El apostolado de los laicos, individual o asociado,
debe insertarse, de modo ordenado, en el apostolado de toda la Iglesia;
más aún, es elemento esencial del apostolado cristiano la unión
con aquellos que el Espíritu Santo puso para regir la Iglesia de Dios (Hch 20,28).
No menos necesaria es la cooperación entre las diferentes obras de apostolado,
que la Jerarquía debe ordenar convenientemente.
Para promover el espíritu de unidad,
de manera que en todo el apostolado de la Iglesia resplandezca la caridad fraterna,
se alcancen los objetivos comunes
y se eviten rivalidades perniciosas,
se requiere, en efecto, un mutuo aprecio de todas las formas de apostolado existentes en la Iglesia
y una adecuada coordinación,
respetando el carácter propio de cada una.
Esto es muy necesario, porque la acción peculiar de la Iglesia requiere la armonía
y la cooperación apostólica de uno y otro clero, de los religiosos y de los laicos.