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Una lección de política

Aprovecho las últimas horas de mi estancia en Mérida para pasear por sus hermosas calles y, al mismo tiempo, quiero despedirme de Terencio, el maestro, uno de los que mejores momentos y atenciones me ha prodigado durante estos días.

Ha amanecido una mañana propia de la estación primaveral y encuentro a Terencio con sus pupilos en uno de los diversos jardines que enseñorean esta acogedora ciudad, aprovechando las benignas temperaturas de que disfrutamos por estas tierras para impartir su clase al aire libre. La lección del día trata de la administración provincial de Hispania y no he querido interrumpirlo, pues además tengo mucho que aprender yo mismo, de manera que me apresuro a tomar asiento cerca de los niños y le escucho atentamente.

Trata Terencio de hacer comprender a los futuros ciudadanos que, desde un primer momento, los romanos procedieron a dotar a los nuevos territorios conquistados de una estructura administrativa apta para su mejor gobierno e incorporación al Imperio, y que el modelo seguido en su tierra, nihil novum sub sole, recogía las experiencias habidas en las anteriores provincias y en la misma Italia. Era de oír cómo explicaba el maestro las excelencias de la obra romana en los territorios conquistados, a los que había dotado de un entramado de órganos de gobierno fuertemente centralizados en la metrópoli y que haría de la misma una obra maestra de la administración pública, que contribuía a mentener la estabilidad del Imperio incluso en los momentos de máximo desgobierno o debilitamiento.

¡Cuánto he tenido que aprender! Según Terencio, la pieza clave de la organización era la provincia. Parece ser que la primera división que se hizo de Hispania, tras ser conquistada, fue en dos provincias, la Hispania Citerior y la Hispania Ulterior, según se hallase más próxima o más alejada de la propia Roma. Con el paso del tiempo y con la entrada de los nuevos administradores del Imperio, que trajo de su mano Augusto, esta partición fue reajustada, estableciéndose una división en tres provincias: la Bética (Baetica), con centro en Córdoba y a la que me dirijo en mi viaje a Itálica, la Lusitania, en cuya capital he pasado las últimas semanas, esta nueva colonia romana que es Mérida, y la Tarraconense (Tarraconensis), que básicamente se corresponde con la antigua Citerior.

A la pregunta de uno de los niños sobre quiénes administraban todo esto en Hispania, Terencio nos dice que al frente de cada provincia figuraba un gobernador, perteneciente a la clase senatorial y que, normalmente, era romano o cuanto menos italiano, como suprema autoridad judicial, fiscal y militar. Añade Terencio que las provincias se subdividieron en circunscripciones jurisdiccionales llamadas conventus. En unas y otras la población participaba en la administración a través de asambleas o concilios. En las ciudades o municipios el gobernador estaba representado por dos magistrados (duumviri) que tenían a sus órdenes diversos funcionarios, como los cuestores o recaudadores de tributos y los ediles o encargados de los distintos servicios que concernían a la ciudad.

Llegados a este punto, como pareciera que el ánimo de los escolares había decaído un poco, y como Terencio ya hubiera notado mi presencia singular en aquella clase, mi buen amigo dio por terminada la misma. Se acercó con lágrimas en los ojos y, con emoción contenida, nos dijimos un adiós que esperamos no sea muy largo. ¡Por Júpiter que aborrezco las despedidas! Pero he de poner en práctica los conocimientos teóricos que, sin querer, me brindó Terencio y he de seguir mi viaje a otra provincia de esta mi querida Hispania. Itálica me espera y nuevas emociones me aguardan.

En el siglo III d. de C. el magnánimo emperadorCaracalla, que extendería la ciudadanía romana a todos los habitantes de las provincias, estableció una nueva subdivisión al crear la provincia de Galicia (Gallaecia), desgajándola de la Tarraconense.

Por fin Diocleciano establecería la organización definitiva al constituir en provincia la zona sureste de la Tarraconense con el nombre de Cartaginense (Carthaginensis) de acuerdo con el nombre de su capital Carthago Nova oCartagena.

Hasta la época imperial, el Estado no se preocupó de la política educativa, creándose las primeras escuelas de retórica a cargo del fisco del Estado a partir deVespasiano y estableciéndose un sistema de becas en época de Trajano.

Anteiormente la educación se llevaba a cabo íntegramente en el seno familiar hasta los siete años. A partir de esta edad, y hasta los catorce, la asistencia a escuelas públicas corría por cuenta de las familias y la educación estaba encomendada a un magister.

Sólo los varones de familias ricas cursabanestudios superiores, cuya primera etapa estaba bajo la dirección del grammaticus, que perfeccionaba el conocimiento de la lengua latina y enseñaba la griega. La segunda etapa tenía como objetivo el dominio de laretórica que estaba orientada hacia la carrera política.

En resumen, la educación en Roma, incluso en época imperial, fue un asunto esencialmente familiar y privado tanto en lo tocante a su responsabilidad como a su sufragación.