Agosto 2025
El archivo, en su aparente quietud, encierra una vitalidad que pocos imaginan. Es un lugar donde la historia toma cuerpo, donde las biografías cobran vida y donde las estructuras sociales se despliegan en torno al individuo, revelando el devenir de los grandes eventos y también los hilos sutiles que tejen las vidas cotidianas. Hablar del archivo es hablar de una fuente inagotable de información, pero también de un espacio donde el contexto, las relaciones de poder y los silencios deliberados moldean al personaje que buscamos comprender.
La base de la Biografía Histórica es el Archivo, ya sea personal o institucional. Cada documento —acta de nacimiento, fe bautismal, carta, acta funeraria, contrato o informe gubernamental— no es sólo un testigo del pasado, sino un ladrillo en la construcción historiográfica de una vida. Sin embargo, un archivo no se limita a acumular datos. Cada pieza documental, más allá de lo que dice explícitamente, guarda un sinfín de significados implícitos que desentrañan las relaciones del personaje con su tiempo. Por ejemplo, el documento en acta de cabildo, ve más allá de las dinámicas políticas locales, arroja luz sobre las estructuras sociales, políticas y económicas dejando visibles las tensiones de su época.
Es en esta capacidad de revelar lo que está más allá de lo evidente es donde radica el poder del archivo. Cada documento es un testimonio que puede situar a una persona dentro de las redes de poder, las tradiciones culturales y las expectativas sociales que la moldearon.
Desde mi formación como historiador, he observado al archivo como un espacio que guarda silencios, pues no todo lo que constituye una vida llega al papel y algunas veces cuando se plasma no se resguardan. Las decisiones sobre qué se guarda y qué se descarta son actos profundamente políticos que afectan cómo se recuerda el pasado. Por ejemplo, los archivos oficiales tienden a privilegiar las voces del poder, dejando a menudo en las sombras a los marginados, a los derrotados y claro a los desfavorecidos —obrero, mujeres y minorías—. Pero incluso en esos vacíos, los investigadores pueden encontrar ecos o voces. La ausencia de documentos puede hablar tan fuerte como su presencia, señalando exclusiones sistemáticas que también forman parte de la biografía de una época. 1]
Antes de adentrarnos en otras ideas, debemos observar las interpretaciones de la aclamada Joan W. Scott (1991) sobre el principio del Archivo y la Historia Feminista, donde se rechaza que el archivo guarda la “verdad absoluta” del pasado, no podemos recuperar de forma intacta el pasado, debemos utilizar las fuentes archivísticas como una herramienta interpretativa, no quedarnos en aquella máxima de Leopold von Rankel: “como realmente sucedió”, ya que el Archivo como institución y como herramienta metodológica está sujeta a los mecanismos del poder que limitan, invisibiliza, jerarquiza, selecciona y excluye, pero sin él no podríamos hacer una construcción historiográfica que devele lo excluido.
En este sentido, desde mi experiencia el archivo no es neutral, es un escenario, un teatro donde convergen las fuerzas sociales, políticas, económicas y culturales, que actúan tanto en la creación de los documentos como en su conservación. Por ello, quien estudia un archivo debe tener presente no sólo lo que dicen los documentos, sino también cómo y por qué llegaron allí. De esta manera, el archivo es un espacio de información y también una ventana hacia las estructuras contextuales que dan forma al personaje y a la sociedad que lo rodea.
Además, tiene el poder de humanizar la historia. Cuando pensamos en los grandes personajes históricos, a menudo los vemos como figuras lejanas y mitológicas. Sin embargo, al entrar al archivo y explorar sus cartas personales, diarios o registros administrativos, descubrimos sus dudas, miedos, y la cotidianeidad que compartieron con sus contemporáneos. Estas conexiones enriquecen la biografía y nos recuerdan que la historia no está hecha sólo de grandes gestos, sino también de momentos ordinarios. A manera de ejemplo, cito el matrimonio de Agustín de Iturbide y Ana María Huarte en 1805 el cual reunió las grandes casas vallisoletanas. (Navarro, 2024) Para visualizar, al final del texto observará el documento en cuestión.[2
Fotografía: Archvio Parroquial del Sagrario Metropolitano de Morelia (APSMM), Matrimonios de españoles, Libro 15, años 1789-1806, F. 174 r. Casamineto de Agustín de Iturbide y Ana María Huarte27 de febrero de 1805.
1 Cabe mencionar que, justo la Archivística utiliza procesos metodológicos que determinan cómo, qué y para qué guardar los documentos en un archivo.
2 Agustín de Iturbide fue un emperador de México de 1822 a 1823. Ana María Huarte, reconocida como la única emperatriz de México, tuvo una participación activa en la consolidación del Primer Imperio Mexicano.
Fuentes
Navarro Méndez, José María. (2024), Agustín de Iturbide Arámburu. Una Biografía Histórica. 1783- 1824 (Tesis de Doctorado, Universidad Autónoma de Sinaloa).
Guzmán Pérez, Moisés. (2011). Las mujeres michoacanas antes de 1810 (Cuaderno de divulgación científica, Serie 4, núm. 42). Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología de Michoacán.
Scott, Joan W. (1999). “Experiencia”. Hiparquía, Vol. X, 1: 59-83. Disponible en: http://www. hiparquia.fahce.unlp.edu.ar/numeros/volx/experiencia.