El ser maestra no es simplemente enseñar un contenido; es, principalmente, observar, analizar, reflexionar e investigar constantemente lo que sucede en el salón de clases. A medida que me acerco al término de mi formación como educadora, he aprendido que investigar mientras enseño es fundamental para lograr un aprendizaje efectivo y significativo. Antes de esta experiencia práctica, solía pensar que la investigación en el salón de clases seguiría un método científico fijo, pero aprender sobre investigación en la enseñanza significaría ser una observadora crítica, capaz de leer la dinámica del grupo para así, ajustar mi enseñanza. Al comienzo de mi práctica, estaba nerviosa entrando al salón, viendo a los 22 estudiantes de enfrente que pronto serían mi responsabilidad, pero tenía en mente un objetivo: ser más que una maestra, ser un apoyo para mis estudiantes y crear un ambiente de aprendizaje dinámico y entretenido. Al entrar por primera vez, entendí que el ambiente físico y social tiene un efecto directo en la enseñanza. Nuestro salón estaba compartido por otra maestra y su practicante, lo que significaba que siempre había movimiento, colaboración y presencia de adultos guías. La decoración cambiaba con las festividades y los trabajos de los estudiantes adornaban las paredes llenas de dibujos, colores y vida. Me di cuenta de cómo esta parte visual en conjunto con recursos tales como el microscopio, las banderas y carteles culturales creaban un ambiente estimulante y acogedor. Todo esto me hizo entender como un salón activa y visualmente se vuelve significativo, influyendo directamente en el interés y disposición de mis estudiantes para aprender.
A través de la observación, me di cuenta de que cada estudiante es diferente con respecto a la forma de aprender y de interactuar. Algunos eran participativos, otros callados, los que necesitaban un apoyo adicional en lo académico y los que se revelaban como líder en solidaridad. Por lo tanto, me cuestione cuál podría ser mi estrategia para que todos tuvieran un espacio para participar. Empecé a usar cuadernos en los que registraba sus comportamientos, intereses y progresos académicos y me reunía con mi maestra cooperadora para poder comprender mejor su realidad en y fuera del salón de clases. Así, empecé a diseñar clases que respondieran a sus necesidades reales, lo que incluía dinámicas participativas, juegos educativos y unidades problematizadas – tal como la de suelo y contaminación, donde los estudiantes protagonizaban el aprendizaje mientras simulaban ser el suelo y deliberaban consigo mismos. Con el paso de los días, fui perfeccionando mi forma de enseñar. Al principio, no quería alzar la voz, pero aprendí que, en realidad, el liderazgo exige firmeza y equilibrio. Aprendí, también, que un salón de clases se les debe dar voz a los estudiantes para que de esta manera ellos sientan mayor interés y se comprometen con su aprendizaje. Se convirtieron en mis participantes activos: leían, dirigían actividades y hasta tenían que liderar juegos educativos. Con esto vi que si se sienten escuchados y parte del proceso, el aprendizaje es más profundo. De esta forma, mi manera de enseñar no solo fue más dinámica, sino que consiguió afianzar mi relación con ellos y mi crecimiento como docente en formación, pues todo lo que observé, registré y reflejé se está usando en clases más conscientes, empáticas y efectivas.
No es opcional investigar en el proceso de la enseñanza, es necesario. Observar, cuestionar y adaptar para garantizar aprendizaje significativo. Aprendí que ser maestra no es solo explicar un contenido. Ser maestra es buscar estrategias, empatizar con los estudiantes, adaptarse y, sobre todo, liderar con pasión. Entendí que ser maestra es también aprender cada día. Estoy preparada para afrontar un salón sola hoy porque desde un principio se me brindó la oportunidad de liderar con mi maestra cooperadora. Me comprometo a seguir aprendiendo, a mantenerme receptiva a los consejos de docentes con experiencia, y a no perder nunca la pasión que me trajo hasta aquí. La práctica docente me reafirmó que educar es un acto de amor, pero también de constante investigación.