Silvina Ocampo

Fantasmas de las glicinas

Soy muy seria. Me llamo Beatriz. Tengo doce años.

Tengo una falda azul y cintas en el pelo.

A través de estas flores como a través de un velo

veo confusamente los detalles extraños

de un infierno en el cielo.


Si es cierto que son flores ¡qué mal pueden hacerme!

Penden sobre los muros en el patio tranquilo

de esta casa amarilla donde no encuentro asilo,

donde llegan las ráfagas del campo azul que duerme

con fragancia de silo.


Una voz persuasiva me cuenta cada noche

de esas flores un cuento que me ha desesperado:

fragmentario y oscuro, de mí se ha apoderado

y al oírlo yo siento que me lleva en un coche

a un infierno privado:


"Antiguamente no era las glicinas, glicinas.

Eran el agua clara de unas grandes montañas

que bajaba entre piedras con violencias extrañas

mostrando con furor en ondas cristalinas

sus líquidas entrañas.


"Nacieron del milagro de Jazán aquel día

que transformó las aguas de una alta catarata

en flores suspendidas con reflejos de plata,

sobre un niño travieso, que buscaba la fría

muerte en el agua grata.


"Oyeron los lamentos del niño revivir

y dieron a un milagro, solamente tristeza:

¿Por qué eres vida igual a la muerte? Me pesas.

Qué horribles son tus flores. No me dejan morir.

¡Vanas son tus promesas!"


¿Qué fue del contristado Jazán entre la sombra?

¿Qué fue del niño intrépido mientras se creyó muerto?

¿Huyó de los fantasmas en un mundo desierto?

¿Se vengó del milagro? ¡Ah, nadie ya los nombra!

Yo sola sé que es cierto.


Con qué perversidad invisible florecen

sobre el portón austero de las quintas dormidas,

engañando las tórtolas que en la ciudad perdidas

buscan pacientemente vuelos que favorecen

horas agradecidas.


Son ellas, ellas solas las que extienden en las rejas

y en las columnas vínculos lisonjeros de flores,

en las abandonadas casas donde hay señores

severos, en mármol, nimbos de oro y de abejas

sobre los corredores.


Son ellas que vigilan mientras reposa el día

en los cóncavos atrios de la noche y resuelven

el destino terrible de mi vida y me envuelven

como lentos gusanos con la caricia fría

de mis penas que vuelven.


Vedlas caer sinuosas como cintas mojadas,

con luminosidad terrible de pupilas,

con podridas corolas, como flores tranquilas,

como una lluvia azul, extintas, desmayadas,

tratando de ser lilas.


Ved cómo se transforman en rememorativas

formas, en laberintos, en peces, en insectos,

en prisiones de espejos, en monstruosos proyectos.

Ved cómo me torturan con almas vengativas

crueles y desleales.


Cuando me hayan matado desaparecerán

buscando las distantes formas hexagonales

de las oscuras rocas de los bosques natales;

volverán a ser de agua y cantando bañarán

sus piedras tropicales.