Naturaleza fantástica y ficción climática

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El nombre de la vida es Bosque

Ursula K Le Guin, El nombre del mundo es Bosque

—¡Ben! —bramó [Davidson], sentándose en la cama y balanceando los pies desnudos por encima del suelo también desnudo —. ¡Agua caliente prepara Rápido—volando!

El bramido acabó de despertarle a plena satisfacción.

Se desperezó, se rascó el pecho, se puso los pantalones cortos y salió de la cabaña, a la luz del sol, con gestos rápidos y precisos. Era un hombre corpulento de músculos recios, y disfrutaba de su cuerpo bien entrenado. Ben, su crichi, tenía el agua a punto y humeante sobre el fuego, como de costumbre, y estaba allí, acurrucado, mirando las musarañas, como de costumbre. Los crichis nunca dormían, no hacían nada más que estarse allí y mirar y mirar.

—Desayuno. ¡Rápido—volando! —dijo Davidson, mientras recogía la navaja de encima de la mesa de madera, donde la había dejado el crichi, junto con una toalla y un espejo.

Sería un día ajado para Davidson. Había decidido, de repente, volar hasta Centralville para ver con sus propios ojos a las nuevas mujeres. No iban a durar mucho, doscientas doce para más de dos mil hombres, y como las de la primera tanda, casi todas serían con seguridad Novias Coloniales, sólo unas veinte o treinta vendrían como Personal de Esparcimiento; pero aquellas criaturitas eran verdaderas hembras, insaciables, y esta vez Davidson estaba decidido a ser el primero, al menos con una de ellas. Sonrió por el lado izquierdo, mientras se afeitaba la tensa mejilla derecha con la herrumbrosa navaja.

El viejo crichi iba y venía de un lado a otro y tardaba una hora en traerle el desayuno desde la cocina.

—¡Rápido—volando! —aulló Davidson, y Ben aceleró su vagabundeo desarticulado convirtiéndolo en algo parecido a una marcha.

Ben medía alrededor de un metro de estatura y la pelambrera que le cubría la espalda parecía más blanca que verde; era viejo, y duro de mollera, incluso comparado con otros crichis, pero Davidson sabía cómo manejarlo; él era capaz de domar a cualquiera de ellos, siempre y cuando el esfuerzo valiera la pena. Pero no valía la pena. Que trajeran aquí seres humanos en cantidad suficiente, que construyesen máquinas y robots, que edificaran granjas y ciudades, y ya nadie necesitaría recurrir a los crichis. Y sería lo justo, además, pues este mundo, Nueva Tahití, estaba literalmente hecho para los hombres. Una vez limpio y rehecho, una vez eliminados los bosques sombríos por interminables campos de cereales, una vez erradicados el oscurantismo, el salvajismo y la ignorancia, aquello sería un paraíso, un verdadero Edén. Un mundo mejor que la cansada Tierra. Y sería su mundo, el mundo de Davidson. Porque muy en el fondo, Don Davidson era eso: un domador de mundos. Y no porque fuera hombre jactancioso, pero eso sí, conocía su valor. Sabía lo que quería y, cómo conseguirlo. Y siempre lo lograba.

El desayuno llegó caliente al estómago del capitán Davidson. Ni siquiera la aparición de Kees van Sten, gordo, blanco y preocupado, los ojos desorbitados, como unas pelotas de golf de color azul, logró estropearle el buen humor.

—Don —dijo Kees sin molestarse en darle los buenos días —, los leñadores han vuelto a cazar ciervos en los Desmontes. Hay dieciocho pares de astas en la habitación del fondo de la Hostería.

—Nadie consiguió jamás que no se cazara en los cotos, Kees.

—Tú puedes hacerlo. Por eso vivimos bajo la ley marcial, por eso el Ejército gobierna esta colonia. Para que se cumplan las leyes.

¡Un ataque frontal de Gordo van Kees! Era casi divertido.

—De acuerdo —dijo Davidson en un tono razonable —, yo podría. Pero mira una cosa, yo estoy aquí para velar por los hombres; ésa es mi función, como tú dices. Y son los hombres lo que cuenta. No los animales. Si un poco de caza furtiva les ayuda a soportar la vida en este mundo dejado de la mano de Dios, yo estoy dispuesto a hacer la vista gorda. En algo tienen que entretenerse.

—Tienen juegos, deportes, aficiones, cine, copias televisadas de los principales encuentros deportivos del siglo, licores, marihuana, alucinógenos, y un grupo nuevo de mujeres en Centralville para quienes no están contentos con las aburridas recomendaciones del Ejército: una higiénica homosexualidad. Tus héroes fronterizos están malcriados y corrompidos, y no hay ninguna necesidad de que exterminen una especie nativa única para "entretenerse". Si tú no tomas medidas, tendré que denunciar una grave infracción de los Protocolos Ecológicos en mi informe al capitán Gosse.

—Puedes hacerlo si lo consideras justo, Kees —dijo Davidson, que nunca perdía la calma. Era casi patético ver la forma en que un euro como Kees enrojecía hasta las orejas cada vez que perdía el dominio de sí mismo —. A fin de cuentas es tu deber. No discutiré contigo. Central estudiará el asunto y decidirá quién tiene razón. Mira, Kees, tú en realidad quieres conservar este lugar tal como está. Como un Gran Parque Nacional. Para recreo de la vista, para estudio. Formidable, tú eres un especialista. Pero somos nosotros, los don nadie, los que tenemos que hacer el trabajo. La Tierra necesita madera, la necesita desesperadamente. Y nosotros hemos encontrado madera en Nueva Tahití.  Pues bien, ahora somos leñadores. Mira, en lo que tú y yo discrepamos es en que para ti la Tierra no es lo más importante. Para mí, sí.

Kees lo miró de soslayo con esos ojos que parecían pelotas de golf de color azul.

—¿De veras? ¿Así que lo que tú quieres es construir este mundo a imagen y semejanza de la Tierra? ¿Un desierto de cemento?

—Cuando yo digo Tierra, Kess, me refiero a la gente. A los hombres. A ti te preocupan los ciervos y los árboles y las fibrillas, la madera, fantástico, eso es asunto tuyo. Pero a mí me gusta ver las cosas en perspectiva, de cabo a rabo, y el cabo, por el momento, somos nosotros, los humanos. Ahora estamos aquí, y por lo tanto este mundo funcionará a nuestra manera. Te guste o no, es una realidad que tienes que asumir, porque así son las cosas. Escucha, Kees, iré un momento hasta Central para echar un vistazo a las nuevas colonias. ¿Quieres acompañarme?

—No, gracias, capitán Davidson —dijo el especialista encaminándose hacia la cabaña laboratorio. Estaba loco de remate el viejo Kees; perturbado por esos condenados ciervos. Eran unos animales formidables, era evidente. La excelente memoria de Davidson le permitió recordar el primer ciervo que había visto aquí, en la Tierra de Smith, una gran sombra roja dos metros de espalda, una corona de espesos cuernos dorados, una bestia ligera, temeraria, la mejor presa de caza que uno hubiera podido imaginar. Allá en la Tierra, ahora utilizaban ciervos robots, hasta en las Rocosas y en los parques del Himalaya, pues los de carne y hueso estaban poco menos que extinguidos. Estas bestias, las de aquí, eran el sueño de cualquier cazador. Y se las cazaría. Demonios, si hasta los crichis los cazaban, con sus piojosos y pequeños arcos. A los ciervos había que cazarlos, para eso estaban. Pero el viejo corazón herido de Kees no podía soportarlo. Era un hombre decente, seguro, pero que vivía fuera de la realidad, y de poco carácter. No entendía que uno tiene que ponerse del lado de los ganadores, o perder. Y es el hombre el que gana, siempre. El viejo conquistador.

Davidson cruzó a grandes zancadas la colonia. La luz de la mañana le daba en los ojos, y el olor dulzón de la madera aserrada y del humo de leña flotaba en el aire tibio. El campamento de leñadores, como tal, no era malo. En sólo tres meses terrestres los hombres habían transformado una gran zona de tierras vírgenes. Campamento Smith: un par de grandes aparatos geodésicos de plástico corrugado, cuarenta cabañas de madera construidas con mano de obra crichi, el aserradero, el incinerador que arrastraba el humo azul por encima de los troncos y de la madera cortada; y allá arriba, en las colinas, el campo de aviación y los grandes hangares prefabricados para los helicópteros y las máquinas pesadas. Eso era todo. Pero cuando llegaron no había nada. Árboles. Una oscura maraña de árboles, espesa, intrincada, interminable; sin ningún sentido. Un río perezoso invadido y ahogado por los árboles, algunas madrigueras de crichis escondidas entre ellos, algunos ciervos rojos, monos peludos, aves. Y árboles. Raíces, troncos, ramas, hojas arriba y abajo que se le metían a uno en la cara y en los ojos, una infinidad de hojas en una infinidad de árboles.

Nueva Tahití era en su mayor parte agua, mares poco profundos y templados, interrumpidos aquí y allá por arrecifes, islotes, archipiélagos y los cinco continentes que se extendían en un arco de 2.500 kilómetros a lo largo del cuadrante del Noroeste. Y todos aquellos lunares y verrugas de tierra estaban cubiertos de árboles. Océano, bosque. La alternativa era obvia para Nueva Tahití. Agua y sol, u oscuridad y hojas.

Pero ahora estaban aquí los hombres, para acabar con la oscuridad y convertir la maraña de árboles en tablones pulcramente aserrados, más preciados que el oro en la Tierra. Literalmente, porque el oro se podía encontrar en el agua de los mares y bajo el hielo de la Antártida, pero la madera no, la madera sólo la producían los árboles. Y en la Tierra era un lujo realmente necesario. Así pues, los bosques de aquel planeta extraño eran convertidos en madera. En tres meses, doscientos hombres con sierras robot y maquinaria de transporte habían limpiado ya una extensión de diez kilómetros en Tierra de Smith. Las cepas del Desmonte más próximo al campamento eran ahora unos desechos blanquecinos; tratados químicamente caerían en la tierra transformados en cenizas fertilizadas, y en ese momento los colonos definitivos, los agricultores, se instalarían en Tierra de Smith. No tendrían mucho que hacer: plantar las semillas, y esperar a que germinasen.

Alienígenas de una cultura ecológica contra el colonialismo

Laura Gallego, Las hijas de Tara

Vídeo-reseña Adriana - SD 480p.mov

La Tierra de la infancia adulta

Hay un dicho de hace dos mil años que expresa: "Si no sois como niñas y niños no veréis el mundo de Dios"

Jostein Gaarder, La Tierra de Ana

Las cajas rojas (capítulo 7)

Ana se despertó con una sacudida y abrió los ojos de par en par. Había un olor extraño en la habitación, como a rancio y cerrado. Encendió la lámpara de lectura de encima de la cama y miró las paredes y el techo abuhardillado empapelado de color azul.

Había soñado…

¡Había soñado con cosas maravillosas, misteriosas y prometedoras!

Había vivido algún tiempo en el futuro, en la misma buhardilla que ahora, pero en el sueño las paredes eran rojas como la sangre, y en el techo abuhardillado, sobre la cama, se había instalado una gran pantalla plana que estaba conectada a la red.

Fuera se oía el gorjeo de los pájaros. Cuando hacía buen tiempo trinaban, a veces incluso en invierno. Luego oyó el motor de un coche abajo en la gasolinera. La puerta que se abría y se cerraba. Otro coche llegaba por el oeste. Y otro más, a gran velocidad.

Se tocó el dedo y palpó el anillo del rubí rojo. Era una vieja alhaja que pertenecía a la familia desde hacía casi cien años, desde que la tía Sunniva vivió en Estados Unidos y su novio se la regaló. Solo unas semanas después del compromiso, él se ahogó en el gran río Mississippi en misteriosas circunstancias.

«El viejo carbúnculo», solían decir al referirse a la joya de color púrpura, casi como si representara algo mágico, un milagro que los sobreviviría a todos. Desde anoche, Ana era la propietaria del anillo. Lo había heredado de su abuela, que había muerto el año anterior, y ella a su vez lo había heredado de su tía materna, que no había tenido hijos, es decir, la tía Sunniva.

Algo en el sueño trataba precisamente del anillo rojo…

Había soñado que se llamaba Nova y que tenía una bisabuela que se llamaba Ana, que había nacido el mismo día que ella. Hoy era 11 de diciembre de 2012, ¡y al día siguiente Ana cumpliría 16 años!

En el dedo anular, la bisabuela, o Bisa, llevaba un anillo con un rubí montado en oro, igual que el que Ana llevaba en ese momento en el dedo. Se trataba, claro está, del mismo anillo… ¡y también del mismo dedo! En el sueño, ella era su propia bisnieta, ¡y con la mirada de esa bisnieta se había visto a sí misma como una vieja bisabuela!

No es que en sí fuera tan espectacular que Ana soñara que era su propia bisnieta, porque una vez había soñado que era Napoleón y otra que era un ganso. ¿Pero todo había sido un sueño nada más? Ana no estaba muy segura de ello. Todo lo que había soñado lo sentía como algo cercano y verdadero, y no solo mientras soñaba, sino ahora, mucho rato después de haberse despertado.

Algunas generaciones más adelante, gran parte de las zonas habitables estaría arrasada y miles de especies vegetales y animales se habrían extinguido. Llena de amargura se había dirigido a su anciana bisabuela, exigiendo la devolución de un mundo entero, de una naturaleza tan rica y variada como en la que había vivido la bisabuela a principios de siglo. Luego ocurrió un milagro. Porque ahora sí estaban a principios de siglo y todo lo malo que había sucedido desde que la bisabuela cumplió 16 años había sido corregido. Ana había sido lanzada setenta años hacia atrás en el tiempo. Era una experiencia que ella todavía sentía en el cuerpo. Ella, y con ella el mundo entero, habían recibido una nueva oportunidad, y todo tenía que ver con el anillo misterioso.

¡Qué día! Fue como si se encontrara en el umbral de una nueva era: ¡Ahora todo podía empezar de nuevo! El mundo era nuevo, completamente nuevo, había sido perdonado y todas las especies vegetales y animales habían sido reinstaladas. Un millón entero de especies habían sido reinsertadas en sus hábitats.

Y sin embargo, millones de especies estaban en gran peligro. Se habían publicado muchos informes preocupantes al respecto. Pero aún no era demasiado tarde para salvar la biodiversidad de la Tierra. ¡Al mundo se le había brindado otra oportunidad!

Se acordó de la carta misteriosa que Nova encontró en la red. Se trataba de algo que había escrito Ana a su propia bisnieta mucho antes de que esta naciera. ¿Pero qué ponía en la carta?

Salió de la cama de un salto, dio dos pasos, se sentó frente al escritorio y encendió el ordenador. No debía pensar en nada más. Tenía que concentrarse para recordar todo cuanto pudiera de la larga carta que Bisa había escrito exactamente setenta años antes de llegar.

¡El ordenador ya estaba en marcha!

Ana escribió:

"Querida Nova: no sé qué aspecto tendrá el mundo cuando leas esto. Pero tú sí lo sabes… Tú sabes lo enormes que fueron los daños climáticos, cuánto se ha reducido la naturaleza y quizá cuáles son exactamente las especies vegetales y animales que han desaparecido…"


No se acordaba de nada más. La carta era larga y de amplio contenido, y Ana pensó que tal vez a lo largo del día recordara algo más de lo que la bisabuela había escrito. Llamó el documento «Carta a Nova», y lo guardó.

Carta a Nova

El “desafío” a tu imaginación consiste en que escribas una carta a tu bisnieta Nova, que tendrá la misma edad que tú en el año 2070.

1. Introducción.

El texto debe comenzar como la misma carta escrita en la novela:

Querida Nova: no sé qué aspecto tendrá el mundo cuando leas esto. Pero tú sí lo sabes… Tú sabes lo enormes que fueron los daños climáticos, cuánto se ha reducido la naturaleza y quizá cuáles son exactamente las especies vegetales y animales que han desaparecido…

2. Describe para Nova... 

una imagen, un ser vivo o un paisaje que te emociona o te gusta de la Naturaleza en el presente, como si fuera una foto.

3. Explica lo que te parece más valioso en la Naturaleza...

y que nunca debería perderse: la biodiversidad, el Parque de Doñana o el Amazonas, la naturaleza salvaje y libre, los ecosistemas, la primavera florida en el Aljarafe, etc. Ofrece argumentos y razones para defender tu punto de vista.

4. Cuéntale algunos de tus planes... 

para defender y promover la vida silvestre y cuidar de la Naturaleza en el futuro, de modo que ella pueda disfrutarla.

Has elaborado tus ideas al respecto en la tarea previa de "Ventana abierta". Si todavía tienes dudas, te aconsejo visitar alguna de estas páginas: 

https://es.greenpeace.org/es/ 

https://www.wwf.es/   

https://www.ecologistasenaccion.org/   

5. Despedida: hasta que os encontréis... 

en un planeta que se haya recuperado a tiempo de la emergencia climática y la contaminación.

Cuando publiques el texto en tu blog Diario naturalista, elige una imagen de las que hemos mostrado en clase. 

Ficción climática


George Turner, Las torres del olvido

Hombres y mujeres de dos generaciones se enfrentan a los efectos destructivos del cambio climático sobre el orden social, en deriva hacia una creciente injusticia y marginación de las clases trabajadoras. La auténtica heroína: una ética de resistencia y la solidaridad frente al poder y la riqueza concentrados por las élites

Kim Stanley Robinson, El ministerio del futuro

Una ficción utópica sobre la conjunción de personas y grupos organizados para frenar los intereses muy poderosos que siguen alimentando la hoguera del calentamiento global. En el centro de esas agencias alternativas está una creada por Naciones Unidas: la ministra del futuro.

Lydia Millet, Una Biblia para niños

Una fábula tan salvaje como la imaginación bíblica sobre la lucha de un grupo de adolescentes y sus familias por sobrevivir a un nuevo diluvio, consecuencia del clabio climático

El quinto día: novela y serie europeas

El océano se rebela contra sus invasores... los humanos

Tráiler de la serie realizada por el mismo director de Juego de Tronos

Yolanda González, Oceánica

Bellísima historia de amor a los mares y sus habitantes, fauna, gente del mar y ecologistas, que denuncia las atrocidades del capital empeñado en deprededar los océanos, desde la Corona española, pasando por las compañías navieras que esclavizan inmigrantes, hasta el Grupo de los 7 y su orden mundial

Núria Perpinyà, Diatomea

Una historia fantástica sobre una Tierra alternativa (casi un multiverso), donde una parte de la ciencia: la ingeniería se esclaviza a su propia ambición: desterrar el agua del planeta

Ficción climática escrita por mujeres en español de América: de México a Argentina