Servio Tulio

Tarquinio, mortalmente herido por la conjura de los hijos del anterior rey, fue llevado a sus habitaciones. Su esposa, Tanaquil, preparó todos los remedios a propósito para curar la herida; al mismo tiempo, por si fallaban sus esperanzas, tomo las demás medidas exigidas por el caso. Hizo llamar inmediatamente a Servio, y mostrándole el cuerpo de Tarquinio, le dijo: "Tuyo, Servio, es el reino si eres hombre, y no de quienes perpetraron este crimen detestable. Ármate de valor y pliégate a la voluntad de los dioses, que rodeando un día tu cabeza con el fuego celestial, dieron a entender que llegarías a ser ilustre. Sea ahora esa divina llama la que te estimule; despierta de una vez." También arengó al pueblo desde una ventana, inspirándoles serenidad y diciéndoles que su esposo aún continuaba con vida pero que mientras se recuperaba quedaría el mando en manos de Servio Tulio. Éste, acompañado de lictores y con las vestimentas regias, ocupó el trono, dictó sentencias en algunas sentencias y fingió que para resolver los restantes era necesario consultar al rey. De esta suerte mantuvo oculta durante varios días la muerte de Tarquinio, que ya había expirado, y afianzó su propio poder. Se divulgó al fin la verdad, y en medio de las lamentaciones que llenaban el palacio, Servio, protegido por bien armada guardia, se adueñó del reino por consejo de los senadores y sin elección del pueblo, lo que antes nunca había ocurrido. Los hijos de Anco, promotores de la muerte de Tarquinio, se desterraron voluntariamente a Suesa Pomecia.

Preservado ya su poder de toda oposición por parte del pueblo, quiso Servio hacer otro tanto en el orden familiar, y casó a los jóvenes hijos de Tarquinio, Lucio y Arrunte, con sus hijas. Sobrevino por entonces muy oportunamente para mantener tranquilo de momento el Estado, la guerra contra Veyos y otros pueblos etruscos, por haber expirado la tregua pacífica. Regresó Servio, victorioso y como rey indiscutible, a Roma. Se consagró luego a las grandes tareas de la paz, y así como Numa había sido el fundador del derecho divino, Servio es considerado por la posteridad como creador en la ciudad de las categorías por las que claramente se distinguen entre sí los diversos grados de las públicas dignidades y de la fortuna. Instituyó, en efecto, el censo, medida eficacísima para un imperio que había de ser tan grande, y con arreglo a la cual las cargas de la guerra y de la paz no se fijaban por individuo, sino en proporción de los bienes poseídos por cada uno; creó entonces las clases y centurias y dictó el siguiente reglamento admirable.

Con aquellos que poseían un censo de cien mil ases o más formó ochenta centurias, cuarenta de hombres maduros (seniores) y otras tantas de jóvenes (iuniores). Estas centurias constituían la primera clase; los hombres de más edad tenían a su cargo la custodia de Roma, y los mancebos la misión de hacer la guerra en el exterior. Se les exigían como armas defensivas casco, escudo redondo, perneras y coraza, todo ello de cobre, y como ofensivas lanza y espada. A esta primera clase añadió dos centurias de obreros, con la misión de construir y poner en movimiento las máquinas de guerra. Formaban la segunda clase, compuesta de veinte centurias de jóvenes y ancianos, los individuos cuyo censo era inferior a cien mil ases, pero superior a setenta y cinco mil. Sus armas eran iguales, pero traían escudo largo en lugar del corto y no llevaban coraza. Dispuso que el censo de la tercera clase fuese de cincuenta mil ases, con igual número de centurias que la segunda e idéntica división de edades. Tampoco había diferencias en cuanto a las armas, con excepción de las perneras. La cuarta clase, integrada por el mismo número de centurias que la anterior, se regulaba por un censo deveinticinco mil ases; pero las armas eran distintas y consistían sólo en una lanza y un dardo. La quinta clase, más numerosa, se componía de treinta centurias. Sus miembros llevaban hondas y piedras arrojadizas. A esta clase se añadieron tocadores de cuerno y trompeteros, divididos en dos centurias. El censo de esta clase era de once mil ases. La restante multitud, cuyo censo no alcanzaba esta cifra, constituyó una sola centuria exenta de obligaciones militares. Una vez equipada y organizada del modo dicho la infantería(pedites), reclutó doce centurias de jinetes (equites) entre los principales de la ciudad. Todas estas medidas liberaban a los pobres de gravámenes y echaban éstos sobre los hombros de los pudientes, quienes recibieron en compensación ventajas de naturaleza política. En efecto, el sufragio lo emitían primero los caballeros, a los que seguían las ochenta centurias de la primera clase; si sus votos no eran unánimes, cosa que raras veces ocurría, se llamaba a la segunda, sin que casi no hubiera necesidad de hacerlo con las clases inferiores. Estos comicios, llamados centuriados, reemplazaron a los comicios curiados instituidos por Rómulo, en los cuales se votaba por cabeza y cada sufragio tenía igual valor.

La clasificación de los ciudadanos ideada por Servio Tulio se resume del siguiente modo:

Suovetaurilia o sacrificio de un cerdo (sus), una oveja (ovis) y un toro (taurus)

Equites ...................................................... 18 centurias

Pedites:

Primera clase .......................................... 80 centurias

Segunda clase ........................................ 20 centurias

Tercera clase ......................................... 20 centurias

Cuarta clase .......................................... 20 centurias

Quinta clase .......................................... 30 centurias

Obreros ................................................ 2 centurias

Tocadores de cuernos y trompeteros ......... 2 centurias

Restante multitud ................................... 1 centuria

Terminado el censo, hizo publicar que todos los ciudadanos romanos, caballeros e infantes, debían acudir a presentarse, cada cual con su centuria, en el Campo de Marte al amanecer. Dispuesto allí el ejército en orden de batalla, lo purificó con el sacrificio de un cerdo, una oveja y un toro, ceremonia que recibió el nombre de cierre de la purificación o "lustro cóndito". Se dice que fueron censados en ese lustro ochenta mil ciudadanos.

A la vista de una población semejante, el rey Servio amplió la ciudad agregando las colinas del Quirinal y Viminal, y más tarde la Esquilina. Roma fue rodeada por un terraplén, un foso y unmuro.

Muro de Servio Tulio

Aumentada así pues la ciudad, no quiso Servio que el poderío romano se basase sólo en la fuerza de sus armas, intentó pues dilatar el imperio por medio de la prudencia y adornar la ciudad con algo que redundase en su honor. Obtuvo, mediante largas entrevistas con los demás jefes latinos, que los pueblos latinos juntamente con el romano, erigiesen en la ciudad un templo en honor de la diosa Diana.

Aunque Servio ocupaba indudablemente el trono en virtud de una prolongada posesión, habiendo oído sin embargo que el joven Tarquinio iba diciendo que sin consentimiento del pueblo reinaba, se concilió primero la voluntad de la plebe con repartir entre ella las tierras ganadas al enemigo, y después se atrevió a preguntarle si quería y mandaba que gobernase. Respondió el pueblo que con tanto consentimiento suyo él tenía el reino, como lo había tenido cualquiera de los reyes pasados. No disminuyó esto la esperanza que Tarquinio abrigaba de aspirar con éxito al trono, sino que con mayor empeño lo procuró. Poseía el joven un espíritu ardiente e inquieto, que su esposa Tulia, hija de Servio, se encargaba de estimular. Este Lucio Tarquinio, hijo o sobrino del rey Tarquinio Prisco, tuvo por hermano a Arrunte Tarquinio, mancebo de apacible condición. Con estos dos jóvenes casaron las dos Tulias, hijas del monarca, tan diferentes en costumbres como sus maridos. Hizo el acaso que esta unión no fuese entre los dos de carácter violento. La altiva mujer de Arrunte no podía sufrir que su marido no se sintiese estimulado ni a la ambición ni a la audacia, y volviendo sus ojos hacia el otro Tarquinio, lo admiraba y despreciaba a su hermana, porque habiendo encontrado tal marido, desmentía el atrevimiento propio de su condición de mujer. La semejanza de caracteres los puso de acuerdo rápidamente, y ganaron confianza mutua. Pronto Tulia logró infundir al joven su propia temeridad, y en poco tiempo Arrunte Tarquinio y la menor de las Tulias murieron, dejando el camino libre para la celebración de bodas entre los asesinos.

Se hacía cada día mayor la hostilidad contra el anciano Servio y menos seguro su poder con el transcurso del tiempo. Comenzó Tarquinio a frecuentar y halagar a los senadores, otorgando dádivas y prodigando acusaciones contra el rey. Por fin, cuando le pareció llegado el momento de obrar, hizo irrupción en el foro rodeado de una tropa y ocupó en el Senado la silla curul, reservada al monarca, y mandó que convocasen a los senadores. Acudieron al punto, mientras Tarquinio profería insultos contra el monarca. Habiendo sobrevenido Servio, avisado de lo que ocurría, mientras Tarquinio estaba todavía hablando, dijo a grandes voces desde el vestíbulo de la curia: "¿Qué novedad es esta? ¿Tarquinio es rey? ¿Cómo te has atrevido sino a convocar a los senadores y ha sentarte en mi silla, si aún vivo?" El interpelado contestó altivamente que él ocupaba el sitio de su padre. Entonces, levantándose, y como era por su edad y por sus fuerzas más robusto que Servio, agarró al monarca por la cintura, y sacándolo del recinto, lo arrojó por las gradas abajo. Se dieron a la fuga los lictores y demás acompañantes del monarca; y cuando éste, casi desangrado, se retiraba sin séquito al palacio, fue rematado por los que de orden de Tarquinio le habían perseguido. Créese que Tulia fue la instigadora del asesinato, y que más tarde, a bordo de su carro se hizo conducir al Foro donde saludó a su esposo como rey. Y habiéndole éste ordenado alejarse del tumulto, se dirigía a su morada, cuando al llegar a lo alto de la calle Cipria, el auriga, al torcer a la derecha para subir a la colina Esquilina, se detuvo asustado, tiró de las riendas y mostró a su ama el destrozado cuerpo de Servio que yacía en tierra. La memoria del execrable y horrendo crimen entonces cometió aquella mujer quedó en el nombre de la calle, desde aquel momento conocida como Malvada (Vicus Sceleratus). Se cuenta que allí, espoleada Tulia por las furias vengadores de su primer esposo y de su hermana, hizo pasar el carro por encima del cuerpo de su padre, y que ensangrentado el vehículo, contaminada y salpicada ella misma, llevó parte de la sangre de su progenitor asesinado hasta los pies de sus penates y los de su marido.

Escultura de Diana, identificada con la Artemisa griega

Tulia a punto de pasar con su carro sobre el cuerpo muerto de su padre

Reinó Servio Tulio cuarenta y cuatro años de tal manera, que incluso a un sucesor bondadoso y moderado le hubiera sido difícil emularlo.