San Juan Crisóstomo (hacia 345-407), presbítero en Antioquia, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilías sobre la 1ª carta a los Corintios, n°24,4; PG 61, 204
«Y tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros» (Lc 22,19)
Cristo, con el fin de que le amáramos cada vez más, nos dio su carne como alimento. Vayamos pues hacia él con mucho amor y fervor... A este cuerpo, los magos lo adoraron cuando estaba acostado en un pesebre... Éstos, viendo al niño, a Cristo, en un pesebre, bajo un pobre techo, a pesar de no ver nada de lo que vosotros veis, se llegaron a él con gran respeto.
Vosotros ya no le veis en un pesebre sino sobre el altar. Vosotros ya no veis a una mujer que lo tiene en sus brazos, sino al celebrante que lo ofrece, y el Espíritu de Dios, con toda su generosidad, planea por encima de la ofrendas. Vosotros, no sólo veis al mismo cuerpo que vieron los magos sino que, además, conocéis su poder y su sabiduría, y no desconocéis nada de lo que él llevó a cabo... Despertémonos, pues, y despertemos en nosotros el temor de Dios. Mostremos una piedad mayor que la de estos extranjeros a fin de no avanzarnos hacia el altar de cualquier manera...
Esta mesa fortifica nuestra alma, une nuestro pensar, sostiene nuestra certeza; es ella nuestra esperanza, nuestra salvación, nuestra luz, nuestra vida. Si dejamos la tierra después de este sacrificio, entraremos en los atrios sagrados con toda certeza tal como si, por todos lados, estuviéramos protegidos por una armadura de oro. Pero ¿por qué hablar del futuro? Es ya en este mundo que el sacramento transforma la tierra en cielo. Abrid, pues, las puertas del cielo, y veréis lo que acabo de deciros. Lo que os quiero mostrar no son ni los ángeles, ni los arcángeles, ni el cielo de los cielos, sino a Aquel que es su Señor. Así, en cierta manera, veis sobre la tierra lo más precioso de todo lo que existe. Y no tan sólo lo veis, sino que lo tocáis y lo coméis. Purificad, pues, vuestra alma, preparad vuestro espíritu para recibir estos misterios.