El preceptor y las normas
La historia de la educación secundaria en nuestro país, reconoce entre uno de sus actores institucionales al preceptor, anteriormente también denominado celador.
La función que la escuela tradicional reservó al preceptor, ha sido la de velar por el cumplimiento de las normas de disciplina y, ante la posible transgresión a las mismas, administrar la aplicación de sanciones, generalmente según requerimientos del personal directivo y docente de las instituciones educativas.
Así, durante la segunda mitad del Siglo XIX con los inicios de la enseñanza media en la Argentina y durante buena parte del XX, los reglamentos disciplinarios de las escuelas contenían una normativa que se integraba en un diseño de política educativa orientado fundamentalmente hacia la construcción de la Nación. La consolidación de la nacionalidad era el principal objetivo de la educación ante la llegada de grandes contingentes de inmigrantes procedentes de diferentes regiones de Europa, que arribaban a nuestras tierras hablando diferentes idiomas y siendo portadores de modelos culturales distintos. A ellos se sumaban las poblaciones autóctonas, lo que constituía todo un desafío para la convivencia y las normas que la regularan.
En el contexto descripto la necesidad de contar con reglas disciplinarias que garantizaran la efectividad del proceso educativo se convirtió en factor esencial para la escuela junto con la enseñanza del idioma y la difusión del conocimiento.
Las normas en la escuela
Las normas son fundamentalmente reglas prescriptas tendientes a garantizar estándares de disciplina aceptables que permitan a la escuela cumplir con los objetivos fundamentales de enseñar, aprender y formar al ciudadano. La normativa debe constar por escrito. Regularizar la conducta -someterla a reglas– es una función clave de la escuela que debe potenciar el comportamiento individual para la posterior inserción de las personas en la sociedad.
La idea de regla, de regulación, nos remite asimismo al concepto de autoridad de aplicación de la misma y a la necesidad de la conformación de un espíritu de disciplina capaz de lograr que cada alumno/a se sienta capaz de ejercer sus derechos en la escuela y cumplir con los deberes que las normas escolares le exigen.
De esta manera, puede decirse que el cumplimiento de la normativa hace posible el ejercicio de la libertad de los individuos ya que si bien por un lado las reglamentaciones ponen límite a las conductas, por el otro permiten a esas mismas personas el libre ejercicio de sus derechos en la convivencia con sus semejantes.
La disciplina debe sustentarse entonces en un sistema de reglas que forman parte del proceso de construcción de la moral de las personas. Una moral que no puede aislarse de los contextos sociales y culturales y de las necesidades de una historia que interpela constantemente a nuestras sociedades con permanentes desafíos que nos ponen, no pocas veces, en condición de tener que trabajar en climas de inestabilidad institucional y de incertidumbre en general.
El vínculo entre el preceptor y las normas
La relación entre los preceptores y las normas aparecía en los comienzos de la educación media como el producto natural de un mandato y una transmisión generacional. Cualquiera que ingresara al cargo de preceptor era consciente del rol a desempeñar, que lo ponía en estrecha relación con el conocimiento, administración y aplicación de normas que ya conocía, aunque desde su lugar de alumno.
A pesar de ello, las características del funcionamiento de los preceptores fueron variando, determinadas también por el devenir de la historia.
Durante buena cantidad de años, en nuestro país no estuvieron vigentes las instituciones democráticas, lo cual favoreció la existencia de vínculos y modelos sustentados en criterios autoritarios de los que la sociedad y en particular la escuela no pudieron sustraerse.
Con el advenimiento y afianzamiento de la democracia, aparecieron como era lógico y deseable suponer, modificaciones notables en la relación entre adultos y adolescentes, flexibilizándose el vínculo y sincerándose considerablemente las posibilidades de comunicación entre ambos. Sin embargo, el impacto que dicho cambio tuvo en los cuerpos normativos de las escuelas produjo cierta desorientación en lo que al objeto de la normativa y los reglamentos escolares se refiere.
De allí que la función de la escuela secundaria y del preceptor en particular se encontraron ante la necesidad de cambiar los modelos de trabajo vigentes. Asimismo, la normativa disciplinaria experimentó cambios que la misma dinámica social en el marco de la cultura democrática que se consolidaba, le proponía.
La construcción de las normas en una sociedad democrática
Administrar la aplicación de los reglamentos escolares en sociedades democráticas constituye todo un desafío a llevar a cabo ya que se trata de cambiar modelos, hábitos y perfiles laborales fuertemente afianzados en la cultura institucional y en las personas.
Puede decirse que lo que se inició fue un proceso de cambio al que todavía asistimos en el intento de mejorar las condiciones de convivencia en la escuela.
Democratizar la educación no es ni tener la pretensión de que los alumnos/as reciten de memoria la Constitución Nacional ni dejar que jóvenes y adultos hagan lo que quieran en la escuela en nombre de la democracia. Tampoco pasa por ignorar la necesaria asimetría que la relación adulto-adolescente contiene. Mucho menos por desconocer la necesidad de que existan normas claras para la convivencia escolar y los correspondientes niveles de autoridad para su administración y aplicación.
Responder a la pregunta sobre la medida en que la escuela debe ser democrática y presentarse a sí misma como testimonio institucional de lo que es la democracia, es sin duda un hecho complejo.
En el nuevo contexto democrático, el cambio que la relación entre preceptores y normas experimentó pasó por una flexibilización de la rigurosidad en materia de aplicación, y cierta confusión y multiplicación de roles frente a mensajes no del todo claros que las diferentes administraciones educativas a través de los años, transmitían a las escuelas.
De una u otra manera siempre deben existir normas que regulen la vida de las instituciones ya que la democracia también necesita de ellas para evitar el avasallamiento de los derechos de las personas por las personas mismas. Solo que en democracia, la sociedad juega un papel activo. Las personas son partícipes y artífices de su propio destino.
La construcción de las normas en las escuelas de la democracia pasa en primer término por que exista un reconocimiento explícito de los actores institucionales a la necesidad de la existencia de reglas que organicen la convivencia escolar y que garanticen el normal desarrollo de los procesos de enseñar y aprender conocimientos y valores, en el marco del pluralismo y la diversidad cultural existente.
Incorporar la gestión del pluralismo en el seno de la democracia dista mucho de ser una rutina. Por el contrario, es una necesidad para la que la institución escolar en su conjunto debe prepararse. Los ciudadanos de una sociedad democrática están unidos por un contrato que liga el principio de libertad (que da a cada uno igual derecho a las libertades básicas) con el principio de diferencia que justifica las desigualdades beneficiosas para todos y no lesivas de la igualdad de oportunidades.
Podrá entonces el preceptor trabajar conjuntamente con el resto de quienes hacen a la escuela misma para favorecer y establecer consensos por acuerdo. Gestionar y trabajar en un contexto heterogéneo es el reto al que todos quedamos convocados.
A continuación se ofrecen algunas actividades a modo de sugerencias para reflexionar acerca del rol de las normas.
Actividad 1
Caso: Leer la normativa vigente (página 12)
Objetivos
Reflexionar sobre el conocimiento, administración y aplicación de las normas en las instituciones educativas.
Intercambiar ideas acerca de la distribución de los roles y su vinculación con la normativa escolar vigente.
Descripción de la actividad
Reunidos en grupos:
Reconstruir la historia relatada y luego intercambiar opiniones acerca de la misma.
Confeccionar un listado de hechos que les parezcan relevantes.
Formular los posibles conflictos que plantea el caso.
Identificar posibles factores que ocasionan dichos conflictos.
Pensar estrategias de trabajo para resolver los problemas planteados.
Actividad 2
La convivencia en mi escuela
Objetivos
Identificar posibles dificultades asociadas con la convivencia escolar que se manifiesten en las escuelas.
Analizar las situaciones problemáticas planteadas.
Aportar un marco conceptual que permita resignificar los problemas detectados.
Descripción de la actividad
Responder el cuestionario en forma individual. Luego de un intercambio en pequeños grupos, realizar una puesta en común en grupo amplio.
En su escuela,
¿advierte ud. problemas de convivencia y disciplina?
¿cuáles serían?
Según su entender, ¿qué motivos, condiciones institucionales o actitudes personales obraría como desencadenantes de los mismos?
¿Cómo es la forma habitual de resolver los problemas de disciplina en su escuela?
¿Considera ud. que la normativa institucional es la adecuada para la resolución de los conflictos que pudieran suscitarse? Si no fuera así, ¿podría proponer otra?
Las decisiones que se toman, ¿se aplican en el corto, mediano o largo plazo?
¿Qué espacios existen en la escuela y cuánto tiempo se dedica al abordaje de los temas como adolescencia, disciplina, marginalidad, diversidad cultural, violencia, límites, autoridad, familia, vínculos?
¿Qué técnicas, apoyos o recursos se necesitan para su tratamiento y resolución?
¿Se lleva a cabo algún tipo de trabajo preventivo para evitar los problemas disciplinarios? De ser así, menciónelos si lo desea.
LECTURA
La normativa vigente (Un cuento escolar)
En una escuela polimodal situada en alguna ciudad de nuestro país, los días parecían no pasar nunca. Los hechos de indisciplina en el tercer año se sucedían uno tras otro sin que nadie acertara con una solución. Incluso el Director había solicitado a sus superiores la intervención de equipos de orientación escolar para ver si de ese modo encontraban la manera de mejorar el clima reinante.
Ni hablar de las posibilidades que, en ese contexto de permanentes turbulencias, tenían los docentes de enseñar y los alumnos/as de aprender.
En la primera reunión que un miembro de los equipos tuvo con el personal de la escuela, la Dirección manifestó que era evidente el incumplimiento de las normas disciplinarias por parte de los alumnos e inclusive por algunos docentes.
-Aquí, todos se hacen los distraídos, parece que no tuviéramos normas -dijo.
-Normas hay, pero no se cumplen -acotó el Jefe de Preceptores- y la cuestión es ¿por qué nos está pasando esto?
-A mí me parece que no las hacemos cumplir porque no nos animamos a hacerlo, dijo una docente.
-Sin embargo yo creo que no las conocemos bien, que no sabemos cómo aplicarlas, me arriesgaría a decir que ni siquiera las comprendemos bien -dijo otro docente.
-Sea como fuere esto no puede seguir así, o nos ponemos de acuerdo en el conocimiento de las normas, en su utilidad y las ponemos en funcionamiento -agregó un preceptor ante la sorprendida mirada de todos- o esto no funciona más.
-Sí, no me miren así, por qué no trabajamos sobre el tema de las normas. Porque seguro que las conocemos, las leímos, y en el fondo sabemos para qué nos pueden servir y para qué les pueden servir a nuestros alumnos /as. Los padres las conocen, alguna vez les pedimos opinión sobre las mismas. Yo creo que nunca nos pusimos a pensar juntos sobre el tema y ya es hora que lo hagamos.
-Está bien, -irrumpió el Director- todo está bien, pero no hay que ser muy sabio para saber lo que es una norma y lo que significa cumplirlas. Además los alumnos saben muy bien cuáles son porque cuando inician sus estudios se les entrega la normativa de aplicación en la escuela para que la conozcan ellos y sus padres.
-Bueno Profesor, pero lo que es cierto es que parecen ignorarlas porque ni siquiera a Fernández de tercer año le importó mucho que le pusiéramos las 15 amonestaciones y quedarse libre. Además, es la primera vez que a mí me invitan a participar de una reunión en la que no se habla de cuestiones administrativas ni de pases, permutas, etc, -aportó la Secretaria de la escuela que continuó: -¿Teníamos que llegar a esta situación para sentarnos a conversar todos juntos? A mí me parece muy bien lo que dijo Tomás (el preceptor estrella de la mañana) “Es hora de que nos sentemos a pensar juntos”... pero en serio. Después seguramente podremos aplicar las normas que hoy nos tienen tan mal -finalizó.
-¿Vos estás segura que con eso resolvemos la situación? –comentó otra docente. Yo noto que los pibes están en otra. Piensan y dicen cosas sin que les importe lo que nosotros pensamos ni que hay normas que prohíben ciertas cosas y que incluso que existan castigos previstos para las faltas de disciplina. Porque…¿qué es la disciplina al fin y al cabo?, ¿un compendio de prohibiciones como nuestro reglamento? No sé, me parece que aquí hoy faltan los alumnos. Esta reunión no está completa. Acá no estamos todos.
-No, ni los padres -dijo otro preceptor.
-Pero decime, Telma -intervino el Director, ¿a vos te parece que con lo que nos están haciendo estos pibes yo los voy a invitar a hablar con nosotros? ¿Y a los padres, que solo vienen a quejarse cuando sus hijos tienen algún problema con las notas? Yo tengo muchos años en esto y siempre que me ha ocurrido lo resolví advirtiendo que el que no está conforme con el reglamento de la escuela se vaya. Y los Supervisores me han apoyado. Nunca tuve problemas con ellos. ¿Pero Director, entonces qué está pasando ahora, por qué no podemos con ese curso?
Muy sencillo, porque nadie se hace cargo de la parte que le toca. El día que eso cambie estos chicos nos darán menos trabajo.