La telaraña virtual:

chateando bajo

La telaraña virtual II:

chateando bajo

Apenas unos años atrás la manera de contactarse de los jóvenes era el teléfono que, todavía, estaba muy alejado del celular. Eran los tiempos en los que los adolescentes se escondían para conversar durante horas maravillosas, acabadas abruptamente al arribo de la factura del servicio.

Hoy en día, el chat y el Messenger (MSN) cumplen la función de brindar al adolescente la posibilidad de mantenerse en comunicación permanente con sus pares. Es hora de que los adultos le echemos un vistazo a este género.

Para ellos, participar es pertenecer. Se cuentan y nos cuentan la cantidad de contactos que cada quien "colecciona" en su Messenger. De algunos ni saben quiénes son, porque los aceptaron sin jamás haber conversado. A otros, no los recuerdan. Pero en esta realidad juvenil, marcada por la tecnología, el MSN se transforma en un instrumento para construir la propia identidad frente a los pares.

Si bien hay que distinguir Chat de MSN, se puede definir el chat en general como sinónimo de conversación en línea entre varios usuarios utilizando un teclado y conexión a la Red. La diferencia sustancial entre uno y otro entorno (chat y MSN) es el nivel de privacidad y veracidad de la información que se maneja en el intercambio entre los usuarios (Roberto Balaguer Prestes, 2005).

El género chat que data de 1988, con orígen en Finlandia, permite -al contrario del teléfono y otras tecnologías anteriores- la comunicación de "muchos a muchos". Este aspecto grupal lo distancia claramente del teléfono -tecnología habilitadora de un vínculo exclusivamente "de a dos". Tanto las habitaciones o rooms virtuales destinadas a chatear (charlar en inglés) como el MSN permiten una comunicación sincrónica entre varios usuarios, no siendo relevante la ubicación geográfica. En el caso del MSN sin embargo, los contactos que se establecen son los habilitados por el propio usuario.

La modalidad de escritura en el ciberespacio es bien cercana a la oralidad: irreverente, desprejuiciada, poco formal, libre de ataduras y estilos, en definitiva podríamos decir más posmoderna. Esta escritura está cada vez más atravesada por modos de comunicar propios de la Red: abreviaciones, simbologías, emoticones, etc. Un código que, poco a poco, está conformando un nuevo lenguaje dejando afuera a una generación de adultos "iletrada" en el uso de estas tecnologías.

A pesar de estas diferencias, esta modalidad recupera el valor de la palabra escrita, perdido con el surgimiento de la televisión. Otro de sus valores positivos radica en la experiencia de creación social que está proporcionando a los jóvenes, que se encuentran en la inusual situación de "hacer lenguaje", en ultima instancia, "hacer cultura".

A continuación analizamos algunos aspectos psicológicos de esta forma de comunicación.

Cuando no hay cámara, la ausencia de información extralinguística (la mirada, los gestos espontáneos, el timbre y la entonación de la voz) resulta trascendente a la hora tanto del malentendido como de la desinhibición.

Por otra parte, el receptor "rellena" el malentendido con aspectos de la propia personalidad. El significante que adjudicamos al otro -pero que en realidad es sólo nuestro- aparece así para cubrir necesidades, baches. En el espacio de la ausencia del cuerpo, la palabra del otro se hace presente para "darnos justo lo que nos falta". Esa es la razón de los fuertes vínculos afectivos que caracterizan las relaciones por chat.

En el caso del chat, el desconocimiento de quién está detrás de un nick permite el despliegue de aspectos de la personalidad que en la vida diaria no son puestos en juego. Los usuarios crean un personaje con su respectivo nombre, lo actúan e interactúan a través suyo con otros usuarios, ya sean éstos conocidos o no.

Los nicknames permiten a los sujetos "esconderse" y en ese corte con la cotidianeidad del nombre y la realidad del ser, establecen a través de la red un juego con la identidad, viviendo una nueva vida a través de un "personaje".

El anonimato brinda refugio y descanso de las reglas sociales, que operan como tensión para el individuo, que debe aceptarlas para no quedar excluído de lo social.

Algunas de estas identidades "construídas" son mantenidas a lo largo del tiempo, otras duran tan sólo el tiempo de una conexión.

Aspectos temidos, que no pueden integrarse a la personalidad global del sujeto en su accionar diario, a veces logran ser desplegados en un chat como modo de observar y estudiar las reacciones de los otros.

Muchas veces ese personaje creado reviste características de ideal. Las personas arman su personaje con lo mejor de sí mismos y de sus ideales. Esas presentaciones ideales suelen ser causantes de las decepciones posteriores, cuando se dan encuentros cara a cara (Donath, 1996; Gwinnell, 1999) y la realidad no concuerda con la virtualidad.

Los personajes entran y salen, irrumpen y desaparecen muchas veces sin dejar rastros, anónimos, sin sustancia. Surge a través de estos contextos electrónicos una subjetividad que se define en una reafirmación del instante, del ahora. Lo que cuenta es el presente. En el chat jamás puede uno estar seguro que el otro es quien dice ser; la incertidumbre es total. Las identidades son cambiantes y los usuarios están permanentemente jugando con algo que desde la sociología es considerado clave en la sociedad actual: la búsqueda de la identidad como un proceso inacabable y los sujetos dirigidos hacia una identidad buscada, pero nunca alcanzada (Bauman, 2001).

El Messenger al igual que el chat, representa una compañía omnipresente, latente. El MSN más que abrir al mundo impersonal, a la exploración como el chat, habilita a la conexión con los contactos, a dar señales de presencia en el espacio psicosocial de la Red. El MSN tiene mayor intimidad, privacidad. Otorga la sensación de "estar ahí y presente", a salvo de las soledades en la conexión con los pares.

Sea de una manera o de otra, debemos comenzar a comprender lo que nuestros jóvenes encuentran en el contexto de esta nueva forma de comunicación: una estrategia más para la afirmación de su naciente identidad; la posibilidad de mostrarse en facetas impensadas evadiendo las presiones de los adultos y otra manera de elaborar, jugando, la inmediatez de la sociedad posmoderna.

Lo esencial es invisible a los ojos.

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