Blanca Varela
Antes del día

A Dore Ashton

¡Cómo brillan al sol los hijos no nacidos!


      Blanco es el mes de enero, negras las olas que visitan la isla.


      El nido está en lo alto, sobre una piedra segura.


      No habrá que enseñarles ni a nacer ni a morir. ¿Por qué habría de enseñarse tales cosas?


      La vida llegará con avidez y ruido. Conocerán el sol. El mundo será esa claridad que nos pierde; los abismos de sal, la fronda de oscuras esperanzas, el vuelo del solitario que se da alcance a sí mismo. 


      Un círculo en el aire para atrapar algo de lo perdido.


      El sueño de ayer, la imagen que se escapa entre dos aguas, que se multiplica y transforma hasta no ser sino el agua misma, el brillo deslumbrante, instantáneo, de los propios deseos. 


      Mirada perdida en sí misma que se devuelve y recorre como un desierto familiar.


      Siempre al centro. Encrucijada o astro, efímera explosión de plumas, corazón sin reposo alentando todos los vientos.


     ¡Cómo brillan al sol los hijos no nacidos!


     ¿Qué clase de sueño traerán? Primera estrella destruida, primer dolor, primer grito.


     Golpe contra todo, contra sí mismo. Hacer la luz aunque cueste la noche, aunque sea la muerte el cielo que se abre y el océano nada más que un abismo creado a ciegas.


     La propia voz respondiéndose con el fracaso de cada ola.