Las órdenes monásticas

                                                         Abadía medieval de Praglia

En el siglo X surgieron con gran vigor nuevos órdenes monásticas, que intentaron luchar contra los males que aquejaban a la Iglesia. Desde los monasterios se predicaba el renunciamiento a las vanidades del mundo como una de las condiciones para salvar el alma.

La reforma de los conventos partió de Francia. El 11 de noviembre del año 910, el duque de Aquitania, conocido como Guillermo el Piadoso, fundó un monasterio en la localidad de Cluny y lo puso bajo la protección directa del Papa, sustrayéndola de la autoridad del obispo local. Se formó entonces una orden religiosa, la cluniacense, que observaba con mucho cuidado a regla de San Benito:

la combinación del trabajo manual con la oración, la recitación de los Salmos, el respeto por el silencio y la confesión pública de los pecados.

La orden cluniacense comenzó a condenar en forma sistemática ¡a vinculación entre Iglesia-Estado; especialmente en referencia a la situación en Alemania, donde los obispos eran “semifuncionarios” del emperador. Para los monjes de Cluny, la función más importante que tenía que cumplir la Iglesia en la Tierra era la salvación del alma y para ello necesitaba estar libre de la intromisión estatal. Se debía terminar con la compraventa de cargos eclesiásticos. Desde Cluny surgió entonces la idea de que el poder laico debía estar subordinado al poder moral de los eclesiásticos.

La actividad que esta orden desarrolló rehabilitó el espíritu religioso en la opinión pública. De esta orden surgieron muchos clérigos notables, como Hildebrando que luego se convirtió en el papa Gregorio VII.

En el siglo XI surgió otro movimiento reformista en Cister, bosque de Francia, en donde el abad Roberto con algunos de sus religiosos se instalaron para fundar un monasterio. Aplicaron también con respeto las reglas de San Benito. Desde allí se desarrolló una orden religiosa de tal magnitud que no tardó en hacerse célebre. Los monjes cístercenses tomaron el nombre de bernardos, en honor de uno de sus clérigos más destacados, San Bernardo.

El movimiento monástico no se detuvo. En los siglos posteriores surgieron nuevas órdenes, como los franciscanos y los dominicos.

A comienzos del siglo XII un religioso italiano, San Francisco de Asís, fundó la orden de los Frailes Menores, luego llamada franciscanos. Predicó dos virtudes primordiales: la fe y la caridad, a través del ejemplo de una vida humilde, y la renuncia a las riquezas que le brindaba su familia. La orden franciscana fue muy popular y se convirtió en una de las más fecundas instituciones del cristianismo.

En el mismo siglo Santo Domingo de Guzmán fundó la orden de los Predicadores, considerada como una de las más importantes órdenes mendicantes.

El objetivo de Santo Domingo fue la necesidad de combatir la herejía (desviación de la interpretación del dogma católico), no sólo con la palabra sino con la conducta y las obras. Los dominicos renunciaban a los bienes terrenales, concebían el estudio como una forma esencial para concretar sus aspiraciones religiosas: sus claustros fueron verdaderos aulas de ciencias. Los monasterios se convirtieron de esta manera en centros importantísimos de la vida en esa época.

En el mundo medieval, los monasterios hacían la función de «ciudades de Dios», al igual que las villas, los pueblos y las aldeas eran las ciudades de los hombres. Eran microcosmos en los que los hombres y mujeres allí reunidos se entregaban al trabajo y la oración; en un mundo oscuro y bárbaro fueron los que preservaron la cultura clásica para los siglos venideros.

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