecho de fijar la atención en la educación no se debió sólo a la inmediatez con que podrían emprenderse las acciones sino también porque sabían que en Prusia la educación había tenido influencia positiva y ayudaría a tomar conciencia del nuevo régimen, por lo que la educación adquirió una función legitimadora que podía imponer el sentido de filiación. De esta manera, se buscó la unidad moral a través de un orden normativo que unifique la sociedad y que ésta la acepte, hecho que permitió sostener el régimen republicano.
En este contexto tienen lugar las prescripciones educativas de Durkheim:
Que la disciplina moral sirve, no solamente a la vida moral propiamente dicha sino que su acción se extiende mas allá. Resulta, en efecto, de cuanto hemos dicho, que la disciplina desempeña un papel considerable en la formación del carácter y de la personalidad en general, puesto que lo más esencial en el carácter es la aptitud para poderse dominar, es la facultad de inhibición, que permite detener nuestras pasiones, nuestros deseos, nuestros hábitos y someterlos a la ley.
En la escuela se encontró la factibilidad de generar la internalización de hábitos, el valor y respeto a las normas a través de la autoridad implícita en ellas, y se rescató el papel fundamental que la disciplina ejerce sobre las limitaciones en el accionar del individuo. Con todo ello se contribuye, desde el sistema educativo, a la formación de la personalidad de quienes integran la sociedad.
El estilo educativo surgido de este replanteo pedagógico trae aparejado una educación que favorece, junto con la socialización y la diferenciación, una estratificación que se reproduce y legitima en el resto de la sociedad.
La Revolución Francesa fue el punto de partida de un nuevo orden político que durante más de medio siglo se fue plasmando a través de reiterados esfuerzos por abandonar el antiguo régimen e instaurar definitivamente el republicano.
Lo relevante del caso es que el Estado francés, recurrió a la educación como uno de los medios más eficaces para restablecer el orden social a través de la educación moral y la consolidación de la conciencia nacional. Esta estrategia, original para la época, se caracterizó por la expansión y la homogeneización de la educación, basada en la obligatoriedad, laicidad y gratuidad.
Rápidamente se expandieron y consolidaron en Europa y Estados Unidos, los sistemas educativos nacionales, sobre la base de una fuerte organización escolar. Las ideas sociológicas de la época estaban impregnadas del paradigma funcionalista
Según el cual la sociedad es un sistema complejo cuyas partes encajan entre sí, produciendo el equilibrio y la estabilidad social. Para el funcionalismo nuestras vidas están orientadas según la dirección que marcan ciertas estructuras sociales. Entendiéndose por ello pautas relativamente estables de relaciones sociales.
El pensamiento de Auguste Comte (1798-1857), contribuyó a la conformación de este paradigma, ya que frente a los grandes cambios sociales estaba preocupado por encontrar mecanismos de integración social. Otro aporte significativo lo da el pensador británico Herbert Spencer (1820-1903):
Spencer era un estudioso del cuerpo humano y de la sociedad, y mantenía que había fuertes paralelismos entre el uno y la otra. Las partes del cuerpo humano, el esqueleto, los músculos y los órganos internos son interdependientes unos de otros. De la misma manera pensaba que las estructuras sociales son también interdependientes, lo que garantiza el funcionamiento de la sociedad.
Asimismo, dentro de la tradición funcionalista el sociólogo norteamericano Robert Merton (1910-1968) reformuló el concepto de función social, por eso habló de disfunciones sociales:
….esto es, de las consecuencias negativas [para el equilibrio o para la marcha de la sociedad en su conjunto], que se siguen del funcionamiento de tal o cual estructura o pauta social.
En este sentido, parafraseando a Merton, ya nos hemos referido a las consecuencias negativas para el equilibrio o para la marcha de la sociedad que produjo la crisis social, económica y política en Europa. En efecto, desde esta concepción funcionalista, al igual que con el cuerpo humano cuando se produce una disfunción o un desequilibrio orgánico, invariablemente otro órgano se ocupa de restablecer el equilibrio. Los sistemas educativos, conformados por escuelas en tanto unidades funcionales, fueron responsables de restablecer ese equilibrio.
EL PRECEPTOR EN EL CONTEXTO DE LA PEDAGOGÍA POSITIVISTA
Si tuviésemos que caracterizar el ideario educativo positivista del siglo XIX, sin duda tendríamos que hablar de orden y disciplina. El orden social, condición necesaria para el progreso social y económico, parte del supuesto que la sociedad es un sistema, es decir, [de] la existencia de un ´todo´ que tiene prioridad analítica sobre sus partes. Este sistema es concebido en clara analogía con los cuerpos orgánicos que son objeto de la biología, por lo que no es incorrecto decir que se trata de un sistema orgánico aunque, según Comte, no reducible a las leyes biológicas. Así, pues, el todo está constituido por los diversos órganos, y cada uno de ellos cumple una función específica para mantener la unidad, el equilibrio y el funcionamiento del sistema social.
A su vez este sistema, visto desde una perspectiva descendente, tiene subsistemas entre los que destacamos el sistema educativo, constituido, como ya dijimos, por escuelas en tanto unidades funcionales. Visto desde otra perspectiva ascendente, si decidimos entrar en el aula, ésta es considerada como un subsistema de relaciones sociales dentro de un subsistema educativo que a su vez se ordena a un sistema macro orgánico integrado y equilibrado que es la sociedad. En efecto, el orden que se produce en el aula y en la escuela en general, como consecuencia de la disciplina, se reproduce en la sociedad toda y viceversa.
Retomando los principios de la sociología de la educación durkheimiana, la escuela será responsable de transmitir los valores de la cultura común y las normas que moldean la personalidad del individuo, necesarias para el desarrollo de los roles sociales como adulto.
Entre los valores de la cultura común y las normas que moldean la personalidad del individuo se destaca la disciplina, entendida como el conjunto de actos repetidos en condiciones determinadas bajo una autoridad y que tiene por objetivo regularizar la conducta.
En este sentido, completando lo que ya dijimos, el ámbito propio de la internalización de la disciplina es la educación, donde cobran sentido el rol del maestro y las etapas evolutivas del desarrollo de los alumnos en la formación de su conducta social.
Estas ideas pedagógicas fueron una nota distintiva de la educación en la sociedad industrializada europea. Y en Inglaterra en una búsqueda del mismo fin, a principios del siglo XIX, se da una originalidad que constituye el antecedente más próximo del perfil del preceptor que tenemos en la actualidad. Allí, el rol del maestro o profesor, quien se encargaba del dictado de las clases, sigue siendo de gran importancia. No obstante, vemos nacer otra figura significativa: la del preceptor.
Los británicos desregularon su sistema de enseñanza y dejaron el cuidado de los alumnos menores a los alumnos mayores. […] A pesar de que eran simples alumnos de cursos más altos que los que tenían que cuidar, los directores observaron que por el solo hecho de ser estudiantes con poder hacían respetar con más dureza las órdenes que se impartían desde más arriba.
¿De dónde procede esta idea de organización escolar? ¿Qué fenómenos sociales demandaron esta respuesta? ¿Qué situaciones semejantes es posible identificar? Por esta época, el conocimiento organizativo desarrollado hasta el momento en la educación resultó insuficiente para responder a los requerimientos de la coyuntura histórica, dada por la expansión de los sistemas educativos nacionales. A estas nuevas ideas pedagógicas le resultó exigua la estructura organizativa de la educación. Se registraron en el escenario escolar fenómenos tales como obligatoriedad, masividad y gradualidad, que sólo se habían observado en instituciones tales como el ejército y los conventos. De allí que el modelo organizativo escolar se haya asemejado en principio, a la estructura vertical y jerárquica de dichas instituciones.
Segunda mitad del siglo XVIII: El soldado se ha convertido en algo que se fabrica; de una pasta informe, de un cuerpo inepto, se ha hecho la máquina que se necesitaba; […] una coacción calculada recorre cada parte del cuerpo, lo domina, pliega el conjunto, lo vuelve perpetuamente disponible y se prolonga en silencio, en el automatismo de los hábitos.
El mérito que se le atribuye a estos sistemas organizativos es que limitaba la conducta de los individuos y la subordinaba a la autoridad mediante una coerción constante, reflejada en la docilidad de las conductas.
La invención de esta nueva anatomía política no se debe entender como un repentino descubrimiento, sino como una multiplicidad de procesos con frecuencia menores, de origen diferente, de localización diseminada, que coinciden, se repiten, o se imitan, se apoyan unos sobre otros, se distinguen según su dominio de aplicación, entran en convergencia y dibujan poco a poco el diseño de un método general.
Este método que se va construyendo progresivamente sobre la marcha de los acontecimientos se lo ve actuando en los colegios, las escuelas elementales, los hospitales, la milicia, las escuelas técnicas, los liceos y talleres. La aceptación incuestionable de la autoridad era la base del cumplimiento de la disciplina. En cada una de estas instituciones la autoridad se escalonaba en un orden jerárquico vertical por medio de la delegación de autoridad, en la que cada integrante reconocía el lugar que le correspondía en relación a quién debía obedecer. En el ejército, el soldado respondía al cabo y éste sucesivamente a la cadena ascendente de autoridad; el lego estaba por debajo del sacerdote y ambos estaban debajo del superior del convento; en los hospitales o asilos, los alienados respondían al celador y éste al director; en las cárceles los reclusos respondían al guardiacárcel y éste al director del presidio; en la escuela elemental el alumno dependía del maestro y éste a su vez del director; finalmente en los colegios, escuelas técnicas y liceos, el alumno dependía del celador, luego del maestro o profesor y éstos del director.
Como si fueran tradiciones que hubiera que mantener siempre vivas. La disciplina es como la navidad, una ceremonia que no muere. Con esta expresión el autor viene a completar el panorama y pone de relieve la importancia que tiene la disciplina en dichas instituciones. Y en cada caso, siempre hay una figura, más o menos definida, encargada del cumplimiento de las pautas de comportamiento exigidas por la naturaleza de cada institución y que, a la vez, guardan entre sí, alguna semejanza. En el caso de los hospitales psiquiátricos, cárceles y escuelas, está presente la figura del que vigila y castiga, ubicada en una posición estratégica en permanente contacto con las personas a su cargo. En la escuela, como ya dijimos, los celadores primero eran los alumnos de cursos superiores; luego, una vez egresados, algunos de ellos continuaban en sus funciones y de esta manera con el paso del tiempo se arraigó su rol.
En nuestro país se dio un fenómeno particular respecto de quienes ocuparon estos lugares en los hospitales psiquiátricos y cárceles. Se trató en su mayoría de trabajadores no calificados, generalmente inmigrantes, españoles o italianos, procedentes de la ciudad de Buenos Aires que, ante la falta de empleo acudieron sin reservas a cubrir esa función. En el ámbito educativo, se dio un fenómeno semejante al que hemos descrito en al párrafo anterior.
En síntesis, hemos encontrado el antecedente del preceptor actual y su perfil queda delineado: a) en función del lugar que ocupa en la institución educativa, una posición estratégica en permanente contacto con los alumnos y en relación subalterna con el director o el vice director; b) por su función, de velar por el cumplimiento de las normas disciplinarias; y c) por el hecho de que para desarrollar su función no se exigía ninguna formación específica más que la enseñanza media. Respecto de este último punto, sólo era necesario que el preceptor, durante este período de formación, hubiera internalizado los valores y las normas institucionalmente legitimadas para luego reproducirlas con los alumnos a su cuidado.
Esto se ve reflejado en la legislación, más específicamente, en el Reglamento General de Escuelas de Enseñanza Media y Especial, del año 1963. En el próximo capítulo ahondaremos sobre las posibilidades y límites que brinda la legislación, en relación con el contexto actual en que deben desempeñarse los preceptores.