(Joel Ignacio y la mama)
ANTES DE FORMARTE
Ciertamente que antes de darnos forma (cuerpo terrenal) ya había creado nuestro ser (existencia) con cuerpo espiritual; (ya nos conocía). Lo lamentable de este conocimiento es lo que tardamos en darnos cuenta; y no solo esto, sino que nos consagra o sea coloca en nosotros los gérmenes que irán fructificando en el tiempo y el espacio, cada uno a su debido tiempo, según y nosotros hayamos libremente desarrollado para el fin que el Sr. De la Historia halla previsto.
Una vez, ya encarnados se nos bautiza y se nos vuelve a consagrar; destinándonos a ser Sacerdotes, Profetas y Reyes. Hermanos que razones le vamos a dar al Creador por los talentos que nos dio. EL Sr. Jesucristo de Nazaret, al final de cumplimentar nuestro tiempo, nos cuestionará qué hemos edificado sobre la piedra Angular. El nos pide que en nuestro obrar, nos ciñamos la cintura, no nos dejemos intimidar, él nos hace plaza fuerte, columnas de hierro, muralla de bronce, frente al mundo, nos combatirán pero no nos derrotaran porque El estará con nosotros. Claro con la salvedad de que todo este divino plan de Dios se cumplirá en nosotros en la medida en que nosotros aceptemos la voluntad de nuestro Padre Celestial.
Ahora pasemos a los hechos:
Libro de Jeremías 1,4-5.17-19.
La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: "Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones". En cuanto a ti, cíñete la cintura, levántate y diles todo lo que yo te ordene. No te dejes intimidar por ellos, no sea que te intimide yo delante de ellos. Mira que hoy hago de ti una plaza fuerte, una columna de hierro, una muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes de Judá y a sus jefes, a sus sacerdotes y al pueblo del país. Ellos combatirán contra ti, pero no te derrotarán, porque yo estoy contigo para librarte -oráculo del Señor-".
Salmo 71(70),1-2.3-4.5-6.15.17.
Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca tenga que avergonzarme!
Por tu justicia, líbrame y rescátame, inclina tu oído hacia mí, y sálvame.
Sé para mí una roca protectora, tú que decidiste venir siempre en mi ayuda, porque tú eres mi Roca y mi fortaleza.
¡Líbrame, Dios mío, de las manos del impío, de las garras del malvado y del violento!
Porque tú, Señor, eres mi esperanza y mi seguridad desde mi juventud.
En ti me apoyé desde las entrañas de mi madre; desde el seno materno fuiste mi protector, y mi alabanza está siempre ante ti.
Mi boca anunciará incesantemente tus actos de justicia y salvación, aunque ni siquiera soy capaz de enumerarlos.
Dios mío, tú me enseñaste desde mi juventud, y hasta hoy he narrado tus maravillas.
Carta I de San Pablo a los Corintios 12,31.13,1-13.
Ustedes, por su parte, aspiren a los dones más perfectos. Y ahora voy a mostrarles un camino más perfecto todavía. Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto. Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí. En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor.
Evangelio según San Lucas 4,21-30.
Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír". Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?". Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún". Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
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San Cirilo de Alejandría (380-444), obispo y doctor de la Iglesia
Sobre el profeta Isaías, 5, 5; PG 70, 1352-1353
Para «renovar la faz de la tierra» (Sl 103,30)
Cristo ha querido atraer hacia él al mundo entero y conducir a Dios Padre a todos los habitantes de la tierra. Ha querido restablecer todas las cosas a un estado mejor y renovar, por decirlo de alguna manera, la faz de la tierra: Por eso, a pesar de ser el Señor del universo, «tomó la condición de esclavo» (Flp 2,7). Anunció la buena noticia a los pobres afirmando que él había sido enviado con este fin (Lc 4,18).
Los pobres, o mejor dicho, los que consideramos pobres, son los que se ven privados de todo bien, los que «en el mundo no tenían ni esperanza ni Dios» (Ef 2,12), como dice la Escritura. Nos parece que estos son los que, venidos del paganismo y enriquecidos con la fe de Cristo, se han beneficiado de este tesoro divino: la proclamación que trae la salvación. Por ella han llegado a participar del Reino de los cielos y ser compañeros de los santos, herederos de las realidades que el hombre no puede comprender ni expresar «lo que -siguiendo al apóstol Pablo- ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman» (1C 2,9)...
También los descendientes de Israel tenían el corazón destrozado, eran pobres y, como los prisioneros, rodeados de tinieblas... Cristo vino a anunciar los beneficios de su venida, precisamente a los descendientes de Israel antes que a los demás, y al mismo tiempo proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,19) y el día de la recompensa.