Viae romanae

Al parecer, casi todo el mundo viaja de un lado al otro del imperio. ¿Por qué? Los hombres viajan por muy diversas razones. Algunos van en busca de educación y pasan varios años en Grecia estudiando con los filósofos. Muchos senadores, como hizo mi padre, envían a sus hijos a Atenas para pulir sus habilidades oratorias, que tan importantes serán para sus carreras en la vida pública. ¿Qué hombre ilustrado no se desenvuelve con fluidez en griego, lengua que ha de dominar para sembrar abundatemente sus discursos con las más convenientes citas del gran bardo Homero? Otros buscan salud. Cuántos han realizado la larga caminata hacia Pérgamo para consultar a Asclepio, dios de la sanación, en su magnífico santuario. Asistidos por ayudantes, duermen en las instalaciones del templo para que el propio dios pueda visitarlos en sueños y comunicarles el tratamiento que deben seguir.

También hay quienes acuden a los grandes profesionales de la medicina griega, capaces de diagnosticar los desequilibrios humorales causantes de enfermedades. Son muchos los que viajan por comercio. Por todas partes pueden verse cargueros procedentes de lugares tan lejanos como el sur de Arabia e incluso la India, tal es su número que sin duda deben de haber despojado sus tierras de especias. Más cerca de casa, las tierras agrícolas de Egipto y del norte de África transportan sus abundantes cosechas en enormes barcos de cereales que constituyen el sustento vital de la ciudad de Roma. Es asombroso que haya espacio en el mar para tantos buques. 

Naturalmente, los que viajan por dinero son las clases corrientes. Quienes pueden permitirse una vida de ocio realizan tours para explorar los numerosos enclaves de interés que ofrece el imperio. La naturaleza humana es tal, que nos invade una gran curiosidad por los otros pueblos y lugares y nos sentimos inclinados a viajar. Muchos emprenden viajes por mar y soportan largas y solitarias travesías simplemente para ver algún paraje remoto, porque la naturaleza, orgullosa de su propia belleza, nos hizo admiradores innatos de sus atractivos. Así pues, la gente está ansiosa por ver con sus propios ojos cualquier cosa especial sobre la que haya leído u oído hablar. 

Evidentemente, en algunos casos, esta necesidad de viajar se convierte en una suerte de enfermedad. Como no saben lo que quieren y están demasiado acos-tumbrados a una vida fácil y anhelan constantemente algo importante que se les escapa, se recrean en un vagar sin rumbo por la superficie de la tierra. Persiguen toda clase de maravillas naturales, lugares en los que se han producido milagros, curiosidades zoológicas y costumbres extrañas de pueblos remotos, con una sed desesperada de experiencias que ninguno de estos viajes parece aplacar. 

Estos ricos ociosos deambulan sin propósito, recorren costas lejanas, unas veces por mar, otras por tierra, siempre tratando de apaciguar algún desasosiego interior. «¡Vayamos a la Campania!», dicen. Pero no tardan en aburrirse, ansían rincones salvajes y parten hacia Lucania o a algún sitio similar. Sin embargo, una vez allí, añoran la belleza y la sofisticación y corren hacia Tarentum para disfrutar de su agradable clima. Pero al poco de llegar, ya echan de menos el ruido y el bullicio de Roma y se sienten invadidos por el deseo de ver alguna matanza en el Coliseo. De este modo, un viaje se sucede a otro, y un paraje es sustituido por otro. Parece que estén huyendo de sí mismos. 

El Imperio romano es el que ha hecho posible todas estas andanzas. La inmensa majestad de la paz romana y su excelente red de comunicaciones, tanto por tierra como por mar, han brindado un confort y una seguridad en los desplazamientos que no ha hecho más que incrementar esta pasión por los viajes. Somos los romanos los que he-mos trazado el mapa del mundo, tendido puentes sobre los ríos, abierto calzadas a través de las montañas y surtido de casas de postas las tierras baldías, donde los funcionarios pueden encontrar alojamiento yestablos con caballos de refresco (...)

Estas inscricións constaban de 3 partes, como podemos ver na imaxe inferior:

1. O título completo do emperador baixo o cal se construía ou modificaba a calzada.

   • TITO CÉSAR VESPASIANO AUGUSTO, FILLO DE DIVINO VESPASIANO, PONTÍFICE MÁXIMO, INVESTIDO DO PODER TRIBUNICIO POR NOVENA VEZ, ACLAMADO EMPERADOR POR DÉCIMO QUINTA VEZ, PAI DA PATRIA E ERIGIDO CONSUL POR SÉPTIMA VEZ.

2. Gobernador e/ou unidade militar responsable das obras.

   • CAYO CALPETANO RANCVIO QUIRINAL VALERIO FESTO, LEGADO AUGUSTAL Y PROPRETOR

3. A distancia ata Roma ou a cidade mais importante da vía.

   • ASTORGA, 94 MILLAS ROMANAS

(...) Por tierra podríamos utilizar el Cursus Publicus, el transporte estatal, que fue instaurado por el emperador Augusto para facilitar la rapidez de las comunicaciones de sus mensajeros por todo el imperio a través de la excelente red de carreteras. También hay barcos de transporte fluvial en las principales rutas navegables para acelerar aún más los viajes. Tan solo a los portadores de un certificado firmado por el emperador, su representante o un gobernador provincial se les permite hacer uso de este servicio. Yo lo tengo. A cada treinta millas más o menos hay una mansio, una posada, en la que el representante imperial y su destacamento pueden comer, pasar la noche, cambiar los caballos y reparar las ruedas dañadas. El constante cambio de caballos significa que se pueden cubrir unas cinco millas a la hora, o alrededor de cincuenta millas al día, aunque como nosotros no tenemos prisa, simplemente pasaremos de posada en posada. 

Si se viaja de noche, se pueden cubrir más de cien millas diarias, como hizo en su día Julio César, o incluso Icelco, que informó a Galba, que estaba en Hispania, de la muerte de Nerón en Roma, solo siete días después del suceso. Se tarda por lo menos cinco días en navegar desde Ostia, el puerto de Roma, hasta la costa de Hispania, por lo tanto, debió de recorrer las trescientas millas del viaje por tierra en menos de dos días. El trayecto más rápido del que tengo noticia es el del emperador Tiberio, que cubrió las doscientas millas que hay entre Ticinum, en Italia, y Germania, en tan solo veinticuatro horas. No tenía yo la menor intención de igualar estas gestas sin precedentes. Normalmente, cuando viajaba a Baiae solía pernoctar en un refugio que conservo especialmente para este servicio. Es básico, pero permite dormir a los esclavos. Además, un granero en el que pueden había dejado exhausto. 

El desplazamiento por mar es mucho más rápido, aunque la imprevisibilidad del tiempo hace que la temporada de navegación se extienda solamente desde primavera hasta comienzos de otoño, por lo general desde el 5 de marzo hasta el 11 de noviembre. En esta primera fecha se celebra la fiesta de la Nave de Isis, diosa patrona de los marineros, en todo el Mediterráneo mediante la consagración de un barco en su honor. En este momento, todas las embarcaciones que han permanecido en dique seco durante el invierno son conducidas a sus respectivos puertos y echadas al mar. Siempre hay barcos que continúan surcando los océanos en invierno, sobre todo los que navegan por asuntos oficiales o los que transportan prisioneros. Incluso los que llevan a los condenados al exilio, como el pobre poeta Ovidio, que fue forzado a partir hacia el mar Negro en un tempostuoso día de diciembre. Sin embargo, para cualquier viajero ocasional, la posibilidad de naufragio en los meses de invierno es demasiado alta para correr riesgos. 

Necesitaremos un mapa. Estudié con detenimiento mi mapa especial de viaje. Se trata de un trozo de pergamino alargado de aproximadamente un pie de ancho por veintidós de largo. Está claro que no pretende representar la verdadera forma del imperio. No hace falta, por ejemplo, que me digan que el Nilo no discurre de oeste a este, tal como aparece en mi mapa. En cambio, sí me proporciona un panorama del transporte estatal a lo largo de una ruta fácil de utilizar. Señala la ubicación de las posadas y las coloca a lo largo de las líneas que representan las carreteras y que unen las distintas ciudades indicando la distancia en millas entre ellas. 

Las posadas representadas mediante diferentes símbolos según su categoría. Un signo con un edificio provisto de patio significa que se trata de una posada de alto nivel, mientras que el que muestra una casa cuadrada con el techo a dos aguas significa que el viajero, a lo sumo, se encontrará con un establecimiento modesto. Si no aparece símbolo alguno, hay que descartar toda esperanza, porque la posada señalada no existe. Dichos albergues están reservados para huéspedes que tienen permiso de uso del transporte estatal, pero estos huéspedes tienen prioridad y han de ser alojados sin cargo alguno. Los gastos derivados de dichos servicios no son insignificantes y recaen sobre la localidad en la que está asentada la posada, con la excepción de Italia, donde el tesoro se hace cargo de los costes. 

Viajaremos principalmente en carruaje de cuatro ruedas, porque hay muchos y se pueden alquilar en los gremios locales por todo el imperio. Se encuentran situados formalmente en las puertas y calles principales de todas las grandes ciudades. Resulta siempre tender coger un coche más veloz de dos ruedas, pero estos son más propensos a los accidentes. Los esclavos y las provisiones viajan detrás en otros carruajes y carretas y pueden alcanzarnos si necesitan más tiempo o si queremos adelantarnos hasta la próxima posada. En una ocasión, por un impulso, viajé al estilo de los pobres. Deseoso de disfrutar de un sencillo placer, cargué todo el equipaje en mi carro y me llevé tan pocos esclavos que con un solo carro de más fue suficiente. Dormí en el suelo con solo un colchón y una capa para taparme. Las comidas eran sencillas y se preparaban en menos de una hora. Viajaba en un carro de campesino tirado lentamente por mulas conducidas por un esclavo que caminaba descalzo. Me di cuenta de lo superflua que era toda la parafernalia de la vida, pero entonces me adelantó un hermoso y veloz carruaje y me embargó una oleada de envidia, de una envidia que se vio incrementada cuando aquellos ricos transeúntes se burlaron de mí. Me sentí avergonzado de que la gente pudiera pensar que un Falco tenía un vehículo tan pobre. Me juré que nunca más volvería a viajar de esta manera. 

Aun así, me contengo de algunos de los peores excesos que pueden verse por la carretera. Conozco a un hombre llamado Milo, que se llevó a todos sus muchachos cantores de viaje a Lanuvium junto con toda la comitiva de esclavos. También tenemos a Julio César, que transportaba consigo suelos de mosaico portátiles en sus campañas. Los viajes de Marco Antonio eran como un circo ambulante, con un enorme carruaje dorado tirado por leones. Por supuesto, algunos emperadores fueron todavía más lejos. Nerón mantuvo un séquito de mil carruajes, con ruedas de herraduras de plata y lacayos vestidos de escarlata. Los caballos de su esposa Popea portaban arreos de oro y, cuando viajaba, llevaba consigo quinientos asnos para poder darse baños de leche cada día. Hay también ricos advenedizos que imitan estos excesos imperiales. Algunos viajan con escoltas númeras o llevan corredores para que les despejen el camino. O bien utilizan esos caballos galos pequeños y gordos para tirar de los carros al mismo tiempo que se llevan caballos más dóciles para montar. He visto bueyes y mulas cubiertos de adornos mordaces y con trajes y bocados de plata. Los carruajes suelen estar equipados con cortinas de seda o decorados con obras de arte. A veces el señor lleva a su amante en un coche para ella sola, o hace que su muchacho favorito se siente a su lado con la cara cubierta con una máscara para que los inclementes rayos de sol no dañen su delicado rostro. 

Pese a todo, algunas innovaciones resultan muy útiles para los viajes. Los rollos de papiro son demasiado engorrosos para poder leerlos durante el viaje, por lo tanto recomiendo los códices, libros compactos con hojas de pergamino pegadas en el interior. Yo siempre me llevo a un escribiente para que tome nota de las cartas que le dicto mientras viajo, y que, cuando llegamos a nuestro destino, pasa a limpio. Le permito llevar manga larga en invierno para que pueda mantener calientes las manos y escribir mejor mis dictados. Los coches con literas para dormir son muy útiles si hay que recorrer largas distancias que requieren viajar de noche. Equipados con colchones y mantas de abrigo resultan sorprendentemente cómodos. Los asientos movibles son una innovación conveniente que permite cambiar de posición y protegerse del sol o sentarse en un sitio donde corra una brisa fresca. Si te gusta jugar a los dados para pasar el tiempo, siempre puedes instalar un tablero en el coche, como hizo el emperador Claudio. (...)