4.1. Un poco de historia de la literatura

Uno de los héroes más antiguos de los que tenemos noticia es el griego Ulises quien, tras salir vivo de la guerra de Troya, pretende regresar a Ítaca, su hogar, donde le aguardan su mujer y su hijo. Pero inesperados azares van a retrasar por diez años este anhelado regreso. Ulises se las verá con el cíclope Polifemo, los monstruos marinos Escila y Caribdis, o la seductora tentación de diversas mujeres que tratarán de retenerlo junto a ellas.

También los romanos se valieron unos siglos más tarde de otro superviviente de la guerra de Troya para atribuir a un semidiós la fundación de su patria. Esta será atribuida a Eneas, hijo del humano Anquises y de la diosa Afrodita, y sus avatares y penalidades nos los contará Virgilio en la Eneida, largo poema escrito en el siglo I a.C.

Y es que durante mucho tiempo estos relatos de aventuras se han escrito en verso. ¿Y eso por qué? Porque se trata de historias que se transmitían oralmente, y el verso es siempre mucho más facil de memorizar que la prosa y también más agradable de escuchar.

Así, se escribirán en verso los grandes poemas épicos con los que los castellanos, los franceses, los alemanes de los siglos XI y XII darán forma a su conciencia de estar naciendo como pueblos dotados ya de una lengua diferente de aquella que les fue legada a sus abuelos. El Poema del Cid, La Chanson de Roland, Los Nibelungos nos hablan también de héroes y traidores, de destierros y venganzas, de sangrientas batallas y decisivas victorias. ¿Conoces tú, por ejemplo, la leyenda del Rey Arturo o alguna otra que tenga estos ingredientes?

Decíamos antes que casi todas estas narraciones tienen la forma de extensísimos poemas que el pueblo memorizaba, porque la prosa se reservaba para las crónicas de reinados, las biografías fidedignas o los libros de viajes. Pero poco a poco un género y otro se fueron fecundando mutuamente, y la prosa fue llenándose también de fantasía. Se sustituían los escenarios reales por espacios remotos o imaginados; los protagonistas de las historias no eran ya solo hombres o mujeres de extraordinarias características, sino también brujos y hechiceras, monstruos y gigantes de siete cabezas... Tal vez hayas oído hablar de Amadís de Gaula y Tirant lo Blanc, de Esplandián o Palmerín, de personajes que dieron vida a miles y miles de páginas y cuyo éxito impulsaba a nuevos autores a perseguir la pista de sus descendientes.

En el siglo XVI, algunos autores cultos recuperan las viejas formas del poema épico para, en versos mucho más cuidados, narrar hazañas de héroes fantásticos o reales. Así Ariosto compone en Italia su Orlando furioso, en el que tanta importancia tienen los amores de Orlando por la bella Angélica como las batallas entre cristianos y sarracenos. En España, Alonso de Ercilla escribe la Araucana, en la que narra la conquista de Chile por parte de los españoles y la heroica resistencia del pueblo araucano. Por su parte, en la vecina Portugal, Luis de Camoêns dará luz a Os Lusiadas (Los Portugueses), donde se narra la expedición de Vasco de Gama en busca de una ruta marítima hacia la India, sobre el fondo de la epopeya de todo el pueblo portugués.

A lo largo de estos siglos la literatura europea se llenó de héroes. Por eso más adelante, cuando hombres o mujeres se sintieron profundamente insatisfechos con el mundo en que vivían, soñaron con nuevas aventuras ambientadas en aquel tiempo remoto más propicio a la libertad, la nobleza, la amistad... Surgen así –y hablamos ya de hace un par de siglos- las historias de Ivanhoe, de Robin Hood, de Los tres Mosqueteros. Esta reivindicación que se produce en el siglo XIX del relato de aventuras abre extraordinariamente el abanico de posibilidades. Unos sitúan sus aventuras en islas lejanas y parajes desconocidos; otros proyectan la aventura hacia el futuro e imaginan al ser humano protagonizando empresas que entonces estaban aún muy lejos de abordarse - Viaje a la luna o Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne son títulos emblemáticos de esta corriente-. Otros, ya más adelante, situarán a sus héroes en reinos de fantasía completamente al margen de las coordenadas espacio-temporales en que vivían sus autores: El señor de los anillos de Tolkien o La historia interminable de Ende son dos de las obras maestras de esta tercera opción. En los últimos años hemos asistido a un renovado éxito de los relatos de aventuras que se sitúan en lugares en los que la fantasía prevalece sobre el realismo, sobre la verosimilitud: Harry Potter, de J.K. Rowling; Memorias de Idhún, de Laura Gallego, etc.

Y ahora una pregunta inevitable: ¿es que no es posible la aventura en nuestro entorno? Claro que sí, siempre que el protagonista afronte su realidad con voluntad de transformarla. Esto ya lo vio Miguel de Cervantes a comienzos del siglo XVII, y las aventuras de Don Quijote y Sancho están rigurosamente ambientadas en la España de su tiempo. Los escritores del siglo XX han transitado con frecuencia por este cauce, haciendo prevalecer la aventura interior de los protagonistas sobre la aventura exterior, pero conviene no perder de vista que aquella siempre estuvo presente en el relato clásico de aventuras: ni el Indiana Jones que comienza su búsqueda del arca perdida es el mismo que al final regresa a sus clases en la Universidad; ni el adolescente Jim Hawkins de La Isla del Tesoro deja de crecer interiormente a lo largo de su viaje.

Todo relato de aventuras tiene un carácter iniciático, y la peripecia exterior va acompañada de una evolución interna que generalmente tiende a ser ennoblecedora: el joven que inicia su aventura suele confundir la valentía con la temeridad, la audacia con la imprudencia, el valor con la arrogancia... Será la vida la que le enseñe a encajar golpes y a encajar también los triunfos; a dar la cara sin resultar insolente y a mostrarse generoso sin aparentar debilidad.

Cierto que en unos relatos los protagonistas evolucionan de forma más clara que en otros. En la novela gráfica, donde los mismos personajes protagonizan un sinfín de títulos, esto es apenas perceptible. Pero te invitamos a que, por debajo de cada relato de aventuras en el que te sumerjas, trates de rastrear en qué ha consistido el cambio interior de sus personajes principales.

Ahora bien, lo que te hemos presentado como una historia lineal, lejos de ser como un rascacielos al que se superponen pisos sin parar, se parece más bien a una planta frondosa a la que constantemente le surgen brotes nuevos, de la que se pueden separar esquejes más o menos grandes y transplantarlos a otro suelo...; se parece más bien, y tomamos la metáfora de Platón, a una semilla inmortal que cuando parece haber muerto germina de nuevo y da frutos sin parar.

Cuántas historias que leímos en los cómics años atrás las hemos visto luego proyectadas en las pantalla grande; cuántas adaptaciones, versiones, y transformaciones habrán sufrido historias imperecederas como las de los tres mosqueteros o la de Robin Hood. Héroes que nacieron del papel y la pluma y pasan luego al celuloide; tramas que llegaron a nosotros de viva voz al calor de la noche y que quizá alguien retomó más adelante para ambientarlas en otros espacios y otras épocas. Huellas de Ulises, del Rey Arturo, del malvado pirata Silver se multiplican en títulos de nuestra literatura, nuestro cine; en juegos de ordenador o parques temáticos. A modo de vasos comunicantes, héroes y retos se trasvasan, se copian, se imitan, se parodian; se perpetúan, en fin.

1. (Pequeño grupo. Escrita)

Después de haber leído este texto en clase en voz alta y haberlo comentado, haced por grupos un esquema que recoja las ideas principales y alguno de los títulos más emblemáticos de la literatura de aventuras en la historia de la cultura (occidental).


2. (Pequeño grupo. Escrita)

Es cierto que todos los títulos que hemos ido recogiendo hasta ahora pertenecen a una pequeña parte del mundo: lo que de manera esquemática denominamos Occidente.

  • Por grupos, rastread -bien a través de gente que conozcáis procedentes de otras geografías, bien a partir de lo que podáis encontrar en la biblioteca, o bien navegando en la red-, hasta dar con otros mitos, leyendas o relatos de otras partes del mundo que también podamos etiquetar como "literatura de aventuras". Cada grupo recogerá un relato que luego contará oralmente al resto de la clase, explicando de qué contexto geográfico y cultural procede.