Curiosidades

¿Cuál es el origen de la expresión ‘De noche, todos los gatos son pardos’?

El refrán ‘De noche, todos los gatos son pardos’ se trata de advertir de la facilidad que hay, en algunas ocasiones, de ser engañados por un impostor a quien podemos toma por otra persona y no percatarnos de sus malas intenciones.

La clara referencia a la noche, de esta locución venía a decir que, con el oscurecer de la noche, es difícil distinguir a unas personas de otras, a los que van con malas intenciones de los vienen con buenos propósitos.

La mayoría de historiadores apuntan que la mención que se hace al gato no es por referencia el animal felino, sino a los madrileños, debido a que los oriundos de esta ciudad son conocidos con dicho apelativo. Todo indica que se originó el refrán poco después de trasladarse a Madrid la capitalidad del Reino, convirtiéndola en Corte y Villa. Esto originó que fuesen numerosos los rufianesy malhechores nocturnos que por allí aparecieron.

Hay constancia de que la expresión era ampliamente conocida y utilizada hacia mediados del siglo XVI e incluso Miguel de Cervantes la utilizó para incorporarla en la ‘Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha’ publicada en el año 1615 (capítulo XXXIII):

[…]Tan buen pan hacen aquí como en Francia, y de noche todos los gatos son pardos, y asaz de desdichada es la persona que a las dos de la tarde no se ha desayunado, y no hay estómago que sea un palmo mayor que otro, el cual se puede llenar, como suele decirse, de paja y de heno[…]

También cabe destacar que existen referencias y citas al mencionado refrán (en sus diferentes variantes) varias décadas antes de aparecer en el Quijote. Esas otras formas de encontrar la expresión son, por ejemplo: ‘De noche los gatos, todos son pardos’, ‘Por la noche todos los gatos son pardos’, ‘Cuando oscurece, todos los gatos son pardos’, ‘En la noche todos los gatos pardos son’ o ‘De noche, a la vela, la burra parece doncella’.

Fue la pregunta de dónde surge llamar ‘la dolorosa’ a la cuenta que se pide en un establecimiento.

Se conoce como ‘Pedir la dolorosa’ al acto de requerir que se lleve la minutade lo consumido, por ejemplo, en un restaurante.

Esta forma de llamar a la cuenta proviene de una referencia directa a Nuestra Señora de los Dolores, también conocida como la Virgen Dolorosa y cuya imagen o estampa era la de la Virgen María en el momento de dolor (doliéndose) tras la muerte de su hijo Jesús en la cruz.

La analogía de comparar una factura con la madre de Cristo surgió en el castizo Madrid de los Austrias (a partir del siglo XVI) en el que en la Corte y Villa empezaron a abrirse tabernas al trasladarse hasta la ciudad la capital del reino (se calcula que hacia finales de aquel siglo se habían abierto alrededor de 140 establecimientos).

El hecho de ser capital de la Corte llevaba hacia allí a numerosas personas, ya fuera para trabajar como funcionarios o para realizar negocios. Esto hizo que muchos fuesen los taberneros que inflaban los precios, por lo que al presentar la cuenta a los comensales a éstos se les quedaba la cara desencajada, surgiendo la comparativa con el rostro de dolor de la Virgen (la Dolorosa).

De ahí que se popularizase llamar dolorosa a la cuenta que se pide en un establecimiento de hostelería.

Para que nuestro organismo funcione perfecta y adecuadamente necesita combustible y éste se le aporta a través de la alimentación. Todo aquello que comemos lleva asignado una cantidad de calorías y las cuales se determinan en mayor o menor medida por la cantidad de energía que necesitemos para quemarlas (eliminarlas). Dependiendo del gasto energético que hagamos (si somos sedentarios o, por el contrario, tenemos una vida activa) engordaremos o adelgazaremos. Este es, a gloso modo, la explicación simple sobre qué son las calorías y para qué sirven.

Hoy en día existe casi una plena conciencia sobre cuál es la cantidad de calorías que hay en determinados alimentos, cuáles son los que más tienen y, por tanto, engordan o, por el contrario, cuáles tienen menos y nos ayudarán a adelgazar y/o mantenernos en nuestro peso.

Todos los alimentos que se comercializan llevan asignados e impresos una tabla en la que se indica la cantidad de caloría del producto y se ha convertido en la parte de la etiqueta que más consultada es por el consumidor (por delante incluso del que indica la composición del mismo).

Pero a pesar de que la afición por mirar el etiquetado, para comprobar el número de calorías que contienen los alimentos, es relativamente moderno, el hecho de contarlas y tener conciencia de que las colorías existían empezó hace un siglo.

Fue concretamente en 1918 cuando la doctora y escritora estadounidense, Lulu Hunt Peters, habló de ello a sus lectores, con el fin de concienciarlos sobre lo que comían y cómo les podría llegar a engordar.

Lulu Hunt Peters era experta en nutrición y escribía una columna titulada ‘Dieta y salud’ (Diet and Health) en la que daba consejos sobre alimentación por encargo de la Central Press Association; una compañía dedicada a proporcionar contenidos de prensa (artículos de opinión, columnas de diversas temáticas, viñetas cómicas y pasatiempos) para cerca de 400 medios (entre periódicos y revistas) de todos los Estados Unidos.

A través de la columna, Peters, habló, por primera vez en un periódico, de la importancia que tenían las calorías y cuáles eran los alimentos con menos e ideales para poder adelgazar. Se puso como ejemplo a ella misma y fue publicando semana tras semanas qué era lo que ingería y cómo había llegado a adelgazar una treintena de kilos.

Poco después reunió todo ello en un libro, que tituló ‘Diet and Health: With Key to the Calories’ del que vendió más de dos millones de ejemplares a lo largo de la década de 1920. En él, Peters adjuntaba una tabla de ejercicios e indicaba los alimentos con menor número de calorías ideales para realizar una dieta.

Eso sí, no fue Lulu Hunt Peters quien habló por primera vez de las calorías. Ya lo había hecho casi un siglo antes que ella (concretamente en 1824) el físico y químico francés, Nicolas Clément, pero éste no lo hizo en referencia a las calorías de los alimentos sino para indicar cuál sería la energía necesaria para hacer que un litro de agua pasase de 0º a 1º centígrado. En las siguientes décadas otros desarrollaron el concepto y determinaron la cantidad de energía (calorías) que había en cada alimento. A la nutricionista Peters le debemos su popularización y que los ciudadanos de a pie, sin conocimientos científicos, relacionasen lo que comían con la salud, supieran que las calorías existían, en qué consistían y cuantas de ellas había en cada ración de comida que ingerían.

Fue en la década de 1940 cuando el médico de origen alemán Ernst Gräfenberg presentó los resultados de unas investigaciones que llevaba varios años realizando y con las que quería demostrar la existencia de una nueva zona erógena que se encontraba en el interior de la vagina y que, hasta aquel momento, había sido totalmente desconocida para los expertos en sexología y anatomía femenina.

Gräfenberg acababa de llegar a Nueva York huyendo del nazismo, debido a su condición de judío, y fue en la ciudad de los rascacielos donde desarrolló el resto de su vida profesional. En su Alemania natal había inventado un tipo de anillo anticonceptivo (conocido como anillo de Gräfenberg) muy similar al DIU y que había sido prohibido por el Tercer Reich.

El hallazgo de ese nuevo punto erógeno en la mujer, por parte del ginecólogo alemán, estuvo acompañado de cierta polémica debido a que muchos fueron sus colegas que aseguraban que dicha zona de placer no existía y que de ser cierto no estaría presente en el interior de la vagina de todas las mujeres.

No fue hasta cuatro décadas más tarde, en octubre de 1980, cuando se acuñó el término ‘Punto G’ para hacer referencia a esa zona descrita por Gräfenberg (de ahí la G del término) a raíz de un estudio publicado sobre la eyaculación femenina, el cual avalaba la hipótesis del ginecólogo alemán, indicando que la estimulación de dicha zona (que era situada entre tres y cinco centímetros de la pared frontal del interior de la vagina) proporcionaba un mayor placer a la mujer, provocando un orgasmo que venía acompañado de eyaculación.

Pero, a día de hoy, una gran cantidad de expertos en sexología siguen asegurando que dicho Punto G no existe adjuntando conclusiones de diferentes estudios e incluso los resultados de numerosas autopsias practicadas en las que no aparecía presencia alguna de tejido orgánico que pudiese demostrar su existencia.

Cabe destacar que a pesar de la falta de evidencias sobre la presencia real o no del Punto G en el interior de la vagina, el término es ampliamente utilizado en numerosas publicaciones, sobre todo que tratan de dar consejos sobre cómo encontrarlo o estimularlo, incluyendo un nuevo concepto en los últimos años que ha sido bautizado como ‘Punto G masculino’ (también llamado‘Punto P’), el cual hay quien asegura que se encuentra en el interior del ano en dirección al perineo.

El término ‘trivial’ es utilizado para referirse a que un asunto es de escasa importancia. Proviene etimológicamente del latín ‘triviālis’, de igual significado, que procedía de ‘trivium’ y cuyo sentido era ‘tres vías’, como clara referencia de aquellos puntos en los que había una encrucijada (o sea, que se cruzaban varios caminos).

Era común que en esos cruces se dispusiesen de algún tipo de establecimiento u hospedaje en el que los viajeros paraban a descansar, comer… A menudo esas encrucijadas se convertían en puntos de encuentro entre diferentes personas (cada una procedente de un lugar).

Esos viajeros entablaban distendidas conversaciones mientras descansaban y era el carácter insustancial e insignificante de esas charlas lo que dio origen a que a aquel punto de encuentro (trívium) se le adjudicase el término ‘triviālis’para hacer referencia a los asuntos que carecen de importancia.

Como último apunte, también cabe destacar que conocemos como ‘Trivial’ (Trivial Pursuit) a un famosísimo juego de mesa que consiste en preguntas y respuestas.

El uso de los diferentes términos derivados de la palabra sexo, como puede ser ‘sexualidad’ (como referencia al contacto o relación carnal), no comenzó a utilizarse hasta finales del siglo XIX, debido a que originalmente el vocablo tan solo se utilizaba para diferenciar el género de las personas, tal y como te explico sobre el origen etimológico del término ‘sexo’.

De ahí que un gran número de palabras que hoy en día utilizamos y que llevan acopladas un prefijo al vocablo sexualidad (bisexualidad, heterosexualidad, homosexualidad, transexualidad…) surgieron ya entrados en el siglo XX.

Según indican un gran número de etimólogos, no fue hasta 1929 cuando a sexualidad se le dio por primera vez, la connotación y significado de ‘relación carnal’ (relación sexual) y se señala al escritor inglés D. H. Lawrence como el primero en hacerlo (de hecho el término aparece citado en varios de sus escritos, los cuales motivaron que fuese señalado con frecuencia como ‘pornógrafo’).

Para encontrar la primera mención en lengua española que se hace en el diccionario al término sexo, como significado de genitales, debemos acudir al Diccionario de la RAE de 1984 en el que lo describían como ‘Órganos sexuales’. En la lengua inglesa ya se hacía referencia a ello medio siglo antes (en 1938).

La entrega de un buen número (de docena en docena) de cosas que quizás no sabíais cómo se llamaban en realidad o que, posiblemente, conocías pero con otro nombre distinto.

Espero que la selección de palabras que he hecho en esta ocasión sea de vuestro agrado, al igual que ha ocurrido con las veces anteriores.

Mohíno: Se trata de un estado de melancolía, tristeza o disgusto.

Casmodia: Es la acción de bostezar seguida y repetidamente (incluso acompañado de algún espasmo) y que no se hace por cansancio, sueño o aburrimiento, sino debido a una afección neuronal.

Conculcar: Es la acción de pisar para dejar la huella del pie en alguna superficie (por ejemplo en el fango, cemento fresco, arena de la playa…).

Deliquio: Hace referencia al desmayo o desfallecimiento, pero también al decaimiento o pérdida del ánimo (tras una desgracia, en un momento de duelo…).

Trasunto: Se trata de la copia (exacta) que se hace de un escrito u obra. Es lo que se hacía antiguamente (antes de la invención de la imprenta) con los libros o los textos originales. El realizar copias a mano de estos se denominaba como ‘trasuntar’.

Treno: Es una lamentación tras alguna desgracia o calamidad y también hace referencia a un tipo de canto fúnebre.

Tocón: Un tocón no solo es alguien que toca mucho sino que en este caso hace referencia a la parte de un árbol que, tras ser talado, ha quedado en el suelo unido a las raíces. También es usado para hacer referencia al muñón de un miembro amputado.

Noluntad: Se trata del acto de no querer hacer algo (en contraposición del término ‘voluntad’ que es la buena disposición a sí querer hacerlo).

Pogromo: Hace referencia a la masacre o aniquilación de un grupo de personas indefensas llevada a cabo por una multitud enfurecida (y alentada para hacerlo desde el poder). Proviene del ruso ‘pogrom’, cuyo significado literal es ‘destrucción o devastación’ y hace referencia a la persecución y matanza que padecieron los judíos (aunque hoy en día el término también es utilizado para referirse a otras culturas, religiones o grupos étnicos).

Tirocinio: Este término suena como si se refiriese algún tipo de crimen, pero no, nada tiene que ver. En realidad el tirocinio, que es un término que está prácticamente en desuso, era sinónimo de principiante y/o aprendiz y hacía referencia al aprendizaje o noviciado en algún oficio u arte.

Regolaje: Hace referencia al continuo estado de buen humor que tienen algunas personas (que suelen estar frecuentemente risueñas, dadas a las bromas y buen carácter).

Adamar: Se refiere a acto de enamorarse de alguien, cortejarla y halagarla mediante piropos o palabras que destaquen sus atractivos.

El origen etimológico del término ‘sexo’ lo encontramos en el latín ‘sexus’, la palabra utilizada en la antigüedad para designar la diferencia entre géneros, debido a que normalmente iba acompañada junto a los términos ‘virilis’ (hombre) y ‘mulieris’ (mujer). Al menos así aparece reflejado en los escritos anteriores al siglo XVII, donde era frecuente encontrarlo en la forma ‘sexus mulieris’ o ‘sexus virilis’ cuando se quería hacer una referencia al género al que pertenecía la persona de la que se estaba hablando.

Etimológicamente, el vocablo latino sexus proviene de ‘sectus’ (corte) y éste de ‘secare’ (cortar) y es más que probable que se refiriera originalmente a la división de la población que existía, la cual se tenía el convencimiento de que la mitad exacta eran varones y la otra hembras. Aunque algunas fuentes indican que bien podría haberse originado de la idea de que, según se explica en los Evangelios, la primera mujer (Eva) fue creada a partir de cortar y sacar una costilla a Adán.

Por otra parte encontramos que en numerosos escritos de la Antigua Grecia también se hacía referencia al origen de los hombres y mujeres como un único y mismo ente, señalando que los humanos éramos seres andróginos (poseíamos los dos sexos en un mismo cuerpo). En la obra ‘El banquete’ de Platón (escrita alrededor del año 380 a.C.) el famoso filósofo griego explica que se debió a un castigo divino del Dios Zeus el que los seres andróginos quedasen divididos en dos (hombre y mujer).

En el Diccionario de Autoridades de 1739 (primer libro oficial en lengua española que recogía las palabras y sus definiciones) aparece la entrada ‘sexo’ dándole la siguiente acepción literal: ‘Distintivo en la naturaleza del macho, ù hembra en el animal’.

Cabe destacar que fue a finales del siglo XIX cuando aparecieron coletillas a la palabra sexo en los diccionarios para diferenciar la condición entre géneros: por ejemplo ‘Bello sexo’ con la acepción de ‘Conjunto de todas la mujeres’. En 1925 se le añadía al diccionario los términos ‘Sexo débil’ que daba como respuesta ‘las mujeres’ y ‘Sexo feo o fuerte’ que se refería a ‘los hombres’.

En una próximo post os explicaré la evolución que hizo el término sexo que pasó de ser un vocablo para referirse al género de las personas a designar las relaciones carnales (cópula).

Coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer he querido traer a Javier Santamarta quien, aparte de gran escritor y amante de la Historia, es politólogo y experto en Ayuda Humanitaria, Geopolítica, UE, y Protocolo (además de ser, últimamente, muy habitual en tertulias políticas en radio y televisión).

Su nuevo libro, que lleva como subtítulo ‘Galería histórica de hispanas memorables’, es un excelente ensayo literario que nos acerca a la vida de un puñado de mujeres que han tenido un relevante papel en la Historia de España, pero que, debido al heteropatriarcado que nos ha acompañado desde tiempos inmemoriales, no han tenido la justa recompensa y mención en los libros de Historia, tal y como merecerían.

Ojo, que nadie se asuste, el libro ‘Siempre estuvieron ellas’ no es ningún alegato al feminismo, tan de moda en los últimos tiempos, sino un sincero y justo homenaje que el autor hace hacia esas ilustres mujeres y que además eran españolas (en un momento en el que se ha abierto una absurda polémica y parece que divide a parte de la población entre enemigos de todo lo que suene a español o rancios patriotas que viven anclados en la España del yugo y la flecha).

Javier Santamarta sabe acercarnos a la vida y obra de mujeres que, de haber nacido en nuestra época, gozarían de todo el respeto y admiración de todos nosotros, pero que quedaron en el injusto semiolvido, no apareciendo en muchos de los libros que trataron sobre biografías en las que solo se mencionaba a hombres (algunos incluso menos importantes o relevantes que éstas).

Pero ya no solo tiene mérito el tema que trata el bueno de Javier Santamarta, sino cómo lo hace y explica. No es una novela, pero capítulo tras capítulo (de los trece que lo componen), dedicado a una o varias de esas ilustres hispanas, nos pone en contexto con unos diálogos y situaciones en los que, por momentos, parece que estamos leyendo una narración que parece ficción pero que se ajusta, fielmente, a lo sucedido.

La selección de personajes escogidos también ha sido un acierto, debido a que encontramos a protagonistas de todos los tiempos: desde la época de la Antigua Roma (Egeria), pasando por el Siglo de Oro (María de Zayas) y llegando hasta el siglo XX (Ángela Ruiz Robles), por poner tan solo tres ejemplos.

A destacar las numerosas notas a pie de página, que ayudan a entender y conocer mucho mejor cada una de las situaciones y protagonistas, además de la valiosa bibliografía al finalizar cada uno de los trece capítulos que componen la obra.

Sinopsis (ofrecido por la Editorial Edaf):

España es un país femenino. Dudarlo sería no reconocer que su Historia está salpicada, y aún forjada, por mujeres que despuntaron en todos los campos en que quisieron destacar. Tanto si era posible, como si no. España es un lugar donde las mujeres han desarrollado un papel como en pocos sitios más podemos encontrar. Hay heroínas, literatas, reinas, escultoras, inventoras, científicas, santas… Mujeres avanzadas a su tiempo que se toparon con trabas e impedimentos y que, pese a todo, triunfaron. Magníficos exponentes del coraje y del empeño puesto en una causa, aunque les costara la vida. Aunque no se lo permitieran. Memoria viva cuyas vidas y hechos merecen ser recordadas y sacadas del olvido o de la ignorancia.

Hacer una selección de todas estas mujeres es complicado y, sobre todo, injusto, pues a lo largo de los siglos es difícil encontrar una actividad en la que no destaque alguna, a pesar de haberse querido ver a España siempre como un país atrasado, casi bárbaro, en su relación con las mujeres. Los retratos elegidos en este libro demuestran que no siempre se cumple ese cliché tan manido; que las mujeres hispanas han conseguido muchas cosas en detrimento de tópicos y en comparación con las de otros lares, y que, en múltiples ocasiones, fueron precursoras. Porque en España, siempre estuvieron ellas.

‘Siempre estuvieron ellas’ (Galería histórica de hispanas memorables) de Javier Santamarta

Editorial Edaf

ISBN: 9788441438927

No dejes de leer la reseña que publiqué sobre el libro anterior de Javier Santamarta: ‘Siempre tuvimos héroes’

Días atrás explicaba el curioso origen no sexual del término ‘lujuria’ y hoy os traigo otro vocablo muy relacionado actualmente con la sexualidad y con el que ocurrió algo muy similar. Se trata de la palabra ‘libido’, descrito en los diccionarios como ‘deseo o impulso sexual’ y que, originalmente, nada tenía que ver con el sexo.

Fue a finales del siglo XIX y a través de Sigmund Freud cuando tomó esa mueva acepción. El padre del psicoanálisis vio en la palabra libido (la cual provenía de un vocablo latino homónimo y que quería decir ‘deseo desmesurado hacia algo’) el término ideal para etiquetar a aquellas personas que, a través de un desorden psicológico, tenían un desenfrenado deseo sexual, el cual era la raíz de otros problemas de conducta.

Freud utilizó ese antiguo vocablo proveniente del latín como referencia a la conducta libidinosa de los antiguos gobernantes romanos, propensos a los excesos de todo tipo.

De ahí que con el tiempo, tanto el término libidinoso como lujurioso se hayan convertido en sinónimos y en los diccionarios una entrada conduzca a la otra (y viceversa).