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ASISTENTES AL TALLER DE ESCRITORES MASCALUNA
Cecilia Taborda Echavarría Nora Londoño W Gladys Ramírez María Cardona Vargas Uldarío Herrera Beatriz Maestre Angélica Gómez Manuel Restrepo Gonzalo Rave Claudia Patricia Acosta Norha Pérez Judith López Estrada Rosa Delia Vélez David Mejía Peláez Rosa Roldán Juan Guillermo Hincapié Carlos Bernardo Restrepo Echeverri
Piedad Bonnett
La poetisa antioqueña, radicada desde los siete años en la capital de la república visitó el taller Mascaluna que se reúne los jueves a las 4:30 p.m. en la Casa Museo Otraparte en la ciudad de Envigado.
Habló de su infancia en Amalfi, de su familia y cómo empezó a leer y a escribir.
Recordó su llegada a Bogotá. Leyó algunos de sus poemas más aclamados por su público.
Visita auspiciada por RELATA
El destino de los cuentos
Mariana
María Cardona Vargas
«¡Mami, ya sé qué le voy a pedir al niño Dios: que te traiga otro trabajo!».
A Mariana, estas palabras, le entaconaron el cerebro. Incapaz de responderle, recoge la ropa amarilla que lucirá en su show y camina hacia la estación Aurora.
«Utilice las barras ubicadas al interior del tren...», dice la voz. Ella toma la barra, hace un ensayo mental mientras llega a la estación Itagüí desde donde caminará al Club Inter.
«El recorrido del tren finaliza en esta estación...» A las ocho p.m. se aferra a la barra del tren que regresa. Mariana no bailará esta noche.
En una cartelera en la biblioteca de la estación del metro de Itagüí, nos encontramos escrito el cuento de María Cardona Vargas, psicóloga y escritora, asistente al taller Mascaluna. El cuento Mariana fue Primera Mención en el concurso: Un cuento para mi ciudad del Metro de Medellín, año 2010
Foto revista Mascaluna, julio 28 2012
Oscar Collazos, visita el taller de escritores Mascaluna
La red de escritura creativa, RELATA, lleva al escritor a Envigado para que comparta su experiencia con los nuevos escritores
Fue director del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas de La Habana (1969-70). Vivió en Barcelona desde 1972 hasta 1989. Allí publicó sus novelas: Crónica de tiempo muerto (1975), Jóvenes, pobres amantes (1983), De putas y virtuosas (1983), Tal como el fuego fatuo (1986) y Fugas (1988). Fue escritor invitado del Berliner Künstlerprogramm( Berlín, 1977). A su regreso a Colombia se vinculó como colaborador regular a La Prensa, El Espectador, El Tiempo y El Universal de Cartagena. Es columnista de los dos últimos diarios y ha sido distinguido en dos ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar a mejor columna de opinión. Entre sus novelas posteriores destacan: Morir con papá (1997), La modelo asesinada (2000), El exilio y la culpa (2002), Batallas en el Monte de Venus (2004) y Rencor (2006). De esta novela ha dicho la escritora española Cristina Fernández-Cubas que “es de lo más crudo - y al tiempo tierno- que he leído en los últimos tiempos. Y de lo mejor.” Y el chileno Luís Sepúlveda: “Rencor es una gran novela políticamente incorrecta.” Es autor de la novela juvenil La ballena varada (1994), de la cual se han vendido 200 mil copias en español. Señor Sombra es su última novela. Es Doctor Honoris Causa en Literatura de la Universidad del Valle. Reside en Cartagena de Indias desde 1998 y es profesor invitado de la Universidad Tecnológica de Bolívar.
Óscar Collazos (Bahía Solano, Chocó, 1942). Vivió parte de su infancia y adolescencia en Buenaventura, escenario de sus primeros libros de cuentos y novelas: El verano también moja las espaldas (1966), Son de máquina (1967) y Los días de la paciencia (1977). Viajó invitado, en enero de 1968, a países del Este europeo y vivió en París los “acontecimientos del mes de mayo”.
«Yo no tengo ningún escrúpulo moral, lo que tengo son escrúpulos estéticos»
Óscar Collazos estuvo de visita en el Taller Mascaluna el jueves 12 de julio de 2012. Habló de sus experiencias en Barcelona, España; de la forma como construye sus personajes y refirió algunas anécdotas jocosas alrededor de sus libros más recientes.
«La filosofía es una forma de la sabiduría»
Habla de los aforismos, de los autores que han influido en su vida y obra:
Jean Paul Sartre
Albert Camus
Arthur Schopenhauer
Cioran
«La sabiduría es lo que queda después de haber olvidado los libros que leemos»
Se refiere a La batalla en el Monte de Venus
Habla de las prostitutas en su obra
«Buenaventura es una fundación prostibularia»
Saramago y la ideas de sus obras
Desde el año 2006 funciona el taller literario en la casa donde vivió los últimos años de su vida el maestro y filósofo Fernando González.
LOS TALLERES LITERARIOS
Por: César Herrera
¿Para qué sirve un taller literario?
Fácil, para forzar la realidad. Para ver lo extraño y el extrañamiento, para agarrar por la cola a los rayos de los dichos de las abuelas, para hablar mal de la familia y escudarse en el narrador omnisciente, para matar el tedio, para hablar del otro yo de Octavio Paz sin que se dé cuenta de que estamos hablando de él después de muerto. Un taller literario sirve para pensar en un taller de orfebrería, de manualidades, un taller de alfileres para punzarle el tafanario a la imaginación.
"Durante diez años experimenté en casi todos los campos de la literatura tratando de dominar un repertorio de fórmulas y de alcanzar un virtuosismo técnico tan fuerte y flexible como la red de un pescador. Desde luego, fracasé en algunas de las áreas exploradas, pero es cierto que se aprende más de un fracaso que de un triunfo".
Truman Capote
Por: Valentina Bustamante Cruz
(asistió durante algún tiempo al taller)
“A Juanita le gustaban las flores amarillas de los guayacanes, las conchas de mar y las noches de luna llena. Decía que su sombrilla era la única en el mundo que fue construida para cubrir del sol, no de la lluvia, y soñaba con niños que comían estrellas y mariposas azules guardadas en los bolsillos.
Este es el relato que su amigo sin nombre, le dedica a su memoria y a su vida; a sus labios que sin remedio temblaban y a su voz que callaba por comodidad.
Esta es la historia de Juanita Rayuela y su Príncipe de azul”
(Octubre de 2006, Teatro Pablo Tobón Uribe)
“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca…”
Julio Cortázar (Rayuela)
Uno, dos y tres…
A mí no me gustaba estudiar, pero cuando Juanita Rayuela leía cuentos en voz alta, no existían juegos, ni enigmas, ni aviones de papel que me pudieran desconcentrar. Disfrutaba perderme entre sus dientes y navegar en su lengua; más que su voz, era hipnotizante la forma como movía sus labios a destiempo. Las palabras eran lanzadas con una tierna patadita, que la punta de la lengua daba a cada círculo letrado, y se estrellaban disonantes en mis orejas convirtiéndose en silencio… silencio en polvo.
Cuando Juanita leía, movía los labios cerezos de arriba abajo como aspirando grandes bocanadas de aire. En ocasiones los volteaba hacia un lado, y en otras, los arrugaba con una mueca dudosa. A veces, si el relato estaba muy interesante, mordía con los dientes superiores el labio más carnoso que tenía, y lo hacia con tal fuerza, que el cerezo maduraba y parecía sangre agria la que teñía los labios de Juanita Rayuela.
Si en algún momento recordaba algo, un silencio de estrellas espolvoreaba el lugar y las palabras se amontonaban en su lengua como caracoles de mar enterrados en la arena, entonces Juanita se ponía a pensar con sus ojos perdidos por entre nuestras cabezas y todos reíamos porque no sabíamos a quien estaba mirando y ella se perdía entre sus recuerdos, entre sus corazones que volvían, porque eso me lo decía ella, siempre repetía que recordar era volver al corazón. Yo la veía preciosa cuando sus ojos se desorbitaban y temblaban sus labios, no como una luna en un estanque, sino como un bosque entero acariciado por un monzón. Así temblaba Juanita Rayuela cuando recordaba: como una hoja que estremece el universo entero cuando cae.
Cuatro y cinco
Acostado en mi cuarto recuerdo esos labios que escondían secretos y masticaban poesías, enciendo un cigarrillo y la boca se dibuja lentamente sobre el techo, la tomo entre mis manos pero se extingue. Con el índice comienzo a siluetearla y nace sin esfuerzo dibujada por el recorrido del dedo, se ve provocativa y brillante colgando como una lámpara fundida. Hubo una ocasión en la que Juanita sacó su lengua, no para mojar sus labios, sino para enseñármela. Rosada y gelatinosa la expuso sobre mis ojos. La Catapulta de silencios de Juanita Rayuela zigzagueó sobre mi frente y encontré allí prendidos todos los besos escondidos de los que alguna vez me habló. En cada pedacito de carne había una historia que ondeaba entre las ficciones que leía y las fantasías que vivía. Ella no tenía corazón por el cual sufrir, ella tenía una lengua que se enroscaba un poquito cuando le dolía el alma y que más de una vez le partieron en pedacitos rosados que guardó celosamente en su garganta.
Seis y siete…
Ahora me siento frente a la ventana y el sol, ya desaparecido, deja un resto de piel rojiza pegada en el cielo. A Juanita le gustaban los atardeceres y hubo uno en especial que se dibujó sobre sus ojos el día en que el corazón que reposaba en su boca besó mi lengua y palpitaron en los labios las historias que nunca nos habíamos contado. Cuando su rostro se desfiguró sobre mi cara la voz de Juanita Rayuela comenzó a sonar dentro de mi cabeza, y mientras moríamos de a poquito, quitándonos el aire por instantes, las historias que Juanita leía en clase ahora las contaba en mi cabeza, solo para mí.
Ocho…
Encontré a Juanita un sábado en la tarde tirada en su cama, con los ojos muy cerrados pero la boca muy abierta. Sólo las sabanas, antes blancas, cubrían su cama y la almohada en la que reposaba su cabeza destilaba gotitas escarlatas que se perdían bajo su cuerpo sin vida. En el suelo había algunos libros deshojados y las cortinas de su cuarto bailaban suavemente al ritmo del aire que entraba por su ventana. El guayacán que reposaba afuera comenzó a desflorar y las llamas traídas por el viento caminaban muy despacio por entre los libros que alguna vez le pertenecieron.
La lengua, más roja que de costumbre, ostentaba una herida pequeña en la punta… “no más pataditas Juanita Rayuela, no más conchas enterradas, ni besos palpitantes”. Cuando me acerqué a besarle la frente, agria y húmeda aún por el sudor, noté que sus labios palpitaban con ritmo y temblaban como un pedacito de celofán que navega sobre una cascada de luz.
Ese día temblaba como papel, dúctil ante su silencio eterno… ante sus corazones errantes que volvieron para siempre. “No más recuerdos linda, ahora solo queda temblar ante tu olvido y vivir con tus trémulos labios dentro de mi cabeza”.
Nueve…
Yo a ella le hubiera reconstruido la lengua y juntos veríamos en el estanque una luna reflejada que se descuartiza por una piedra que da tres tumbos sobre el agua.
…Cielo
Es que Juanita Rayuela nunca entendió que para llegar al cielo solo necesitaba una piedra y la puntita de un zapato.
Julio de 2006
AUTORES DEL TALLER MASCALUNA