Las penas aplicadas

La marca de fuego en el cuerpo de un criminal era la pena de algunos delitos. Un malhechor marcado con una M no podía esconder su culpa, la sentencia se ejecutaba inmediatamente.

La pena para los prisioneros que no querían confesar era ser aplastados hasta morir. Era una muerte lenta, agonizante y muchos pedían que se saltara encima para morir antes.

En los delitos más triviales, como las borracheras y las peleas, el prisionero era enviado a un cepo para dedos. También se utilizaba para escolares díscolos.

Las ejecuciones en la horca, estaban reservadas para crímenes importantes. Era una muerte lenta, por lo que los condenados pedían a sus amigos en el camino hacia ella que tiraran de sus piernas.

La pena para los crímenes menores, como vender bienes con peso escaso, era permanecer un tiempo en el cepo. Estructura de madera con orificios para coger la cabeza y las manos del condenado. En casos un poco más graves, como propagar falsos rumores, se clavaban las orejas del reo al tablero.

La pena para la traición era “colgar, arrastrar y descuartizar” al traidor. Cuando la víctima estaba medio muerta, el verdugo le bajaba y le arrancaba las entrañas, cogía el corazón y gritaba “ ¡ Mirad el corazón del traidor !”. Las cabezas de los traidores decoraban las puertas de la ciudad avisando a los que quisieran conspirar contra el rey. También se exponían en lugares públicos.

Otro castigo era zambullir al prisionero en el foso o en la alberca de la villa. Se le sentaba en un taburete y se le bajaba al agua.

Para algunos criminales el castigo no acababa en el patíbulo. El herrero remachaba cadenas en el cadáver que se exponía para que otros no cometieran delito. Otras veces el viento y la climatología podían reducir el cuerpo a los huesos. Los pájaros anidaban en la calavera.