Día 6

Lectura Adicional Día 6

Extracto del libro "Consagración a San José" del padre Dolnald Calloway

ORATORIO DE SAN JOSÉ

Mi única gran devoción es hacia San José, quien me guía y me da plena confianza. — San Andrés Bessette

Los santos son héroes, y cada héroe merece un lugar de honor. Esto es especialmente cierto de San José. Él es el mayor santo, el héroe más grandioso y ¡merece una basílica en su honor!

La realidad es que hay muchos santuarios alrededor del mundo dedicados a San José. Sin embargo, hay uno que se destaca sobre todos los demás: El Oratorio de San José en Montreal, Canadá. El Oratorio de San José es una basílica mundialmente aclamada como el principal centro internacional de devoción a San José.

El Oratorio de San José fue fundado por San Andrés Bessette (también conocido como hermano Andrés). Este increíble santo nació cerca de Montreal en 1845. Su nombre de pila era Alfred, y sus padres eran católicos devotos; él fue el hijo número ocho de doce hijos. Años más tarde cuando entró a la vida religiosa, tomó el nombre de Andrés.

El padre de Alfred era leñador de oficio, y murió trágicamente al caerle encima un árbol cuando el pequeño tenía sólo 9 años. Dos años después, la madre de Alfred falleció de tuberculosis, por lo que el niño quedó huérfano a la edad de 12 años. Habiendo perdido tanto a su padre como a su madre a tan corta edad, Alfred desarrolló una fuerte devoción a San José y le encomendó totalmente su vida. Nunca gozó de buena salud y tampoco tuvo una buena educación. Cuando era joven se trasladó a los Estados Unidos y pasó algún tiempo en Connecticut trabajando en varias fábricas de textiles.

Después de un tiempo, ingresó a la Congregación de la Santa Cruz y se convirtió en hermano lego; nunca fue ordenado sacerdote. Debido a su falta de educación, al hermano Andrés (Alfred) se le dio la sencilla tarea de portero de un colegio administrado por su comunidad religiosa en Quebec. Se mantuvo en ese puesto durante más de 40 años. Era un hombre tan humilde, que con frecuencia se refería a sí mismo como “el perrito de San José,” pero Dios tenía grandes planes para él.

Aunque era un humilde portero, el hermano Andrés rápidamente fue conocido en todo Canadá como un hombre muy santo y piadoso. Pasaba incontables horas rezando con la gente que se acercaba a la puerta a verlo. A todos les ofrecía aceite devocional que colectaba de la lámpara que estaba al lado de una estatua de San José, y recomendaba que le encomendaran a San José todas sus necesidades. Por la intercesión del hermano Andrés ocurrieron incontables milagros, pero él siempre los atribuyó a la amorosa intercesión de San José.

Frecuentemente el hermano Andrés sufría burlas y era ridiculizado por su sencillo amor a San José, su piedad y devoción. Tristemente, incluso miembros de la Iglesia expresaban disgusto por él, especialmente por la atención que daba a todas las personas enfermas que llegaban a verlo. Muchos miembros de la Iglesia se sintieron celosos del hermano Andrés porque no pocos lo consideraban un santo. En promedio, el hermano Andrés recibía más de 80,000 cartas al año de la gente que le pedía oraciones. Las cartas eran tan numerosas, que necesitaba cuatro personas para ayudarlo con el correo. La sabiduría contenida en su correspondencia siempre fue sencilla y directa: ¡Acudan a José!

Cuando uno invoca a San José, no hay que hablar mucho, porque el Padre celestial sabe lo que necesitamos y también lo sabe su amigo San José. Hay que decirle, “Si tú estuvieras en mi lugar San José, ¿qué harías?” — San Andrés Bessette

En agradecimiento por todas las maravillas que ocurrían a través de la intercesión de San José, el hermano Andrés quiso establecer un santuario en su honor. Sus superiores religiosos le otorgaron el permiso para el proyecto, y con ayuda de otras personas se erigió una pequeña capilla dedicada a San José en 1904. En 1924, comenzó la construcción de una basílica en el lugar donde había construido su pequeña capilla en 1904. La basílica quedaría terminada en 1967 y se conocería en todo el mundo como el Oratorio de San José, el santuario más grande del mundo dedicado a este gran santo.

Desafortunadamente, San Andrés no vivió para ver terminada la basílica; murió en 1937 a la edad de 91 años. Sin embargo, gracias a sus esfuerzos para difundir la devoción a San José, se le conoce en todo el mundo como el más grande “Apóstol de San José” del siglo XX. Fue tan amado y respetado, que más de un millón de personas pasaron frente a su ataúd abierto antes de que la Misa S fúnebre se celebrara. Fue beatificado por San Juan Pablo II en 1982 y canonizado por el Papa Benedicto XVI en el año 2010. En el calendario litúrgico universal, la festividad de San Andrés se celebra el 6 de enero, el día que falleció. En Canadá, su fiesta se celebra el 7 de enero porque la solemnidad de la Epifanía siempre es celebrada el día 6 de enero y las solemnidades tienen prioridad.

Actualmente, más de 2 millones de personas visitan el Oratorio de San José anualmente. La gente viaja en peregrinación al Oratorio de San José de todas partes del mundo pidiendo gracias especiales por la intercesión de San José y de San Andrés Bessette. Ya sea que pidan por la salud, asistencia en matrimonios difíciles, la conversión de hijos extraviados, o cualquier otra situación que pesa en el corazón humano, todos los que visitan la basílica encuentran paz, esperanza y consuelo en San José.

Los restos mortales de San Andrés están preservados en la basílica y un relicario especial contiene su corazón. En 1984, San Juan Pablo II visitó el Oratorio de San José como peregrino mientras hacía una visita papal a Canadá, y ante la tumba del santo, el Papa ofreció su corazón a San José y San Andrés. Transcribimos una parte de la hermosa oración que San Juan Pablo II ofreció en esa ocasión:

Beatísimo [santo] hermano Andrés Bessette, portero del colegio y custodio del Oratorio de San José: dales esperanza a todos aquellos que siguen buscando tu auxilio. Enséñales la confianza en la virtud de la oración, y con ello, el camino a la conversión y a los Sacramentos. A través de ti y de San José, que Dios continúe derramando sus bendiciones. Amén.


Extracto del libro:Consagración a San JoséPadre Donald Calloway