Hemos visto en esas primeras experiencias de innovación algunas que recuerdan de alguna manera a los museos de ciencias. No es una casualidad ya que los procesos de innovación en la enseñanza han ido paralelos (y de alguna manera de forma convergente) a la innovación en los museos científicos.
Al ver hoy un museo como el CosmoCaixa de Barcelona, el museo de las Ciencias de Granada o el museo de la Evolución Humana de Burgos estamos ante los puntos finales de un proceso que se inicio en el siglo XVIII.
En un primer momento podemos decir que los museos eran simples colecciones de objetos expuestos de manera más o menos ordenada en vitrinas. Podemos recordar estantes con frascos de especímenes extraños conservados en formol, miles de insectos clavados con alfileres ordenados en géneros y especies, reconstrucciones de los diversos ecosistemas o formas de cultivo, instrumentos científicos de reluciente latón, etc. Esta concepción de los museos va ligada a una acumulación del saber y conocimiento que se iba produciendo en los diversos países. El Smitsonian, el Science Museum, y nuestros Museo Nacional de Ciencias Naturales o más cercano el Museo Oceanográfico de Santander respondían con mayor o menor acierto y medios a esta concepción. Desde los años setenta comienzan a observarse movimientos de cambio para que el museo forme parte del proceso de alfabetización científica de la sociedad en general y ofrezca alternativas paralelas a la educación formal de las escuelas e institutos.
Claro está que el buen diseño de los módulos puede hacer que la visita sea productiva pero esta visión del museo tiene limitaciones. Por un lado el alto coste de mantenimiento provocado por una manipulación superficial e inadecuada y por otro el escaso aprendizaje. La visita es divertida, hemos pasado un rato agradable pero nos llevamos a casa muy pocas cosas. Es algo parecido a lo que puede con esas clases muy innovadoras, muy manipulativas pero en las que al final nos hemos quedado en la superficie. Queremos que la visita al Museo, que la construcción y mantenimiento de estas instituciones contribuya al conocimiento, a la formación científica de la población.
En esta fase se construyen instalaciones interactivas en las que el visitante (adulto o escolar) puede realizar diversas manipulaciones con los módulos instalados. En total libertad de movimientos vamos recorriendo las salas y el lema prohibido no tocar se establece como forma de visita. Podemos decir que el antiguo paralelismo entre un museo de pintura o escultura y los museos de ciencias comienza a romperse. En esta línea trabajaron los primeros museos de ciencia de la era actual en España comenzando por el Museo de La Caixa en 1981 en Barcelona.
Este tipo de innovación es paralela a la que existe en la enseñanza de las ciencias. El visitante realiza experimentos con cierto interés hasta que pasada una hora (según los estudios realizados) comienza a cansarse y poco a poco se limita a poco más que tocar botones o interruptores sin mucho sentido.
Los museos de ciencias quieren contribuir a la educación del público, sea adulto o escolares y esto obliga a una modificación en sus objetivos y a un cambio en el personal que trabaja en ellos. Son necesarios equipos de educadores actualizados en la didáctica de las ciencias y con los conocimientos necesarios para autoevaluar y conocer la eficacia de su labor.
Sin desdeñar las colecciones permanentes que mantienen los viejos objetivos de acercar la ciencia al público se abren nuevas salas con colecciones temporales y espacios para talleres.
Las exposiciones temporales permiten presentar los fondos del museo (junto a prestamos temporales o reproducciones realizadas ex-profeso) con una idea didáctica concreta. Se quiere enseñar, queremos que la población se ponga en contacto de forma deliberada con un aspecto relevante de la ciencia. Muchas de ellas giran en torno a problemas actuales, medioambientales, de sostenibilidad, de salud pública.
Y tenemos talleres específicamente creados para que el público "haga ciencia". En ellos se insiste en la forma de trabajar los científicos, en la comunicación de los resultados, en los debates, en el trabajo en grupo. Al mismo tiempo el papel de los educadores consistiría principalmente en estimular y proponer cuestiones a los estudiantes y dejarles que expliquen lo que ven, oyen y experimentan, tratando de guiarles al conocimiento científico. En definitiva promueve el aprendizaje de las mismas competencias que la escuela pero en una situación que suele ser más favorable que el aula tradicional.
Los museos de la ciencia también se han constituido como centros de encuentro entre los investigadores científicos, entre los institutos de investigación y la sociedad. Cumplen la importante labor de dar a conocer al público las principales líneas de trabajo de los científicos de su comunidad, las dificultades de los procesos de investigación, las consecuencias de su trabajo, etc.
En esta línea son importantes los ciclos en los que se priman las visiones interdisciplinares sobre temas complejos de actualidad en los que especialista de diferentes ramas del conocimiento pueden presentar visiones complementarias sobre temas de actualidad como la crisis de la energía, la manipulación genética o el conocimiento de la estructura básica de la materia.
En resumen la innovación en los museos de ciencia ha provocado la convergencia entre sus objetivos y los de la escuela por lo que es interesante conocer estas tendencias y provocar una realimentación positiva (no competitiva) entre el trabajo de los profesores y el trabajo de los educadores de los museos. Y como última reflexión comencemos realizando esta labor con lo más cercano, con las instituciones de nuestra localidad o región, con las iniciativas locales lo que implica una labor de rastreo y conocimiento sobre la actualidad.
Un ejemplo a seguir: El Museo CosmoCaixa de Barcelona o Alcobendas.
La exposición temporal. Y una visita virtual.
Los talleres escolares.
Y podríamos haber estado atentos a las actividades en Santander para incorporarlas a nuestro aula.