QUÉ NOS LLEGÓ AQUÍ

Colonización y extractivismo

La actual vulnerabilidad de los territorios latinoamericanos, africanos y asiáticos es el resultado de siglos de colonización y explotación, incluyendo esclavitud, trata de personas, genocidio y el menoscabo de su soberanía. La mentalidad colonial sigue perpetuándose hoy en día mediante el modelo socioeconómico neoliberal. Este modelo busca exclusivamente el beneficio, la acumulación y el crecimiento ilimitado, individual y corporativo, y depende en muy alto grado de industrias extractivas como la maderera, los combustibles fósiles, la agricultura, ganadería y pesquerías, que se encuentran en su mayoría en el Sur global, desde donde abastecen al Norte. Los recursos naturales se convierten en beneficios privados para las corporaciones extranjeras y para los superricos, a la par que aportan muy poco a la población local. El endeudamiento y la dependencia, una resaca heredada de los días coloniales y una manera de ejercer el control, hacen que los Gobiernos nacionales o locales se vean obligados a apoyar y promover este modelo.

El sistema capitalista y extractivista surgió hace más de 500 años con la conquista y colonización de América, África y Asia. El diseño del modelo colonial (que incluye el extractivismo, el saqueo de recursos y la explotación de los seres humanos, generalmente por parte de corporaciones privadas) es tal que incluso después de abolir la esclavitud y de conseguir la independencia de las colonias, el sistema de saqueo continúa, maquillado bajo los términos “desarrollo” y “progreso”.

Estas desigualdades extremas favorecen una jerarquía social divisoria liderada por las élites a escala nacional, al igual que ocurre en las relaciones entre Norte y Sur. La mayoría de los países “desarrollados” son importadores netos de recursos naturales mientras que los países en vías de desarrollo son exportadores netos de éstos. Como consecuencia, este modelo es causante de graves tensiones y protestas sociales ya que es la base de un sistema que fomenta la cada vez mayor concentración del poder entre los ricos, la corrupción de dicho poder, y la devastación de ecosistemas y sociedades.

Del dinero al crédito y de ahí, al capitalismo

Tal y como expuso el pensador contemporáneo Yuval Harari, el capitalismo “es un sistema de reglas y valores humanos que parte de la creencia de un orden sobrehumano”. Se trata de la religión con más éxito jamás inventada, y cuenta con el mayor conquistador de la historia: el dinero, un constructo psicológico que convierte la materia en mente. El poder del dinero reside en su habilidad para gozar de fiabilidad a nivel mundial y en su convertibilidad: “El dinero es el único sistema de fiabilidad creado por los seres humanos que cruza casi cualquier barrera cultural y que no discrimina en función de la religión, el género, la raza, la edad o la orientación sexual. Gracias al dinero, incluso las personas que no se conocen y no confían las unas en las otras pueden cooperar de manera eficaz”.

Y aun así, el capitalismo precisa de otras condiciones para prosperar: crecimiento, crédito y reinversión. El crecimiento es una invención de la economía moderna. Su volumen ha sido el mismo durante la mayor parte de la historia de la economía. El crecimiento que hemos presenciado en los últimos dos siglos sólo ha sido posible gracias a un nuevo sistema basado en la confianza en el futuro: el crédito. El dinero tiene sus limitaciones y sólo puede intercambiarse por cosas que son tangibles y que existen en el presente. La economía moderna y el capitalismo alteraron este esquema al crear otro constructo psicológico que asume que el futuro será más abundante que el presente, abriendo así la oportunidad de construir y consumir basándose en los ingresos futuros.

El crédito ha alcanzado diversos momentos de auge a lo largo de los milenios, pero fue durante el transcurso de la colonización europea cuando la necesidad de capital y de crédito aumentaron considerablemente. Esta era estuvo marcada por la revolución científica, que dio pie a una nueva visión utilitaria de la naturaleza y a la idea de progreso, que afirma que si invertimos recursos en investigación, podríamos mejorar las cosas. Esta noción fue la que impulsó el imperialismo europeo. Por último, pero no por eso menos importante, la clave para el éxito del capitalismo fue una idea revolucionaria del economista del siglo XVIII Adam Smith en su libro La riqueza de las naciones: los beneficios han de reinvertirse para producir más beneficios, los cuales también deberán ser reinvertidos para crear aún más beneficios. Así nació el paradigma del crecimiento ilimitado y la famosa mano invisible: la idea que sostiene que al incrementar su beneficio privado, los emprendedores también estarían contribuyendo al incremento de la riqueza colectiva y a la prosperidad general de la sociedad. De algún modo, esto reafirmaba la noción de que la avaricia y la existencia de personas ricas hacía bien a la sociedad.


(*1) Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad, de Yuval Noah Harari.
(*2)
Revolución Científica

El auge del neo liberalismo y la era del desarrollo

Tras la Segunda Guerra Mundial, dos siglos después de que se publicase La riqueza de las naciones, la mayor parte de Europa se encontraba en proceso de recuperación. Ya no era posible mantener el antiguo orden colonial. Entre 1945 y 1960, treinta nuevos Estados de Asia y África consiguieron la autonomía o directamente la independencia de sus gobernantes coloniales europeos. Por lo general, este proceso fue prolongado, pacífico y organizado en algunos casos, pero en muchos otros la independencia se obtuvo tras una larga revolución.

En Estados Unidos acababa de firmarse el New Deal y las ideas keynesianas como el acceso al empleo para todas las personas y la contención del mercado empezaron a impulsar la reconstrucción. El estado de guerra dio paso al Estado de bienestar. Y aun así esta fue la época en la que se concibió la idea del neoliberalismo (capitalismo). En abril de 1947, cuatro académicos y líderes empresariales occidentales se encontraron en un pueblecito de Suiza, y fundaron la Sociedad Mont Pelerin, que se convertiría en el principal think tank del siglo XX. Esto marcó el principio de la resistencia neoliberal a la supremacía socialista de aquel momento. Fue allí y entonces cuando se plantaron las semillas de la idea de mercado libre como solución universal. Friedrich Hayek, un filósofo austríaco, convocó ese primer encuentro de mentes y presidió el think tank hasta 1970, cuando le relevó el economista Milton Friedman. Fue entonces cuando la Sociedad empezó a crecer y a diseminar sus ideas capitalistas, usando los medios de comunicación públicos para hacerlas llegar a la clase política. Sin embargo, por aquel entonces, la idea del libre mercado no era más que eso: una idea.

Y entonces llegó una oportunidad. En octubre de 1973 estalló la crisis del petróleo, la inflación estaba por las nubes y las economías occidentales entraron en una profunda recesión. Friedman y sus seguidores tenían preparada la solución y los políticos se mostraron muy receptivos. Así comenzó el auge desmesurado del capitalismo neoliberal, con Reagan y Thatcher como sus máximos defensores. Su ascenso al poder en la década de los 1980 dio lugar a una nueva era, una que sigue prevaleciendo hoy en día, en la que los economistas son los líderes del pensamiento occidental y ejercen influencia sobre el resto del mundo. En menos de 50 años, una idea antaño descartada como radical y marginal había pasado a dominar el mundo.

Fue también en esta segunda mitad del siglo XX cuando el concepto de desarrollo se erigió cual poderoso soberano sobre otras naciones. La era poscolonial allanó el camino para que el poder imperial occidental dominara el mundo. La era del desarrollo empezó con Truman allá por 1949, cuando declaró en su discurso de inauguración que más de la mitad de la población mundial venía de “zonas subdesarrolladas”. Era la primera vez que una importante figura política usaba el término “subdesarrollo”, que más tarde se convertiría en una justificación para ejercer un poder internacional y nacional sobre otros países. Este discurso provocó que la era del “desarrollo” se impusiera inmediatamente después de la era colonial, para ser sucedida por la era de la globalización unos 40 años más tarde.

La idea del “desarrollo” se define de la siguiente manera:

  • Todas las naciones avanzan en la misma dirección, en nombre del progreso. El tiempo se imagina como algo lineal, que sólo se mueve hacia delante o se percibe en retrospectiva.

  • Los defensores de esta idea, las naciones desarrolladas, han de enseñarle el camino a los países “subdesarrollados”. El mundo ahora está clasificado de manera simplista entre naciones ricas y pobres.

  • El desarrollo de una nación se mide a través de su rendimiento económico, según el PIB (producto interior bruto).

  • Los agentes que impulsan el desarrollo son generalmente expertos en gobierno, bancos multinacionales y corporaciones.


(*1) Descolonización de Asia y África
(*2)
Utopía para realistas, de Rutger Bregman

La globalización

En noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín. La Guerra Fría había terminado y comenzaba la globalización (entendida como desarrollo más allá de los Estados-nación). La clase media empezó a crecer en todo el mundo, a comprar los mismos centros comerciales, a adquirir los mismos aparatos de alta tecnología, a ver las mismas películas y series de televisión y a seguir las mismas tendencias culturales y de moda. Durante años, el desarrollo se percibió como la promesa de que todas las sociedades llegarían a salvar la brecha que dividía a ricos y pobres, y a gozar de las bondades de la civilización industrial. Miles de millones de personas se han aprovechado del llamado “derecho al desarrollo”. Este mantra fue reforzado por una red internacional de instituciones que incluía a ONG. Las instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI), y la Organización Mundial del Comercio (OMC) siguen apoyando la idea de que desarrollo = crecimiento económico, mientras que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la mayoría de las ONG intentaron contrarrestar esta tendencia haciendo un mayor énfasis en la idea de que el desarrollo reside en las políticas sociales.

El capitalismo empezó a expandirse alrededor de todo el mundo durante la década de 1980, a través de las figuras de Reagan y Thatcher, quien pronunció las famosas palabras “no existe tal cosa llamada sociedad”. La publicación en 1976 de El Gen Egoísta, de Richard Dawkins, también contribuyó a crear este escenario tan propicio para el capitalismo, justificando moral e ideológicamente la mentalidad egoísta e individual, aduciendo que se trataba de una tendencia natural del ser humano. A día de hoy, esta idea ha sido ampliamente desmentida aunque se sigue promoviendo, con graves consecuencias para el mundo. La inestabilidad y desigualdad eran indispensables y parte de una política interior deliberada en los Estados Unidos y Reino Unido en la década de 1970, cuando la precarización de la vida laboral dio paso a la nueva cultura lucrativa de los años ochenta. Más tarde, en los noventa, se instauraría la aceptación extendida de enormes bonificaciones anuales para los ejecutivos y, hasta hace no mucho, antes de que el mayor banco de Estados Unidos quebrase en 2008, la desigualdad sería considerada como una oportunidad profesional, una manera de sacar dinero de una sociedad profundamente dividida. Esta desigualdad ya no es exclusiva de países del Norte Global, pues ahora la globalización la ha forzado en el resto del mundo para incrementar los beneficios.