Historia de la Música

Este curso de Historia de la música no se propone que conozcas una lista de estilos, vidas de compositores y obras de obligado conocimiento. Pretende en primer lugar ayudarte a desarrollar una comprensión global de los factores (económicos, tecnológicos, sociales, etc.) que han incidido en la evolución y desarrollo de la música occidental desde que tenemos conocimiento de ella.

Edad Media (500 - 1600)

La notación musical occidental nació en torno al año 800 dC en el Imperio de Carlomagno. Con este hito se inicia una larga cadena de perfeccionamientos técnicos que conducirán poco a poco al sistema de notación musical que conocemos y utilizamos hoy en día, y que estaría prácticamente completado hacia el siglo XVII.

La notación musical -originada en el ámbito eclesiástico- se utilizará en primer lugar para preservar el canto litúrgico de la Iglesia de Roma, un vasto repertorio musical formado a lo largo de varios siglos: El canto gregoriano.

través de la monodia (composición a una sola voz). Pese a la existencia desde el siglo XI de técnicas de notación musical bastante precisas con respecto a las alturas (no así con respecto al ritmo), en muy pocas ocasiones estas creaciones fueron escritas en el momento mismo de su concepción, entre otras razones, porque los compositores de la época podían ser desconocedores de la notación musical.

Las fuentes escritas sugieren, más bien, que estas obras fueron creadas según mecanismos de tradición oral (memoria, transmisión) y que solo llegaron a ser puestas en notación cuando hubieron alcanzado una difusión y celebridad que justificara su recopilación en forma de cancionero.

Como en tantos aspectos de la música (repertorio, teoría musical), el siglo IX produjo ya los primeros testimonios del canto polifónico de la música Occidental: La descripción del organum paralelo -descrito en el tratado teórico Musica enchiriadis– y el primer ejemplo de composición polifónica conservado, una antífona en honor de San Bonifacio (MS Harley 3019).

La eclosión de la composición polifónica se producirá, no obstante, coincidiendo con el denominado Renacimiento del siglo XII y el nacimiento y expansión de la Orden cisterciense, periodo de expansión cultural patrocinado por la rivalidad entre los diferentes centros políticos y religiosos de la época.

A lo largo de los siglos XIII y XIV encontramos el florecimiento de diversos repertorios de una sofisticación creciente con el tiempo, sostenidos por círculos sociales especializados -cortes, universidades, iglesia, etc.- pero interconectados entre sí, apoyados en el desarrollo continuado de la notación musical, en especial de su componente rítmico.

Una música que, en algunos casos -como el de los motetes-, y según fuentes contemporáneas (Johannes de Grocheio, ca.1300) “no debe ser interpretada en presencia de la gente común, pues nadie advertiría sus sutilezas ni disfrutaría de su escucha, sino que debe interpretarse en presencia de gente educada y amante de las sutilezas del arte”.

Renacimiento (1300 - 1600)

Las cronologías históricas sitúan en el siglo XV el fin de la Edad Media y el inicio del Renacimiento. Los hitos que celebran el declive de la mentalidad escolástica tardomedieval y su sustitución por un nuevo paradigma humanista y crítico suelen situarse en la invención de la imprenta de tipos móviles por Johannes Gutenberg (ca.1450), la caída de los restos del antiguo Imperio Bizantino (1453) o el descubrimiento de América por Cristóbal Colón (1492).

Desde el punto de vista de las artes plásticas y literarias, el Renacimiento suele considerarse un fenómeno italiano, gestado en las cortes de los mecenas del Quattrocento y exportado al resto de Europa a lo largo del siglo XVI. En este ámbito, el Renacimiento se entiende como el remplazo -al amparo del redescubrimiento de la cultura clásica grecolatina- del alegorismo teológico y el racionalismo numérico medievales por un nuevo paradigma apoyado en un concepto de belleza y un sentido del equilibrio basados en el hombre y sus sentidos.

El siglo XVI presencia la culminación del arte polifónico occidental, un arte que contaba ya con 500 años de tradición y que alcanzará aquí su estadio de mayor perfección y madurez: lo que las teorías estéticas denominarían “clasicismo”. La llamada Polifonía clásica tiene en la producción sacra su epicentro y en Roma su capital, y es el resultado de la fusión gradual de la depurada técnica flamenca con una serie de tendencias de signo humanista y democratizador.

Se atribuye al compositor flamenco Josquin Desprez -considerado en su tiempo el “princeps musicorum” (“príncipe de los músicos”)- la renovación del estilo durante el tránsito del siglo XV al XVI. Josquin trabajó en las capillas italianas más importantes (incluida la papal) y fue sensible a la influencia de estilos de polifonía popular como los laudi spirituali y la frottola.

Según el especialista Knud Jeppesen, Josquin debe ser considerado el primer compositor verdaderamente renacentista pues fue el primero en situar en un primer plano la relación entre texto y música, de tal modo que ambas encajaran perfectamente tanto desde el punto de vista prosódico como del semántico .

Durante el siglo XVI la polifonía profana conquistó nuevos ámbitos sociológicos que propiciaron la diversificación y consolidación de sus estilos. Sus vertientes más populares ejercieron una influencia decisiva en la configuración del estilo sacro, mientras que las más cultas alcanzaron progresivamente una posición de vanguardia con respecto a éste.

La música instrumental muestra aún una notable dependencia de la vocal, en cuanto que se nutre continuamente de su repertorio y de sus procedimientos, pero durante este siglo alcanzará un notable desarrollo gracias a la figura del compositor-instrumentista y a la creciente difusión de la música impresa, apuntando tendencias que alcanzarán su desarrollo pleno en los siglos venideros.

Barroco (1600 - 1750)

En el nacimiento del Barroco musical confluyen dos factores: uno de tipo tecnológico (la generalización del bajo continuo) y otro de tipo social (el nacimiento de la ópera como espectáculo).

El bajo continuo es un sistema de cifrado armónico que permitirá simplificar la escritura instrumental y liberar a la voz principal de las servidumbres del contrapunto, reducido ahora a un simple acompañamiento.

Por su parte, la consolidación de la ópera como principal espectáculo musical del Barroco no solo supondrá el relevo de la música sacra como “motor” de la música europea, sino que refleja además la emergencia de un incipiente mercado de ocio urbano que estará regido por las modas y el gusto popular y del que resultará un mayor dinamismo en la evolución de los estilos musicales.

A lo largo del siglo XVII, la ópera veneciana iniciará un proceso de expansión por toda Europa. La amplia base social que adquirió la ópera en Italia la convirtió durante los siglos XVII y XVIII en el granero musical de Europa, en la fábrica de cantantes, instrumentistas, compositores y modas de la que se nutrieron los demás países, tanto en la ópera como en la música instrumental.

Este siglo verá también el nacimiento de formas autóctonas de teatro musical -en Francia, Inglaterra o España-, adaptadas a los gustos de cada país. Fuera de Italia, tanto la ópera italiana como los nuevos géneros autóctonos cumplirán un destacado rol como medios de exteriorización del poder de las monarquías y de sus políticas, especialmente las diplomáticas.

La invención del bajo continuo y el desarrollo de la ópera ejercerán una enorme influencia en el desarrollo de las formas instrumentales a lo largo de la era barroca. El bajo continuo permitirá a los instrumentos melódicos -como el violín- desarrollar un repertorio solista específico, basado en la monodia acompañada y liberado de las ataduras del paradigma polifónico, basado en la glosa de obras polifónicas.

La sonata cumplirá un papel troncal en un ámbito liderado por los violinistas italianos, que extenderán el nuevo género por Europa con ayuda -desde finales del siglo XVII- de un cada vez más pujante mercado editorial.

La dependencia de la música instrumental con respecto a la ópera no se limitará a los aspectos técnicos, pues toda una estética “de los afectos” la ligará a la corriente retórica encarnada por el teatro musical. Así, la música deberá ser capaz de recrear cada una de las pasiones (afecciones) del alma: el amor, la ira, la piedad, etc.

El tránsito al siglo XVIII coincide con el desarrollo de un nuevo estilo de ópera -la ópera napolitana- orientada al espectáculo y basada en el imperio de las voces de las prime donne y los castrati. El empuje de este nuevo género lo convertirá pronto, bajo la denominación de ópera seria, en la marca operística que dominará Europa prácticamente hasta la Revolución Francesa.

Estos cambios estilísticos pueden observarse también en los géneros orquestales y solistas, que trasladarán al medio instrumental un empuje y un sentido del espectáculo similares a los de la ópera seria.

La tendencia al virtuosismo y el espectáculo en la ópera es el reflejo de un delicado encaje entre los modelos culturales de la burguesía y la nobleza, el primero basado en el éxito comercial y el segundo basado en el patrocinio privado y la exaltación de los valores aristocráticos. La creciente pujanza de la burguesía, y la aceptación por parte de las monarquías de las ideas ilustradas promoverán un intenso debate ideológico en torno a la ópera.

La antigua ciencia de los polifonistas renacentistas no desapareció durante la era Barroca, sino que fue replegándose de forma progresiva en el ámbito eclesiástico. A pesar de ello, la música sacra no permaneció aislada de las modas musicales de su tiempo, y si por un lado mantuvo como seña de identidad la escritura en voces independientes (contrapunto) y la utilización de los procedimientos imitativos (canónicos), por otro fue incorporando procedimientos como el bajo continuo o el estilo concertante y asimilando el lenguaje armónico y melódico de su tiempo.

En esta unidad repasaremos dos de los reductos más importantes del estilo antiguo, la música sacra y la música para tecla, dedicando un puesto especial a la fuga -el género que representará en el Barroco la quintaesencia del estilo antiguo- y al último gran representante del estilo antiguo, Johann Sebastian Bach.

Clasicismo (1750-1820)

El siglo XVIII fue un siglo de soterradas transformaciones sociales. Bajo el controlado inmovilismo impuesto por los regímenes absolutistas europeos -basados en un desigual reparto de obligaciones y privilegios entre la nobleza, el clero y el tercer estado– la sociedad experimentó el irresistible ascenso de unas clases medias urbanas portadoras de nuevos valores e ideas basados en la razón, el mérito y la justicia.

La burguesía no fue solo el principal motor del movimiento ilustrado, los avances científicos o la secularización de la sociedad durante el siglo de las luces, sino que desarrolló nuevos códigos culturales que ejercieron una decisiva influencia en la evolución de los estilos musicales y que la historiografía musical ha englobado dentro del concepto Clasicismo. En esta unidad repasaremos la consolidación del estilo Clásico en relación con tres ámbitos socio-musicales: La música de cámara, las sociedades filarmónicas, y la ópera popular.

El desarrollo del mercado editorial musical vinculado a la música de cámara, unido éxito del concierto público como medio de difusión de la música orquestal tuvieron como resultado la formación de una serie de estilos que los contemporáneos denominaron “galante” o “sentimental” (Empfindsamer stil) pero que sería rebautizado en el siglo XIX como “Clasicismo”.

Este estilo reflejaba el gusto y la pujanza de las clases medias urbanas -burguesía- frente a los de las clases dominantes, encarnados por la ópera seria (aristocracia) y la música sacra (Iglesia), respectivamente. y era portador de nuevos valores:

1) Internacionalismo -el estilo clásico se convertirá en una especie de lingua franca musical de ámbito europeo-,

2) sentimiento -el estilo clásico canaliza una nueva forma de expresión más intimista y libre, apoyada básicamente en el gusto y el sentimiento- y

3)la inteligibilidad -el estilo clásico reaccionará a las complejidades de la fuga, el contrapunto y el bajo continuo en favor de un discurso transparente e inteligible, pero a la vez portador de sentimiento y drama-.

Pese a la creciente pujanza de la música sinfónica y de cámara a lo largo del siglo XVIII, la ópera continuó siendo el acontecimiento musical más complejo, con mayor proyección pública y mayor prestigio social; aquél que contaba con la maquinaria internacional más engrasada (compositores, cantantes, instrumentistas, etc.), que dictó las modas de forma más visible y que fue capaz de desatar los debates más apasionados.

El desarrollo de las clases medias urbanas permitieron la segmentación del mercado operístico en al menos tres ámbitos socialmente diferenciados: La ópera seria, dirigida a las clases dominantes (aristocracia, alta burguesía) y destinada a teatros con patrocinio estatal; la ópera bufa, dirigida a las clases urbanas cultivadas de toda Europa y destinada a teatros privados, aunque en ocasiones pudiera beneficiarse de patrocinio estatal; la ópera popular en lengua vernácula, como la ópera cómica en Francia, el Singspiel en los países germánicos o la tonadilla en España, etc.).

Romanticismo (1820-1910)

La Revolución Francesa (1789) inició un turbulento periodo de descomposición de las estructuras sociales del Antiguo Régimen. Pese a que las Guerras Napoleónicas (1799-1815) permitieron diseminar los nuevos valores liberales por toda Europa -Países Bajos, Italia, España, Polonia y estados germánicos occidentales- y conmover los cimientos del resto de Europa, la alianza liderada por los imperios británico, austríaco y ruso restauraron la monarquía borbónica en Francia (1814) poniendo aparentemente fin al paréntesis revolucionario.

La deriva autoritaria del régimen provocó el estallido de la Revolución de 1830, tras la cual se instauraría una monarquía parlamentaria de corte liberal. El nuevo periodo abierto en 1830, caracterizado por un espectacular crecimiento económico sustentado en la liberalización de la economía, la industrialización, la liquidación de las estructuras feudales, la libertad de prensa y la supresión de la censura, convirtieron París en un próspero centro cultural de primer orden. Un centro en el que las más variadas ofertas musicales pugnarán entre sí por satisfacer el hedonismo de las nuevas clases urbanas, y al que acudirán artistas de toda Europa al calor de las oportunidades y las libertades.

El colapso del Imperio en 1814 despertó en la ciudadanía alemana un intenso deseo de reunificación que se vio abocado al fracaso debido a la colisión entre las aspiraciones liberales de los estados occidentales (más desarrollados pero políticamente débiles) frente a las pretensiones absolutistas de las dos principales potencias germánicas que aspiraban a unificar el suelo alemán: El Imperio Austríaco (católica) y Prusia (protestante).

La inoperancia de la política para resolver las aspiraciones nacionales alimentó el prestigio de la cultura (filosofía, música, literatura) como elemento cohesionador del nacionalismo alemán. La música se vio enormemente beneficiada por esta corriente de pensamiento, tanto por la alta valoración de la que disfrutaba entre las clases medias, como por el hecho de que figuras como Haydn, Mozart y Beethoven ofrecieron un importante motivo de orgullo nacional.

A principios del siglo XIX la península itálica conservaba el estado de división política y territorial heredada desde los primeros siglos de la Edad Media. Tras el colapso de la efímera República italiana fundada por Napoleón y la reordenación del mapa político europeo surgida en el Congreso de Viena [1815], Italia permaneció dividida en pequeños estados, algunos de ellos regidos por dinastías extranjeras (los Habsburgo en el norte y los Borbones en el sur), sin contar con los Estados Pontificios -dependientes del papado- en Roma. Es en este contexto en el que se origina el movimiento nacionalista conocido como Risorgimento, cuyo principal objetivo fue la unificación de Italia.

En lo musical, el siglo XIX se caracterizó por la primacía de la ópera como producto de consumo interno, eclipsando casi por completo otras manifestaciones musicales. La ópera italiana mantuvo además casi intacta su presencia internacional -que ahora alcanzaba incluso al continente americano, desde Buenos Aires hasta Nueva York- y su hegemonía es vista en numerosos países -incluida España- como un obstáculo para el desarrollo de tradiciones nacionales.

Como hemos visto en la Unidad 17, las Revoluciones de 1848 (las primeras específicamente obreras de la Historia de occidente) aceleraron el proceso de escisión del Romanticismo alemán en torno a dos corrientes: la “clasicista” -también conocido como Círculo de Leipzig) que tuvo en Felix Mendelssohn (fallecido en 1847) su referente y la “modernista” (también conocida como Nueva Escuela Alemana o Círculo de Weimar).

Más que un movimiento realmente estructurado o cohesionado, la Nueva Escuela Alemana fue un alegato contra las pretensiones clasicistas de los mendelssohnianos. Proclamado en 1859 por Franz Brendel, director de la revista musical Neue Zeitschrift für Musik (publicación otrora fundada y dirigida por Robert Schumann), el movimiento tuvo en el francés Hector Berlioz, el húngaro Franz Liszt y el sajón Richard Wagner sus referentes más visibles y abogó por la apertura a una innovación expresiva y formal alejada de todo academicismo.

Tras el final del reinado del zar Nicolás I (“gendarme de Europa” y fiero enemigo de las libertades) en el año 1855 y su relevo por su hijo Alejandro II, se inició uno de los periodos más ilusionantes de la historia rusa contemporánea.

La abolición de la servidumbre en 1861 constituyó el hito más significativo de un movimiento reformista que trascendió el ámbito oficial extendiéndose por todas las ramas de la sociedad civil, la cual vivió un apogeo filantrópico y asociacionista que encontró eco también en la vida musical de las grandes ciudades y que culminó a finales de siglo con una de las escenas musicales más estimulantes y avanzadas de toda Europa.

Este impulso estuvo teñido, no obstante, de sensibilidades distintas -tanto sociales como musicales-, pues mientras para unos el reformismo se identificó con la modernización y el acercamiento a Europa -en música, los hermanos Rubinstein, Chaikovsky-, otros encontraron su principal objeto en la igualdad social y en la revalorización de la cultura popular rusa, los Cinco compositores: Balakiev, Borodín, Cuí, Músorgski y Korsakov.

El hundimiento del II Imperio francés en 1871 tras su derrota en la Guerra franco-prusiana supuso el retorno definitivo del republicanismo y la democracia en el estado francés. La humillante derrota dejó una profunda huella en la política de la III República francesa, la cual por un lado arraigó y consolidó sus estructuras democráticas de forma irrevocable, y por otro desarrolló un intenso nacionalismo alimentado por el revanchismo hacia Alemania y consolado mediante la intensificación de la política exterior colonialista en África, Oriente Medio e Indochina.

Espoleada por este sentimiento nacionalista, la artes musicales centrarán sus objetivos en desarrollar una tradición específicamente francesa capaz de medirse con la admirada -y envidiada- tradición musical alemana. Sin embargo, la búsqueda de esta “vía gala” se verá dificultada por la enorme fascinación que la música de Wagner ejercerá en los compositores franceses de final de siglo.

Nacionalismo

Los profundos cambios demográficos experimentados durante el siglo XIX propiciaron no menos profundos cambios en la configuración de las ofertas musicales. El desarrollo y la diversificación del ocio urbano generaron nuevos mercados -e industrias- musicales, tanto públicos (tabernas, café-conciertos, salas de baile, etc.) como domésticos, que la musicología reciente ha englobado dentro de la categoría de la música popular urbana.

A diferencia de las músicas populares urbanas que han marcado el devenir musical del siglo XX, estas músicas dependieron aún de la notación musical para su difusión internacional. Este hecho determinó algunos rasgos singulares de su devenir histórico, pues la maleabilidad del documento escrito -frente a la exactitud del sonoro- posibilitará la mutación de los estilos al circular de unos países a otros, en un frenético y caótico intercambio propiciado por la intensificación de las comunicaciones internacionales y la amplitud de los movimientos migratorios.

Durante el cambio de siglo del XIX al XX el modelo de creación y difusión musical basado en la notación alcanzó su máximo grado de desarrollo. En la era de las revoluciones industriales, la tecnología de la notación no implicaba únicamente a las industrias destinadas a producir o difundir partituras (imprentas, editoriales), sino que había llegado a convertirse en un sistema institucional completo que incluía centros destinados a formar músicos (escuelas, conservatorios), espacios para albergar la música (salas de conciertos, teatros de ópera) o talleres para fabricar o reparar instrumentos musicales.

A solo un paso de que las nuevas tecnologías de grabación y difusión sonora (radio, discos, etc.) revolucionen por completo los ecosistemas musicales a lo largo del siglo XX, la música centroeuropea ocupará un lugar central en la vida musical del mundo occidental. Así, una sinfonía concebida en San Petersburgo, Praga o Munich podía convertirse en poco tiempo en la sensación musical de una temporada de conciertos neoyorquina. Es el caso tanto de Chaikovsky, quien dirigió el concierto inaugural del Carnegie Hall en 1891, o el de Dvořák y Richard Strauss que llegarían a estrenar sus Sinfonía del Nuevo Mundo [1893] y Sinfonía Doméstica [1904], respectivamente, en esta misma sala.

Siglo XX

Tras varias décadas de búsqueda, el final del siglo XIX asistió finalmente a la síntesis de una identidad musical francesa (ver Unidad 22) capaz de rivalizar en prestigio y modernidad con la tradición germánica poswagneriana sin imitarla. Esta síntesis -a la que se bautizará Impresionismo por analogía con el movimiento pictórico– pondrá en entredicho algunas de las bases conceptuales -armonía, textura, forma musical, etc.- más firmes de la música occidental.

De este cuestionamiento resultará, en primer lugar, una revolución estilística de la que derivará una profusión de tendencias y líneas de experimentación musical cuyos ecos resonarán a lo largo de todo el siglo XX. Pero también resultará un profundo cambio de actitud ante la creación musical del que beberán todas las vanguardias musicales del nuevo siglo, y que consistirá precisamente en el cuestionamiento de las premisas -las reglas escritas y no escritas- que sustentan la creación musical, como paso previo y necesario para el mismo.

Tras la unificación italiana -consumada en 1870 con la conquista de Roma y la anexión de los Estados Pontificios– el joven estado debió enfrentarse a una realidad conformada por enormes desigualdades territoriales y sustentada en una sociedad mayoritariamente agraria cuya principal alternativa a la pobreza consistió en emigrar masivamente al continente americano.

Es entonces cuando se desarrollará un movimiento literario de corte naturalista -el verismo– que denunciará la pobreza y el atraso del campesinado italiano. El enorme éxito alcanzado por la ópera en un acto Cavalleria rusticana [1890] de Pietro Mascagni, basada en un relato verista, decidió la orientación del melodrama italiano del fin de siglo renovando su posición dominante en la escena internacional hasta que, a partir de la década de 1910, una nueva generación de músicos italianos reaccione contra la primacía de la ópera y proponga el restablecimiento de una tradición instrumental italiana acorde con los nuevos tiempos.

A principios del siglo XX, dos estados germánicos muy distintos entre sí dominaban amplios sectores de la ciencia y la cultura europeas: El joven Imperio alemán fundado en 1871 y el anciano Imperio Austrohúngaro -heredero político del Sacro Imperio Romano Germánico medieval-. La tupida red de universidades y asociaciones científicas mimadas por ambos estados fueron el caldo de cultivo de algunas de las revoluciones científicas e intelectuales que marcarían el devenir del siglo XX: Desde la genética (Mendel) hasta la teoría de la relatividad (Einstein), pasando por los primeros síntomas del pensamiento posmoderno (Nietzsche), el psicoanálisis (Freud) o la teoría cuántica (Planck, Schrödinger).

El rápido posicionamiento del Imperio alemán como potencia industrial y militar a escala mundial generó una sociedad próspera y confiada en la superioridad de su cultura y en la necesidad histórica del progreso. En estas circunstancias, un grupo de músicos vieneses liderados por Arnold Schönberg provocará una de las revoluciones más atrevidas del siglo XX: la ruptura radical con el sistema tonal, o atonalidad.

Los Nacionalismos musicales de la primera mitad del siglo XX encontrarán dos rasgos que les diferenciarán sustancialmente de las escuelas nacionales del siglo anterior. Por un lado, partirán de un conocimiento más profundo y riguroso de las fuentes folclóricas originales, lo cual evitará las confusiones descritas en la Unidad 20.

En segundo lugar, la ruptura del sistema tonal tradicional -vía Impresionismo o Expresionismo– facilitará la adopción de una nueva actitud menos sumisa ante las corrientes internacionales: Así, si los nacionalismos del XIX -con la excepción notable de la corriente eslavófila rusa- se limitaron a adaptar algunos de sus rasgos distintivos a las convenciones de las corrientes internacionales, las nuevas formas de nacionalismo musical contravendrán dichas convenciones para poder desarrollar plenamente sus rasgos distintivos.

En algunos casos, la integración de las manifestaciones más indómitas del folclore actuará como un importante motor para la renovación del lenguaje musical occidental.

El Período de entreguerras (1918-39) estuvo marcado en Europa por dos circunstancias políticas: Por un lado, una radical redefinición del mapa de Europa y Oriente Medio tras la I Guerra Mundial, que conllevó -entre otros- el colapso de tres imperios centenarios como el Austrohúngaro, el Ruso y el Turco; y por otro, la radicalización extrema de la política en torno al bolchevismo prosoviético y a los diferentes movimientos fascistas surgidos con el propósito de combatirlo desde la violencia.

Tras la prosperidad económica de los felices años 20, los estragos provocados a escala mundial por la Gran Depresión (1929) exacerbarían dichas tensiones facilitando el ascenso del nazismo en Alemania (1933) y abocando al continente a la II Guerra Mundial

Tras varios años de silencio creativo -y una Guerra MundialArnold Schönberg estrenó en 1924 su Serenata op.24, una obra que ponía en práctica una técnica de composición completamente nueva y autosuficiente que el compositor había desarrollado en un secreto casi absoluto y que -según sus propias palabras- estaba llamada a remplazar al sistema tonal en un par de décadas: el dodecafonismo.

Pese a lo singular y atrevido que pueda parecer este paso, no fue el único intento de refundación y/o sistematización del lenguaje musical occidental realizado por aquél entonces. De hecho, dicho gesto puede inscribirse en un movimiento mucho más amplio dentro de las vanguardias musicales de entreguerras y participado también por buena parte de los estilos neoclásicos (ver Unidad 28), consist

ente en transferir a los nuevos lenguajes la solidez prestada antaño por el sistema tonal y las grandes formas musicales del pasado.

El ascenso al poder de los bolcheviques de Lenin tras la Revolución de Octubre de 1917 abrió en Rusia un periodo convulso pero cargado de esperanzas. Durante el periodo posrevolucionario, la necesidad de los bolcheviques de buscar alianzas dentro de la sociedad rusa condujo en 1921 a un retorno parcial a la economía de mercado que, unido a una serie de reformas -agraria, alfabetización- reactivó la economía propiciando un renacimiento cultural en las grandes ciudades.

El giro dado a la economía planificada en 1928, así como el desencadenamiento del terror a partir de la Gran Purga de 1936, señalaron un drástico cambio de rumbo en la Unión Soviética que tendría también un decisivo efecto en el terreno artístico y musical.

La segunda mitad del siglo XX ha vivido un acelerado ocaso de lo que, en la Introducción a esta Historia de la Música, habíamos denominado Segunda Edad de la música occidental: Es decir, de la música compuesta y transmitida por medio de la notación, basada en la división del trabajo entre compositor e intérprete y venerada en silencio en las salas de concierto.

La expansión planetaria de los mass media, la diversificación de los medios de producción y distribución de la música y la consiguiente democratización de la cultura tendrán un severo impacto en las estructuras sociomusicales que habían sustentado los escenarios musicales tradicionales -teatros, salas de concierto-, que se deslizarán lenta pero inexorablemente desde una posición de centralidad a regiones cada vez más periféricas de la escena cultural.

MÚSICA CONTEMPORÁNEA

La música del siglo XX está marcada por los importantes cambios tecnológicos asociados al registro, procesamiento y distribución del sonido, que afectarán profundamente la producción musical y sacudirán los ecosistemas sociales y culturales implicados. Una revolución de consecuencias tan profundas como las tuvo en su día la adopción de la notación musical, y que diluirá el protagonismo del “compositor” en beneficio de otros actores, como el “intérprete” (especialmente, el intérprete-improvisador) o la industria (fonográfica, radio, cine sonoro, televisión, etc.).

Dividiremos esta revolución en dos etapas: a lo largo de esta unidad trataremos la primera revolución del sonido, relacionada con la globalización de las tradiciones musicales locales y el nacimiento de un mercado masivo a través de tecnologías como el disco, la radio, el cine sonoro o la televisión. La segunda revolución del sonido, relacionada con la aplicación de las nuevas tecnologías a la producción musical a través de la electrificación, la edición o la síntesis sonora por medios analógicos o digitales.

Durante la segunda mitad del siglo XX, la primera revolución del sonido (Unidad 30) intensificará su impacto gracias a nuevos formatos –disco de vinilo (1948), casete (1963)- y la comercialización masiva de nuevos dispositivos a partir de los años 50 –televisión (1936), radio portátil (1954)- y, más adelante, con medios digitales como el disco compacto (1981), Internet (1990), etc.

Simultáneamente al proceso anterior tendrá lugar una segunda revolución del sonido, relacionada con la aplicación de las nuevas tecnologías a la producción musical a través de la electrificación, la edición, la mezcla o la síntesis sonora por medios analógicos o digitales, de la que resultarán nuevos paradigmas sonoros como los vinculados al rock, el hip-hop, o la música electrónica.

Las décadas que sucedieron a la II Guerra Mundial fueron -aparte de los años de rearme ideológico de la Guerra Fría que hemos visto en la Unidad 32– el periodo de florecimiento en el Primer Mundo del estado del bienestar y la sociedad de consumo. Una época cuyos avances técnicos y transformaciones sociales tendrán un efecto espectacular en la democratización del acceso a la música, así como en la expansión y/o nacimiento de nuevas modalidades musicalesjazz, rock, disco, etc.- conectadas con los nuevos gustos -y resultantes directas de dichas transformaciones- que desplazarán paulatinamente a la música clásica de su posición central en la cultura occidental.

La sobreproducción musical ligada a las nuevas facilidades tecnológicas creará también las condiciones para una masificación y banalización acelerada de la música, de consecuencias difíciles de valorar todavía hoy en día. Sometida a las leyes de la economía de mercado, la música se convertirá también en un mero objeto de consumo, privado de toda autonomía artística y sometido a intereses puramente comerciales.

La caída del muro de Berlin [1989] y la sustitución de las ideologías clásicas por el pragmatismo individualista característico del pensamiento débil o posmoderno, unida a la crisis económica de 2008, han puesto de manifiesto el progresivo y silencioso deterioro de las bases sociales que habían sustentado la música clásica durante la segunda mitad del siglo XX.

De forma imperceptible, la sociedad se había ido distanciando de ella -de la música, pero también de sus escenarios y sus valores- asimilando poco a poco las premisas de la música de entretenimiento. Entre ellas, la valoración de la música según criterios de estricta rentabilidad y éxito mediático. La acentuación de la dependencia de la música actual con respecto a las tecnologías del sonido –mass media incluidas- no hace sino complicar aún más cualquier tipo de previsiones en torno al futuro de la música en el siglo XXI.

Géneros musicales:

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Historia de la notación musical

Documental de como nace la notación musical.