Arcadia
El Gran Espíritu. Soledad. Pastoras libres. Cuevas y ermitas. Lo sublime y lo íntimo. Pastores reales. Memoria imborrable. Utopía naturalista
Índice
Latir con la naturaleza
Nuestra especie ha sobrevivido más de 200 mil años en el bosque o en los desiertos, en su sentido etimológico: "lugar despoblado" (RAE).
Los pueblos originarios no son "primitivos", sino precursores de una organización económica y política en armonía con su hábitat. Nuestro desafío: una humanidad que entienda y cuide a los demás seres vivos de los que depende, sin someterlos a esclavitud.
El retorno a la naturaleza comienza y se prolonga desde hace tres mil años:
individuos y familias que huyen de la esclavitud, para dedicarse al pastoreo
sabios y ancianos en la India, China o Japón, en busca de una vida de meditación
chamanes y sabias en los bosques de todo el planeta, que transmitieron el saber ancestral acerca de los recursos naturales para la sanación, tachadas de "brujas" por una sociedad patriarcal
Hace dos mil años, ermitaños, monjes y monjas de Egipto, Siria y Europa se apartan de la ciudad para encontrarse con la divinidad.
Desde las Bucólicas de Virgilio (s. I EC), pastores y pastoras son modelo a imitar sobre una vida sencilla inmersa en la naturaleza idealizada.
En la Literatura de lenguas hispánicas
El Romanticismo europeo descubre el sentimiento de lo sublime en soledad, exalta a los individuos capaces de identificarse con el cosmos e idealiza la vida salvaje.
En Estados Unidos, el trascendentalismo y el pensamiento libertario promueven una nueva exaltación de la vida en el bosque y la autogestión individual contra el sometimiento al poder político y el incipiente capitalismo: contra la esclavitud, las modas, los impuestos que sostienen las guerras.
Tao Te Ching
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El mundo tiene un origen: éste es la madre del mundo.
Quien encuentra a la madre para conocer a sus hijos,
quien conoce a sus hijos y se vuelve otra vez hacia la madre,
ése no pone mucho tiempo su vida en peligro.
Quien cierra la boca y atranca sus puertas,
ése no pone mucho tiempo su vida en fatigas.
Quien abre la boca y quiere poner en orden sus negocios,
su vida no tiene arreglo.
Ver lo más pequeño quiere decir ser claro.
Conservar la sabiduría significa ser fuerte.
Si uno usa su luz para volver a esta claridad,
entonces uno no lleva su persona al peligro.
Esto se llama la cubierta de la eternidad.
Cuando los conquistadores entraron en el continente virgen de América, no se encontraron con bosques llenos de misterio, sino con un obstáculo para el cultivo de la tierra. En la medida en que esta actitud cambia, crece el interés por la posición oriental ante el universo. La concepción china de la naturaleza es virtualmente la opuesta a nuestra manera de verla. La actitud china está simbolizada en la palabra Tao, que significa "camino"; en este caso, "el camino de la naturaleza". Algunos filósofos de la antigua china propusieron una nueva perspectiva para mirar al mundo. El Tao Te-ching y el Chuang-tze expresan una armonía natural que lo penetra todo, de la que el hombre es también una parte. Más que ir detrás de la riqueza o el bienestar, sería mejor entrar en contacto con la naturaleza y vivir en perfecta armonía con ella.
Fernando G. Gutiérrez
Francisco de Asís, Cántico del hermano Sol
3 Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.
4Y él es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
5Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.
6Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.
7Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.
8Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual alumbras la noche,
y él es bello y alegre y robusto y fuerte.
9Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.
Hildegarda de Bingen, santa
LA FISICA DE SANTA HILDEGARDA
En el Prólogo del Liber Vitae Meritorum, Libro de los Méritos de la Vida, Hildegarda menciona entre sus obras anteriores una que trata de “las cualidades de las diversas naturalezas de las cosas creadas” (subtilitates diversarum naturarum creaturarum).
En la "Vida de Hildegarda" (escrita entre 1180 y 1190, máximo diez años despues de su muerte en 1179), en su Libro segundo, escrita por su secretario Theoderich von Echternach y que contiene algunos pasajes autobiograficos de Hildegarda, el autor afirma hablando de sus obras:
"Además reveló algunas cosas acerca de la naturaleza de los hombres, de los elementos y de las diversas criaturas y cómo el hombre debía socorrerse con ellas" (et quaedam de natura hominis et elementorum, diversarumque creaturarum, et quomodo homini ex his succurrendum sit)
(...)
El Liber simplicis medicinae comprende nueve libros: 1. Las Plantas; 2. Los Elementos; 3. Los Árboles; 4. Las Piedras; 5. Los Peces; 6. Los Pájaros; 7. Los Animales; 8. Los Reptiles; 9. Los Metales.
La mayoría de estos libros van precedidos de un prólogo independiente al que siguen cierto número de capitulos que varia entre 8, como en los Metales y los 230 de las Plantas.
Cada capítulo se refiere a un sólo elemento (planta, animal o cosa), y dentro de él el orden es siempre el mismo. El elemento se define por su naturaleza según los dos vectores frío-caliente y seco-húmedo. A continuación se explica su utilidad, virtudes y peligros, y concluye con su forma de empleo y de prepararlo.
La Physica no es un libro medico, pues no relaciona enfermedades ni sistematiza remedios, sino una exposición de las propiedades y la utilidad de las criaturas más corrientes.
Según Hildegarda sirven para curar casi todas las cosas más corrientes de la Naturaleza: plantas, partes de animales, humos, olores, piedras, incluso la música (compuso más de 70 piezas musicales que recomendaba también para curar el espíritu). Existen analogías – pero no identidades que permitan pensar que haya existido copia- entre el uso que Hildegarda asigna a muchas plantas con el de las medicinas tradicionales de la India (el Ayurveda) y China.
Huida al desierto
Ermitas, cuevas y cabañas
Poesía bucólica y novela pastoril
Pastorela: de los trovadores a las Posadas y la música barroca
Soledad amena
8.
Cerca del Tajo, en soledad amena,
de verdes sauces hay una espesura,
toda de hiedra revestida y llena
que por el tronco va hasta el altura
y así la teje arriba y encadena
que’l sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido,
alegrando la hierba y el oído.
9.
Con tanta mansedumbre el cristalino
Tajo en aquella parte caminaba
que pudieran los ojos el camino
determinar apenas que llevaba.
Peinando sus cabellos d’oro fino,
una ninfa del agua do moraba
la cabeza sacó, y el prado ameno
vido de flores y de sombra lleno.
10.
Movióla el sitio umbroso, el manso viento,
el suave olor d’aquel florido suelo;
las aves en el fresco apartamiento
vio descansar del trabajoso vuelo;
secaba entonces el terreno aliento
el sol, subido en la mitad del cielo;
en el silencio solo se ’scuchaba
un susurro de abejas que sonaba.
11.
Habiendo contemplado una gran pieza
atentamente aquel lugar sombrío,
somorgujó de nuevo su cabeza
y al fondo se dejó calar del río;
a sus hermanas a contar empieza
del verde sitio el agradable frío,
y que vayan, les ruega y amonesta,
allí con su labor a estar la siesta.
Fray Luis de León, Vida retirada
¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh, secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso. 25
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero. 30
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso, no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido. 35
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo. 40
Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto. 45
Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura. 50
Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo. 55
El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso rüido,
que del oro y del cetro pone olvido. 60
San Juan de la Cruz, Cántico espiritual
Canciones entre el alma y el esposo
Esposa
1. ¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
2. Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero:
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
3. Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas,
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
Pastoras libres
Personajes femeninos del Quijote que demuestran haberse emancipado para tomar el control de su vida
Henry Thoreau, precursor
Walden, la vida en los bosques
Dónde viví y para qué
[...] Fui a los bosques porque quería vivir con un propósito; para hacer frente sólo a los hechos esenciales de la vida, por ver si era capaz de aprender lo que aquélla tuviera por enseñar, y por no descubrir, cuando llegue mi hora, que no había siquiera vivido. No deseaba vivir lo que no es vida, ¡es tan caro el vivir!, ni practicar la resignación, a menos que fuera absolutamente necesario. Quería vivir profundamente y extraer de ello toda la médula; de modo tan duro y espartano que eliminara todo lo espurio, haciendo limpieza drástica de lo marginal y reduciendo la vida a su mínima expresión; y si ésta se revelare mezquina, obtener toda su genuina mezquindad y dársela a conocer al mundo; pero si fuere sublime, conocerla por propia experiencia y ofrecer un verdadero recuento de ella en mi próxima manifestación. Pues la mayoría de los hombres, creo yo, sufren de una extraña incertidumbre al respecto de si la vida proviene de Dios o del diablo, y no sin cierto apresuramiento han llegado a la conclusión de que el principal objeto del hombre aquí es «el dar gloria a Dios y gozar de Él eternamente».
Y, sin embargo, vivimos mezquinamente, como las hormigas, aunque la fábula nos cuenta que ha mucho que fuimos transformados en hombres; luchamos con grullas, como pigmeos; no es sino error sobre error y remiendo sobre remiendo; y nuestra mejor virtud revela, llegado el caso, una miseria superflua y evitable. Nuestra vida se desperdicia en detalles. Un hombre honrado rara vez necesita contar sino con los diez dedos de la mano o, en casos extremos, recurriendo adicionalmente a los de los pies; el resto se compra a bulto. ¡Sencillez, sencillez, sencillez! digo; que vuestros asuntos sean dos o tres en vez de un centenar o un millar; en lugar de un millón contad hasta media docena, básteos la uña del pulgar para llevar las cuentas. En medio de esta picada mar de la vida civilizada, tales son las nubes, galernas, arenas movedizas y mil y una cosas con que hay que contar, que para no naufragar, irse a pique o perder puerto, el hombre ha de vivir a la estima; y no son pocas las dotes de buen calculador que exige una feliz arribada. ¡Simplificad, simplificad! En lugar de tres comidas al día, si es preciso tomad sólo una; en vez de cien platos, cinco; y reducid todo lo demás en igual proporción. Nuestra vida es como una Confederación Germánica compuesta de minúsculos estados, y con fronteras tan fluctuantes que ni siquiera un germano es capaz de precisar las propias en un momento dado. La misma nación, con todas sus llamadas mejoras internas que, por cierto son bien externas y superficiales, no es sino un establecimiento abultado e hipertrofiado, colmado de muebles y preso en sus propias galas, arruinado por el lujo y los gastos vanos, por falta de cálculo y de objeto digno como el millón de hogares que alberga. Y la única cura está en una economía rígida, en una sencillez de vida estricta y más que espartana y en una elevación de propósitos. [...]
Lo sublime y lo íntimo de la Naturaleza
Odas, romances y cantigas
Rosalía de Castro
Walt Whitman
Antonio Machado
Juan Ramón Jiménez
Colina del alto chopo (en la Revista de Occidente, 2, 1923)
El chopo español solitario
Yo lo veía ya en mis hondos sueños de niño, sueños perdidos de adolescente, doblado como un indómito arco de fuego por el viento grande del vehemente crepúsculo de otoño (de esos cortos, ácidos, únicos, casi falsos, que levantan hasta su sorda negación el cenit); como un prodijioso meteoro de la tarde (súbito mártir secreto, arraigado solo a su misterio errante), derramando inútilmente en el potro de la alta soledad sus chispas bellas primero; gotas, luego, de roja luz; al fin, divinas hojas de oro.
¡Terrible ya, entonces, loco, ardiente chopo español solitario!
Los universales
Aquí, bajo esta estranjera palma dorada del Retiro, cuyas hojas derramadas dulces acaricia la luz, el alma del agua, temblando; junto a este olivo forastero, que gotea el sol plateado en el agua del surtidor, veo pasar, estas tardes, en larga hilera, las sombras de los universales españoles, tristes y pensativos.
Son todos los que no se contentaron con el solar y la raza, los que no creían que fuera lo varonil el jesto brusco español y el denuesto colorado, los execrados por hablar con voz de todas partes, los ridiculizados por sentir esas cosas que en España se siguen considerando como cosas de mujeres o de poetas... clásicos: la flor, el pájaro, el niño, la mujer delgada, el entretiempo, en suma, lo delicado.
Pasan, pasan, bastantes y qué poco oídos. Son como el pájaro alto en el cielo abierto, sobre el huerto cerrado, sobre el asno trabado, sobre el camino con fin, sobre el nombre puesto a la tierra única y consustancial, como con hortalizas. Son los eternos proscritos, los verdaderos españoles amigos de la vida, del hombre, de la eternidad.
Federico García Lorca
Poemas sueltos (1918)
María Zambrano
Claros del bosque
No me respondes, hermana. He venido ahora a buscarte. Ahora, no tardarás ya mucho en salir de aquí. Porque aquí no puedes quedarte. Esto no es tu casa, es sólo la tumba donde te han arropado viva. Y viva no puedes seguir aquí; vendrás ya libre, mírame, mírame, a esta vida en la que yo estoy. Y ahora sí, en una tierra nunca vista por nadie, fundaremos la ciudad de los hermanos, la ciudad nueva, donde no habrá ni hijos ni padres. Y los hermanos vendrán a reunirse con nosotros. Nos olvidaremos allí de esta tierra donde siempre hay alguien que manda desde antes, sin saber. Allí acabaremos de nacer, nos dejarán nacer del todo. Yo siempre supe de esa tierra. No la soñé, estuve en ella, moraba en ella contigo, cuando se creía ése que yo estaba pensando.
En ella no hay sacrificio, y el amor, hermano, no está cercado por la muerte.
Allí el amor no hay que hacerlo, porque se vive en él. No hay más que amor.
Nadie nace allí, es verdad, como aquí de este modo. Allí van los ya nacidos, los salvados del nacimiento y de la muerte. Y ni siquiera hay un Sol; la claridad es perenne. Y las plantas están despiertas, no en su sueño como están aquí; se siente lo que sienten. Y uno piensa, sin darse cuenta, sin ir de una cosa a otra, de un pensamiento a otro. Todo pasa dentro de un corazón sin tinieblas. Hay claridad porque ninguna luz deslumbra ni acuchilla, como aquí, como ahí fuera.
María Zambrano: "Los hermanos" en La tumba de Antígona, Madrid, Ed. Mondadori, 1989, pp 79-80
Carmen Conde
Luis Cernuda
PRIMAVERA VIEJA
Ahora, al poniente morado de la tarde,
en flor ya los magnolios mojados de rocío,
pasar aquellas calles, mientras crece
la luna por el aire, será soñar despierto.
El cielo con su queja harán más vasto
bandos de golondrinas; el agua en una fuente
librará puramente la honda voz de la tierra;
luego el cielo y la tierra quedarán silenciosos.
En el rincón de algún compás, a solas
con la frente en la mano, un fantasma
que vuelve, llorarías pensando
cuán bella fue la vida y cuán inútil.
Como quien espera el alba, 1947
Margarita Ferreras
Ángela Figuera Aymerich
El fruto redondo
Sí, también yo quisiera ser palabra desnuda.
Ser un ala sin plumas en un cielo sin aire.
Ser un oro sin peso, un soñar sin raíces,
un sonido sin nadie...
Pero mis versos nacen redondos como frutos,
envueltos en la pulpa caliente de mi carne.
Pastores reales
Memoria imborrable
Valeria Luiselli, Desierto sonoro
[...] En un lapso de seis o siete meses, más de ochenta mil niños indocumentados provenientes de México y del Triángulo del Norte de Centroamérica, pero sobre todo de este último, habían sido detenidos en la frontera sur de Estados Unidos. Todos esos niños huían de circunstancias indescriptibles de abuso y de violencia sistémica, huían de países en donde las pandillas se habían convertido en para-Estados, usurpando el poder y adjudicándose la impartición de justicia. Y esos niños habían venido a Estados Unidos en busca de protección legal, en busca de sus madres o padres, o en busca de otros familiares que habían migrado antes y que quizás los recibirían. No buscaban el Sueño Americano, como suele decirse. Los niños buscaban, simplemente, una escapatoria de su pesadilla cotidiana.
Por esos días, la radio y algunos periódicos comenzaban poco a poco a publicar noticias sobre la ola de niños indocumentados que llegaban al país, pero nadie parecía estar cubriendo la situación desde la perspectiva de los niños. Decidí sondear a la directora del Centro de Historia Oral de la universidad de Columbia. Le presenté un borrador de cómo narrar la historia desde un punto de vista distinto. Después de un breve estira y afloja, y de unas cuantas concesiones por mi parte, la directora accedió a ayudarme con la financiación de un documental sobre la crisis de los menores indocumentados. No sería una gran producción: sólo yo, con mis aparatos de grabación y un calendario bastante apretado.
Al principio no me di cuenta, pero mi esposo también había comenzado a trabajar en un nuevo proyecto. Primero era sólo un montón de libros sobre la historia de los apaches. Se apilaban sobre su escritorio y sobre su buró. Yo sabía que ese tema le había interesado desde siempre, y a menudo le contaba a los niños historias sobre apaches, así “que no me pareció tan raro que estuviera leyendo sobre el tema. Más tarde empezó a cubrir las paredes en torno a su escritorio con mapas del territorio apache e imágenes de jefes y guerreros. Ahí empecé a presentir que aquel viejo interés suyo se estaba convirtiendo en una investigación más en forma.
¿En qué estás trabajando?, le pregunté una tarde.
En algunas historias, nada más.
¿Historias de qué?
De apaches.
¿Por qué de apaches? ¿De cuáles apaches?
Me dijo que le interesaban Cochise, Gerónimo, Nana y los otros jefes chiricahuas, porque habían sido los últimos dirigentes —en un sentido moral, político y militar— de las últimas personas libres del continente americano. Los últimos en tener que rendirse ante la violencia del gobierno gringo y el mexicano. Desde luego, era una razón más que suficiente para emprender una investigación, pero no era exactamente la razón que yo esperaba escuchar.
Más tarde, mi esposo empezó a referirse a aquella investigación como su nuevo proyecto sonoro. Compró unas cajas de archivo y las llenó de objetos: libros, fichas con notas y citas, recortes, notas de periódicos y mapas, grabaciones de campo y entrevistas sonoras que encontró en bibliotecas públicas y en archivos privados, además de una serie de cuadernitos marrones en los que escribía a diario, de manera casi obsesiva. Yo me preguntaba cómo se transformaría todo aquello en una pieza sonora. Cuando le pregunté por las cajas y su contenido, así como por sus planes y por la compatibilidad de éstos con nuestros planes de pareja y familiares, mi esposo dijo “nada más que no estaba seguro todavía, pero que me lo diría pronto.
Y cuando lo hizo, unas semanas después, hablamos sobre los pasos a seguir. Yo dije que quería concentrarme en mi proyecto, grabar las historias de los niños y sus audiencias en el juzgado migratorio de Nueva York. También dije que estaba pensando solicitar para un puesto en una estación de radio local. Él, por su parte, dijo lo que yo sospechaba que diría: quería trabajar en su proyecto documental, sobre los apaches. Había pedido una beca y se la habían dado. Dijo, además, que el material que tenía que reunir para su proyecto se vinculaba a locaciones específicas, pero que este paisaje sonoro iba a ser distinto. Se refirió a su proyecto como un «inventario de ecos».
¿Inventario de qué?, le pregunté.
De los fantasmas de Gerónimo y los últimos apaches libres [...]