Deseo contarles un cuento... un cuento de una simple chica que decidió nunca darse por vencida. Esa chica, soy yo.
El Equipaje Más Preciado
Por: Pennélope Alers López (2025)
Érase una vez una chica llamada Pennélope que comenzó su carrera universitaria en el año del COVID-19—en el 2021. Las mascarillas, el distanciamiento social y las clases en línea la acompañaron por lo que pareció ser una eternidad. ¡Sus primeros dos años en la universidad fueron un caos! Sin embargo, ella estaba segura de lo que quería y, como dicen por ahí: todo se puede cuando se quiere. Así fue; esos primeros dos años logró tomar la mayoría de los cursos generales y participar de diversas extracurriculares—incluyendo su carrera como escritora en la revista universitaria, Her Campus.
A finales de su segundo año universitario, Pennélope tuvo la oportunidad de pisar nuevamente una escuela. No fue hasta que la principal de Edüka le abrió las puertas por primera vez, que ella se dio cuenta que su atuendo había cambiado. Ya no utilizaba camisas de botones y faldas con los colores emblemáticos de la escuela, sino, vestía la confianza de una maestra en formación. La felicidad, dedicación, pasión y el orgullo por lo logrado radiaba de ella. Parecía que cobraba fuerzas cada vez que observaba, conversaba con sus maestros y profesores y aprendía cosas nuevas. Pennélope estaba segura de que un futuro brillante le esperaba.
O eso pensó ella… lo que no sabía Pennélope es que una nube negra se avecinaba. Una que tapaba el sol y todos los rayos que iluminaban sus sueños, motivación y pasión por la educación. Quizás fue la carga académica o algunas clases no muy fructíferas, pero Pennélope estaba perdida, cansada y decidida.
—“Quizás la educación no es lo mío”.
Arriba y abajo caminó el sendero del restante de su carrera universitaria y la nube negra no la dejaba. Los momentos de sol cada vez eran más breves y fugaces. Pennélope visitó Guatemala, conoció tremendos profesores y colegas, realizó sus pre-prácticas en diversas escuelas, incluyendo su alma mater, pero, ya era tarde y el aguacero que se acumulaba en su nube era inevitable.
Cuando ya Pennélope estaba resignada y lista para darse completamente por vencida, bajo la cabeza y comenzó a llorar. Es solo entonces cuando la nube dejó caer una sola gota de agua.
Mientras, había una niña que observaba de lejos todo el espectáculo: la llegada al sendero, su camino arduo y obstaculizado, el sol, la nube negra que cada vez se hacía más grande y aquella única gota de lluvia que, por casualidad, cayó en su diminuta mano. La examinó, guardó y cuidó con mucho cariño. Cuando llegó el momento indicado, la niñita tiró del traje largo de Pennélope y dijo:
—“Toma, creo que es tuya”.
—“Gracias, pequeña, pero, no la quiero”, contestó Pennélope sin dirigirle la mirada.
—“¿Por qué?” le preguntó la niña.
—“Porque es un recuerdo de mis fracasos”.
— “¿Fracasos? Pero, no sabías que, sin la lluvia, no hay jardines”.
En ese momento, Pennélope levantó su cabeza de entre sus rodillas. Secó sus lágrimas y miró a la niña. Esa voz tan dulce parecía venir de un espejo que se congeló hace muchos años atrás… pues la niña que le devolvía la mirada era ella misma. En ella vio los miles de juegos con peluches y pizarras, las tutorías, las tardes largas ayudando a otros, los cuidos, en fin: todo lo que ES ella.
Pennélope no lo podía creer.
— “Debe de ser un sueño” se dijo.
Así mismo, en un simple abrir y cerrar de ojos, la niña había desaparecido. Pero, en su mano permanecía esa dulce gota de agua, esperanza y perseverancia. La aferró cerca de su corazón y cuando miró adelante y tomó un paso hacia el rayo de luz que apareció, entró a su salón de Práctica Docente con Mrs. Eileen González y sus 12 estudiantes, donde redescubrió su amor y pasión por lo que tanto trabajó y anheló: el magisterio.
Ahora, Pennélope se ve como una maestra dedicada, responsable, creativa y alcahueta. Le fascina (y domina) la planificación, integración de la tecnología y creación de material didáctico, pero, no hay nada como ese sentimiento de ver a los estudiantes gozar de las diversas actividades y experiencias de aprendizaje que crea. Es firme y estricta pero nunca olvida la importancia de ser amable y respetuosa con todos sus chicos.
Ciertamente no es perfecta, todavía debe mejorar en las áreas de trabajo con expedientes y los Programas Educativos Individualizados (PEIs), pero no es algo que la práctica no le ayude a pulir.
Su bachillerato en Educación Especial en la IUPI, por más retante que haya sido, le facilitó la base de conocimientos y destrezas para atender, entender y apoyar a la diversidad efectivamente. ¿Quién sabe qué le espera en su futuro? ¿O hasta dónde llegará? Pero, es seguro que nació una nueva maestra ingeniosa y cariñosa, preparada para cualquier reto que se le anteponga.
Mi mejor equipaje fue el trayecto pues me enseñó a disfrutar la meta.
Eugenio María de Hostos