Palacio de Aranjuez
En el siglo XVI, Felipe II hizo de la villa de Aranjuez su lugar predilecto de descanso, declarado Patrimonio de la Humanidad desde 2001. Aunque los Austrias pusieron las primeras piedras del palacio, sus sucesores lo rodearon de jardines, ampliaron su perímetro y llenaron sus estancias de cuadros, porcelanas, arañas, candelabros y relojes. Tanta suntuosidad queda patente en el Gabinete de Porcelana y en la Sala de los Espejos.
La residencia primaveral de los reyes sigue conservando su magnificencia. Según se cruza el Tajo, aparece el más pequeño de los tres jardines, el del Parterre. Su delicadeza se percibe tanto en su trazado como en las estatuas que lo jalonan, consagradas a héroes y dioses clásicos. El segundo de los jardines, el Jardín de la Isla, brinda una refrescante mirada sobre el paisaje fluvial.
Y, por último, motivados por tanta belleza, nos espera el Jardín del Príncipe, al que se entra desde la calle de la Reina, con nada menos que 150 hectáreas para pasear. Sauces, tilos, castaños y robles trazan profundas perspectivas, interrumpidas por hitos como el Estanque de los Chinescos o la Casa del Labrador. Por último, no es recomendable despedirse del Real Sitio sin degustar sus fresas, que hasta los años 70 eran vendidas directamente por los agricultores de la zona. Hoy, más escasas y buscadas, se sirven en los mejores restaurantes.