Lisístrata

¿Huelga de hambre para acabar con una situación injusta? ¿Boicot a los autobuses para denunciar la segregación racial? De Gandhi, Luter King o Rosa Parks seguro que habréis oído hablar. Pero, ¿de Lisístrata? Vale que no es un personaje histórico, sino de ficción, pero su propuesta para acabar con las guerras del Peloponeso entre Atenas y Esparta no tiene nada que envidiarles, ¡y les lleva 25 siglos de ventaja! 

Lo que propone Lisístrata a las esposas de atenienses y espartanos es nada menos que una huelga de sexo. Como lo habéis oído. En una suerte de "mundo al revés", puesto que las mujeres pintaban más bien poco en la Antigua Grecia, son ellas las que van a presionar a sus compañeros para que acaben de una vez por todas con una guerra que no trae más que escasez y sufrimiento. O eso, o se acabó el sexo. ¿Cómo lo veis? De esta manera, Aristófanes va a unir en su comedia un claro propósito de denuncia -la guerra y los males que acarrea- y la carcajada -arrancada en esta ocasión de la manera más primaria: a partir de múltiples alusiones sexuales, reflejadas tanto en el lenguaje como en las situaciones provocadas-.

Teatro de Dionisio. Atenas.

Recordemos alguna cosa acerca del teatro griego y el autor que nos ocupa.

Antiguamente –hablamos del siglo V antes de Cristo y nos encontramos en Grecia-, el teatro no era una diversión más a la que poder recurrir en cualquier momento del año, sino que se hallaba muy ligado a celebraciones religiosas – el culto a Dionisio-. Las representaciones tenían lugar dos veces al año en el teatro dedicado a este dios, y si en parte pueden considerarse un espectáculo, no se desprenden por ello de su marcado carácter de culto, de rito. Tragedias y comedias recogen situaciones de opresión, de tiranía, de angustia, que afectan a la colectividad (representada en el escenario por el coro), y ante ellas se alza un héroe o heroína que ha de buscarle salida. No hay restricciones en el lenguaje a la hora de expresar la ira, el dolor, la risa...; no hay restricciones tampoco a la hora de criticar todos los valores o principios que se sienten como opresivos.

Ahora bien, lo que se aborda en la tragedia desde el dolor y la muerte, se hace en la comedia desde la risa y la burla. El lenguaje solemne y arcaico de la tragedia deja paso al chiste, la broma, la obscenidad, el insulto. La realidad fielmente reflejada es desafiada desde la fantasía y la inverosimilitud. Todo vale con tal de que la angustia inicial se troque en felicidad al final. 

"De todos los que cultivaron este género, solo conocemos hoy un nombre, el de Aristófanes. Aristófanes nació en torno al año 450 a.C. El centro de su vida se coloca en la guerra del Peloponeso (431-404). [...] En ella Atenas, llena de poderío a la cabeza de su imperio, chocó con Esparta y el bloque peloponesio; primero, llena de esperanzas; luego, en una situación cada vez más aflictiva, en la que la lucha externa contra enemigos superiores, se doblaba con una guerra civil larvada y a veces abierta, entre el partido imperialista y el moderado. [...] Es la época trágica de Atenas, que va a hundirse a partir de aquí en una decadencia política y económica y que, en lo literario, verá el final de géneros como la tragedia y la comedia antigua".         

                                                        Francisco Rodríguez Adrados

Aristófanes vuelca en sus comedias aspectos de la realidad política, social y cultural de Atenas. De las once comedias suyas que han llegado hasta nuestros días, un núcleo importante tienen como tema el de la paz. Los protagonistas de Los acarnienses, La Paz, Lisístrata, tratan, por diversos medios, de conseguir la paz con Esparta. En Lisístrata eligió como protagonista a una mujer ateniense (Lisístrata), perspicaz y enérgica, que decide convocar a las mujeres de Atenas, de Beocia y del Peloponeso, para un asunto de importancia: detener la guerra que está arruinando a Grecia. Leeremos unos fragmentos de esta obra, para abordar después algunas cuestiones.

Lisístrata (Λυσιστράτη  en griego, "la que disuelve los ejércitos"), se representó por primera vez en 411 a. C., momento en que la ciudad de Atenas estaba perdiendo la guerra contra los espartanos en un episodio de las famosas Guerras del Peloponeso (del 431 al 404 a. de C.). 

Para que no os perdáis en la gran cantidad de gentilicios que se mencionan en la obra, reflejo de los diferentes pueblos que habitaban Grecia en la época de Aristófanes (Atenienses, Beocios, Laconios, Corintios, Espartanos, Arcadios, Macedonios, Milesios etc...) os dejamos un mapa de la Grecia antigua. 


Texto 1

En el comienzo de la obra Lisístrata aparece en escena inquieta por la tardanza de las mujeres atenienses, a las que ha convocado para intentar una solución ingeniosa que logre detener la guerra y que sus maridos regresen al hogar.


(Se divisa la Acrópolis de Atenas al fondo. Es de mañana, y aparece en escena LISÍSTRATA

LISÍSTRATA.- Si las hubieran invitado a una fiesta de Baco, a una gruta de Pan, o al promontorio Colíade, al templo de la Genetílide, no se podría ni siquiera pasar por culpa de sus tambores. Pero, así, ahora todavía no se ha presentado ninguna mujer. (CLEONICE sale de su casa.) Bueno, aquí sale mi vecina. ¡Hola, Cleonice! 

CLEONICE.- Hola, tú también, Lisístrata. ¿Por qué estás preocupada? No pongas esa cara, hija mía, que no te cuadra arquear las cejas.

LISÍSTRATA.- Cleonice, estoy en ascuas y muy afligida por nosotras las mujeres, porque entre los hombres tenemos fama de ser malísimas... 

CLEONICE.- Es que lo somos, por Zeus. 

LISÍSTRATA.- ... y cuando se les ha dicho que se reúnan aquí para deliberar sobre un asunto nada trivial se quedan dormidas y no vienen. 

CLEONICE.- Ya vendrán, querida. Difícil resulta para las mujeres salir de casa: una anduvo ocupada con el marido; otra tenía que despertar al criado; otra tenía que acostar al niño; otra lavarlo; otra darle de comer. 

LISÍSTRATA.- Pero es que había para ellas otras cosas más importantes que esas. 

CLEONICE.- ¿De qué se trata, querida Lisístrata, el asunto por el que nos convocas a nosotras las mujeres? ¿En qué consiste, de qué tamaño es? 

LISÍSTRATA.- Grande. 

CLEONICE.- ¿Es también grueso? 

LISÍSTRATA.- Sí, por Zeus, muy grueso. 

CLEONICE.- Entonces, ¿cómo es que no hemos venido? (1)

LISÍSTRATA.- No es eso que piensas: si no, ya nos habríamos reunido rápidamente. Se trata de un asunto que yo he estudiado y al que he dado vueltas y más vueltas en muchas noches en blanco. 

CLEONICE.- Seguro que es delicado eso a lo que has dado vueltas y vueltas. 

LISÍSTRATA.- Sí, tan delicado que la salvación de Grecia entera estriba en las mujeres. 

CLEONICE.- ¿En las mujeres? Pues sí que tiene pocas agarraderas. 

LISÍSTRATA.- Cuenta que están en nuestras manos los asuntos de la ciudad; si no, hazte a la idea de que ya no existen los peloponesios…(2)

CLEONICE.- Mucho mejor que ya no existan, por Zeus. 

LISÍSTRATA.-... y de que los beocios perecerán todos, por completo. 

CLEONICE.- No, todos no; excluye las anguilas. 

LISÍSTRATA.- De Atenas no voy a pronunciar nada de ese estilo: adivina tú mis pensamientos. Pero si se reúnen aquí las mujeres, las de los beocios, las de los peloponesios y nosotras, salvaremos todas juntas a Grecia. 

CLEONICE.-Y, ¿qué plan sensato o inteligente podrían realizar las mujeres si lo nuestro es permanecer sentadas, bien pintaditas, luciendo la túnica azafranada y adornadas con el vestido recto y con las zapatillas de moda? 

LISÍSTRATA.- Pues eso mismo es lo que espero que nos salve: las tuniquillas azafranadas, los perfumes, las zapatillas, el colorete y las enaguas transparentes.

 CLEONICE.- Y, ¿de qué manera? 

LISÍSTRATA.- De manera que de los hombres de hoy en día ninguno levantará la lanza contra otro... 

CLEONICE.- Entonces, ¡por las dos diosas!, me haré teñir una túnica de azafrán. 

LISÍSTRATA.-... ni cogerá el escudo…

CLEONICE.- Voy a ponerme el vestido recto. 

LISÍSTRATA.- ... ni el puñal. 

CLEONICE.- Voy a comprarme unas zapatillas de moda.

LISÍSTRATA.- ¿Pero no tenían que estar aquí ya las mujeres? 

CLEONICE.- No sólo eso, por Zeus, sino que hace ya rato que tenían que haber llegado volando. 

LISÍSTRATA.- Pero mujer, ya verás cómo resultan ser muy del Ática: hacen todo después de la hora. La cosa es que ni siquiera ha venido ninguna mujer de los costeños ni de Salamina. 

CLEONICE.- Pues por lo menos estas últimas, yo sé que al amanecer han separado las piernas para montar sobre... los barcos.

LISÍSTRATA.- Ni siquiera las que yo esperaba y calculaba que estarían aquí las primeras, las de los Acarnienses, ni ésas han venido. 

CLEONICE.- Por lo menos, la mujer de Teógenes, para venir aquí, empinó... (Hace ademán de beber)... la vela. Pero aquí están, ya se acercan algunas. 

LISÍSTRATA.- También llegan estas otras.

 (Entran MÍRRINA (3) y otras mujeres.)

CLEONICE.- Uf, uf, ¿de dónde son?

LISÍSTRATA.- De Anagirunte. 

CLEONICE.- Sí, por Zeus, por lo menos el maloliente «anágiro» me parece que se ha removido. 

MÍRRINA.-¿Llegamos tarde, Lisístrata? ¿Qué dices? ¿Por qué te callas? 

LISÍSTRATA.- No te elogio, Mírrina, por haber llegado ahora siendo el asunto tan importante. 

MÍRRINA.- Es que me costó trabajo encontrar el cinturón en la oscuridad. Si hay prisa por algo, anda, dínoslo a las que ya estamos aquí. 

CLEONICE.- No, por Zeus, vamos a esperar por lo menos un poco a que vengan las mujeres de los beocios y de los peloponesios. 

LISÍSTRATA.- Lo que has dicho está muy bien. (Entra LAMPITO con dos muchachas desnudas.) Aquí viene Lampito. ¡Hola, Lampito, querida laconia! (4)  ¡Cómo reluce tu belleza, guapísima!, ¡qué buen color tienes, cómo rebosa vitalidad tu cuerpo! Podrías estrangular incluso a un toro. 

LAMPITO.- Zeguro que zí, azí lo creo yo, pol loh doh diozeh, pueh me entreno en er gimnazio y zarco dándome en er culo con loh taloneh.

CLEONICE.- ¡Qué hermosura de tetas tienes! 

LAMPITO.- Me ehtáh parpando iguá que a una víctima para er zacrifisio. 

LISÍSTRATA. Y de estas dos, la jovencita esta de aquí, ¿de dónde es? 

LAMPITO.- Ehta eh de arcurnia, pol loh doh diozeh, una beosia que ha venido adonde uhtedeh. 

LISÍSTRATA.- Sí, por Zeus, muy de Beocia: ¡menuda llanura (5) tiene! 

CLEONICE.- Sí, por Zeus, y se ha depilado muy elegantemente el poleo. 

LISÍSTRATA.- ¿Y quién es esta otra chica? 

LAMPITO.- De hente prominente, zí, pol loh doh diozeh: éh corintia. 

CLEONICE.- Sí, por Zeus, prominente, ya se le ve por aquí y por allí. 

LAMPITO.- Y a vé, ¿quién ha reunido ehta tropa de muhereh? 

LISÍSTRATA.- Yo, aquí. 

LAMPITO.- Dinoh lo que quiereh que agamoh. 

CLEONICE.- Sí, por Zeus, querida, dinos ese asunto tan importante que te traes entre manos. 

LISÍSTRATA.- Yo lo diría, pero antes de decirlo os voy a preguntar una cosa, algo de poca monta. 

CLEONICE.- Lo que tú quieras. 

LISÍSTRATA.- ¿No echáis de menos a los padres de vuestros hijitos, que están lejos, de servicio? Pues bien sé que todas vosotras tenéis al marido lejos de casa. 

CLEONICE.- Mi marido, por lo menos, cinco meses lleva fuera, pobre de mí, vigilando a Éucrates en Traria.

MÍRRINA.- Pues el mío, siete meses completos en Pilos.

LAMPITO.- Y er mío, zi arguna vé viene der frente, cohe el ehcudo y desaparese volando. 

LISÍSTRATA.- Y ni siquiera de los amantes (6) ha quedado ni una chispa, pues desde que los milesios nos traicionaron, no he visto ni un solo consolador de cuero de ocho dedos de largo que nos sirviera de alivio «cueril». Así que, si yo encontrara la manera, ¿querríais poner fin a la guerra con mi ayuda?

CLEONICE.- Yo sí, por las dos diosas, desde luego, aunque tuviera que empeñar el vestido este curvilíneo y... bebérmelo el mismo día. 

MÍRRINA.- Pues yo, me dejaría cortar en dos y daría la mitad de mi persona, aunque pareciera un rodaballo. 

LAMPITO.- Y yo, ahta me zubiría a todo lo arto der Taiheto, ayí donde pudiera vé la pá. 

LISÍSTRATA.- Voy a decíroslo, pues no tiene ya que seguir oculto el asunto. Mujeres, si vamos a obligar a los hombres a hacer la paz, tenemos que abstenernos... 

CLEONICE.- ¿De qué? Di. 

LISÍSTRATA.- ¿Lo vais a hacer? 

CLEONICE.- Lo haremos, aunque tengamos que morirnos. 

LISÍSTRATA.- Pues bien, tenemos que abstenernos del cipote. ¿Por qué os dais la vuelta? ¿Adónde vais? Oye, ¿por qué hacéis muecas con la boca y negáis con la cabeza? ¿Por qué se os cambia el color? ¿Por qué lloráis? ¿Lo vais a hacer o no? ¿Por qué vaciláis? 

CLEONICE.- Yo no puedo hacerlo: que siga la guerra. 

MÍRRINA.- Ni yo tampoco, por Zeus: que siga la guerra. 

LISÍSTRATA.- Y, ¿tú eres la que dices eso, rodaballo? ¡Si hace un momento decías que te dejarías cortar por la mitad! 

CLEONICE.- Otra cosa, cualquier otra cosa que quieras. Incluso, si hace falta, estoy dispuesta a andar por fuego. Eso antes que el cipote, que no hay nada comparable, Lisístrata, guapa. 

LISÍSTRATA.- Y tú, ¿qué? (A MÍRRINA.) 

MÍRRINA.- También yo prefiero andar por fuego. 

LISÍSTRATA.-Jodidísima ralea nuestra, toda entera. No sin razón las tragedias se hacen a costa nuestra, pues no somos nada más que follar y parir. (A LAMPITO.) Pero tú, querida laconia -pues con que tú sola estés a mi lado, aún podríamos salvar el asunto-, ponte de mi parte. 

LAMPITO.- Pol loh doh diozeh, éh difisi que lah muhere duerman zin capuyo, zolah der todo. Zin embargo, zea, que jase musha farta la pá. 

LISÍSTRATA.- Querida, tú sí que eres una mujer y no todas éstas. 

CLEONICE.- Y si nos abstuviéramos todo lo posible de lo que tú dices -lo que ojalá que no pase-, ¿eso influiría mucho para que se hiciera la paz? 

LISÍSTRATA.- Mucho sí, por las dos diosas. Porque si nos quedáramos quietecitas en casa, bien maquilladas, pasáramos a su lado desnudas con sólo las camisitas transparentes y con el triángulo depilado, y a nuestros maridos se les pusiera dura y ardieran en deseos de follar, pero nosotras no les hiciéramos caso, sino que nos aguantáramos, harían la paz a toda prisa, bien lo sé. 

LAMPITO.- Pol lo menoh, Menelao, cuando eshó una mirada a loh meloneh de Helena, que ehtaba dehnuda, tiró la ehpada (7), creo yo. 

CLEONICE.- Pero mujer, ¿qué pasará si nuestros maridos nos abandonan? 

LISÍSTRATA. Lo de Ferécrates, «descapullar a un perro descapullado» (8). 

CLEONICE.- Esos sucedáneos son pamplina. ¿Y si nos cogen y nos arrastran por la fuerza a la alcoba? 

LISÍSTRATA.- Tú agárrate a la puerta. 

CLEONICE.- ¿Y si nos pegan? 

LISÍSTRATA.- Hay que dejarse hacer poniéndoselo muy difícil, que no hay placer en esas cosas cuando se hacen por la fuerza. Además hay que causarles dolor. Y pierde cuidado, en seguida renunciarán. Pues nunca jamás disfrutará el hombre si no va de acuerdo con la mujer. 

CLEONICE.- Si eso es lo que os parece bien a vosotras dos, también nos lo parece a nosotras. 

LAMPITO.- A nuehtroh maridoh, nozotrah loh convenseremoh de que agan una pá huzta y zin engaño en todah lah cozah, pero a eza hente atenienze, tan veleta, ¿cómo ze la puede convensé para que no digan tonteríah? 

LISÍSTRATA.- Pierde cuidado, nosotras convenceremos a la parte que nos toca. 

LAMPITO.- Ezo no puede zé, pol lo menoh mientrah zuh trirremeh tengan patah y aya dinero zin contá en la caza de la dioza. 

LISÍSTRATA.- También eso está bien preparado, ya que nos apoderaremos de la Acrópolis hoy mismo. A las más viejas se les ha ordenado hacer esto: que mientras nosotras nos ponemos de acuerdo en estas cosas, ellas, aparentando que celebran un sacrificio, se apoderen de la Acrópolis. 

LAMPITO.- Todo puede rezultá, pueh lo que diseh tiene fundamento. 

LISÍSTRATA.- Lampito, ¿por qué no hacemos todas juntas un juramento sobre esto, para que sea inquebrantable?

[...]

LISÍSTRATA.- Pues, ¿cuál podría ser el juramento? ¿Cogemos de alguna parte un caballo blanco y nos agenciamos sus vísceras cortándoselas? 

CLEONICE.- ¿Dónde vas tú, con un caballo blanco?

LISÍSTRATA.- Entonces, ¿cómo vamos a jurar? 

CLEONICE.- Por Zeus, yo te lo voy a decir si quieres. Poniendo una copa grande y negra boca arriba y degollando... un cántaro de vino de Tasos, juremos sobre la copa... no echarle agua encima. 

LAMPITO.- Ozú, ozú, er huramento, no se puede ni desí cómo lo apruebo. 

LISÍSTRATA.- Que alguien traiga de dentro una copa y un cántaro. (Sacan a escena la copa y el cántaro.) 

CLEONICE.- ¡Queridísimas mujeres!, ¡qué cacharro tan grande! Y la copa esa, con sólo cogerla, ya se alegra una. 

LISÍSTRATA.- (A la que trae la copa). Déjala ahí y cógeme el verraco. Soberana Persuasión y Copa de la Amistad, recibe estos sacrificios mostrándote benévola para las mujeres. (Mientras tanto, vierte vino en la copa.) 

CLEONICE.- De buen color es la sangre, ya lo creo, y corre estupendamente. 

LAMPITO.- Y dehde luego, uele de maraviya, por Cáhtor. 

CLEONICE.- Mujeres, dejadme jurar a mí la primera. 

LISÍSTRATA.- No, por Afrodita; cuando te llegue el turno. Tocad todas la copa, Lampito, y que una en vuestro nombre repita exactamente lo que yo diga. Vosotras declararéis esto bajo juramento de acuerdo conmigo y lo mantendréis firmemente: «Ningún hombre, ni amante, ni marido»... 

CLEONICE.- «Ningún hombre, ni amante, ni marido»... 

LISÍSTRATA.-... «se acercará a mí descapullado». Dilo. 

CLEONICE.- ... «se acercará a mí descapullado». ¡Ay, ay!, se me debilitan las rodillas, Lisístrata. 

LISÍSTRATA.- «En casa pasaré el tiempo sin mi toro».

CLEONICE.- «En casa pasaré el tiempo sin mi toro»... 

LISÍSTRATA.-... «con mi vestido azafranado y muy bien arreglada»... 

CLEONICE.- ... «con mi vestido azafranado y muy bien arreglada»... 

LISÍSTRATA.-... «para que mi marido se ponga al rojo vivo»…

CLEONICE.- ... «para que mi marido se ponga al rojo vivo»... 

LISÍSTRATA.-... «y nunca le seguiré la corriente a mi marido de buena gana». 

CLEONICE.-... «y nunca le seguiré la corriente a mi marido de buena gana». 

LISÍSTRATA.- «Pero si me obliga por la fuerza contra mi voluntad»…

CLEONICE.- «Pero si me obliga por la fuerza contra mi voluntad»... 

LISÍSTRATA.... «me dejaré de mala gana y no le seguiré en sus meneos». 

CLEONICE.- ... «me dejaré de mala gana y no le seguiré en sus meneos». 

LISÍSTRATA.- «No levantaré hacia el techo mis zapatillas persas». 

CLEONICE.- «No levantaré hacia el techo mis zapatillas persas». 

LISÍSTRATA.- «No me pondré a cuatro patas como una leona encima del rallador de queso». 

CLEONICE.- «No me pondré a cuatro patas como una leona encima del rallador de queso». 

LISÍSTRATA.- «Si mantengo firmemente estas cosas, que beba yo de aquí»... 

CLEONICE.- «Si mantengo firmemente estas cosas, que beba yo de aquí»... 

LISÍSTRATA.- «Pero si las violo, que se llene de agua la copa». 

CLEONICE.- «Pero si las violo, que se llene de agua la copa». 

LISÍSTRATA.- ¿Declaráis todas vosotras esto bajo juramento de acuerdo conmigo? 

TODAS.- Sí, por Zeus. 

LISISTRATA.- Hala, yo haré la ofrenda de ésta. (Coge la copa para bebérsela.) 

CLEONICE.- Tu parte y gracias, querida, para que resultemos en el acto todas amigas unas de otras. 

(Van bebiendo todas. Se oye un griterío de mujeres a lo lejos.)


ARISTÓFANES, Las nubes, Lisístrata, Dinero, Clásicos de Grecia y Roma, Alianza Editorial, 2000. Traducción y notas de Elsa García Novo. Páginas 117-131   https://historicodigital.com/download/Aristofanes%20-%20Lisistrata.pdf 

Notas:

 1 Piensa en el pene. 2 El Peloponeso es la península meridional de Grecia, de sus habitantes los más importantes eran los espartanos, los principales enemigos de Atenas.   3 «Mírrina» se relaciona con el nombre del mirto (myrtos), que designa la planta y el sexo de la mujer. Myrrinon es el adjetivo derivado de «mirto» y es, al tiempo, una de las múltiples denominaciones del glande.  4 Laconia es el nombre de la región en la que se encuentra la ciudad de Esparta, también llamada Lacedemonia. Lampito habla en dialecto laconio. 5 Beocia se conocía como una llanura de gran fertilidad. Se utiliza aquí edíon con un doble significado, de «llanura» y de «sexo de la mujer»  6 «Amante» no se refiere a un hombre, sino al consolador de cuero (ólisbos) que se menciona más adelante. Estos instrumentos se fabricaban en Mileto, en Asia Menor, y por ello dejan de verse cuando la ciudad se aparta de la alianza ateniense a raíz de la derrota en Sicilia.  7 En un pasaje de Andrómaca de Eurípides, Menelao desiste de matar a su esposa al contemplarla.  8 Los consoladores podían ser de piel de perro. Se refiere a un consolador de cuero de perro.  

1. Varios son los recursos que Aristófanes utiliza para provocar la risa. Entre ellos destacan los malentendidos, los eufemismos, los insultos, las expresiones abiertamente obscenas (todas las referencias al sexo ) y los acentos de determinados personajes. 

2. La actitud de las mujeres en la obra es antibelicista. ¿Qué razones dan en este texto para oponerse a la guerra?  

3. Las mujeres realizan su juramente con vino. Por si no lo recordáis, el culto a Dionisos (Baco en la mitología romana), dios del vino, está en el origen del teatro. Las famosas "dionisias". https://youtu.be/9qbVdjYutMg 


Texto 2

Las mujeres se encierran en la Acrópolis y el Corifeo, con un coro de viejos, intentan prender fuego para obligarlas a salir. Tras un tenso diálogo entre el Corifeo y su mujer, la Corifea, entra Lisístrata y se enfrenta al comisario, que va acompañado de arqueros escitas.

(LISÍSTRATA sale de la Acrópolis, abriendo las puertas.

LISÍSTRATA.- No apalanquéis nada. Ya salgo yo sin que me obligue nadie. ¿Qué falta hacen las barras? No son barras lo que se necesita, sino sentido común y mollera. 

COMISARIO.- ¿Conque sí, eh, guarra? ¿Dónde está el arquero? (Al arquero.) Deténla y átale las manos a la espalda. 

LISÍSTRATA.- Por Ártemis, como me ponga encima la punta de un dedo, me las pagará aunque sea un agente público. 

COMISARIO.- (Al arquero.) ¿Qué, te da miedo, tú? ¿No vas a agarrarla por la cintura -y tú (a otro arquero) con él- y acabaréis de atarla entre los dos? 

(Sale CLEONICE de la Acrópolis.) 

CLEONICE.- (Al primer arquero.) Por Pándroso, como la toques, aunque sólo sea con la mano, te vas a cagar encima de los pisotones que te vamos a dar. 

COMISARIO.- Mira, «te vas a cagar encima». ¿Dónde hay otro arquero más? (A un tercer arquero.) Ata a ésta primero, porque encima es una bocazas. 

(Llega MÍRRINA.) 

MÍRRINA.- Por la Lucífera, como le pongas encima la punta de un dedo, vas a pedir enseguida una ventosa.

COMISARIO.-¿Qué sucede? ¿Dónde hay un arquero? (A un cuarto arquero.) Échale el guante a ésa. (A las mujeres.) Yo haré que terminen vuestras salidas, una por una. 

LISÍSTRATA.- Por la Táurica, como te acerques a ella, te voy a hacer gritar a fuerza de arrancarte el pelo. (Se va el arquero.) 

COMISARIO.- ¡Desgraciado de mí! Ha abandonado el campo el arquero. Pero nunca cederemos ante las mujeres. Avancemos contra ellas, en línea de combate, escitas, hasta llegar a las manos.

 LISÍSTRATA.- Por las dos diosas, vais a saber que también entre nosotras hay cuatro batallones de mujeres preparadas para la lucha, completamente armadas, ahí dentro. 

COMISARIO.- Retorcedles los brazos a la espalda, escitas. 

LISÍSTRATA.- (Dirigiéndose a la ciudadela.) Mujeres aliadas, salid corriendo de dentro, vendedoras-del-mercado-del-grano-de-purés-y-hortalizas, hospederas-y-vendedoras-de-ajo-y-de-pan, ¿no vais a arrastrar, golpear, despedazar?, ¿no insultaréis y os descararéis? (Salen las mujeres al ataque desde la Acrópolis y los escitas huyen.) Parad ya, retiraos, no cojáis botín. (Las mujeres que acaban de aparecer vuelven a la ciudadela.) 

COMISARIO.- ¡Ay de mí!, qué mal ha ido la cosa para mis arqueros. 

LISÍSTRATA.- Pues anda, ¿qué te pensabas? ¿Es que tú creías que atacabas a unas esclavas, o es que piensas que las mujeres no tienen arrestos?


ARISTÓFANES, Las nubes, Lisístrata, Dinero, Clásicos de Grecia y Roma, Alianza Editorial, 2000. Traducción y notas de Elsa García Novo. Páginas 140-142

Texto 3

Cinesias, marido de Mírrina, desesperado por la abstención sexual, se acerca a la Acrópolis buscando a su mujer. Ella, aconsejada por Lisístrata, juega con él en una de las escenas más cómicas de la obra.

(Entra LISÍSTRATA desde la Acrópolis.)

LISÍSTRATA.- ¡Oooh, mujeres, venid aquí, a mi lado, rápido! 

(Vienen MÍRRINA y otras mujeres desde la ciudadela.)

MÍRRINA.- ¿Qué hay? Dime, ¿por qué esas voces? 

LISÍSTRATA.- Un hombre, un hombre veo que se acerca trastornado, poseído por los éxtasis de Afrodita. ¡Soberana que guardas Chipre, Citera y Pafosi, Sigue por ese camino tan tieso que llevas! 

MÍRRINA.- ¿Y dónde está, sea quien sea?

LISÍSTRATA.- Junto al templo de la Verdeante Afrodita. 

MÍRRINA.- Ah, sí, por Zeus, ahí está, y, ¿quién puede ser? 

LISÍSTRATA.- Fijaos: ¿Lo conoce alguna de vosotras? 

MÍRRINA.- Sí, por Zeus, yo; ¡es mi marido, Cinesias (1)! 

LISÍSTRATA.- Lo que tienes que hacer ya es ponerlo en el asador, darle vueltas, engatusarlo con el quiero y no quiero, y decirle que sí a todo menos a lo que conoce la copa. 

MÍRRINA.- Descuida, yo lo haré. 

LISÍSTRATA.- Pues yo me quedo aquí contigo para ayudarte a engatusarlo y ponerlo a punto de caramelo. (A las demás mujeres.) Ahora, marchaos. 

(Salen; entra CINESIAS con un criado que trae un niño.

CINESIAS.- ¡Ay de mí, desdichado, qué convulsiones me dan, y qué rigidez, como si me torturaran en la rueda! 

LISÍSTRATA.- ¿Quién está ahí, que ha rebasado los puestos de guardia? 

CINESIAS.- Yo. 

LISÍSTRATA.-¿Un hombre? 

CINESIAS.- Un hombre, desde luego. 

LISÍSTRATA.- ¡Largo de ahí! 

CINESIAS.- ¿Y quién eres tú que me echas? 

LISÍSTRATA.-Un centinela de día. 

CINESIAS.- Por los dioses, entonces, llámame a Mírrina. 

LISÍSTRATA.- ¡Anda, que yo te llame a Mírrina!, ¿y quién eres tú? 

CINESIAS.-El marido de ella, Cinesias de Leónidas.

LISÍSTRATA.- Hola, querido. Tu nombre no está entre nosotras falto de prestigio ni deja de ser conocido, pues tu mujer siempre te tiene en la boca. Si coge un huevo o una manzana, dice: «Ojalá fuera para Cinesias». 

CINESIAS.- ¡Oh, dioses! 

LISÍSTRATA.-Sí, por Afrodita, y si se tercia hablar de maridos, tu mujer en seguida dice que al lado de Cinesias todo lo demás son pamplinas. 

CINESIAS.- Pues ve y llámala. 

LISÍSTRATA.- Bueno, y ¿qué me vas a dar? 

CINESIAS.-Yo, esto (Señala su miembro), por Zeus, si quieres. Esto es lo que tengo, y lo que tengo te lo doy. 

LISÍSTRATA.- Pues hala, voy a bajar a llamártela. (Se va.) 

CINESIAS.- A toda prisa. Pues ninguna ilusión tengo por la vida, desde el momento en que ella se marchó de casa; sufro al entrar en ella, que todo me parece desierto. La comida, ningún gusto me da comerla. Es que estoy empalmado.

 (MÍRRINA se deja ver desde la ciudadela.) 

MÍRRINA.- (A LISÍSTRATA.) Yo le quiero, le quiero, pero él no deja que yo le quiera. Así que tú no me llames a su lado. 

CINESIAS.- Mirrinita, encanto, ¿por qué haces eso? Baja aquí. 

MÍRRINA.- No, por Zeus, yo ahí no. 

CINESIAS.- ¿Llamándote yo no vas a bajar, Mírrina? 

MÍRRINA. Es que me dices que salga sin que te haga ninguna falta. 

CINESIAS.- ¿Ninguna falta a mí? Destrozado es lo que estoy. 

MÍRRINA.- Me marcho. 

CINESIAS.- No, no, escucha por lo menos al niño. (Al niño.) Tú, ¿no llamas a mamaíta? 

NIÑO.- Mamaíta, mamaíta, mamaíta. 

CINESIAS.- (A MÍRRINA.) Tú, ¿qué sientes? ¿Ni siquiera vas a tener lástima del niño que lleva sin lavar ni mamar seis días? 2 

MÍRRINA.- Sí me da lástima, que tiene un padre bien descuidado. 

CINESIAS.- Dichosa mujer, baja, por el niño. 

MÍRRINA.- ¡Lo que es ser madre! Tengo que bajar, ¿qué voy a hacer? (Entra MÍRRINA.) 

CINESIAS.- (Para sí.) La encuentro mucho más joven y de mirada más tierna. Sus enfados hacia mí y sus humos, eso mismo es lo que me tiene destrozado de deseo. 

MÍRRINA.- (Al niño.) Encanto, criaturita de un mal padre, ea, que te bese, encanto de mamaíta. 

CINESIAS.- Majadera, ¿por qué te portas así y haces caso a las otras mujeres? Me haces sufrir a mí y lo pasas mal tú también. (Se acerca a ella.) 

MÍRRINA.- No me arrimes la mano. 

CINESIAS.- Las cosas de casa, tuyas y mías, las echas a perder. 

MÍRRINA.- Me importan un rábano. 

CINESIAS.-¿Te importa un rábano la trama que está traída y llevada por las gallinas? 

MÍRRINA.- A mí sí, por Zeus. 

CINESIAS.- ¡Los ritos de Afrodita no los cultivas hace tanto tiempo! ¿No vas a venirte? 

MÍRRINA.- Por Zeus, no, a menos que hagáis las paces y pongáis fin a la guerra. 

CINESIA.- Vale, si eso te parece bien, hasta eso haremos. 

MÍRRINA.- Vale, si eso os parece bien, también yo regresaré allí. Pero ahora he jurado que no. 

CINESIAS.- Pues acuéstate conmigo: ¡el tiempo que hace ya! 

MÍRRINA.- Ni hablar. Sin embargo, no te diré que no te quiero. 

CINESIAS.- ¿Que me quieres? Entonces ¿por qué no estás ya acostada, Mirrinita? 

MÍRRINA.- ¡Fantoche!, ¿delante del niño? 

CINESIAS.- ¡Por Zeus! (Al criado.) Manes, llévate a éste a casa. (Se va el criado con el niño.) Hala, ya se te ha marchado el niño. Y tú, ¿es que no te acuestas? 

MÍRRINA.- ¿Y dónde se podría hacer eso, desdicha de hombre? 

CINESIAS.- ¿Que dónde? La gruta de Pan es buen sitio. 

MÍRRINA.- Y, ¿cómo me las arreglaré para volver luego pura a la Acrópolis? 

CINESIAS.- Estupendamente, antes te lavas en la Clepsidra.

MÍRRINA.- Y entonces, ¿voy a faltar a lo que he jurado, desdicha de hombre? 

CINESIAS.- Que recaiga en mí. No estés preocupada por el juramento. 

MÍRRINA.- Hala, pues voy a traer una cama para nosotros dos. 

CINESIAS.- De eso nada. Nos basta con el suelo. 

MÍRRINA.- No, por Apolo, aunque seas así, no te haré acostarte en el suelo. (Sale MÍRRINA.) 

CINESIAS.- Desde luego mi mujer me quiere, está clarísimo. (Regresa MÍRRINA con la cama.) 

MÍRRINA.- Aquí está, échate, acaba ya, que yo me voy desnudando. Pero, la cosa esta, la esterilla, hay que traerla. 

CINESIAS.- ¿Qué rayo de esterilla? Para mí no. 

MÍRRINA.- Sí, por Ártemis, que encima del jergón da vergüenza. 

CINESIAS.- Déjame que te bese. 

MÍRRINA. Espera. (Sale MÍRRINA.) 

CINESIAS.- ¡Ay, ay, ay! Vuelve a toda prisa. (Vuelve con una esterilla.) 

MÍRRINA.- Aquí está la esterilla. Échate, que ya me desnudo. Pero, la cosa esa, la almohada, no tienes. 

CINESIAS.- No me hace ninguna falta. 

MÍRRINA.- Por Zeus, a mí sí. (Sale MÍRRINA.) 

CINESIAS.- ¿Pero es que el cipote este es Heracles convidado a un banquete? 

(Vuelve MÍRRINA.) 

MÍRRINA.- Levántate, alza. (Le pone la almohada.) Ya tengo todo. 

CINESIAS.- Todo, seguro. Ven aquí, tesoro. 

MÍRRINA.- El sujetador me lo suelto ya. Y recuerda: no vayas a engañarme en lo de hacer las paces. 

CINESIAS.- ¡Que me muera, por Zeus! 

MÍRRINA.- ¡Pero si no tienes manta! 

CINESIAS.- Por Zeus, ni la necesito; joder es lo que quiero. 

MÍRRINA.- Descuida, eso lo harás, que vengo en seguida. (Sale.)

CINESIAS.- La tía esta me va hacer polvo por culpa de las mantas. (Entra MÍRRINA.) 

MÍRRINA.- Ponte erguido. 

CINESIAS.- Bien erguida está ésta. (Señala el miembro.) 

MÍRRINA.- ¿Quieres que te eche perfume? 

CINESIAS.- No, por Apolo, a mí no. 

MÍRRINA.- Sí, por Afrodita, quieras o no. (Sale.) 

CINESIAS.- ¡Ojalá se le derrame el perfume, Zeus soberano! (Entra MÍRRINA.

MÍRRINA.- Extiende la mano, coge y úntate. 

CINESIAS.- (Untándose.) No es agradable el perfume este, por Apolo, sino que es retardador y no huele a boda. 

MÍRRINA.- ¡Qué boba! Si he traído el perfume de Rodas.

CINESIAS.- Es bueno, déjalo en paz; ¡dichosa mujer! 

MÍRRINA.- De guasa estás. (Sale.) 

CINESIAS.- ¡Que reviente de mala manera el primero que consiguió un perfume! (Vuelve MÍRRINA.)

 MÍRRINA.- Coge este frasco. 

CINESIAS.- ¡Que tengo otro! Venga, calamidad, échate y no me traigas nada más.

 MÍRRINA.- Eso voy a hacer, por Ártemis. Ya estoy descalza, por lo menos. Pero, vida mía, tienes que votar que se haga la paz. 

CINESIAS.- Lo tendré en cuenta. (MÍRRINA se va.) Me ha matado, me ha hecho trizas mi mujer, y encima de todo lo demás, se marcha y me deja así, descapullado. ¡Ay!, ¿qué hago?¿A quién joderé, rechazado por la más guapa de todas? ¿Cómo cuidaré a esta cría? (Señala el miembro.) ¿Dónde está el Perrozorro? Alquílame la nodriza. 

EL CORIFEO.- En terrible desgracia, desdichado, tienes el alma afligida por haber sido engañado. También yo te compadezco. Ay, ay, pues, ¿qué riñón podría aún resistir, qué alma, qué pelotas, qué ijada, qué culo, estar así de tieso y sin joder, por la mañana? 

CINESIAS.- ¡Ay, Zeus, qué terribles espasmos! 

EL CORIFEO.- La verdad es que eso te lo ha hecho la muy guarra y la muy hija de perra. 

CINESIAS.- No, por Zeus, adorable y muy dulce. 

EL CORIFEO.- ¿Cómo que dulce? ¡Maldita y bien maldita, oh Zeus! Ojalá que tú a ella, como a los montones de paja, con una gran tempestad y torbellino, dándole vuelcos y revuelcos, te la llevaras lejos y luego la soltaras, y ella cayera de nuevo a tierra, y ¡plaf! se montara en el cipote descapullado. (Llegan un HERALDO lacedemonio y un PRITANIS ateniense. El lacedemonio, con un gran falo en erección que destaca bajo la capa.) 


1 Cinesias ( de la misma raíz que kiné?, “mover”, “excitar”, “joder”, es decir, “el que mueve, agita”, referido al pene2  No solo las mujeres hacen huelga sexual, sino también de cuidados.
ARISTÓFANES, Las nubes, Lisístrata, Dinero, Clásicos de Grecia y Roma, Alianza Editorial, 2000. Traducción y notas de Elsa García Novo. Páginas 160-166

Texto 4

Las mujeres logran su propósito y los hombres abandonan las armas. Lisístrata les conmina a hacer las paces. La obra termina con un convite y unos cánticos de amistad.


PRÍTANIS.- Ea, laconios, hay que decir cosa por cosa. ¿Para qué habéis venido aquí? 

LACONIO.- Como embahadoreh para la pá. 

PRÍTANIS.- Bien hablado, desde luego; también nosotros para lo mismo. ¿Por qué no llamamos entonces a Lisístrata que es la única que podría reconciliarnos? 

LACONIO.- Zí, pol loh doh diozeh, y zi queréih, tambié a Lizíhtrato. 

(Entra LISÍSTRATA.)

PRÍTANIS.- No hace falta, al parecer, que la llamemos, pues ella por su cuenta, al oírnos, viene ya. 

EL CORIFEO.- Hola, la mujer más valiente de todas. Ahora te toca a ti aparecer inflexible y suave, buena y mala, orgullosa y humilde, llena de mañas, que los principales de los griegos, cautivados por tu hechizo, se han rendido ante ti, y todos juntos han confiado a tu arbitrio todos sus litigios.  

LISÍSTRATA.- No es difícil la cosa, si se les coge llenos de deseo y sin que intenten nada unos contra otros. Pronto lo sabré. ¿Dónde está Conciliación? (Aparece CONCILIACIÓN personificada en una chica desnuda.) Coge y trae primero a los laconios, no con mano arisca e insolente, ni a lo bruto como hacían nuestros hombres, sino como suelen hacerlo las mujeres, muy amistosamente. Al que no te dé la mano, tráetelo del cipote. (CONCILIACIÓN trae a los laconios.) Ahora ve y trae a estos atenienses; por donde te dejen, cógelos y tráemelos. (Trae a los atenienses.) Laconios, colocaos junto a mí, y vosotros (a los atenienses) a este lado, y escuchad mis palabras: «Mujer soy, pero tengo inteligencia». 

[...]

(LISÍSTRATA sale hacia la Acrópolis con los laconios y los atenienses.

CORO CONJUNTO.- 

Colchas bordadas, ricos chales de lana, finas túnicas 

y joyas, eso poseo; 

no tengo inconveniente en permitiros a todos que os llevéis para vuestros

hijos, y para cuando vuestra hija sea canéforo

A todos vosotros os exhorto a que ahora toméis de lo

mío ahí dentro; 

nada está tan bien sellado 

que no se puedan 

arrancar los precintos

y llevarse lo que haya dentro. 

Pero aunque miréis no

vais a ver nada, a no ser que alguno tenga 

mejor vista que yo 

Y si uno de vosotros no tiene

comida y ha de alimentara los criados y a

un montón de chiquillos, 

puede coger de mi casa harina, que es finita, 

pero mi hogaza de un quénice tiene un aspecto muy robusto. 

De los pobres, el que quiera que venga a mi casa con sacos y 

talegos, que recibirá grano: 

mi esclavo Manes se lo echará. 

Pero os advierto, 

que no os acerquéis a 

mi puerta, y que tengáis 

cuidado con el perro.  

[...]

LISÍSTRATA.- Hala, como todo lo demás ha salido muy bien, llevaos, laconios, con vosotros a estas (Señala a las mujeres espartanas), y vosotros, a estas de aquí (Señala a las mujeres atenienses). Que el marido esté junto a su mujer, y la mujer junto a su marido, y, después de bailar en honor de los dioses por estos sucesos felices, que tengamos cuidado en lo sucesivo de no volver a cometer errores nunca más.

[...]

LACONIO.-Ale, avansa, síñete con una sinta er cabeyo, con ayuda de tu mano, y con loh pieh zarta como un siervo, marcando al mihmo tiempo el compáh que ayuda a la dansa, y a la muy guerrera, la poderozízima dioza de bronsíneo templo, dirihe tu canto. 

(Salen todos.)


ARISTÓFANES, Las nubes, Lisístrata, Dinero, Clásicos de Grecia y Roma, Alianza Editorial. Traducción y notas de Elsa García Novo, páginas 172-174 y 177-183

Cuestiones para el coloquio




El mundo de la comedia es mixto e incoherente. Hay en ella un utopismo y hasta un escapismo, si se quiere, de la sociedad: el poeta no toma verdaderamente en serio sus soluciones, él y su público saben que pertenecen al plano irreal del teatro y de la fiesta, a su distancia de la realidad, a su libertad restringida en el espacio y en el tiempo. Domina la fantasía. Pero, a la vez, hay una verdadera seriedad en la comedia: en los problemas que plantea, en las angustias que laten bajo su risa. 

                             Rodríguez Adrados

Lecturas en contrapunto

Si clásicos son aquellos textos que mantienen su vigencia pese al paso de los siglos, y su huella permanece tanto en la Historia como en el arte, no hay duda de que Lisístrata es uno de ellos. Baste para ello la referencia a dos Lisístratas contemporáneas -una en Liberia; otra en Kenia- y a una celebrada película que también bebe de sus aguas.