Blanca Varela
Último poema de Junio

Pienso en esa flor que se enciende en mi cuerpo. La

hermosa, la violenta flor del ridículo. Pétalo de carne

y hueso. ¿Pétalos? ¿Flores? Preciosismobienvestido,

muertodehambre, vaderretro.


Se trata simplemente de heridas congénitas y

felizmente mortales.


Luz alta. Bermellón súbito bajo el que despiertas

de pie, caminando a ninguna parte. Pies, absurdas

criaturas sin ojos. No se parecen sino a otros pies.

Y además estas manos y estos dientes, para mostrar-

los estúpidamente sin haber aprendido nada de ellos.


Y encima de todo y todas las cosas, sobre tu propia

cabeza, la aterciopelada corona del escarnio: un som-

brero de fiesta, inglés y alto, listo para saludar lo

invisible.


Rojos, divinos, celestes rojos de mi sangre y de mi

corazón. Siena, cadmio, magenta, púrpuras, carmi-

nes, cinabrios. Peligrosos, envenenados círculos de

fuego irreconciliable.


¿Adónde te conducen? ¿A la vida o a la muerte?

¿Al único sueño?


La flor de sangre sobre el sombrero de fiesta (inglés y alto)

es una falsa noticia.


Revelación. Soy tu hija, tu agónica niña, flamante

y negra como una aguja que atraviesa un collar de

ojos recién abiertos. Todos míos, todos ciegos, todos

creados en un abrir y cerrar de ojos.


El dolor es una maravillosa cerradura.


Arte negra: mirar sin ser visto a quien nos mira

mirar.


Arte blanca: cerrar los ojos y vernos.


Ver: cerrar los ojos.


Abrir los ojos: dormir.


Facilidades de la noche y de la palabra. Obscenidades

de la luz y del tiempo.


Y así, la flor que fue grande y violenta se deshoja y

el otoño es una torpe caricia que mutila el rostro

más amado.


Fuera, fuera ojos, nariz y boca. Y en polvo te conviertes

y, a veces, en imprudente y oscuro recuerdo.


Dulce animal, tiernísima bestia que te repliegas en

el olvido para asaltarme siempre. Eres la esfinge

que finge, que sueña en voz alta, que me despierta.