A lo largo de mi proceso formativo como futura maestra, he vivido una experiencia intensa, enriquecedora y transformadora. Esta etapa práctica ha sido mucho más que una asignación académica; ha sido un viaje personal y profesional que me ha permitido descubrir no solo quién soy en el salón de clases, sino también quién quiero ser como educadora. Al mirar hacia atrás y reflexionar sobre todo lo que he vivido, comprendo que este recorrido ha estado lleno de aprendizajes valiosos que hoy forman parte de mi “equipaje”. Este equipaje no solo contiene conocimientos y estrategias, sino también emociones, experiencias, aciertos, errores, momentos de duda, confianza, entusiasmo, cansancio y, sobre todo, una profunda convicción de que he elegido una vocación significativa y transformadora: ser maestra.
Uno de los aprendizajes más importantes que me llevo es la importancia de conocer el aprendizaje previo de los estudiantes. Esta comprensión me permitió entender que el punto de partida de toda enseñanza debe ser lo que el estudiante ya sabe. No se puede construir sobre un terreno desconocido, y por eso, indagar sobre sus conocimientos, intereses y experiencias previas se vuelve esencial. Esta base me ayuda a planificar lecciones más efectivas, personalizadas y significativas. Además, he aprendido que establecer una rutina clara y consistente en el salón de clases brinda a los estudiantes un sentido de seguridad y estructura, lo cual influye positivamente en su comportamiento y en su disposición para aprender.
Durante esta práctica también confirmé que tener un buen plan de manejo del comportamiento es fundamental. No se trata de imponer autoridad, sino de crear un ambiente de respeto mutuo, donde las reglas se entiendan como una herramienta para la convivencia y no como una amenaza. Aprendí que cuando se establece una relación de confianza con los estudiantes, el manejo del comportamiento se vuelve más sencillo. La cercanía, la empatía y el respeto mutuo son claves para lograr un ambiente armónico. Me di cuenta de que, en muchas ocasiones, una palabra amable o una mirada de comprensión tiene más impacto que una llamada de atención.
Otro aprendizaje poderoso ha sido entender que no siempre es necesario hacer mucho para lograr grandes resultados. A veces, menos es más. Aprendí a simplificar, a priorizar y a enfocarme en lo verdaderamente significativo. También descubrí que la motivación es una puerta que abre muchas otras: cuando los estudiantes están motivados, todo fluye. Por eso, diseñar clases que despierten su curiosidad, su interés y sus emociones es una prioridad para mí. Una clase bien pensada y bien presentada puede transformar la actitud de un estudiante hacia el aprendizaje.
Además, esta práctica me enseñó que los planes pueden cambiar, y que eso no significa fracaso. Al contrario, ser flexible es una fortaleza. Adaptarme a lo que sucede en el aula, a las respuestas de los estudiantes, a los imprevistos, me ha permitido crecer como profesional. He aprendido que la enseñanza no es una línea recta, sino un camino lleno de curvas, decisiones y ajustes constantes. Y en ese camino, es válido cometer errores. Como maestra principiante he tropezado, pero también me he levantado con más claridad y determinación. Comprendí que cada error es una oportunidad de aprendizaje y que perfección no es sinónimo de excelencia.
Uno de los aspectos más reveladores fue darme cuenta de lo exigente que es esta profesión. Ser maestra es una labor profundamente emocional y físicamente demandante. Por eso, he aprendido que también necesito cuidarme, darme tiempo para descansar, para recargar energías, para seguir dando lo mejor de mí. Cuidarme a mí misma no es un lujo, es una necesidad. Y eso es algo que pienso aplicar siempre: solo una maestra que se cuida puede cuidar a otros.
Con respecto a cuán preparada me siento para ejercer la profesión del magisterio, puedo afirmar que cuento con los conocimientos, las herramientas y la práctica necesaria para ser una buena maestra. Siento que tengo una base sólida para comenzar. Sin embargo, reconozco que debo seguir trabajando en mi confianza. Muchas veces dudo de mí misma, de mis ideas, y termino siguiendo indicaciones que no reflejan mi estilo, mis valores o mi forma de enseñar. Este es uno de mis grandes retos: aprender a confiar en mí, en mi criterio y en lo que sé. Creo firmemente que la seguridad en uno mismo se construye con la práctica, con la experiencia, y con la valentía de ser auténtica.
Entre mis fortalezas puedo destacar varias que he confirmado durante esta experiencia. Me considero una persona creativa, con ideas frescas y dinámicas para enseñar. Me gusta motivar a mis estudiantes a través de actividades variadas que despierten su interés y participación. Disfruto incluir la literatura en mis clases porque sé el poder que tienen los cuentos para conectar con los estudiantes, enseñar valores y ampliar su vocabulario. Además, me siento muy cómoda utilizando recursos tecnológicos. He creado juegos interactivos, presentaciones digitales y actividades que integran herramientas tecnológicas para hacer el aprendizaje más divertido y accesible. Tengo un buen tono de voz para comunicarme con el grupo y sé cómo modularlo según la necesidad del momento. También disfruto variar mis estrategias didácticas para no caer en la rutina y mantener el interés activo de los estudiantes.
A pesar de estas fortalezas, también soy consciente de que tengo áreas de crecimiento. Una de ellas es el manejo del tiempo. A veces me cuesta calcular cuánto tomará una actividad o cuánto tiempo debo dedicar a cada parte de la clase. Esto hace que, en ocasiones, no pueda cerrar adecuadamente la lección o que me falte tiempo para actividades importantes. También debo mejorar en planificar con mayor anticipación. Cuando no planifico con suficiente tiempo, siento que las actividades no fluyen como deberían, y eso afecta mi seguridad. Además, necesito trabajar la distribución del tiempo entre los temas, para asegurarme de que cada uno tenga su espacio y profundidad.
Para compensar estas necesidades, me propongo practicar previamente las actividades, cronometrar el tiempo que toman y evaluar si son adecuadas según la duración de la clase. También me comprometo a planificar con más antelación, visualizando los temas que debo trabajar y anticipando las posibles actividades, materiales y recursos que necesitaré. Esta planificación anticipada no solo me dará más tranquilidad, sino que también me permitirá reflexionar mejor sobre lo que quiero lograr con cada clase.
De cara al futuro, tengo grandes expectativas y sueños. Espero que, una vez me gradúe y tenga mi propio grupo de estudiantes, pueda aplicar todo lo aprendido durante estos años, incluyendo lo que he aprendido de mis errores. Aspiro a tener un salón que sea un espacio seguro, acogedor, inclusivo y lleno de oportunidades para descubrir, crear, equivocarse y volver a intentar. Deseo tener un mejor manejo del tiempo, poder preparar mis clases con anticipación y aplicar estrategias de aprendizaje basadas en el autoaprendizaje, el aprendizaje por exploración, la pedagogía Montessori y el juego como herramienta de construcción del conocimiento. Quiero que mis clases despierten en los estudiantes la curiosidad, el deseo de investigar, de preguntar, de compartir lo que saben. Deseo fomentar la autonomía, la creatividad y la capacidad de pensar críticamente.
Más allá de mi salón, deseo aportar a la educación del país promoviendo un modelo de enseñanza más humano, más inclusivo y menos tradicional. Quiero formar parte de una generación de maestros que desafíe lo establecido y proponga nuevas maneras de enseñar, más centradas en el estudiante, en sus talentos, intereses y particularidades. En el campo de la educación especial, tengo un compromiso profundo. Quiero motivar a mis estudiantes a creer en ellos mismos, a superar las barreras que les impone el sistema y la sociedad. Quiero que cada uno de ellos se sienta capaz, inteligente, valioso. Que descubran que aprender puede ser divertido, emocionante, poderoso.
Hoy, al cerrar esta etapa de práctica docente, me siento emocionada, agradecida y esperanzada. Sé que el camino no será fácil, pero también sé que estoy preparada para caminarlo con entrega, con amor y con fe. Me llevo un equipaje lleno de herramientas, experiencias y sueños. Y lo más importante: me llevo la certeza de que estoy en el lugar correcto. Elegí ser maestra, y no hay duda de que fue la mejor decisión.