Tarteso: orígenes, desarrollo y crisis

La Historia de Tartessos: la arqueología

Tartessos en el Museo de Arqueología de Sevilla

¿Tsunamis en Tarteso?

Manuel Álvarez Martí-Aguilar

Tejada la Vieja: una ciudad por explorar

Juan M. Campos Carrasco: una síntesis. II Congreso Tarteso (19/11/2021)

Fuentes generales

Eduardo Ferrer

Las estelas del suroeste: guerreros y diademas

Fig. 13 Distribución de las estelas de guerrero en la península ibérica. Sebastián Celestino Pérez y C. López Ruiz (2020): Tarteso y los fenicios de occidente

Fig. 14 Colección incompleta de las estelas de guerrero en la Península y Francia. Ángel Román Ramírez

Fig. 15 Instrumentos musicales. Liras en las líneas 1 y 2, calcofones en la línea 3 y crótalos en la última

Fig. 16 Peines. Zona II (Tajo-Montánchez). Zona III (Guadiana-Zújar): Aumenta la presencia de los peines (30 %). Zona IV (Guadalquivir): Los peines adquieren mayor variedad

Fig. 17 Carros clasificados por zonas

Descripción y clasificación de Sebastián Celestino Pérez

Fig. 18 Tipos de cascos según zonas geográficas

Fig. 19 Tipología de los escudos con escotadura en «V» de las estelas del suroeste

Fig. 20 Estelas-guijarro y estelas diademadas del suroeste. Sebastián Celestino Pérez (2007-2017), Tarteso: territorio y cultura

Diademas de la orfebrería en Tarteso y la cultura ibérica

Fig. 21 Tesoro de la Aliseda

Fig. 22 Tesoro de Ébora

Fig. 23 Dama de Elche

Una red autóctona de clanes y aldeas en un territorio común

El escaso conocimiento de la sociedad indígena que habitaba el territorio de Tarteso antes de la colonización lo obtenemos a través de las denominadas «estelas de guerrero» o «estelas del Suroeste», unos monumentos que muestran su genuina personalidad atlántica a través de los objetos que en ellas se representan, pero que a su vez muestran una evolución formal y simbólica que coincide con el proceso de colonización oriental. Su larga pervivencia en el tiempo, entre los siglos XI y VI a. C., aproximadamente, ha permitido analizar esa evolución.[525]

Desde que se descubrió la primera estela en 1898, estos monumentos han sido, y en buena medida siguen siendo, uno de los temas más recurrentes y polémicos de la prehistoria reciente de la península ibérica. Esto se debe, primero, a que las más de 140 estelas documentadas han aparecido fuera de un contexto arqueológico claro, lo que ha propiciado las más variadas interpretaciones sobre su significado y funcionalidad; en segundo lugar, los objetos que se representan, ya sean armas o elementos de prestigio, han servido para probar diferentes rutas comerciales entre el Atlántico y el Mediterráneo en una época previa a la llegada de los fenicios a la península ibérica; y, por último, porque los personajes que aparecen grabados en los soportes de las estelas son, junto a los ricos tesoros de oro y los depósitos de armas de bronce, el único portal que tenemos para aproximarnos tímidamente al conocimiento de la sociedad indígena del Bronce Final. [...]

Las estelas tienen un largo recorrido en el tiempo, pues hunden sus raíces en el Bronce Final atlántico, hacia el siglo XI, y desaparecen al final del período tartésico, en el siglo VII a. C. Es por ello un fenómeno genuinamente indígena con una evidente adscripción cultural atlántica. Así, los escudos escotados [en V] y las armas de las estelas más antiguas los podemos rastrear por toda la costa atlántica ibérica, desde el sur de Portugal a Galicia, y fuera de la península hasta Irlanda y otras zonas del norte europeo; solo a partir de la colonización mediterránea se aprecia un cambio sensible en sus composiciones decorativas y en su dispersión, cada vez más cercanas al foco tartésico del valle del Guadalquivir. [...]

A partir del siglo VIII a. C., ya en plena colonización, vemos una transformación sustancial en estos monumentos con la introducción de la figura antropomorfa del guerrero (anteriormente solo aludida simbólicamente a través de las armas). Por un lado, es ahora cuando se convierten en auténticas estelas: el soporte se hace más pequeño, y se reserva un tercio de la zona inferior para que pueda ir hincado en el suelo. Además, se introducen una gran cantidad de nuevos objetos de origen mediterráneo que ya entrarían por los puertos del sur peninsular de la mano de los fenicios, donde destacan los instrumentos musicales, los cascos de cuernos y los escudos redondos, entre otros. También podemos apreciar que la inmensa mayoría de estas estelas de guerrero se concentran en los valles del Guadiana y el Guadalquivir. Pensamos que los guerreros grabados en las estelas podrían representar precisamente las jefaturas tartésicas que habrían tenido la capacidad de reunir la mano de obra necesaria para desarrollar la boyante economía de Tarteso, además de actuar como intermediarios de cara a los colonos, gracias a su acceso a las redes del comercio de metales que procedían del norte peninsular. Si, como creemos, las estelas de guerrero estaban especialmente asociadas a las jefaturas locales, esto explicaría el hecho de que no aparezcan en el núcleo tartésico, sino en su periferia geográfica, así como el grado de esquematización que ofrecen en esta fase final. Es significativo también el hecho de que, a medida que las estelas aparecen más al sur, las armas son sustituidas por elementos de prestigio, lo que es un síntoma de integración de las jefaturas indígenas en la nueva sociedad tartésica. Por último, algunas estelas, como las de Capote o Cabeza del Buey IV, incluyen escritura tartésica [...]

Otro fenómeno de gran interés, de origen más antiguo pero coetáneo también al de las estelas de guerrero, es el de las estelas femeninas o diademadas, así denominadas por el tocado que lucen sobre su cabeza las figuras que aparecen grabadas en ellas. La importancia de la diadema estriba en que es uno de los atributos más característicos del ámbito atlántico y, fundamentalmente, de la península ibérica, pues se documenta en las estelas antropomorfas desde la Edad del Bronce; además, y a pesar de que no se hayan hallado diademas del Bronce Final, no podemos olvidar las diademas de oro que parecen continuar esta tradición y son altamente representativas de la orfebrería tartésica posterior [tesoros de Aliseda, Javea, Ébora...] El hecho de que aparezcan junto a las estelas de guerrero, e incluso dentro de la misma composición decorativa de las estelas, nos hace pensar que la mujer debió ejercer un destacado rol en la sociedad tartésica. La diadema se convierte así, junto al escudo o el casco de cuernos, en uno de los símbolos de una comunidad que comparte un amplio territorio que, en su expresión más moderna, ocupa el núcleo de Tarteso, convirtiéndose así en una de las claves para entender la original expresión cultural que surge de la convivencia de indígenas y fenicios.

Sebastián Celestino Pérez y Carolina López Ruiz (2020): Tarteso y los fenicios de occidente.


Fig 24: Mapa de asentimientos fenicios

Fig 25 Mapa de Tarteso. La "zona de influencia" se convertirá en una segunda fase de desarrollo

Geografía de Tarteso: desde el s. IX al VII

La primera fase coincidente con la colonización fenicia de finales del siglo IX a. C., Tarteso ocuparía la costa suroccidental de la península ibérica, entre las desembocaduras de los ríos Guadiana y Guadalete, con tres focos de asentamiento principales: Huelva, con población principalmente indígena centrada en la explotación metalúrgica; la desembocadura del Guadalquivir, con escasa población indígena durante el Bronce Final y de vocación agrícola y ganadera, y Cádiz, entendida como un amplio territorio que no se restringiría a la actual isla, sino a las tierras bajas bañadas por el Guadalete y donde se aprecia con mayor claridad los efectos de la colonización oriental. A estas tres zonas principales se las denomina «núcleo» o «foco» tartésico. A partir de los inicios del siglo VII a. C., una vez afianzada la colonización y asentadas las bases económicas y culturales de Tarteso, se detecta una paulatina ocupación de las tierras del interior que culminará con la implantación de la cultura tartésica en un amplio territorio cuya influencia llega hasta el valle del Tajo[549], si bien su mayor influencia se hace notar especialmente en su desembocadura y en las riberas de la cuenca media del Guadiana. A estos territorios debemos añadir los de la costa oriental del Mediterráneo, desde Málaga hasta Alicante, donde la presencia fenicia tuvo mucha relevancia y debió mantener una fluida relación con Tarteso.

Siempre que hablemos de poblados o asentamientos de la primera fase de la colonización debemos tener muy en cuenta que nos estamos refiriendo a un paisaje que ha sufrido importantes modificaciones geomorfológicas por su ubicación junto a la costa, donde se han producido intensas aportaciones sedimentarias en los tres últimos milenios que han supuesto ganar un vasto espacio de terreno hoy ocupado por la marisma, pero que en aquella época conformaba lagos o estuarios[552]; también se han detectado subsidencias geológicas y catástrofes naturales que han borrado las huellas de algunos asentamientos costeros, circunstancias que nos obligan a considerar la importancia de algunos poblados que hoy se ubican alejados de la costa y con un valor espacial relativo, cuando en su momento debieron poseer un indudable valor estratégico. Tal vez los ejemplos más significativos sean los de El Carambolo y Coria del Río, hoy varios kilómetros al interior del Guadalquivir, pero que en el momento de su fundación ocuparon enclaves prominentes en el estuario del río. […]

Al igual que en el Guadalquivir, la desembocadura del río Guadalete (Cádiz) habría sufrido una transformación considerable. Su desembocadura se situaría más hacia el interior que hoy en día, aproximadamente por el actual Puerto de Santa María, lo que otorgaría al Castillo de Doña Blanca una especial relevancia en la bahía de Cádiz (ver Mapa 4). Y aunque es una hipótesis aún por contrastar, no es descartable que este sea el golfo Tartésico que mencionan las fuentes, y no la apertura del Guadalquivir, como tradicionalmente se había pensado. Finalmente, las desembocaduras de los ríos Tinto y Odiel, que hoy flanquean la ciudad de Huelva, también formaron un delta que se rellenó lentamente hasta convertirse en una marisma, donde hoy se encuentra la isla de Saltés, interpuesta entre Huelva y el mar abierto. [...]

Retomando la cuestión de la llegada de los fenicios, después de la primera fase de contacto más focalizada con el área de Huelva y Cádiz en el siglo IX, ocuparon gradualmente toda la costa sur de la península ibérica, obedeciendo a diferentes criterios: los asentamientos en la costa sureste, entre Alicante y Málaga, compartían intereses económicos con la población local, grupos bien organizados y establecidos en el territorio a lo largo de toda la Edad de Bronce.[557] A su vez, en las costas occidentales, alrededor de la desembocadura del Guadalquivir y la bahía de Cádiz, los fenicios encontraron áreas menos habitadas que colonizaron con mayor intensidad. [...]

A lo largo de ese primer siglo de colonización, pero especialmente en el siglo VII, hubo un cambio en los patrones de asentamiento, con nuevas comunidades tartésicas que ahora se concentran alrededor de las orillas fértiles del Bajo Guadalquivir. [...] A su vez, en el área de Aljarafe encontramos algunos de los yacimientos arqueológicos tartésicos más conocidos, como el cerro de la Cabeza, Coria del Río (antigua Caura) y El Carambolo, todos ellos, recordemos, situados en esa época en el estuario del Guadalquivir. Estos territorios fértiles se extienden de forma natural en dirección suroeste hacia el interior de la actual provincia de Huelva, donde emergen asentamientos como Niebla y Tejada la Vieja, por mencionar los más conocidos.

A pesar de las dificultades para saber más sobre la ciudad de este período, hoy enterrada bajo el centro urbano habitado, Huelva ofrece todas las indicaciones de haber sido una sociedad compleja y un nudo de comunicaciones importante que coincidía con los intereses comerciales en expansión de los fenicios. No es sorprendente, por lo tanto, que no pocos investigadores hayan considerado a Huelva la cuna de Tarteso, el único sitio principal donde la actividad de los fenicios, seguida de la de foceos, samios y otros, parece responder y adaptarse a las dinámicas económicas y culturales locales (y no a la inversa), a diferencia de las áreas estrictamente colonizadas que se extienden más hacia el este, en la desembocadura del Guadalquivir.

Sebastián Celestino Pérez y Carolina López Ruiz (2020): Tarteso y los fenicios de occidente. Cap. 6: "Paisajes humanos y económicos".

Metalurgia: explotación o esclavismo

El auge de la metalurgia en el siglo VIII está bien documentado arqueológicamente en los grandes depósitos de escoria que se encuentran en los alrededores de Río Tinto, como resultado de la extracción de plataos. Por otro lado, el estudio del paisaje circundante nos permite trazar las rutas y centros de distribución de metales, aunque solo conozcamos algunos de los yacimientos mineros más señeros, como Niebla, Tejada, Peñalosa y San Bartolomé de Almonte.[599] Entre estos, Tejada es el que ha recibido la mayor atención. Este poblamiento, cuyos muros datan del siglo VIII, está estratégicamente situado en el interior de Huelva, entre las zonas mineras del interior de Sevilla y Huelva y los puertos costeros atlánticos. La ciudad está cerca de otro sitio importante del período del Bronce Final, Peñalosa, que podría haber sido el foco indígena más antiguo del comercio de metales. San Bartolomé de Almonte, a su vez, fue otro punto estratégico para la canalización de metales a través del Guadalquivir, con Gadir como principal salida, mientras que otra ruta a lo largo del río Tinto también pudo servir para transportar metales de las minas de Río Tinto al puerto de Huelva […]

Los habitantes del entorno de Huelva, por su parte, iniciarían su actividad metalúrgica en el Bronce Final, apreciándose un gran desarrollo a partir del siglo VIII. También es importante tener en cuenta que muchos de estos sitios producían plomo, que era un ingrediente necesario para la cupelación de la plata.

Al mismo tiempo, los asentamientos mineros indígenas ubicados en el área de influencia de Huelva, como Río Tinto y Aznalcóllar, son bastante pobres, lo que sugiere que la actividad fenicia no tuvo un impacto directo en estas áreas más alejadas de los pujantes mercados de la costa. Las jefaturas locales, como hemos sugerido, habrían controlado la implementación de las nuevas técnicas de minería y el transporte hacia y desde las colinas del interior; así, los hallazgos aislados de objetos mediterráneos en estos contextos pueden explicarse como regalos, tal vez como parte del sistema de compensación para los supervisores de estas fuerzas mineras. Como sucede en otras áreas mineras en la Antigüedad y en áreas rurales hoy en día, los restos de tales viviendas son difíciles de documentar por el uso de materiales de construcción perecederos (madera, adobe, cañas). La invisibilidad de esta mano de obra ha fomentado debates sobre la posible existencia de una clase de esclavos en Tarteso para el trabajo en la extracción del metal, administrada y explotada por la clase dominante local y directa o indirectamente por los comerciantes fenicios[602]. Como sabemos, la esclavitud era una institución bien establecida y extendida en las antiguas sociedades mediterráneas (sin mencionar el fenómeno moderno), por lo que no debemos descartar esta posibilidad a pesar de la ausencia de pruebas testimoniales. De hecho, es difícil no imaginar que algún tipo de esclavitud o servidumbre estuviera involucrada en una producción minera tan masiva, pero el registro arqueológico (o literario), en cualquier caso, es nulo en este sentido.

En cambio, los fenicios debieron intervenir activamente en el desarrollo de los centros de distribución para así asegurar que los metales llegasen a sus puertos en condiciones seguras para su exportación. Estas dinámicas explican el desarrollo urbano de un yacimiento del interior como Tejada, donde se levantaron impresionantes muros en el siglo VIII utilizando técnicas orientales que solo pudieron ser introducidas por los fenicios. El poblado ahora se convierte en el principal centro de redistribución de la zona, absorbiendo a la población de los centros más antiguos, como Peñalosa.

Sebastián Celestino Pérez y Carolina López Ruiz (2020): Tarteso y los fenicios de occidente, cap. 6.2 "Metalurgia y el emporio de Río Tinto".


Tarteso: época de plenitud (s. VII)

Desconocemos los mecanismos específicos de integración e hibridación que tuvieron lugar en Tarteso más allá de las teorías esbozadas sobre esta cuestión, pero se puede afirmar que en el siglo VII a. C. estas comunidades tartésicas alcanzaron una complejidad social propia de otros Estados tempranos de este período, inspirados y reforzados por los modelos levantinos de las ciudades-Estado independientes que, generalmente, comprenden un núcleo urbano y su territorio (la chora en términos griegos), y que incluye aldeas y tierras explotables; un modelo muy extendido en Chipre, Grecia, Italia, Anatolia y los asentamientos griegos y fenicios en el exterior. Por otra parte, el importante aumento de población que se produjo en Tarteso a partir del siglo VIII a. C., empujado por la explotación minero-metalúrgica primero, y por el desarrollo agrícola después, tuvieron como consecuencia inmediata el rápido crecimiento de los poblados indígenas, que asumieron la estructura urbana de Oriente para racionalizar sus espacios. Del mismo modo, los pequeños asentamientos coloniales fenicios se fueron haciendo más complejos para dar cabida tanto a las nuevas olas de migración procedentes del Mediterráneo como a los indígenas que buscaban prosperar en los núcleos de población donde el desarrollo económico era más intenso. La acuciante necesidad de mano de obra para establecer y mantener las infraestructuras básicas de estos centros propiciaría la entrada de un número elevado de población indígena que, en definitiva, conformaría con su integración buena parte de la masa social de Tarteso.


Conflictos sociales

Inevitablemente, este nuevo orden social no habría estado exento de dificultades y conflictos, incluyendo pugnas interétnicas. Suponemos tensiones, por ejemplo, entre los gobernantes indígenas impulsados por sus intereses para controlar los canales de comunicación desde el interior. También es lógico suponer que existiría una cierta resistencia en el ámbito estrictamente fenicio, especialmente entre los primeros colonos y las oleadas de migrantes que llegaron en generaciones posteriores. Y aquí entra en juego el complejo proceso de integración, pues los antiguos colonos fenicios ya se considerarían totalmente «locales» aunque conservaran su identidad fenicia, por lo que tendrían derecho al control del lucrativo comercio internacional, dejando a los recién llegados otros sectores menos codiciados. Por último, debemos considerar las tensas dinámicas que debieron existir entre comunidades indígenas asentadas en el núcleo de Tarteso y los diferentes grupos procedentes del interior que ocuparían posiciones inferiores dentro de la estratificación social, en una situación de inferioridad y posiblemente opresión (sin descartar el “régimen de servidumbre o esclavitud), con respecto tanto a las jefaturas locales como a los colonos fenicios. Sea como fuere, lo cierto es que la evidencia que tenemos por el momento sobre Tarteso durante los siglos VIII y VII a. C. indica un período de estabilidad socioeconómica generalizada, sostenida por los sólidos beneficios generados por el comercio atlántico-mediterráneo, hasta que la dinámica del Mediterráneo occidental cambió, llevando a una grave crisis en el siglo VI que trataremos más adelante.

Ausencia de armas

El misterio de la práctica ausencia de armas en los asentamientos y necrópolis tartésicas sigue suscitando muchas preguntas, sobre todo si lo contrastamos con las numerosas representaciones de guerreros en las estelas del suroeste. Pero, como ha señalado recientemente Ana Margarida Arruda, debemos ser prudentes a la hora de sacar conclusiones de este tipo de evidencia, pues se han documentado sistemas de fortificación (fosos y muros) en numerosos asentamientos fenicios, como La Fonteta, Toscanos, Castillo de Doña Blanca, Tavira y Almaraz. Es cierto que el conflicto, especialmente las revueltas a pequeña escala, no dejan necesariamente huellas arqueológicas, mientras que los niveles de destrucción detectados arqueológicamente no siempre denotan conflictos bélicos; además, las ciudades pueden incluso ser dominantes sin necesidad de construir murallas o fortalezas, como fue el caso de la antigua Esparta. A su vez, las murallas documentadas en el sur peninsular en esta época podrían no ser necesariamente indicativas de una sociedad militarizada.

Murallas

Como apuntábamos, las colonias parecen crecer gracias a la rápida integración tanto de trabajadores fenicios como locales atraídos por la prosperidad económica, mientras que los crecientes asentamientos indígenas se hacen más visibles a medida que adoptan estructuras y pautas de las construcciones orientales, como las murallas, valgan como ejemplo Tejada la Vieja (Huelva), Cerro del Castillo (Cádiz) y Cabezo Pequeño del Estaño (Alicante). Por ello, podríamos entender la construcción de murallas alrededor de los asentamientos tartésicos no tanto como una reacción ante dinámicas amenazantes entre asentamientos, o al menos no hay evidencia de guerras hasta ahora, sino más bien como un esfuerzo por ajustarse a los símbolos de estatus cívico mediterráneo. Sea como fuere, este tipo de construcción siguió los cánones de la poliorcética fenicia y habría requerido una gran concentración de trabajadores en los centros urbanos, al menos durante su construcción.

Santuarios

A su vez, dentro de los poblados comenzaron a realizarse obras de mayor envergadura técnica cuyo objetivo no era otro que asentar los mecanismos del poder; así, aunque los primeros santuarios que conocemos comenzaron a edificarse en los inicios del siglo VIII bajo una evidente influencia fenicia[634], poco después comenzaron a levantarse sobre esas primeras versiones nuevos santuarios que a pesar de conservar el genuino estilo oriental, introducen variaciones en las plantas arquitectónicas que responden a la asimilación de las creencias indígenas. Se trataría, por lo tanto, de los primeros santuarios tartésicos propiamente dichos,[635] lugares donde se compartiría el culto y se normalizarían los rituales y las advocaciones religiosas de las diferentes comunidades. El hallazgo de estos santuarios se ha producido generalmente en lugares apartados de los poblados, lo que ha permitido su mejor conservación al no haber estado expuestos al devenir del continuo desarrollo urbano de las ciudades modernas; sin embargo, y precisamente por ello, desconocemos la estructura de los palacios o edificios públicos tartésicos que podríamos suponer yacen bajo Sevilla, Carmona o Huelva, cuyos materiales serían seguramente aprovechados para las reconstrucciones y remodelaciones de las nuevas ciudades. Por otra parte, tampoco se han localizado restos de edificios públicos de esa naturaleza en la ciudad fenicia de Cádiz o en el Castillo de Doña Blanca, donde habría grandes posibilidades de encontrarlos, si bien aún queda mucho por excavar en estas áreas.

Asentamientos en el interior

A estas obras monumentales debemos añadir el trazado y posterior pavimentado de las vías principales de los centros urbanos, la construcción de desagües y otras obras de infraestructura imprescindibles para el mantenimiento de la ciudad. Este despliegue tuvo una inmediata repercusión en los pequeños asentamientos del interior (especialmente en el Valle del Guadalquivir y el sur de Extremadura) donde se pasó de la cabaña redonda u ovalada típica del Bronce Final a la casa rectangular inspirada en las construcciones tartésicas del suroeste. Sin embargo, aún no se han hallado grandes poblados amurallados de esta época en el interior peninsular, lo que puede significar que los modelos de asentamiento siguieron respondiendo al que los indígenas tenían con anterioridad a la colonización tartésica.

Asentamientos costeros

Acompañando a la nueva dinámica económica, buena parte de la mano de obra se concentraría en la costa, atraídos por la construcción o ampliación de los principales puertos del litoral atlántico que respondían al continuo aumento del tráfico comercial marítimo. Del mismo modo, habría un número significativo de individuos dedicados a la industria naval, cuyos trabajos conllevarían la realización de otras tareas de gran repercusión ecológica, como la tala de árboles de los bosques cercanos a los puertos, pero también la especialización en trabajos relacionados con el empleo de la madera para la construcción de los barcos, el tejido del lino para las velas, etc. Por último, la actividad comercial obligaría a construir muelles para facilitar las tareas de estibación, así como a levantar almacenes para preservar la mercancía. Paralelamente, el desarrollo de la industria pesquera, ya mencionado más arriba, y especialmente de la salazón, necesitaría también de una mano de obra importante, pues como ya apuntábamos pronto se convertiría en uno de los productos más rentables de la economía tartésica.

La vida y el olivo

No menos importante es el desarrollo del cultivo de la vid y el olivo por la movilización necesaria para su recolección y posterior procesado y almacenamiento, un sistema que seguramente estaría controlado por los santuarios como ya ocurría en Oriente desde al menos el Bronce Medio y que entraña una alta capacidad de organización y de disponibilidad de mano de obra para periodos muy determinados.

La industria alfarera

[... Era] imprescindible para facilitar la comercialización de los productos susceptibles de ser exportados, como el propio salazón, y más tarde, el aceite y el vino, para los que eran necesarias grandes cantidades de envases que se elaborarían en alfares levantados en el entorno de los poblados más importantes. La elaboración de ánforas para el transporte marítimo, así como la de otros contenedores destinados al almacenaje, se complementaron con una ingente cantidad de recipientes para abastecer las necesidades básicas de la población. Es curioso ver cómo en las colonias se pasa paulatinamente de los altos porcentajes de cerámicas fenicias a las de tipo indígena; mientras que en los poblados del interior se generaliza la imitación de los tipos cerámicos fenicios gracias en buena medida a la introducción del torno de alfarero, hasta ese momento desconocido en la península [...]

Refuerzo de las élites

Así mismo, con la demanda de artículos de lujo de las élites cada vez más ricas, proliferaron los talleres especializados, donde los objetos de estilo oriental se adaptaron a los gustos de la cultura local, incorporando una iconografía y rasgos estilísticos originales. Este arte de inspiración y estímulos fenicios mantiene una marcada personalidad regional tartésica que ilustra el tipo de simbiosis que vemos en otras artes orientalizantes igualmente peculiares (por ejemplo, en Grecia, Etruria o Cerdeña). También a nivel político, las jefaturas locales se beneficiarían de esta dinámica. [...] A medida que su poder interno creció, hay que suponer que las alianzas políticas y económicas con los focos coloniales se incrementaría a través de acuerdos y matrimonios mixtos que estimularían a su vez el proceso que algunos han llamado de «aculturación». Si entendemos la relación como una calle de doble sentido, sin embargo, dada la clara potencia de los grupos tartésicos en este momento, hibridación puede ser un término más correcto que aculturación, que implica la influencia predominante de una cultura sobre la otra. En cualquier caso, la evidencia que hemos sintetizado aquí indica el surgimiento de una sociedad compleja y políticamente organizada a la que llamamos tartésica, nacida de rasgos culturales locales y fenicios.

Sebastián Celestino Pérez y Carolina López Ruiz (2020): Tarteso y los fenicios de occidente, cap. 6.4 "La economía de un estado emergente".

La crisis de Tarteso: siglo VI

En el siglo VI Tarteso entra en una profunda crisis cultural cuyas causas son mucho menos claras que sus consecuencias. La evidencia de esa crisis no radica solo en la discontinuidad o variación de sus expresiones artísticas (en general el estilo «orientalizante»), lo que podría ser simplemente producto del cambio cultural, sino fundamentalmente en el abandono de la mayor parte de los asentamientos del núcleo de Tarteso, siendo los más significativos los de El Carambolo, Carmona o Coria del Río y la propia Huelva. Al mismo tiempo, la crisis no parece afectar a los asentamientos más alejados de la costa, caso de Tejada, cuya ocupación se mantuvo hasta finales del siglo V a. C. y, como veremos más adelante, provocó reacciones desiguales en la «periferia tartésica» de los valles del Tajo y del Guadiana.

Causas: corte de las redes comerciales

El rápido declive que se observa en el núcleo tartésico parece que solo podría responder a un evento traumático, ya sea debido a un cambio drástico en la dinámica del poder geopolítico, o bien a una alteración en las condiciones naturales propiciadas por un rápido cambio climático, una sequía, una catástrofe, etc., que podría haber iniciado un efecto dominó que culminaría con el desplome económico de la zona. Estas últimas causas también se reivindican para otros enigmáticos colapsos de la historia, como el de las culturas de la Edad del Bronce Final del Egeo y del Levante alrededor de 1200. Sea como fuere, lo cierto es que Tarteso pierde el esplendor comercial que la había caracterizado y que le había granjeado un cierto prestigio cultural en el Mediterráneo hasta los inicios del siglo VI a. C. Pero, en contra de algunas opiniones, esto no significa que Tarteso desapareciera como cultura, o incluso como parte de una identidad étnica [...]

Por lo tanto, la denominada «crisis» de Tarteso no significa necesariamente el final de su cultura, sino un momento en el que su desarrollo se vio truncado, precisamente en el momento en que alcanzaba un estatus similar al de otras zonas urbanas o protourbanas del Mediterráneo. Culturas de este entorno mediterráneo como la etrusca y la griega comienzan su imparable prosperidad económica y cultural en esos precisos momentos. Como vimos en nuestra discusión de las fuentes clásicas más recientes, existe una creciente apreciación de que la llamada «cultura turdetana» no es más que la heredera directa de la antigua civilización tartésica [...]

La primera causa que apuntábamos para la desestabilización de Tarteso podría haberse agravado (o causado) por el cambio en la dinámica geopolítica en el Mediterráneo hacia la mitad del siglo VI. Un momento clave que encapsula este cambio, aunque no fuera su causa directa, fue la batalla de Alalia (Córcega), hacia el 540 a. C. Según las fuentes clásicas, la contienda enfrentó a un contingente de griegos occidentales, concretamente foceos, con un ejército aliado de cartagineses y etruscos. A pesar de que el resultado del enfrentamiento no está muy claro, el evento marcó la rápida expansión del imperio económico cartaginés en Occidente, mientras que la metrópolis fenicia, Tiro, se encontraba cada vez más aislada bajo la presión de Babilonia. Esto no significa que la ocupación de Tiro en el año 572 precipitara por sí sola la enorme crisis en Occidente como muchos han defendido. La ciudad, al fin y al cabo, no sufrió el mismo nivel de destrucción que Jerusalén y otras ciudades; más bien, se incorporó administrativamente a la máquina de Nabucodonosor para el propio beneficio de los babilonios; pero su pérdida parcial de independencia debilitó su control sobre los mercados occidentales y, por lo tanto, favoreció el crecimiento de Cartago como el principal poder económico y político sobre el Mediterráneo central y occidental. El declive en el comercio de metales también dejó obsoletas las redes occidentales, ya que el valor de la plata cayó a principios del siglo VI debido, probablemente, a un exceso de oferta durante los dos siglos anteriores estimulado por maquinaria imperial asiria. Los fenicios centraron ahora su actividad económica en los productos de salazones, el nuevo negocio local e internacional. Todos estos cambios debieron afectar especialmente a Tarteso, mientras que potenciaron a ciudades como Gadir, convertida ahora en el referente para los cartagineses en el sur de la península ibérica.

[...] La Tarteso [ del rey] Argantonio descrita por Anacreonte y Heródoto pertenecía al contexto de finales del siglo VII e inicios del VI; después, Tarteso desaparece como un referente histórico en la literatura griega para reaparecer solo en el siglo III con el desembarco de Amílcar en el sur de la península, en el año 273 a. C., que marca el inicio del interés de los romanos por la zona.

[...] En resumen, aunque no podemos estar seguros de cuáles fueron las causas reales que condujeron a esta nueva configuración política del Mediterráneo occidental, lo cierto es que los cambios documentados, incluida la explotación de nuevos yacimientos de metales en áreas más accesibles para los griegos y fenicios, “coinciden con el declive en el núcleo tartésico, por lo que es razonable pensar que el área perdió su anterior lugar central en los principales circuitos comerciales para convertirse en un satélite marginal de la pujante ciudad púnica de Gadir.

Otro tsunami

Como ya anticipamos anteriormente, estudios recientes sugieren que un evento de alta energía (un terremoto seguido de un tsunami) pudo haber alterado parte de las costas atlánticas del sudoeste, afectando las infraestructuras que sustentaban la economía comercial tartésica. Por el momento, los geólogos han detectado este desastre a través de estudios geomorfológicos en el Parque Natural de Doñana y en la bahía de Cádiz, pero no descartan la posibilidad de que el evento hubiera afectado a otras áreas del interior. El cataclismo habría ocurrido en algún momento del siglo VI, aunque hasta ahora no se ha podido llegar a una fecha más precisa, y habría afectado las costas de Huelva y el Bajo Guadalquivir, causando que franjas enteras de tierra se sumergieran bajo el mar o se convirtieran en las marismas actuales

[... Además] hay un caso que merece la pena destacar porque puede arrojarnos alguna luz sobre ese posible terremoto y posterior tsunami en una fecha que coincidiría con la primera gran crisis de Tarteso del siglo VI a. C. Los datos proceden de la excavación del yacimiento de Méndez Núñez 7 y 8[649], en cuya excavación aparecieron una serie de estructuras constructivas que correspondían a tres fases de ocupación que se interpretaron como santuarios; desde el primer momento llamó la atención de los arqueólogos el derrumbe o desplazamiento de unos muros que, sin embargo, presentaban una gran solidez, lo que les llevó a pensar que eran consecuencia directa de un terremoto (de hecho al muro principal, E.T. 311, lo denominaron «muro terremoto»). Además, al analizar los estratos asociados a la construcción más antigua, pudieron documentar tres tipos de moluscos marinos: los procedentes de los Cabezos pertenecientes al Plioceno y que a través de los aluviones ocupan buena parte de la ciudad de Huelva; los aparecidos en contexto arqueológico asociados al consumo por parte de los habitantes del lugar; y, por último, unas grandes acumulaciones de moluscos procedentes del fondo marino, nada comunes en la costa. […] El santuario no fue reconstruido hasta la segunda mitad del VI a. C., tras un largo período de abandono, por lo tanto ya en el período Turdetano [...]

Un nuevo Tarteso en el interior: ss. V y IV

Pero lo más importante es el nacimiento de un nuevo modelo de poblamiento que va a singularizar el valle medio del río Guadiana y que perdurará hasta los primeros años del siglo IV a. C. Este nuevo modelo se caracteriza por la construcción de grandes edificios de planta ortogonal (tipo Cancho Roano) y que controlaban amplias zonas agrícolas y ganaderas del entorno del Guadiana, como veremos más adelante. Pero tanto la tipología de estos edificios monumentales como los materiales que aparecen en su interior son claros deudores de la cultura tartésica, como también lo son los rituales religiosos y funerarios que se llevan a cabo, las tradiciones culinarias o la artesanía practicada. El impacto debió ser tan dinámico, y está tan bien documentado arqueológicamente, que esta periferia geográfica se ha convertido en una fuente imprescindible para entender el desarrollo de la cultura tartésica, mientras que en su zona nuclear ya se aprecian claros síntomas de agotamiento, abriéndose paso la ya citada cultura turdetana. [...] Es decir, podemos apreciar un cambio en el eje comercial a partir del siglo VI, sustituyéndose el eje sur-norte que conectaba el núcleo tartésico con el Guadiana y el Tajo medio, por el este-oeste que pone en relación el Mediterráneo con la costa atlántica. La zona del Guadiana ahora asumía un importante papel de interconexión entre ambos territorios y canalizaba productos del Mediterráneo.

Sebastián Celestino Pérez y Carolina López Ruiz (2020): Tarteso y los fenicios de occidente, cap. 6.5, "Tarteso después de Tarteso: la crisis del siglo VI".

Un cataclismo social

Sin ánimo de acometer un análisis pormenorizado de los argumentos desplegados en relación con el fin de Tarteso en las últimas décadas, la tendencia general parece haber sido la de encontrar la causa de la crisis del mundo tartésico tal y como se conoce en los siglos VIII y VII a.C. en la caída del modelo económico basado en la minería, la metalurgia y el comercio de metales del suroeste peninsular, y en la paralela desaparición de las aristocracias orientalizantes (Wagner, 1983; Alvar, 1993). Sobre los detonantes de la crisis, internos –dificultades crecientes para la obtención de metal– o externos –crisis de demanda provocada por turbulencias políticas en el Mediterráneo oriental–, hay significativas diferencias de detalle en las distintas propuestas.

Pero las características de los cambios documentados en el registro arqueológico del suroeste peninsular en el siglo VI a.C., con la desaparición del horizonte orientalizante –para unos–, u oriental –para otros–, en la zona del bajo Guadalquivir y Huelva, permiten a algunos investigadores volver a sostener la tesis de una crisis rápida y traumática, al menos en su fase final, como bisagra entre el periodo tartesio y el turdetano o, si se quiere, entre el Tarteso orientalizante y el postcolonial (Escacena, 1993; Ferrer Albelda, 2007: 202 ss.). Al margen de la causa primera de la crisis del modelo económico tartésico, se plantea que la situación habría provocado una creciente tensión económica y social desembocando en fuertes conflictos sociales, de fundamento «antiorientalizante» (Ferrer, 2007: 203; Padilla, 2014; 2016; Escacena, 2017).

El cataclismo, esta vez de carácter social, vuelve a estar presente en la consideración del final de Tarteso, con episodios repentinos y súbitos de violencia entre la base de la población de tradición local, por un lado, y los fenicios y las élites locales orientalizadas, por el otro. La destrucción del santuario de El Carambolo podría ser considerado como epítome simbólico del proceso (Fernández Flores y Rodríguez Azogue, 2007; Escacena, 2017).

Proyecto Hinojos: un posible cataclismo natural (EWE)

Junto al declive de la extracción y comercio de metales, recientemente se ha barajado la posibilidad de que en la crisis del mundo tartésico hubiera tenido un papel importante una catástrofe natural, en concreto un terremoto y un tsunami en el s. VI a.C. (Celestino, 2014; Celestino y López-Ruiz, 2016). La incorporación de la cuestión del desastre natural al problema del fin de Tarteso tiene una genealogía singular, pues en ella se entreveran el ámbito de los aficionados a la localización de la Atlántida y el de la investigación geológica e histórico-arqueológica de sólida base científica.

[...] La intención del equipo [del Proyecto Hinojos] era «intentar reconstruir el paleopaisaje de la zona y verificar las posibilidades que pudo ofrecer una parte de la marisma en época protohistórica para albergar asenta- mientos humanos, presupuestos que se hallan alejados de la idea romántica de buscar la hipotética ciudad de Tartessos» (Celestino, 2008: 128). El diseño interdisciplinar del proyecto introdujo el estudio de la evolución litoral del estuario del Guadalquivir durante el Holoceno, con la participación de un especialista en la evolución geomorfológica de Doñana, A. Rodríguez Ramírez (1998), y es a través de esta línea de investigación como la cuestión del cataclismo marino se incardina en la moderna investigación sobre Tarteso.

[...] La gran novedad del Proyecto Hinojos no viene, por tanto, del hallazgo de restos del periodo prerromano, sino de huellas de antiguos tsunamis en la zona, lo cual tenía dos posibles vías de interpretación y desarrollo. La primera era la de establecer la conexión de estos eventos catastróficos con la cuestión de la Atlántida, desaparecida bajo el mar tras un terremoto en el relato platónico. La otra posibilidad era la de integrar la cuestión del terremoto y el tsunami en el abanico de factores a contemplar para explicar la crisis de Tarteso.

Un cataclismo natural

[...] La posible ocurrencia de un terremoto y un tsunami de efectos catastróficos en el golfo de Cádiz en el siglo VI a.C. ha abierto la vía para que la cuestión de Tarteso y la Atlántida vuelvan a conectarse pero no, evidentemente, a la manera en que lo hicieron Schulten o García y Bellido. Celestino y López-Ruiz (2016: 104) han planteado la posibilidad de que el conjunto de connotaciones legendarias asociadas con la región de más allá del Estrecho de Gibraltar inspirara aspectos de la geografía de la imaginada Atlántida que Platón, no se ha olvidar, asocia específicamente con Gadeira. [...]

La influencia que en Platón pudo ttener la catástrofe de Hélice y Bura, sumergidas bajo las aguas tras un terremoto y tsunami en el golfo de Corinto en 373 a.C. (v. Ñaco y Nappo 2013), ha sido ya apuntada (Giovannini, 1985). Si, como parece mostrar el registro sedimentario y arqueológico, un catastrófico tsunami se produjo en el golfo de Cádiz a mediados del primero milenio a.C., este cataclismo pudo ser también parte del conjunto de connotaciones asociadas a la geografía de la región de más allá de las Columnas que, como plantean Celestino y López-Ruiz, pudieron acabar proyectándose en el relato de Platón.

Manuel Álvarez Martí-Aguilar (2019): "El retorno del cataclismo: de la Atlántida a Tarteso". Universidad de Sevilla

Devastación del entorno natural como consecuencia de la metalurgia: incendios y plomo

El registro de plomo del Holoceno de un lago alpino remoto a 3020 msnm nos ayudó a distinguir la contaminación por plomo humana de la línea de base natural (trasfondo preantropogénico) durante un largo período de la Prehistoria Tardía del Sur Ibérico (la llamada 'edad de los metales') . Proporcionó información extraordinaria sobre las tendencias y el comportamiento humano cuando no hay registros de fuentes escritas. La contaminación por plomo parece ocurrir desde ~ 3900 cal BP, que puede correlacionarse con el inicio y la expansión gradual de la metalurgia que utiliza plomo por parte de las comunidades locales. Esta contaminación por polvo se generó en las áreas de extracción o fundición, circundantes a Sierra Nevada, y fue transportada por los vientos a la Laguna de Río Seco en mayor altura. El inicio de estas actividades es coetáneo con el aumento de la actividad de incendios en el sureste de Iberia. Si bien se puede esperar que estos regímenes de incendios fueran acompañados de aumentos en la deforestación y altas tasas de erosión, solo se han reconocido evidencias indirectas de estos procesos. Todos estos proxies independientes junto con la evidencia arqueológica sugieren que el impacto humano en el paisaje debido al desarrollo de la metalurgia fue muy intenso.

La comparación con otros registros de plomo nos permitió reconocer que la contaminación por plomo es espacialmente variable y depende principalmente de la proximidad de la fuente de emisiones y del alcance de las actividades metalúrgicas. En el registro de Laguna de Río Seco se pueden identificar cuatro períodos principales de diferente contaminación por plomo.

Durante la Edad del Cobre (~ 5150-4150 cal BP / ~ 3200-2200 cal BC) la metalurgia en el sur de Iberia era de baja escala e intensidad y se dedicaba principalmente a la extracción de cobre. La contaminación por plomo durante este período de tiempo en el registro de Río Seco apenas se distingue de la de épocas premetalúrgicas.

Durante la Edad del Bronce Antiguo (~ 4150–3500 cal BP / ~ 2200–1550 cal BC), la metalurgia se intensificó enormemente, especialmente en el sureste de Iberia. El cobre, la plata y el oro eran los minerales metálicos más importantes. Si bien el plomo era un metal traza, la manipulación de minerales con contenido de plomo provocó la contaminación por plomo levemente atmosférica detectada en la Laguna de Río Seco durante este período.

Durante las edades del Bronce Tardío y del Hierro Temprano (~ 3500-2500 cal BP / ~ 1550-550 cal BC) hubo un cambio importante en la tecnología metalúrgica. El plomo se extraía de forma intensiva y se utilizaba en aleaciones ternarias (plomo, estaño y cobre) y en procesos de copelación. El desarrollo de procesos de copelación en el cinturón pirítico (suroeste de Iberia) con el fin de extraer plata llevó a una explotación intensiva de los afloramientos de plomo del sureste de Iberia. Las intensas actividades metalúrgicas se reflejaron en el registro de contaminación atmosférica por plomo del sitio cercano a Laguna de Río Seco.

Finalmente, las señales de contaminación más recientes, como la contaminación del Imperio Romano (~ 2100 y ~ 1700 cal BP), también fueron identificadas en el registro de Río Seco, siendo coherentes con datos de fuentes históricas.

Nuestro estudio también demuestra que las medidas desarrolladas para reducir las emisiones de plomo a la atmósfera durante las últimas décadas han funcionado, observándose una tendencia decreciente en el registro de contaminación por plomo del sur de Iberia, alcanzando valores locales previos a la Revolución Industrial, como en el caso del Lago Zoñar.

A. García-Alix, F.J. Jiménez-Espejo, J.A. Lozano, G. Jiménez-Moreno, F. Martínez-Ruiz, L. García Sanjuán, G. Aranda, E. García-Alfonso, G. Ruiz-Puertas, R.S. Anderson (2013): Anthropogenic impact and lead pollution throughout the Holocene in Southern Iberia. Sci. Total Environ., 449, pp. 451-460.

Fig. 13 Contenido de plomo (mg kg - 1 ) del registro de Laguna de Río Seco durante el Holoceno (núcleo LdRS 06-01). La línea recta gris marca el fondo previo a la extracción.

Fig. 14 Comparación entre la tasa de Pb / Al de la Laguna de Río Seco (núcleo LdRS 06-01), Lago Zoñar ( Martín-Puertas et al., 2010 ) y sitio ODP 976 ( Martín-Puertas et al., 2010 ), y registros del carbón vegetal de la Laguna de Río Seco (núcleo LdRS 06-01) ( Anderson et al., 2011 ), la Sierra de Baza ( Carrión et al., 2007 ); Villaverde ( Carrión et al., 2001 ), Sierra de Gádor ( Carrión et al., 2003 ) y Siles ( Carrión, 2002 ). El contenido de carbón vegetal se expresa en: partículas / gramo o partículas / cm 3. Años calibrados antes del presente (cal BP), años calibrados antes de Cristo (cal BC) y años calibrados Anno Domini (cal AD).

Clara Toscano Aguilar: una epidemia de malaria

Clara Toscano - La crisis del siglo VI - El_suroeste_hispano_II.pdf

El Fin de Tarteso: una incógnita