Presentación del poemario
Cantares de un silencio,
Indira Moreno
presentado por:
Aura Sibila Benjamín
16 de mayo de 2024 / Galería Manuel E. Amador
Buenas noches. Me ha tocado el privilegio de presentar el poemario Cantares de un silencio, de la poeta panameña Indira Moreno, para lo que he preparado el texto que leeré a continuación y en el he incorporado algunos versos de la autora.
Antecedentes
El poemario Cantares de un silencio obtuvo mención honorífica en el concurso Gustavo Batista Cedeño de 1999, hace veinticinco años; diez años después de la invasión militar de los Estados Unidos a Panamá, ocurrida el 20 de diciembre de 1989. Recientemente, en 2022, declarado día de Duelo Nacional en Panamá. Pasaron treinta y tres años después de esa «madrugada del castigo» en la que padecimos el miedo y la muerte a «la sombra / del calendario tirado / bajo esquinas eternas» para otorgar el respeto debido a la memoria de los panameños caídos en 1989. Y todavía faltan nombres.
Muchos en aquel entonces celebraron la «doctrina del sufrir» a la que estamos acostumbrados: salieron a festejar y a tomarse fotos con soldados enviados desde aquella nación: «que da muerte si concede vida»; que con la invasión certificó la efectividad de aniquilación de su equipo militar en el territorio panameño, por consumar su consumir imparable: «llave del acorde / esparcido y callado, / con la fragancia del mentir». La acción militar contó con una estrategia de mercadotecnia bien pensada —que les dio tiempo incluso de imprimir t-shirts, gorras y volantes— para convencernos de lo que fue llamado «causa justa», esa «promesa inerte / de una paz vigilante / endiosada en la imagen / de su mito ideal».
Y no es que la vida en Panamá en los años ochenta fuera de «sonrisa majestuosa», porque nuestra existencia cotidiana con el «jinete apocalíptico» era toda una «cantata extraviada / sin remedio»; la misma historia cíclica y conocida de las tiranías de América. Respirábamos la «cárcel de las noches» como «embriones atrapados / en el hemisferio [...] / donde se detuvo el sol». En 1989, cayeron muchos soles durante la noche. La poeta insiste en decirnos: «el sol se ha suicidado». Añado: no una, sino varias veces.
Recordemos que Victoriano Lorenzo fue vilmente fusilado un 15 de mayo de 1903, en «un pacto secreto oligárquico-imperialista, donde se utilizaba la acumulación histórica de las luchas independentistas de la nación panameña, para salvaguardar los intereses norteamericanos en la construcción del Canal de Panamá», como menciona el escritor panameño Rafael Ruiloba en el artículo titulado El doble fusilamiento del general Victoriano Lorenzo, publicado el 15 de mayo de 2017, en el sitio electrónico La verdad Panamá.
Hay muchos otros eventos históricos acaecidos en este territorio ístmico designado para el tránsito de capitales extraidos para bienaventuranzas ajenas y, desde luego, para las migajas comerciales de las élites sumisas. En lo simbólico, el escudo de Panamá dice pro mundi beneficio. Seguramente el águila harpía que sostiene ese lema de «destino manifiesto» no habría aceptado ser estampada allí junto a la intención extractivista de quienes (nos) señalaron un camino trocado. ¿Estamos seguros que los próceres y toda la construcción simbólica paralela al nacimiento como república del istmo de Panamá —que año tras año celebramos con demostraciones marciales— nos otorga dignidad patriótica? Nos hemos creído un cuento escrito por otros... Sin embargo, la literatura observa y acompaña la historia. Y la poesía refuta, contradice, revela y se rebela.
La poesía es música y la música, poesía
El libro contiene diez cantos o poemas —218 versos— que llevan a rememorar la oralidad de los cantores de los pueblos de Abya Yala. Pensé en Nezahualcóyotl (1402 – 1472) el monarca tlatoani de Texcoco, en el México Antiguo, cuando expresó:
Aquí me pongo a llorar
me pongo triste.
Soy solo un cantor [...]
Indira es una cantora que sostiene un diálogo en duelo con su propio corazón y su conciencia, un diálogo que a su vez mantiene con el mundo y la otredad. Insiste en sacudir a la sociedad panameña con estos versos repletos de angustia, reproche, incertidumbre y nostalgia, en un deseo vehemente —y hasta iracundo— de concedernos la gracia de entender las contradicciones históricas, la humillación y la impunidad a que ha sido sometido el territorio ístmico y sus habitantes. Es una búsqueda de la canción primigenia, un anhelo por «mostrarte / el principio del camino» en el que «celebras / la doctrina del sufrir / en el brillo de tus cenizas».
Los versos convulsionan en todo el poemario. Se observa una dualidad que oscila entre el dolor y el extrañamiento, frente a un contexto que sabe nombrar, pero no aceptar desde la pasividad. Asume el canto, desde una palabra poética crispada y trémula a la vez, entrelazada a los laberintos históricos que nos identifican como país sistemáticamente intervenido por la potencia de turno, en el afán del expolio legendario. El silencio a que alude ciertamente es la verdad que nos estremece, que nos empobrece, que nos discrimina, que nos cuesta ver.
Luis Villoro en su obra La significación del silencio y otros ensayos, publicado por el Fondo de Cutura Económica en 2016, nos dice que: «[...] la música, el canto y la poesía son modos del habla, y, [...] también lo es el silencio». Heidegger, citado por Villoro, nos indica que: «la posibilidad originaria del habla es tanto el decir como el callar». La poeta no se resigna a callar porque arrastra el sufrir del territorio. Es un silencio activo al ubicar el pensamiento frente al estupor de la historia.
Analicemos brevemente unos versos del Canto II, titulado no sé quién eres:
cuna de los días
cárcel de las noches
cuando más te veo
¡menos te conozco!
Más adelante sigue:
no sé quién eres
aún si me han contado
salomas de los tiempos
que mi espíritu nace de ti...
Desde el título no sé quién eres se dirige a un tú irreconocible que se extiende a un «no sé quién soy» en el poema. Es la duda del origen, del reconocimiento de quiénes somos, de la pertenencia al territorio ante las contradicciones del país. Es el absurdo de preferir el olvido con tal de sobrevivir, como si no pasara nada, como si todo estuviera bien, como si mereciéramos tanta miseria en este territorio amado y tremendamente hermoso.
La poesía, declara Villoro, es «un habla en tensión permanente entre la palabra y su negación, el silencio». En este poemario se manifiesta una tensión a lo largo del texto poético que nos confronta con la historia de Panamá, que «nos abre de nuevo al asombro ante el mundo», un mundo desigual, hecho de miserias y legajos cómplices, plagado de la «cárcel de las noches». Un mundo, anota Villoro, donde «el amor y la gratitud precisan del silencio», pero también «la muerte y el sufrimiento».
En este istmo —panameño y centroamericano— nos hemos habituado a la «doctrina del sufrir» que nombra la poeta, aclimatados en la resignación y el olvido, a ese «ritmo legendario / quebrándose en tu cara» que leemos en el Canto VII, ceguera repentina. No obstante, Indira dice: «mi espíritu nace de ti...» porque Panamá es nuestra «cuna de los días», es nuestro territorio de arrullos, melodías y «virtudes legendarias».
En el Canto IX, la poeta proclama: «¡no escuches / teorías putrefactas / dogmas que renacen / endulzando / el dolor de las reliquias». Si nuestros muros —y por eso quizá el ahínco de muchos por derruirlos— nos cantaran la memoria, acaso nos narraran «la luna violenta / que se fue / por el desagüe». La autora expresa en el Canto VII: «y no respiras ya / el himno que exaltaba / trigales adolescentes, / vendidos a tu desesperanza». Será que hasta el himno nos miente cada vez iniciamos el conocido:
Alcanzamos por fin la victoria
en el campo feliz de la unión
¿Qué victoria hemos alcanzado? ¿Constituimos un territorio «feliz de la unión»? Qué nos sugiere el himno de Panamá en la segunda estrofa, cuando dice:
Es preciso cubrir con un velo
Del pasado el calvario y la cruz;
Si hacemos el recuento de hechos del siglo XX y lo que llevamos del XXI vemos con qué hábilidad y rapidez los intereses hegemónicos se apropian de los territorios, los recursos y hasta de la gente, ayudados internamente por quienes pactan «recoger la venta diluida» para «repintar verdes en el alma». Pregunto: ¿Serán panameños, se sentirán panameños y panameñas quienes firman la venta del territorio?
A principios del siglo XX las comunicaciones eran por carta, barco y telégrafo. Luego, vino el teléfono, el fax, el correo eléctrónico, el celular. Da vértigo imaginar cuántas veces por segundo estamos siendo vendidos ahora. Recordemos los hechos acaecidos últimamente en relación con la minería, situación que todavía va para larga lucha y donde debería primar la vida. ¿Acaso nuestro destino es el expolio legendario? En el Canto V —cada uno de estos versos dividen la estructura del poema— Indira escribe: «no me detengas / no me ahogues / ¿cuándo sentirás las huellas sedientas de tus hijos?», en clara alusión al territorio.
En 1999 recuperamos el canal. ¿Recuperamos el territorio? El hecho histórico de la invasión a Panamá todavía no lo hemos escrito. La literatura (poesía, cuento, novela) ha dejado la huella, la memoria literaria de los hechos, pero falta que la memoria histórica lo escriba desde la ciencia de la historia: el estudio panameño sobre la invasión a Panamá, así como se ha hecho en otros países. Paradójicamente, en Estados Unidos abundan los estudios históricos e incluso militares sobre este evento de guerra.
El filósofo Paul Ricoeur, en su libro La memoria, la historia, el olvido (2004), define la memoria colectiva como «una selección de huellas dejadas por los acontecimientos que afectaron el curso de la historia». ¿Qué acontecimientos han afectado el curso de la historia en Panamá? En el canto IX, llamado el dolor de las reliquias, el texto poético invita a Panamá a la acción colectiva de sus habitantes cuando dice: «¡anda! / toma las llaves / y despega», «pisotea el verde venenoso / de gran fracaso universal»; «sé que volverás.»; «congelando furias / en cada una / de tus pestañas».
Por otro lado, este poemario cuenta con dos epílogos, no tiene prólogo. Es un estilo en el que el texto se presenta solo, el lector o lectora se enfrenta de lleno con el contenido poético. Jarl Babot, autor del primer epílogo, nos dice: «se trata de un puñado de versos difíciles, cerrados a los ojos profanos», donde «el hombre (entendemos que aquí habla de la humanidad) como hacedor de su propia vida, hacedor de su propio destino, (se encuentra) atado a la atadura». Es «una poesía llena de angustias y, si, remordimientos. Propios y ajenos. De ella. De nosotros. De todos».
Asimismo, Abelardo Sewell Tyndell, autor del segundo epílogo titulado Un siglo de silencio, expresa que: «se trata de un pequeño poemario que busca confrontar al lector con la verdad irrecusable de la historia patria. Como Dante, la poeta Indira Moreno nos introduce al infierno, al mundo donde reina ese silencio atroz. O sea, nuestra realidad. [...] La poeta no denuncia sino hechos y le deja al lector la tarea de descubrir en su fuero interno, los significados. [...] Nos plantea ¿por qué nos resignamos ante el invasor ignorando nuestra historia?».
En cuanto a lo gráfico, el diseño de la obra fue realizado por Zoraida Costarelos y fluye limpio, entrelazando muy bien lo textual y lo icónico. Sobre las ilustraciones y, como bien explica Clelia Moure, catedrática argentina especialista en literatura, el paratexto icónico visual «guarda una relación de sentido con la obra», cada poema está precedido por una viñeta a toda página que aporta significación a lo que quizá pudiera ser difícil de entender, como apunta Jarl Babot. Las viñetas y la cubierta fueron realizadas por Roy Arcia.
La ilustración más impactante, según mi criterio, corresponde a la del Canto VIII, titulado el silencio prometido, en donde se observa en primer plano la expresión de una mujer totalmente violentada: estrangulada por los cables de un remolcador del Canal de Panamá, llamados popularmente pasacables; atravesada por una espada antigua (representación de la época colonial) que entra por su boca, le atraviesa la garganta y sale por la nuca; y, como si fuera poco el sufrir, dos helicópteros de ataque AH-64 Apache, esos que sobrevolaron Panamá en 1989, le halan los cabellos. Todo el cuadro demuestra la estrangulación de este istmo / territorio / mujer al que Indira le canta diciendo: «¡pero no te dejaré! / no abandonaré / nuestros relieves / malditos / no temas / concederé el silencio prometido... / ese / —que tus milenarios cantores— / no te supieron entregar».
Para cerrar, comparto una pregunta muy certera que hace Villoro en su texto, La significación del silencio (2016): «¿Cuántas veces hemos experimentado una conciencia tan punzante de nuestra realidad como ahora?».
Muchas gracias.
Referencias bibliográficas
Moreno, I. (2024). Cantares de un silencio.
Moure, C. (30 de octubre de 2022). Intertextualidad Genette y Kristeva. [Archivo de Vídeo]. https://www.youtube.com/watch?v=IF2CayN4VLs&t=3690s
Ricoeur, P. (2004). La memoria, la historia, el olvido. Fondo de Cultura Económica.
Villoro, L. (2016). La significación del silencio y otros ensayos. Fondo de Cutura Económica.