Aquí no paga nadie

Nuestra última propuesta recala en una obra que pretende, a través del humor, llevar a cabo un teatro comprometido social y políticamente. Desde el siglo XVIII, desde la Ilustración, pero sobre todo durante el siglo XX, el teatro se abre a una distinción fundamental: el teatro que hace pensar y el teatro cuya finalidad primordial es entretener, adaptado por tanto a los gustos del público y a las exigencias comerciales. Lógicamente, esta distinción no se separa en compartimientos estancos, no atiende a una elección excluyente e irreconciliable de ambas posturas. Por supuesto que hay obras de éxito de taquilla que pretenden estimular la conciencia y el espíritu crítico; lo que pasa es que, como el teatro es un género costoso en términos económicos, que atiende en la mayoría de los casos a decisiones empresariales, ese factor de ganancia es muchas veces más determinante que el factor de calidad. Calidad del teatro y éxito de público son dos aspectos que en muchas ocasiones la realidad de las carteleras han puesto a discutir sin reconciliación alguna. Esta doble tendencia (hacer pensar al público/hacer caja en la taquilla) tiene, por supuesto, excepciones de todo tipo, entre las que se podría encontrarse Aquí no paga nadie, de Darío Fo. 

Darío Fo (1926-2016), premio Nobel 1997, fue un dramaturgo italiano que mostró desde sus inicios la voluntad de hacer crítica política con sus obras. En sus comedias, muy próximas a la farsa (humor y sátira), tiene una facilidad sobresaliente para crear situaciones absurdas, dominadas por diálogos ágiles, ligeros y desternillantes. Ejemplo de ello es Aquí no paga nadie (1972), comedia que denuncia la situación de carestía y precariedad de las clases trabajadoras en la Italia de los años 70, época de inflación económica que afectó sobre todo a los de abajo (como siempre). La historia la protagonizan dos matrimonios pertenecientes a la clase obrera, enfrentados a unas condiciones en las que el hambre merodea por sus vidas como personaje más. Lejos de cualquier enfoque trágico, Fo utiliza esta situación de desesperación como un elemento de comicidad que da lugar a situaciones disparatadas y absurdas, sin dejar en ningún momento de apuntar hacia las causas profundas de las desigualdades e injusticias.   

Texto 1

Antonia, de clase obrera y economía muy precaria, ha participado en un saqueo a un supermercado como respuesta a una subida arbitraria de precios. Llegando a casa, se encuentra con su vecina Margarita, a quien le cuenta todo lo ocurrido. Antonia esconde parte del alijo debajo de la cama y le da una bolsa a Margarita, quien se la esconde debajo del abrigo, quedando esta con la apariencia de estar embarazada. Cuando su marido llega a casa, Antonia no le dice nada sobre la comida, pues su marido es muy honrado. Juan, al mirar a Margarita, se extraña de verla repentinamente embarazada. Es extraño, pues Juan trabaja con Luis, el marido de Margarita, y este no le ha comentado nada del embarazo. Antonia y Margarita salen de la casa. Mientras tanto, la policía se ha movilizado por todo el barrio para requisar la comida robada, y un inspector llega a casa de Juan y Antonia a hacer el registro. Pero el inspector se sincera: le confiesa que entiende perfectamente el saqueo, mostrando así solidaridad con la clase obrera, de la que se siente parte. El inspector, pues, se va de la casa sin hacer el registro. Antonia y Margarita vuelven de casa de esta última para sortear el registro de la policía. En el momento de iniciar el texto, se encuentran Antonia, Margarita y Juan, este último, asombrado por el flamante y sin embargo avanzado embarazo de Margarita. 

VOZ. -Policía. ¡Abran! 

JUAN. -¿Otra vez? 

MARGARITA. -¡Ay Dios mío! 

JUAN. -(Abre.) Buenas noches..., ¿otra vez usted? (Aparece el mismo actor que interpretaba al INSPECTOR, pero ahora viste el uniforme de los carabineros y lleva bigote.) 

BRIGADA. -¿Cómo que otra vez yo? 

JUAN. -Usted perdone, le había tomado por el de antes. 

BRIGADA. -¿Cuál de antes? 

JUAN. -Un inspector de policía. 

BRIGADA. -Pues yo soy brigada de carabineros.

JUAN. -Ya lo veo, y además lleva bigote. ¿Qué desea? 

BRIGADA. -(Entran dos carabineros tras él.) Tengo que efectuar un registro.

JUAN. -Pero si ya lo han hecho hace un rato sus colegas de la policía. 

BRIGADA. -No importa. Nosotros volvemos a hacerlo. 

JUAN. -Ah, ya, no se fian, y por eso vuelven a ver si hemos hecho algún truco. Luego vendrán los de aduanas, después los servicios secretos, luego la marina, la infantería, los tanques, los paracaidistas... 

BRIGADA. -Ya está bien. Quítese de en medio y déjenos trabajar. (Va hacia la cama.) 

ANTONIA. -¡Pues claro, todos tienen que hacer su trabajo! Nosotras curramos ocho horas en la fábrica, tú ocho horas en la cadena de montaje, como animales, ¡y ellos trabajan para controlar que seamos sensatos y paguemos los precios que ellos quieran! (Los carabineros abren el armario y el aparador.) ¿A que no controlan nunca que los patronos respeten los contratos, que no nos estrangulen con el destajo, que apliquen el reglamento de previsión de accidentes, que no alcen los precios, que no nos desahucien? (El BRIGADA prosigue su trabajo impasible

JUAN. -No digas eso, que a ellos tampoco les gusta hacerlo. ¿Verdad, brigada, que lo pasa fatal haciendo registros por cuenta de los patronos?Dígaselo a mi mujer, que ustedes también están hartos de que les manden a golpe de silbato! "¡A sus órdenes! Ladrar, morder como perros guardianes! Y ojo con discutir ¡Al suelo!". Así que no todos son iguales. 

BRIGADA. -Oiga, ¿qué es eso de perros guardianes? 

JUAN. -Sí, decía que ustedes no son hijos del pueblo, como dice el Partido, sino perros guardianes, esbirros de los patrones. 

BRIGADA. -(A los otros dos.) Esposadlo. 

JUAN. -¿Y eso por qué? 

BRIGADA. -Por ofensa e insultos a oficial público. 

JUAN. -¿Qué insultos? Si eso no lo he dicho yo, lo dijo hace un rato ese colega suyo de la policía. Dijo que se sentían ustedes como perros guardianes. 

BRIGADA. -¿Quién, nosotros los carabineros? 

JUAN, -No, él se refería a ustedes, es decir, a ellos, los de la policía. 

BRIGADA. -Ah, bueno; si los de la policía se sienten perros, allá ellos. Pero cuidado con lo que habla. 

JUAN. -Hay que ver lo separados que están estos cuerpos separados... (Los carabineros siguen con el registro; se acercan a la cama.

ANTONIA. -(A MARGARITA.) Quéjate, llora. 

MARGARITA. -¡Auuuuuuuu! 

ANTONIA. -Más fuerte. 

MARGARITA. -¡Ayyyyyy! ¡Auuuuuuu! 

BRIGADA. -¿Qué le ocurre?  

ANTONIA. -La pobre está de parto. 

JUAN. -Parto prematuro, de cinco meses. 

ANTONIA. -Es que hace un rato tuvo una crisis, por culpa de un sargento que quería palparle la tripa a la pobre. 

BRIGADA. -¿Palparle la tripa? 

JUAN. –Sí, para ver si en lugar del niño llevaba arroz o macarrones... ¡Adelante!, ¡tocar para creer! De todos modos, es una obrera y no les pasará nada. ¡Todo está permitido! No es la Lady Di, o la mujer de Pirelli, que si se acercan les echan del cuerpo. Aquí no hay peligro: ¡adelante, palpen, palpen la tripa de esta obrera! 

BRIGADA. -Nos está provocando, ¿sabe? 

ANTONIA. -Sí, Juan, te estás pasando; déjalo ya. 

MARGARITA. -¡Ayyyyyyy! ¡Auuuuuu! 

ANTONIA. -Y tú tampoco te pases, guapa. 

BRIGADA. -¿Han llamado a una ambulancia? 

ANTONIA. -¿Una ambulancia? 

BRIGADA. -No pueden dejar ahí a esa pobre mujer, con riesgo para su vida. Además, si es prematuro como dicen, corre el peligro de perder al niño. 

JUAN. -Tiene razón. Ya te dije yo que había que llamar a una ambulancia. 

ANTONIA. -Y también te dije yo que sin reserva no la aceptarán en ningún hospital. Se la mandan de un hospital a otro por toda la ciudad, y así se muere en el coche, la pobre. (Se oye una sirena). 

BRIGADA. -(Va a la ventana a mirar.) Es la ambulancia que hemos llamado para la señora que se ha puesto enferma en el bajo. (A los carabineros.) Ayudadme y cargamos también a ésta. 

ANTONIA. -No se moleste. 

MARGARITA. -¡No quiero ir al hospital!  

ANTONIA. -¿Lo ve? No quiere. 

MARGARITA. -¡Quiero ver a mi marido! ¡Ayyyyy! ¡Auuuu! 

ANTONIA. -Ya la oye. Quiere ver a su marido, que no está aquí porque tiene turno de noche. Lo siento muchísimo, pero sin consentimiento del marido nosotros no asumimos la responsabilidad. 

MARGARITA. -No la asumimos. 

BRIGADA. -¿Conque no, eh? ¿Y en cambio si asumen la responsabilidad de permitir que se muera aquí? 

ANTONIA. -¿Y en el hospital no se moriría? 

BRIGADA. -No es lo mismo. Allí seria negligencia y podrían reclamar. 

JUAN.-Pero si ya le he dicho que es prematuro. 

MARGARITA. -¡Sí, soy prematura, ayy, auu! 

ANTONIA.- Y con el ajetreo de la ambulancia, ésta va y pare. ¿Quiere explicarme cómo puede sobrevivir un niño de cinco meses? 

BRIGIDA.- Es evidente que ustedes desconocen los progresos de la medicina moderna. ¿No han oído nunca hablar del parto "in vitro"?

ANTONIA -Claro que sí, ¿pero qué tiene que ver? Si nace de cinco meses no pueden meterlo en la tienda de oxigeno. 

JUAN. -Eso, tan pequeños y a la tienda, ¿verdad?, ¡de camping! 

BRIGADA. -¿Es que ignoran ustedes lo avanzados que están precisamente aquí, en Milán, en el centro ginecológico? Yo he estado allí de Servicio hace unos meses, y hasta vi cómo hacían un trasplante. 

JUAN Y ANTONIA. -¿Un trasplante de qué? 

BRIGADA. -De prematuro. Sacaron un niño de cuatro meses y medio del vientre de una mujer que no podía seguir teniéndolo, y lo colocaron en el vientre de otra mujer. 

JUAN. -¿En el vientre? 

BRIGADA. -Sí, mediante cesárea. Se lo injertaron con placenta y todo, volvieron a coser, y a los cuatro meses volvió a nacer como si tal cosa, estupendamente. 

JUAN. -Para mí que hay truco. 

ANTONIA. -No, yo también lo he leído. Es increíble: un niño que nace dos veces, ¡un niño con dos madres! 

MARGARITA. -¡No quiero, no quiero, no doy mi consentimiento! 

ANTONIA. -Ya lo oye. No da su consentimiento; por tanto no podemos llevárnosla de aquí. 

BRIGADA. -Yo doy mi consentimiento; ¡asumo toda la responsabilidad! No quiero problemas por falta de asistencia. 

ANTONIA. -Oiga, esto es auténtico abuso de Poder. Primero nos registran la casa, luego nos amenazan con esposarnos, y ahora quieren meternos a la fuerza en una ambulancia. No nos dejan vivir, de acuerdo; pero por lo menos déjennos morir donde queramos. 

BRIGADA. -No señora, no pueden morir donde quieran.

JUAN. -Claro, tenemos que cascar donde diga la ley. 

BRIGADA. -Cuidado con lo que dice. Ya está advertido. 

JUAN. -¿Pues qué he dicho, a ver? 

ANTONIA. -Déjalo, Juan, que la cosa se ha puesto fea. Anda, vamos a bajar a Margarita. 

BRIGADA. -¿Mando subir la camilla? 

ANTONIA. -No, no, bajará ella sola. ¿A que puedes andar, Margarita? Ahora la ponemos de pie. 

MARGARITA. -Sí, sí... No, no... ¡que se me escurre! 

ANTONIA. -¡Vaya por Dios! Hagan el favor de salir un momento... Mi amiga está un poco desnuda, y tengo que vestirla. 

BRIGADA -No faltaba más. (Salen todos los hombres.) 

ANTONIA. -Vamos, súbete las bolsas. 

MARGARITA. -Ya sabía yo que esto acabaría mal. ¿Y qué pasa si en el hospital se dan cuenta de que estoy en estado de arroz y macarrones? 

ANTONIA. -Nada, porque no llegaremos al hospital. 

MARGARITA. -Claro, porque nos detendrán antes. 

ANTONIA. -Tú siempre tan optimista, guapa. En cuanto estemos en la ambulancia, les explicamos a los camilleros la verdad. Son de los nuestros, y seguro que nos ayudan. 

MARGARITA. -¿Y si no son de los nuestros, y nos denuncian? 

ANTONIA. -¡Que no, pesada! 

MARGARITA. -¡Que se me sale una bolsa! 

ANTONIA. -¡Sujétala! ¡Qué asco! 

MARGARITA. -¡No aprietes! Vaya, se me ha roto una bolsita de aceitunas. (Entran JUAN y el BRIGADA.) 

JUAN. -¿Qué ocurre? 

MARGARITA. -Que se me sale todo. 

JUAN. -¡Que se le sale el niño! ¡Rápido, rápido! 

BRIGADA. -¡Déjeme a mí! 

ANTONIA. -Eso, muy bien, sujétenla así, en horizontal. 

BRIGADA. -Pero ¿Por qué está mojada? 

ANTONIA.- Pues... habrá roto aguas.

JUAN.- ¡Deprisa, que va a parir aquí! 

ANTONIA.- Calma... ¡despacio! 

MARGARITA.- ¡Que se me sale, que se me sale! 

ANTONIA.- Ya te he oído. Esperen, voy a envolverla en esta manta. Con cuidado, brigada. 

JUAN. -Cojo la chaqueta y voy con vosotras. 

ANTONIA. -No, quédate aquí. Estas son cosas de mujeres. Tú coge una bayeta y recoge el suelo, que está mojado. 

JUAN. -Sí, cojo la bayeta y recojo el suelo..., que éstas si son cosas de hombres. (Salen todos menos JUAN, que coge la bayeta y se asoma a la ventana ). Vaya follón. Habrá que ver a Luis cuando vuelva a casa mañana, después del turno, y se encuentre con que es padre, así, de golpe... ¡le va a dar un ataque! ¿Y si se encuentra con su hijo trasplantado en la tripa de otra mujer? ¡Le dará un contraataque y se quedará seco! Tendré que hablar antes con él, le iré preparando poco a poco, dando un rodeo. ¡Ya está! Empezaré por hablarle del Papa... (Seca el suelo de rodillas.) Cuánta agua... pero qué olor tan raro, si parece vinagre... ; sí, sí, como salmuera, eso es... Pues no sabía yo que antes de nacer nos pasamos nueve meses en salmuera. Pero ¿qué es esto? ¿Una aceituna? ¿Estamos en salmuera con aceitunas? Qué barbaridad... (Vuelve a oírse la sirena. Se levanta y vuelve a la ventana.) Ya se van. Esperemos que salga todo bien. Pero ¿de dónde habrá salido esta aceituna? ¡Otra! ¿Dos aceitunas? De no ser porque son de origen incierto, me las comía... ¡Tengo un hambre! Estoy por hacerme una sopita de alpiste. El agua ya está puesta. Le añado un cubito, un poco de cebolla... (Abre el frigorifico.) Me lo temía, ni cebolla ni cubito... ¡Voy a tener que echar las cabezas de conejo!

Texto 2

Juan y Luis andan por la calle buscando a Antonia y Margarita. Están buscándolas por varios hospitales, ya que creen que Margarita ha ido a dar a luz o a trasvasar su bebé de su barriga a la de otra mujer. 

(Juan y Luis entran en escena como si fueran por la calle. LUIS saca un gorro y se lo pone

LUIS.- Lo que faltaba, ahora empieza a llover. 

JUAN. -Estoy agotado. Tengo las botas llenas de pies, cuatro pies en cada bota. Tú y tu brillante idea de recorrernos los hospitales... Si te dicen que tu mujer no ha sido ingresada, ¿para qué tanta excursión? 

LUIS. -Cualquiera se fía de ellos. 

JUAN. -Bueno, mira, me voy al trabajo, que me van a descontar una hora. (Se desplaza para mirar hacia la derecha, al patio de butacas.) ¡Mira allí! ¿Qué habrá pasado? ¡Vaya accidente! 

LUIS.- ¡ Han volcado! 

JUAN. -Claro, con tanta agua, un frenazo, y ¡cataplúm! (Entra el INSPECTOR de policía.) 

INSPECTOR. -¡Atrás, atrás! Aléjense, es peligroso. Puede que estén cargados de material inflamable, y exploten de un momento a otro. 

JUAN. -Qué hay, inspector. Siempre nos vemos en situaciones agradables, ¿eh? 

INSPECTOR. -Ah, es usted, qué tal. ¿Ve qué vida la nuestra? (Hacia el fondo del patio de butacas.) ¡Eh, vosotros, los del terraplén! Pero ¿qué hacen esos locos? ¡Atrás, atrás! Circulen... ¡Iros a trabajar! ¿Pero es que no os basta con los accidentes de trabajo y venís a buscarlos aquí?

JUAN. -Es que son masoquistas. 

LUIS. -¿Lo conoces? 

JUAN. –Sí. es un amigo, un maoísta [comunismo de Mao instaurado en China] de los peores. Para mí que es un infiltrado. 

LUIS. -¿En la policía? 

JUAN. -Claro. Eh, inspector, mire que ahí, en el camión, pone "sosa cáustica", y eso no explota. 

INSPECTOR. -Ya lo sé, pero eso lo pone fuera, y no sabemos qué lleva dentro. 

JUAN. -Qué desconfiado es usted, inspector. Son camiones de transportes Internacionales, de los que van al extranjero. Con todos los controles que tienen... ¡Figúrese si van a escribir una cosa por otra! Verá como no explota.

INSPECTOR. -El camión no explotará, pero a mí me explotarán las pelotas. ¿Sabe que llevo de pie desde ayer por la mañana? 

JUAN. -¿Y nosotros, qué? Levantarse, mono, la fábrica, fichar, la sirena, la cadena de montaje, salida, fichar, casa, mono. ¡Correr, moverse, a las órdenes! 

INSPECTOR. -Usted ya está preparado para entrar en la policía ¿Por qué no toma mi puesto? 

JUAN. -Pues yo en su puesto para empezar haría retirar todos esos sacos, porque como contienen sosa cáustica, con lo que está lloviendo va a empezar a hervir, y ya verá entonces qué desastre. Le advierto que cáustico quiere decir que quema, ¿sabe? 

INSPECTOR. -Tiene razón. Échenme una mano. Siempre me ha gustado la gente con iniciativa y buena voluntad. ¡Vamos! 

JUAN. -Caray con las ideas que se me ocurren... 

LUIS. -Ese es tu problema, tienes demasiadas ideas... ¡Gilipollas! 

INSPECTOR. -(Al fondo de la sala.) Eh, vosotros, echadnos una mano con estos sacos... Hacedlo por vuestros compañeros camioneros... Hay que ser solidarios en la desgracia... (Empieza la acción de la cadena para pasarse los sacos. Se unen dos o tres actores que suben al escenario

JUAN. -Ha visto, usted que es tan pesimista; mire, están bajando todos a ayudar. Y eso que llegarán tarde al trabajo, y se lo descontarán de la paga. 

INSPECTOR. -Yo nunca he dicho que la gente no sea generosa.

JUAN. -Pero es usted demasiado desconfiado. Me recuerda a un patrón que tuve, un viejo sordo y que tenía un perro más viejo y sordo que él. Y como sólo se fiaba del perro, le mandó hacer un aparato acústico especial. 

INSPECTOR. -¿Un aparato acústico para perros? 

JUAN. -Sí, un sonotone de pilas, y muy potente. Se lo ató a la parte interior de la pata. Pero cuando el perro la alzó para mear, mojó la batería, cortocircuito, y ¡zas!, electrocutado. 

INSPECTOR. -Trataré de no alzar la pata. Diga, ustedes que han llegado aquí antes, ¿no han visto a los camioneros?

LUIS. -¡Es verdad! ¡A ver si se han quedado aplastados en la cabina! 

INSPECTOR. -No, se han salvado. 

JUAN. -Menos mal.

INSPECTOR. -Pero a base de salir pitando. 

JUAN. -¿Y eso por qué? 

INSPECTOR. -Porque estos sacos que estamos salvando con tanta generosidad, no contienen sosa cáustica, sino azúcar, y aquellos hartos, y los que llegan arroz. 

JUAN. -Vaya sinvergüenzas. ¿Y a dónde lo llevaban? 

INSPECTOR. -La primera carga iba a Suiza, y la otra a Alemania. 

JUAN. -¿Y cómo se las arreglan con los controles? 

INSPECTOR. -Tienen uno a la salida, y se acabó. Salen, y ya no hay quien los pare. 

JUAN. -Te das cuenta, Luis, esos piratas de industriales; no sólo almacenan la comida para luego subir los precios, sino que, encima, se la llevan... No les basta con mandar a Suiza todo el dinero que ganan a nuestra costa. Además se llevan hasta la comida. ¡Serán sinvergüenzas! 

INSPECTOR. -Muy bien, desahóguese, indígnese, que la indignación es la mejor arma del gilipollas. 

JUAN. -Vaya, muchas gracias ¿Y qué es lo que piensa hacer, inspector? 

INSPECTOR. -Gracias a su ayuda salvamos la mercancía, porque algo había que hacer, ¿no? Luego haré un bonito informe, y pondré una denuncia. Esta misma noche, la televisión informará de la rápida y espectacular operación policial. Así que, avisados con tiempo más que suficiente, gracias a ese hermoso soplo televisivo, los responsables podrán largarse al extranjero. El juez los condenará a unos cuatro meses en rebeldía. El Presidente de la República concederá rápidamente el perdón, como otras veces, y todo arreglado. 

JUAN. -Peno bueno, por lo menos la mercancía... 

INSPECTOR. -Les será devuelta los propietarios, previo pago de una fuerte multa, contra la que recurrirán las veces que haga falta, hasta conseguir que les permitan pagar sólo la fianza. 

JUAN.- No lo creo... ¡Es demasiado repugnante! 

INSPECTOR. -Yo tampoco me lo creo. 

JUAN, -¿Lo ve? No se lo cree ni usted. 

INSPECTOR. -Yo no puedo creérmelo, por el grado que llevo. Pero para usted es distinto, usted no se lo puede creer porque... 

JUAN. -Porque soy gilipollas, no se moleste. 

INSPECTOR. -Si insiste... (Se desplaza unos pasos hacia la derecha) Eh, ¿Pero a dónde van esos? ¡Que se están llevando los sacos! Han descubierto que contienen harina y azúcar ¡Eh, vosotros! (Sale rápidamente) 

LUIS. -Oye, Juan... ¿Sabes lo que te digo? Que estoy por coger un par de sacos y llevármelos a casa. 

JUAN. -¿Te has vuelto loco? ¿No querrás ponerte a la altura de esa gentuza, que ni son obreros ni nada? Además, yo no cojo lo que no es mío. 

LUIS. -¿Cómo que no es tuyo? ¿Pues quién lo hace, quién lo siembra? ¿Quién construye las máquinas para trabajarlo? ¿Quién lo trabaja? ¿Acaso no somos nosotros, siempre y únicamente nosotros? Y ellos, los empresarios, ¿no son por el contrario los que siempre estafan? 

JUAN. -Muy bien, y como vivimos en un país de bandidos y ladrones, ¡hala, a robar! ¡El más listo es el que más roba! Y el que no roba es imbécil. Pues ¿sabes lo que te digo? Que yo me siento orgulloso de ser un gilipollas en un mundo de listos y de ladrones. 

LUIS. -Ya. Eso se llama "orgullo de gilipollas".

JUAN. -Tú lo has dicho. Porque tu discurso es el de un subproletario desesperado, que no ve más solución que apañárselas como puede. ¡Cada uno para sí mismo, todos para cada uno! Y eso es precisamente lo que quieren los patronos, para poder llegar, los pobres, a la necesidad ineludible de tener que poner orden con un hermoso golpe de estado, con los generales fascistas y los carabineros. 

LUIS.- De eso nada; los generales y el fascismo sólo llegan cuando los obreros estamos con el culo en el suelo y no nos movemos para coger lo que nos pertenece. 

JUAN. -Para eso están las luchas de los sindicatos. Y no me vengas con que se duermen, con que no hacen nada, porque todo lo organizan ellos. 

LUIS. -Lo organizan porque antes, por debajo, se han movido las bases. 

JUAN. -Ah, claro, la creatividad de las bases, ya se sabe... Y los sindicatos llegan siempre tarde, con las cosas hechas, ¿no? ¿Es que ahora ya no crees ni en los sindicatos? 

LUIS. -Claro que creo, pero cuando dirigimos nosotros las luchas, no cuando vienen ellos a decirnos lo que tenemos que hacer. Vienen a enterrar las luchas, a pactar para no comprometer el equilibrio gubernativo, y se dejan chantajear por los partidos con sus manejos, en nombre de la unidad a toda costa dentro de la dirección del sindicato. (Entra el BRIGADA de los carabineros) 

BRIGADA. -¿Qué ocurre aquí? 

LUIS. -Pues ya ve, aquí cargando, para salvar a la patria. 

BRIGADA. -Pero qué dice... ¡Esto es un auténtico expolio! 

JUAN. -Si es el señor brigada con bigote... Mira, Luis, cómo se parece al inspector de antes. (Los otros dos obreros que ayudaban en la cadena se largan con los sacos) 

BRIGADA. -¡Eh, vosotros quietos ahí; soltad esos sacos! ¡Soltadlos o disparo! Malditos cobardes, se han escapado ¿Y a vosotros quién os ha dado permiso para tocar esos sacos? 

LUIS. -¡Vaya hombre, si encima nos van a pegar un tiro! 

JUAN. -Cálmese, brigada. Y procure no tropezar con esa pistola, que ustedes siempre que tropiezan se llevan a alguien por delante ¡Tienen el tropiezo fácil! 

BRIGADA. -Oiga, no se haga el gracioso. Queda advertido. 

JUAN. -De acuerdo, pero piense que estamos haciendo un favor, que si no se pudre todo. 

BRIGADA. -No necesitamos favores. Váyanse. 

JUAN. -Con mucho gusto. Pero conste que nos lo dijo el inspector.

BRIGADA. -¿Qué inspector? 

JUAN. -El de policía. 

BRIGADA. -Pues entonces sigan... No, esperen, que voy a controlar. (Sale

LUIS. -Te darás cuenta de que estamos bien pringados... 

JUAN. -Es algo basto, pero en el fondo es buena persona. No olvides que fue él quien se preocupó de meter a tu mujer y al niño en la ambulancia... No como otros. 

LUIS. -Oye, Juan, antes te estaba diciendo una cosa.

JUAN. -¿Qué? 

LUIS. -Sobre las luchas justas y organizadas. Desde mañana estamos todos en el paro. 

JUAN. -¿Quién te lo ha dicho?

LUIS. -Me enteré ayer, en el tren. Nos echan a los seis mil que estamos con 26 horas, y dentro de dos semanas cierran.

JUAN. -¿Y por qué? Si no están en crisis. Todo lo contrario, creo que tienen pedidos hasta el año próximo. 

LUIS. -¡Como que les importan los pedidos! Además, se lo pueden llevar todo a Argentina, que ganan más... O mejor aún, al Brasil. 

JUAN. -Por la mano de obra barata, ¿no? 

LUIS. -Y más cosas: salarios congelados, pocas huelgas y pactadas, un gobierno que garantiza la paz social... Y nosotros al paro. 

JUAN. -Pásame ese saco... Y ese otro... ¡Y esos dos! Tú espabila y carga lo que puedas. 

LUIS. -Pero ¿y el orgullo de ser un gilipollas demócrata legalista? 

JUAN. -Llega un momento en que hasta los gilipollas recapacitan. Anda, carga y vámonos. Después de todo, hemos trabajado, ¿no? ¡Así que es nuestro! (Salen cargadísimos. El BRIGADA grita desde cajas

BRIGADA. -¡Eh, vosotros! ¿Dónde vais con eso? Quietos... ¡Quietos o disparo! ¡Que disparo! 

JUAN. -Sí, dispara..., ¡pero a tus cojones! 

BRIGADA. -(Entra en escena sin aliento) ¡Cabrones, sinvergüenzas! Y decían que estaban ayudando... (Sale detrás de ellos) 

En esta escena aparece muy bien representada la mezcla que hay en la obra entre humor y compromiso político. Fo plantea el debate entre la legalidad/legitimidad, o sea, entre la legalidad a la que hay que someterse como ciudadadanos, necesaria para que funcione una democracia, y la legitimidad de un gobierno al exigirla, si permite y estimula una reglas del juego que perjudican a una parte de la población, en este caso a la clase trabajadora. El debate pivota alrededor de la palabra "gilipollas". Aparte de ser un elemento evidente de humor, el juego que hay alrededor de este término ofrece una lectura política. Hay un momento en el que Juan y Luis están hablando, que es este: 

JUAN. -Muy bien, y como vivimos en un país de bandidos y ladrones, ¡hala, a robar! ¡El más listo es el que más roba! Y el que no roba es imbécil. Pues ¿sabes lo que te digo? Que yo me siento orgulloso de ser un gilipollas en un mundo de listos y de ladrones. 

LUIS. -Ya. Eso se llama "orgullo de gilipollas".

Texto 3

Margarita y Antonia vuelven a casa de esta última después de haber escondido toda la comida robada en una caseta que el suegro de Antonia tiene en la huerta. Vuelven "embarazadas" con verdura cogida del huerto del suegro. 

ANTONIA. -Entra y cierra la puerta. 

MARGARITA. -Con tanta carga y descarga me siento como un camión. 

ANTONIA. -Ay, hija, siempre te estás quejando. Eres una de las tres mujeres más pesadas que conozco. Menos mal que no me he casado contigo. ¡Qué mujer ésta! (MARGARITA se desabrocha el abrigo y saca ensaladas y coles) 

MARGARITA. -Tenemos ensalada para un mes. 

ANTONIA. -Puede que nos hayamos pasado, pero no había otro remedio. (Va a la cocina, preocupada) Se nos ha olvidado la sopa: parecerá engrudo. (Levanta la tapadera) Uy, si ni siquiera ha roto a hervir... No hay gas... ¡Nos lo han cortado, esos sinvergüenzas! Verás como dentro de poco nos cortan la luz. (Llaman a la puerta) ¿Quién es? 

VOZ. -Un amigo. 

ANTONIA. -¿De quién? 

VOZ. -Soy un compañero de su marido, y le traigo un recado suyo. 

ANTONIA. -¡Ay, Dios mío, qué le habrá pasado a mi Juan! (Va a abrir). 

MARGARITA. -Espera un momento que me guarde la ensalada. 

ANTONIA. -Un segundo, por favor, que no estoy vestida. (Abre la puerta y aparece el BRIGADA) ¿Usted? ¿Qué broma es esta? 

BRIGADA. -¡Quietas las dos! ¡Esta vez os he pillado! Ahí están, las dos embarazadas, de pronto. ¡Pero cómo crecen esas tripas! Ya me había percatado yo del truco, ¿qué se creían?

ANTONIA. -Pero ¿qué dice este hombre? ¿De qué truco habla? 

MARGARITA. -(Dejándose caer en la cama) ¡Lo sabía, lo sabía! 

BRIGADA. -(A MARGARITA.) Veo con alegría que no ha perdido a su retoño. Y usted, señora, para compensar... ¡Enhorabuena! En cinco horas ha hecho el amor, ha quedado embarazada y ha llegado al noveno mes... ¡Qué rapidez! 

ANTONIA. -Le advierto que está muy equivocado. 

BRIGADA. -Oiga, señora, ya no me engaña. ¡Saquen la mercancía robada! 

ANTONIA. -Está loco. ¿De qué habla? 

BRIGADA. -No se pase de lista. El jueguecillo ya es demasiado descarado: los maridos salen a hacer limpieza, luego pasan los sacos a las mujeres, que se fabrican una tripa, ¡y ya está! Llevo todo el día viendo pasar mujeres embarazadas. Pero ¿será posible que todas las mujeres del barrio se hayan embarazado al mismo tiempo? Puedo entender lo de la famosa fertilidad del pueblo, pero esto es demasiado. Mujeres maduras, muchachas, niñas, hasta una ancianita de ochenta años, la he visto con estos ojos, con una barriga que parecían gemelos... 

ANTONIA. -Ah, ya; pero no es por lo que cree, sino por la Santa Patrona. 

BRIGADA. -¿Qué Santa Patrona? 

ANTONIA. -Sí, Santa Eulalia... Sabe, esa santa que no podía tener hijos, y cuando llegó a los sesenta años, figúrese que el Señor le hizo la gracia de quedarse embarazada. 

MARGARITA. -¿A los sesenta años? 

ANTONIA. -Sí, y el marido tenia más de ochenta. 

MARGARITA. -¡No me diga! 

ANTONIA. -Por lo visto el marido murió enseguida. La fuerza de la fe, ya se sabe. Así que, para recordar este milagro, todas 48 las mujeres del barrio se pasean durante tres días con tripa postiza. 

BRIGADA. -Qué bonita tradición. Así que por eso atracáis los supermercados, ¿no? Para conseguir el relleno para la tripa. Hay que ver, lo que hace la religiosidad del pueblo... ¡Bueno, basta de payasadas! Enséñeme lo que lleva ahí debajo o perderé la paciencia. 

ANTONIA. -¿Y qué piensa hacer si la pierde? ¿Arrancarnos la ropa? Le advierto que como nos toque con un solo dedo, e insista en querer ver, le ocurrirá la desgracia. 

BRIGADA. -No me haga reír. ¿Qué desgracia? 

ANTONIA. -La misma que le ocurrió al marido de Santa Eulalia. Como era un incrédulo, pues no lo creía. "Santa Eulalia, ven aquí", le dijo; "enséñame lo que llevas ahí debajo y déjate de historias, que como estés embarazada yo te mato, porque yo no soy el padre''. Entonces Santa Eulalia se abrió el vestido, y ¡segundo milagro!: del vientre le salió... ¡Una cascada de rosas!

 BRIGADA. -Muy bonito milagro. 

ANTONIA. -Y no acaba ahí la historia. Al viejo se le oscureció de pronto la vista: "¡No veo, no veo!", gritaba. "Estoy ciego; Dios me ha castigado". "¿Crees ahora, oh incrédulo?", le preguntó la Santa. "¡Sí, creo!", y entonces, tercer milagro: entre las rosas apareció un niño de diez meses, que ya hablaba y que dijo: "Papá, el Señor te perdona, puedes morir en paz". Le tocó con la manita en la cabeza, y el viejo murió. Pero muy tranquilo, ¿sabe?

BRIGADA. -¿Has terminado? Enséñame las rosas. 

ANTONIA. -Está bien. ¿Entonces es usted un incrédulo? 

BRIGADA. -Sí, mucho. 

ANTONIA. -¿No teme la desgracia? 

BRIGADA. -Ya le he dicho que no.  

ANTONIA. -Como quiera. Luego no me diga que no le avisé. (A MARGARITA) Anda, levántate que vamos a descubrirnos juntas: 

''Santa Eulalia del tripón, 

a quien no crea este miráculo, 

échale la maldición; 

A quien no crea en el oráculo, 

dale dolencia malvada, 

noche y niebla en la mirada; 

Santa Eulalia Santa bella, 

dale un golpe y que así sea."

(Las dos mujeres se abren el abrigo) 

BRIGADA. -¿Qué es eso? 

ANTONIA. -Huy, si parece ensalada. 

BRIGADA. -¿Ensalada? 

ANTONIA. -Pues sí, es ensalada: lechuga, escarola, endivia, berros, ¡y hasta una coliflor! 

MARGARITA. -Yo también tengo una coliflor... 

BRIGADA. -Pero ¿por qué os habéis escondido toda esa verdura en la tripa? 

ANTONIA. -Nosotras no hemos sido. A ver si va a ser un milagro... 

BRIGADA. -Sí, el milagro de la lechuga... ¿Dónde están las rosas? 

MARGARITA. -Es que están muy caras... 

ANTONIA. -Oiga, brigada, cada uno hace los milagros según la estación. Además, ¿es que está prohibido? ¿Acaso hay alguna ley que diga que un ciudadano italiano, sobre todo si es de sexo femenino, no pueda llevar escarola, lechuga, endivia y coliflor en la tripa? 

BRIGADA. -Claro que no hay ninguna ley, pero no comprendo por qué os habéis metido toda esa verdura... 

ANTONIA. -Ya se lo he dicho, para recordar el milagro de Santa Eulalia. Y a quien no se lo crea, antes o después le ocurre la desgracia. (Baja lentamente la luz

LAS DOS. -"Santa Eulalia del tripón, a quien no crea... " 

BRIGADA -¿Qué pasa ahora, se va la luz? 

ANTONIA. -¿Qué luz? 

BRIGADA. -¿No ve que está bajando... que está oscureciendo? 

ANTONIA. -Pero qué dice; yo veo perfectamente. ¿Y tú, Margarita? 

MARGARITA. -Pues yo... (ANTONIA le da una patada

ANTONIA. -Mire, nosotras vemos igual que antes. Puede que a usted e le esté debilitando la vista. (MARGARITA se acerca a ANTONIA a tientas).

MARGARITA. -(En voz baja) Se ha ido la luz en toda la casa. Nos la han cortado. 

BRIGADA. -Déjese de bromas, ¿Dónde está el interruptor? 

ANTONIA. -(Moviéndose tranquilamente en la oscuridad) Aquí, ¿no lo ve? Espere, ya voy yo, que para eso es mi casa. (Se oye el clic.) ya está, ¿lo ve?, ahora está apagada; ahora está encendida... ¿Lo ve? 

BRIGADA. -No, no veo nada... 

ANTONIA. -¡Ay, Santa Eulalia que se ha quedado ciego! Le ha ocurrido la desgracia. El señor le ha castigado por incrédulo. 

BRIGADA. -¡Basta! Abran la ventana... Quiero ver la calle. 

ANTONIA. -Si ya está abierta. 

MARGARITA. -Sí, la ventana está abierta, ¿no lo ve? 

ANTONIA. -Venga a ver. (Lo coge por el brazo) Por aquí, brigada. (Le coloca una silla delante) Cuidado con la silla. (Golpe) 

BRIGADA. -Ayyyyy... ¡mi espinilla! 

ANTONIA. -Tenga cuidado por donde pisa. 

BRIGADA. -¿Cómo voy a tener cuidado si no veo nada? 

ANTONIA. -Es verdad, pobrecillo, si no ve... ¡Qué desgracia! Aquí está la ventana. (Lo ha llevado al aparador y abre las puertas.) Tenga cuidado... Eso es, apóyese que ahora abrimos la persiana... Toque, toque; ¿ve cómo está abierto? (El BRIGADA toca a tientas) Oh, qué vista tan bonita tiene mi ventana. ¿Ve cuánta luz hay en la calle? Pero ¿qué día es hoy? Ah, claro, son las bombillas por la fiesta de Santa Eulalia... ¡Cuánta luz, qué lujo! ¿No ve? 

BRIGADA -No, no veo. ¡No veo nada! ¿Qué me ha ocurrido? Una cerilla. ¡Enciendan una cerilla! 

ANTONIA. -Enseguida; quédese ahí que voy a buscarla. Mire, tengo algo mejor: un soplete de llama. (Enciende. Es un soplete de antimonio, del trabajo de Juan, de un material que no se pone rojo). Mire, mire qué llama tan hermosa. 

BRIGADA. -No la veo. Déjeme tocar. 

ANTONIA. -¡No, no, que está al rojo vivo! 

BRIGADA. -No veo nada rojo. Le digo que me deje tocar. ¡Auuuu! ¡La mano, que me he quemado la mano! 

ANTONIA. -¿Ve lo que pasa cuando no se cree? 

BRIGADA. -¡¡Estoy ciego!! 

ANTONIA. -Pues sí. Llevamos una hora diciéndoselo. Ha sido la desgracia. 

BRIGADA. -¿Dónde está la puerta? ¡Quiero salir! 

ANTONIA. -Espere que le acompaño. Venga... Aquí está la puerta. No le acompaño porque tengo mucho que hacer, pero ya sabe, baja la escalera, y luego a la derecha... (Abre el armario; el BRIGADA se lanza contra el tabique, retrocede tambaleándose y cae al suelo

BRIGADA. -¡Auuuuuuu! 

MARGARITA. -Se ha roto la cabeza. 

BRIGADA. -Ayyy, mi cabeza... ¿Qué ha sido? 

ANTONIA. -El niño, que le ha tocado la frente con la manita. 

BRIGADA. -¡Caray con la manita! (Se desvanece) 

ANTONIA. -¡Brigada! ¡Brigada! Se ha desmayado. 

MARGARITA. -¿Estás segura de que no está muerto? 

ANTONIA. -No. A ver... Pues es verdad, no respira. Y no le late el corazón. 

MARGARITA. -¡Ay, Virgen Santa, hemos matado a un carabinero! 

ANTONIA. -¿Qué hacemos ahora? 

MARGARITA. -¿Me lo preguntas a mí? Tú lo hiciste, Yo me voy a mi casa, ¿Dónde he puesto las llaves? 

ANTONIA. -Vaya amiga, que me dejas aquí plantada con un carabinero muerto. ¡Viva la solidaridad! 

MARGARITA. -(Encuentra las llaves en el aparador.) Aquí están. Pero si tengo otras en el bolsillo... Deben ser las de Luis. Eso es que ha venido aquí a buscarme, y se las ha dejado. 

ANTONIA. -Pues entonces volverá a por ellas. 

MARGARITA. -Seguro que se ha encontrado con Juan, que le habrá contado lo de mi embarazo, ¿Y qué le cuento yo ahora? Yo no valgo como tú para inventármelo todo... Me quedo aquí. Tú te ocuparás de sacarme de este embrollo. Se lo cuentas tú todo. 

ANTONIA. -Sí, claro, yo le cuento todo: ¡yo lo hago todo! Como tengo tanta aguante, ¿verdad? (Observa al BRIGADA) Oye, que ese está muerto de verdad. 

MARGARITA. -¿Lo ves? ¡Tú y tus milagros! 

ANTONIA. -Yo ya se lo advertí: ¡cuidado con la maldición, que Santa Eulalia es una santa terrible y muy rencorosa! (Lo coge por los hombros, lo levanta y lo deja caer

MARGARITA. -¿Qué le haces? 

ANTONIA. -La respiración artificial. 

MARGARITA. -Eso ya no se hace. Hay que practicarle el boca a boca, como a los ahogados. 

ANTONIA. -¿No querrás que ahora me ponga a besar carabineros? Que si se entera mi marido... Anda, Margarita, bésalo tú. 

MARGARITA. -Ni hablar. Necesitamos una bombona de oxígeno. 

ANTONIA, -(Reflexiona) ¡La tengo! Mira, las de la soldadura. Una es de hidrógeno, y la otra de oxígeno. Ven, ayúdame. Cierro la válvula del hidrógeno, así, y abro la del oxígeno. Verás como le gusta. Es como pasar un mes en la sierra. Se curará enseguida. 

MARGARITA. -¿Crees que funcionará? 

ANTONIA. -Claro, si lo he visto en el cine ¿Ves? Ya empieza a respirar; mira cómo mueve el estómago. Se levanta... Ahora verás cómo se baja... 

MARGARITA. -A mi me parece que sólo se levanta... Antonia, para, para, ¡que lo estás hinchando como un globo! 

ANTONIA. -¡Me he equivocado de bombona! No consigo sacarle el tubo de la boca, lo aprieta con los dientes. ¡Vete a cerrar la válvula, corre! No, del otro lado; lado; gírala hacia el otro lado. 

MARGARITA. -Ya está. 

ANTONIA. -Vaya barriga... He preñado a un carabinero.

Cuestiones para el coloquio

Federico García Lorca, en una conferencia que ofreció sobre el teatro, dijo: 

"El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre. Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo; como el teatro que no recoge el latido social, el latido, histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu, con risa o con lágrimas, no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego o sitio para hacer esa horrible cosa que se llama "matar el tiempo".

A partir de lo expuesto en la introducción, de este fragmento de Lorca y después de haber leído tres fragmentos de Aquí no paga nadie, os proponemos las siguientes cuestiones: 

En España Aquí no paga nadie se estrenó en 1984. Estuvo dirigida por José Carlos Plaza e interpretada por Esperanza Roy, Nicolás Dueñas, Lola Mateo, Ángel de Andrés y Alberto de Miguel.


Pincha en la imagen para ver la obra.