El humor, ¿despertador o narcótico?

Chistes, bromas, memes, sketches... ¿Qué sería de nosotros sin el humor? Nos encanta reirnos; y si es en grupo, mejor. Basta luego recordar el momento y volvemos a estallar en carcajadas. Quizá por eso, y quizá también porque en lo que nos hace reir influye tanto lo verbal (las palabras) como lo no verbal (aspecto, gestos, tono de voz, etc.), un itinerario en torno al humor ha de detenerse por fuerza en el teatro y en el cine; en la comedia, en suma: de la Antigua Grecia a nuestros días, pasando por algunos clásicos del cine, como los hermanos Marx, por ejemplo. ¿Los conocéis? 

Pero la risa, el humor, también tiene una historia social. No siempre ha estado bien visto “reir” o “hacer reir”, y la función de lo cómico varía a lo largo de la historia.

Ha habido momentos en la tradición cultural occidental en que la risa ha estado proscrita del mundo del arte; se consideraba entonces que esta envilecía la obra artística, y que su efecto en el público no era ennoblecedor sino degradante. Así ocurre, por ejemplo, en la Edad Media, época en que la religiosidad que impregna todas las áreas pretende que la obra de arte -sea esta literaria, pictórica o escultórica- ofrezca modelos de conducta a los fieles a los que se pretende adoctrinar: hombres y mujeres que no cuestionan el orden social y los códigos morales vigentes y que por tanto no se ríen de él; no ironizan sobre los poderes establecidos ni se burlan de ellos. No obstante, incluso en estos momentos habrá quien subvierta estos principios, y desate la carcajada con finas sátiras sociales. Eso sí, habrá de proclamar una intención moralizante en su obra para que esta pueda pasar la férrea censura de la época.

En otros momentos, el poder ha sido más condescendiente con el humor. Ahora bien, interesa hilar fino a la hora de estudiar de qué nos hemos reído en el pasado y con qué intención. Porque la carcajada puede ser narcotizante o provocadora, acomodaticia o transgresora. Reirse de una minoría -sean las mujeres, los homosexuales o las personas con discapacidad- ha sido el recurso fácil de los que buscaban la carcajada cómplice de quienes se sentían a salvo de las burlas y los abusos. Reirse del poder ha conllevado siempre muchos más riesgos (y ha requerido a menudo mucha más inteligencia).

En épocas en que el poder político ha intentado imponer sus pautas al conjunto de la sociedad –pensemos, sin salir de España, en la monarquía absoluta del siglo XVII o en la dictadura de Franco (1939-1975)-, se ha promovido una suerte de teatro en que no ha faltado la figura del gracioso, pero cuya función no ha sido en absoluto cuestionar la realidad social y política de la época, sino contribuir a fijar, buscando la aquiesciencia de un público bienhumarado y risueño, los clichés establecidos.

Por eso nos interesa ahora centrarnos en dos momentos de la historia de la cultura de Occidente en que el teatro sí ha disparado sus municiones contra alguno de los elementos que configuraban el panorama social, político o ideológico en que aquel se inscribía. Momentos en que el humor, la parodia, la sátira, la provocación, han sido la dinamita empleada en la voladura de algún principio o creencia, costumbre o conducta. Serán dos momentos muy distantes en el tiempo. 



Itinerario propuesto


4. Aquí no paga nadie, de Dario Fo

Tarea

A lo largo de este itinerario no solo vamos a acercarnos a algunos clásicos del humor, sino que indagaremos también en dos aspectos importantes. 

Por lo tanto, y con la idea de seguir riendo y pensando, os proponemos que por grupos recojáis viñetas, chistes, vídeos (breves), sketches, etc. que os hayan hecho sonreir (o reir a carcajadas) en los últimos meses. Tendréis que presentarlos a la clase comentando en cada caso cuál es el propósito de la risa y con qué herramientas se provoca: lenguaje no verbal, juegos de palabras o críticas mucho más afiladas (parodias, sátiras, etc.) que requieren la complicidad de un lector con el que se comparten referentes e implícitos. Veremos cómo el humor se provoca a menudo con una ruptura brusca de las expectativas que tiene el lector o espectador y que esta ruptura se alía a menudo con lo absurdo: 

- ¿Le gusta la pintura?

- Hombre, más de un bote me empalaga...

Será esta la mejor manera de cerrar un recorrido por unos textos que reclaman, mucho más que cualesquiera otros, una recepción colectiva. ¿O no sentís el impulso cada vez que veis o escucháis algo gracioso de compartirlo con más gente?