escritosconsolatoriosséneca.
Escritos consolatorios de Séneca.
Psicopatología y Psicoterapia del duelo.
Jornada docente MIR psiquiatría y
PIR Psicología clínica de Aragón
Día 3 de febrero del 2010. El Duelo.
Día 4 de febrero 2009. Psicopatología y suicidio.
Cartas estoicas para consolar el duelo, y evitar la melancolía.
Epístola consolatoria a su amigo Lucilio, por la pérdida del amigo Flaco.
Séneca a su Lucilio: ¡Salud!
Llevo mal el fallecimiento de Flaco, tu amigo, pero no quiero que tú te duelas más de lo justo. El que no te duelas, difícilmente me atreveré a exigírtelo, y eso que sé que es mejor. ¿Pero a quién le tocará esa firmeza de ánimo, si no es a alguien ya muy elevado por encima de la fortuna? Incluso a ése le pellizcará ese suceso, pero sólo le pellizcará.
A nosotros, sin embargo, se nos puede perdonar que nos hayamos deslizado en las lágrimas, si no corrieron en demasía, si nosotros mismos las cortamos.
Ni estén secos los ojos por la pérdida de un amigo ni manen a borbotones; se deben verter algunas lágrimas, no llorar sin tregua.
¿Te parezco imponer una dura ley, cuando el más grande de los poetas griegos concedió el derecho de llorar solamente por un día, cuando contó que incluso Níobe había pensado en la comida1?
¿Buscas el origen de las lamentaciones, el origen de los llantos desmedidos? Por las lágrimas buscamos argumentos de la añoranza y no seguimos al dolor sino que hacemos alarde de él; nadie está triste para sí. ¡Oh infeliz necedad! Incluso del dolor hay una cierta ambición.
« ¿Entonces, qué? -dices-, ¿me olvidaré de mi amigo?»
Una breve memoria le prometes en tu corazón, si ha de permanecer unida con el dolor: muy pronto cualquier suceso fortuito moverá ese semblante tuyo a la risa. No retraso más el momento en que toda añoranza se calma, en que incluso los lutos más punzantes remiten: tan pronto como dejes de observarte desaparecerá esa imagen de tristeza.
Ahora tú mismo eres el custodio de tu dolor, pero también se escurrirá del que lo custodia y tanto más rápido cesa cuanto más punzante es.
Procuremos que el recuerdo de los seres perdidos resulte gozoso para nosotros. Nadie vuelve de buen grado a aquello en lo que no va a poder pensar sin tormento, a la par que también es necesario que suceda aquello, el que se nos presente con alguna punzada el nombre de los seres queridos que hemos perdido; pero esa punzada tiene también su placer.
Pues, como solía decir nuestro Átalo (2) «así es gozosa la memoria de los amigos difuntos, como son algunos frutos suavemente ásperos, como en el vino demasiado viejo su misma amargura nos deleita; pero cuando pasa un cierto espacio de tiempo, todo lo que nos oprimía se extingue y llega hasta nosotros un placer puro».
Si le damos crédito a aquél, «pensar en los amigos incólumes es saborear miel y panal: el recuerdo de aquellos que han sido agrada no sin una cierta acerbidad. ¿Pero quién negaría que también esos alimentos picantes y que entrañan algo de aspereza estimulan el estómago?».
Yo no tengo el mismo sentir: para mí la evocación de los amigos difuntos es dulce y suave; los tuve, en efecto, como si los fuera a perder, los perdí como si los siguiera teniendo.
Haz, por tanto, mi Lucilio, lo que conviene a tu equidad, deja de tergiversar un beneficio de la fortuna: te lo quitó, pero te lo dio. Disfrutemos por eso ávidamente de los amigos, porque es incierto durante cuánto tiempo podemos hacerlo.
Consideremos cuántas veces los hemos dejado para emprender un largo viaje, cuántas veces aun viviendo en el mismo lugar no los hemos visto: comprenderemos que con ellos en vida nosotros hemos perdido más tiempo.
¿Pero soportarías a estos que tienen a sus amigos totalmente abandonados, los lloran desdichadísimamente y no aman a nadie si no lo perdieron? Y entonces se afligen escandalosamente por eso, porque temen que resulte dudoso si los han amado; buscan tardías señales de su afecto.
Si tenemos otros amigos, los tratamos y valoramos mal, ya que poco sirven como consuelo del entierro de uno solo; si no los tenemos, una mayor injuria nos causamos a nosotros mismos que la que hemos recibido de la fortuna: ésta nos quitó a uno solo, nosotros a todos los que no hemos hecho. Además, ni siquiera a uno solo amó bastante quien no pudo amar más que a uno solo.
¿Acaso no te parecería tontísimo si alguien, despojado tras perder su única túnica, prefiriera lamentarse a considerar atentamente cómo podría evitar el frío y encontrar algo con que cubrir sus espaldas? Has enterrado al que amabas: busca a quién amar.
Es mejor poner a otro amigo en su lugar que llorar.
Sé que ya está muy trillado esto que voy a añadir, pero no lo omitiré precisamente por eso, porque ya ha sido dicho por todos: con el tiempo encuentra el fin de su penar también aquel que no lo había puesto con una decisión suyas.
Pero en un hombre prudente es el más torpe remedio de la aflicción el cansancio de afligirse: prefiero que abandones el dolor a que seas abandonado por él; y deja cuanto antes de hacer esto que, incluso si quisieras, no podrás hacerlo por más tiempo. (3)
Nuestros antepasados establecieron para las mujeres el plazo de un año para guardar luto, no para que guardaran luto durante tanto tiempo, sino para que no lo hicieran por más tiempo: para los varones ningún tiempo es legítimo, porque ninguno es honesto.
No obstante, ¿a cuál de entre aquellas mujercillas a duras penas apartadas de la pira, a duras penas arrancadas del cadáver, me podrás citar cuyas lágrimas hayan durado un mes entero?
Ninguna cosa viene a dar en odio más pronto que el dolor, el cual, cuando es reciente, encuentra consolador y atrae a algunos hacia sí, pero, cuando inveterado, es objeto de burlas, y no inmerecidamente, pues o es simulado o tonto.
Eso te escribo yo, que lloré a mi queridísimo Anneo Sereno tan inmoderadamente que, bien a mi pesar, figuro entre los ejemplos de aquellos a los que venció el dolor.
Pero hoy condeno mi comportamiento y entiendo que la causa más importante de tal pesar fue para mí el que nunca había considerado que él podía morir antes que yo. (4) Sólo se me ocurría esto, que él era más joven y mucho más joven -¡como si los hados observaran un orden! Pensemos, así pues, asiduamente en la condición mortal tanto nuestra como de todos a los que amamos.
Entonces yo debí decir: «mi Sereno es más joven: ¿qué importa a estos efectos? Debe morir después de mí, pero puede hacerlo antes de mí». Como no actué así, la fortuna súbitamente me golpeó desprevenido.
Ahora considero que todas las cosas no sólo son mortales sino también mortales según una incierta ley: hoy puede suceder cualquier cosa que alguna vez puede suceder. (5)
Por lo tanto, queridísimo Lucilio, consideremos que nosotros pronto llegaremos allí donde nos afligimos de que aquél ya haya llegado; y que tal vez, si es verdadera la tradición de los sabios y nos acoge allí algún lugar, el que creemos que ha perecido ha sido enviado delante?
¡Que estés bien!
(1) Iliada. Homero.
(2). Filósofo estoico, maestro del joven Séneca. También en las primeras consolaciones (cf. Marc. n. 97 y Poi. n. 43) obraban ya estas recomendaciones de Séneca (§§ 3-11) sobre el aprovechamiento del presente y sobre la actualización gozosa del pasado, recordando con dulzura a los seres queridos perdidos, como ya proponía una sentencia de Epicuro (lo que no debe confundirse con la búsqueda del placer en el dolor, preconizada por el epicúreo Metrodoro y duramente criticada por Séneca en la Ep. 99.25-29).
(3) Sobre ese tópico y sobre la referencia, en el siguiente párrafo, al tiempo de luto establecido en Roma (comparación empleada como argumento consolatorio, sin comportar propiamente una indicación sobre el momento oportuno del consolar, pues Séneca no precisa en ningún lugar el tiempo exacto que se debe conceder a la primera conmoción, antes de abordar el consuelo), v., p.e., Mare. 7-8; Helv.1.2; 16.1;Pol. 18.4;Ep. 99.1 y33.
(4). Cierra así la carta esa doble confesión de Séneca, esto es, la confidencial referencia a sus abundantes lágrimas por A. Sereno y el consiguiente reconocimiento de no haber asimilado total y personalmente aquella premeditación de los males futuros, que tantas veces recomendó a los demás -como él mismo recuerda a sus amigos momentos antes de morir, según indica Tácito (Ann. XIV.62)-, insistiendo precisamente en su universalidad y certeza absolutas (“cualquier mal nos puede, o mejor, nos va a suceder”: cf. Marc. nn. 31 y 33 Y Polo n. 17).
(5). Sobre este argumento consolatorio de la pervivencia del alma en el más allá, aducido muchas veces por Séneca (aunque a menudo, como aquí, con alguna reserva) y desarrollado con gran detenimiento en otros lugares (cf. Marc. n. 77). Ver también Sobre la vejez. “el alma es inmortal” de Ciceron.
Sentencias de Epicureo sobre la muerte y ausencia del duelo. Epicuro: (341 a.C. –Atenas-, 270 a.C).
-¿la muerte?: "La muerte, temida como el más horrible de los males, no es, en realidad, nada, pues mientras nosotros somos, la muerte no es, y cuando ésta llega, nosotros no somos".
- Carta a Meneceo, 125. "¿Por qué temer a la muerte, si mientras existimos, ella no existe y cuando existe la muerte, entonces, no existimos nosotros?"
-¿Dioses? -se preguntaba Epicuro- “Tal vez los haya. Ni lo afirmo ni lo niego, porque no lo sé ni tengo medios para saberlo. Pero sé, porque esto me lo enseña diariamente la vida, que si existen ni se ocupan ni se preocupan de nosotros».
-¿el placer?. “El placer es el principio y el fin de una vida feliz”. (Carta a Meneceo, 128)
¡El miedo a la muerte¡ (y la consiguiente aspiración a una prolongación indefinida de la vida) como poseedor de violento poder de turbación.
“En vano hace sufrir” (Epicuro en carta a Meneceo), La mayoría teme a la muerte como “el más estremecedor de todos los males”. El razonamiento filosófico, tiene como misión “ahuyentar las creencias de las que nacen la mayor parte de las turbaciones que se apoderan del alma” (terapia filosófica contra el temor a la muerte)
« El correcto conocimiento de que la muerte no es nada para nosotros hace placentera la mortalidad de la vida, no porque añada un tiempo ilimitado, sino porque elimina el ansia de inmortalidad »
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Bibliografía clásica de la practica de la “consolatio”.
Escritos consolatorios para el duelo.
(Psicopatología clásica)
-La terapia del deseo. Teoría y práctica de la ética helenística. Autora: Martha C. Nussbaum Ed. Paidos 2003.
-Escritos consolatorios. Cartas a Lucilio. Autor: Séneca. Alianza Editorial 2008.
-Sobre la vejez. (Cato maior de senectute) y Sobre la amistad. Ciceron. Clásicos Roma. Alianza Ed.
-“Meditaciones”. Marco Aurelio. Clásicos de Grecia y Roma. Alianza Editorial.
- La consolación de la filosofía (De consolatione Philosophiae) De Boecio: (480-524). Alianza editorial. 2008.
- Los filósofos presocráticos. Editorial Gredos, Madrid 1978.
-Epicuro. Exhortaciones, y “sobre el placer y la felicidad”. (Varias ediciones)
“La muerte es una quimera, pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no."
-“La naturaleza de las cosa”. Lucrecio. Clásicos de Grecia y Roma. Alianza Ed.
-Sobre el dolor del mundo, el suicidio y la voluntad de vivir. Autor: Arthur Schopenhauer. Editorial Tecnos. 2006.
-En las cimas de la desesperación. E. M. Cioran. Tusquets editores.
-El mito de Sisifo. Albert Camus. En. Obras completas. Ed. Alianza Tres.
“el único problema filosófico verdaderamente importante, es decidir si vale la pena seguir viviendo, o afrontar la muerte”
Ver también los diálogos de Séneca. “de consolation”
1.Consolatio ad Martiam, en donde intenta consolar a Marcia, esposa de Cremucio Cordo, un estoico republicano nada moderado que tuvo que suicidarse. Además, dos de los hijos de Marcia murieron tras el fallecimiento de su marido.
2.Consolatio ad Helviam matrem, escrita para consolar a su madre por su destierro en Córcega.
3.Consolatio ad Polybium, en ella, además de intentar consolar a Polibio ante las circunstancias, pide la condonación de su exilio.
Ver también los textos de Ciceron:
1. La consolatio y Tusculanae disputationes, tratado en cinco libros donde defiende la inmortalidad del alma y elimina los miedos a la muerte y al dolor. Consolatio de la muerte de su hija Tulia, donde defiende la inmortalidad del alma.
-Historia clásica de psicopatología y suicidio:
http://jldiasahun.googlepages.com/historiasuicidio.heráclito,sénecaylucrecio.
http://jldiasahun.googlepages.com
Dr. J.L. Día Sahún jldia@ono.com
Psiquiatra Hospital Universitario Miguel Servet de Zaragoza.
Estudios de psicopatología descriptiva clásica y fenomenología.
¡¡ esto no está en el DSM-IV ¡¡