El decenviriato

El decenvirato. Felices inicios. La ley de las XII tablas.

El segundo colegio de decenviros: giro hacia la tiranía.

Ataques de sabinos y ecuos, absentismo y ataques por parte del Senado.

Derrotas en ambos frentes bélicos. Asesinato de Lucio Sicio.

Atropello legal y muerte de Virginia.

Reacción popular, tropas incluidas. Caída de los decenviros.

Restauración de las instituciones republicanas.

Procesamiento de los ex decenviros.

El decenvirato. Felices inicios. La ley de las XII tablas.

El año 302 de la fundación de Roma se cambió de nuevo la constitución , pasando el poder de los cónsules a los decenviros, lo mismo que anteriormente había pasado de los reyes a loscónsules. Fueron nombrados decenviros Apio Claudio, Tito Genucio, Publio Sestio, Lucio Veturio, Cayo Julio, Aulo Manlio, Publio Sulpicio, Publio Curiacio, Tito Romilio y Espurio Postumio. A Claudio y Genucio, dado que habían sido designados cónsules para aquel año, se los compensó cargo con cargo. También se nombró a los tres comisionados que habían ido a Atenas, en recompensa por una misión que los había llevado tan lejos; y al saliente cónsul, Publio Sestio. Los demás fueron personas de edad y ponderación. La presidencia de todo el colegio la tenía Apiopor contar con el favor de la plebe: se había investido de una actitud tan nueva que se había vuelto repentinamente un demagogo, en lugar del temible y cruel perseguidor de la plebe. Cada diez días administraba justicia al pueblo uno de ellos. Ese día el que tenía la justicia a su cargo llevaba los doce fasces; sus nueves colegas tenían a su servicio un solo subalterno. Había entre ellos un entendimiento sin igual. Bastará reseñar un ejemplo, para dar idea de su moderación: se les había concedido un poder contra el cual no cabía apelación; pues bien, se desenterró un cadáver en casa de Publio Sestio, varón de familia patricia, y fue descubierto y llevado ante la asamblea del pueblo; el decenviro Cayo Julio demandó a Sestio y se constituyó en acusador ante el pueblo de un delito que según la ley debía juzgar, y cedió al pueblo sus derechos para incrementar la libertad pública.

Mientras administraban así presta justicia, se dedicaban activamente en la redacción de las leyes. En medio de una enorme expectación expusieron en público las diez tablas, convocaron al pueblo a asamblea y, deseando que fuese para bien, prosperidad y felicidad de la República, de ellos mismos y de sus hijos, lo invitaron a ir a leer los textos legales que se le presentaban; para que así, analizadas por cada uno en particular, pusiesen en común lo que en cada norma había que quitar o añadir.

Cuando pareció que en las leyes se habían introducido suficientes enmiendas de acuerdo con las opiniones que se habían emitido sobre cada capítulo de ellas, los comicios por centuriasaprobaron las leyes de las Diez Tablas.

Se difunde, a continuación, el rumor de que faltan dos tablas, cuya incorporación podría completar aquella especie de cuerpo de todo el derecho romano. Esta expectativa, en la proximidad de la fecha de los comicios, hizo nacer el deseo de nombrar decenviros por segunda vez. Además, la plebe, aparte de que el nombre de cónsul le resultaba tan aborrecible como el de rey, no echaba de menos ni siquiera la protección de los tribunos.

Pero, cuando fue fijada fecha para los comicios, se enardeció de tal manera la acción de los candidatos, que incluso los personajes más relevantes de la ciudad saludaban al público, suplicandohumildemente el cargo. A Apio Claudio no se sabía si contarlo entre los decenviros o entre los candidatos, con tal ahínco llevaba a cabo su campaña electoral, atacando a los nobles y ensalzandoa los candidatos de menor peso y de oscuro origen. Por unanimidad lo encargan de presidir los comicios, una hábil maniobra encaminada a que no pudiese nombrarse a sí mismo, cosa que nuncanadie había hecho salvo los tribunos de la plebe. Sin embargo, él, después de manifestar que para bien de todos presidiría los comicios, tomó el obstáculo como oportunidad; después de excluir por coalición fraudulenta a los dos Quincio, Capitolino y Cincinato, a su tío paterno Cayo Claudio, y a otros ciudadanos de alto rango, hace elegir decenviros a hombres que estaban muy lejos de tener una trayectoria vital tan brillante, y en primer lugar a sí mismo, acción que los buenos ciudadanos reprobaban tanto más cuanto que nadie le había creído capaz de la misma. Juntamente con él fueron elegidos Marco Cornelio Maluginense, Marco Sergio, Lucio Minucio, Quinto Fabio Vibulano, Quinto Petelio, Tito Antonio Merenda, Cesón Duilio, Espurio Opio Córnicen y Manio Rabuleyo.

El segundo colegio de decenviros: giro hacia la tiranía.

Desde entonces, Apio dejó de llevar la mascara de un personaje que no era era el suyo. Comenzó de inmediato a vivir según su verdadera manera de ser, y a amoldar a su propio carácter a sus nuevos colegas, antes incluso de entrar en funciones de su magistratura.

Posesionados, pues, de su cargo, el primer día que lo desempañaron lo señalaron con una manifestación aterradora, ya que, siendo así que los decenviros precedentes habían mantenido la norma de que uno solo llevara las fasces y que este distintivo fuera rotando por turno, de pronto aparecieron todos en público con los doce fasces. Ciento veinte lictores llenaban el foro y llevaban las hachas atadas a los fasces; lo explicaban diciendo que no procedía que se suprimiesen las hachas, dado que se les había conferido una autoridad inapelable. Presentaban el aspecto dediez reyes, y se vio multiplicado el miedo no sólo de los humildes sino de los patricios más encumbrados. Durante algún tiempo, el terror fue igual para todo el mundo; poco a poco, fue recayendo por completo en la plebe: con los patricios no se metían, contra los humildes tomaban medidas crueles y a capricho. Si alguien apelaba a uno de sus colegas, cuando volvía de hacerlo veníaarrepentido de no haberse atenido a la primera sentencia. Circulaba incluso un rumor anónimo según el cual no sólo se habían concertado para sus desafueros de entonces, sino que entre ellos se había establecido bajo juramento un pacto secreto para no celebrar elecciones y, una vez obtenido el poder, mantenerlo mediante un decenvirato sin límite de tiempo

Observaban, entonces, los plebeyos la expresión de los patricios esperando un soplo de libertad. Los más notables odiaban a los decenviros y odiaban a la plebe; no aprobaban los que se le hacía, pero estaban convencidos de que se había merecido lo que le ocurría; no querían ayudar a quienes, en su ansia de correr hacia la libertad, habían caído en la esclavitud; que fuesen acumulando injusticias, para que, cuando estuviesen hartos de la situación presente, echasen de menos a los dos cónsules y el antiguo estado de las cosas. Había transcurrido ya la mayor parte del año y se habían añadido dos tablas de leyes a las diez tablas del año anterior, y no había ya razón alguna, si se votaban también aquellas leyes en los comicios por centurias, por la cual la República tuviese necesidad de aquella magistratura. Se esperaba que se convocasen cuanto antes a los comicios para la elección de cónsules; había únicamente una cuestión que preocupaba a la plebe: cómo reestablecer el poder tribunicio tras su interrupción. Y los decenviros, que, en un principio, se habían exhibido ante la plebe rodeados de antiguos tribunos porque esto les daba un aire de popularidad, se hacían escoltar por jóvenes patricios: éstos cercaban en caterva sus tribunales; éstos robaban a la plebe y entraban a saco en sus bienes. Ya ni siquiera se detenían ante los castigos corporales: unos eran azotados, otros decapitados; y para que no fuese una crueldad sin provecho, el reparto de los bienes venía detrás del castigo de su dueño. Los jóvenes de nobleza, corrompidos a este precio, no se enfrentaban a la injusticia y preferían abiertamente la permisividad de que gozaban a la libertad pública.

Llegó el día de los comicios. Sin haber sido designado ningún magistrado para sucederlos, los decenviros, que eran simples particulares, sin disminuir su arrogancia en el ejercicio del poder ni los distintivos que representaban su cargo, se presentaban en público. Esto significaba, sin ninguna duda, la tiranía. Se da por perdida para siempre la libertad: ni hay libertador alguno ni parece que vaya a haberlo.

Ataques de sabinos y ecuos, absentismo y ataques por parte del Senado.

No era sólo que los propios romanos estuvieran desmoralizados, sino que comenzaban a despreciarlos los pueblos limítrofes, que se indignaban de que la hegemonía estuviese donde no existía la libertad. Un gran contingente de sabinos hizo una incursión en territorio romano; después de llevarse impunemente un botín de hombres y animales, se retira a Ereto. No sólo los mensajeros, sino los campesinos huyendo a través de la ciudad hicieron cundir la alarma. La suerte viene a añadir un nuevo motivo de temor: los ecuos, desde otro lado, acampan en el Álgido y, desde allí, a base de incursiones saquean el territorio de Túsculo; unos emisarios enviados desde esa ciudad traen la noticia. El miedo consiguiente obligó a los decenviros a consultar al Senado, al estar Roma tomada entre dos guerras simultaneas. Cuando se oyó en el foro la voz del pregonero llamando a la curia a los senadores a presencia de los decenviros, un hecho casi insólito, porque habían interrumpido desde largo tiempo atrás la costumbre de consultar al Senado. Sin embargo, no se presentó ninguno de los padres, y en la curia se veía el espacio vacío en torno a los decenviros; el asunto de que los senadores no acudiesen lo explicaban los propios decenviros por la oposición concertada contra su autoridad, y la plebe porque unos particulares no estabanfacultados para convocar el Senado: ya se veía un punto de partida para los que querían el regreso de la libertad. Casi ningún senador había en el foro, muy pocos en la ciudad: indignados por la situación; se habían retirado a sus tierras y se ocupaban de sus propios asuntos a falta de los públicos. Los decenviros mandan que se les vaya a buscar a todos, y fijan la sesión para el día siguiente. La asistencia fue bastante más numerosa de lo que ellos mismos esperaban. Esta circunstancia hizo pensar a la plebe que la libertad había sido traicionada por los senadores.

El Senado en reunión

Pero fueron más dóciles en acudir a la curia que tímidos en exponer sus pareceres. Lucio Valerio Potito causó un tumulto cuando intentó tocar el tema de la situación política; cayadoamenazadoramente por los decenviros, dijo que se dirigiría a la plebe. Con no menor energía, Marco Horacio Barbato tomó parte en la polémica llamándoles "los diez Tarquinios" y recordando que los Valerios y los Horacios habían ido a la cabeza en la expulsión de los reyes. Siguieron a estos muchos ataques a gritos de Horacio, y como los decenviros no veían manera de reaccionar airadamente ni de pasarlo por alto, Cayo Claudio tuvo una intervención en tono de súplica pidiendo observar el bien de la República y no el pacto criminal que había hecho con sus colegas. Logró pues, que se incluyese en el orden del día la propuesta de que se decidiese no dar ningún decreto del Senado. Todos interpretaron así que Claudio consideraba a los decenviros como simples particulares, y muchos de los ex cónsules estuvieron de acuerdo con sus palabras. Otra propuesta invitaba a los patricios a reunirse para nombrar un interrex que presidiese el Senado. La causa de los decenviros empezaba así a tambalearse, cuando Lucio Cornelio Maluginense, hermano del decenviro Marco Cornelio, aparentando preocupación por la guerra defendía a su hermano y a los colegas de éste, diciendo que se postergase el debate iniciado por Valerio y Horacio hasta finalizada la guerra inminente y recuperada la tranquilidad pública.

Los senadores más jóvenes estaban a punto de conseguir que se sometiese a votación esta propuesta. Pero se levantaron de nuevo en contra con más energía Valerio y Horacio, pidiendo a gritos que se permitiese hablar de la situación política; que hablarían ante el pueblo si una facción no lo permitía en el Senado, pues ni unos simples particulares podían impedírselo en la curia ni en la asamblea, ni ellos iban a echarse atrás ante unos fasces imaginarios. Entonces Apio, convencido de que, si no hacía frente a la violencia de aquéllos con una audacia igual, su autoridad estaba a punto de ser derrotada, dijo: "Será mejor no opinar sino sobre el tema sometido a debate"; y mandó a un lictor que se acercase a Valerio, que decía que un particular no lo haría callar. Cuando ya Valerio imploraba la ayuda de los ciudadanos desde el umbral de la curia, Lucio Cornelio, abrazando a Apio y prestando un servicio no a quien parecía, puso fin a la discusión; Cornelio consiguió para Valerio permiso para decir lo que quisiera; como esta libertad no fue más allá del uso de la palabra, los decenviros mantuvieron su propósito. Por su parte, los ex cónsules y los senadores de más edad, por su profundo resentimiento contra el poder tribunicio, casi preferían que los decenviros abandonasen más adelante el cargo voluntariamente.

Se decretan, pues, levas sin que ningún senador diga nada. Los mozos, por tratarse de un poder sin apelación, responden al llamamiento. Una vez alistadas las legiones, se acordaron qué decenviros tomarían el mando de los ejércitos. Quinto Fabio y Apio Claudio serían los principales; al primero se le encomendó la guerra sabina, llevando como adjuntos a sus colegas Manio Rabuleyo y Quinto Petelio; el segundo quedaría en la ciudad para reprimir cualquier motín, con la ayuda de Espurio Opio. Marco Cornelio fue enviado al Álgido con Lucio Minucio, Tito Antonio, Cesón Duilio y Marco Sergio.

Derrotas en ambos frentes bélicos. Asesinato de Lucio Sicio.

La gestión pública de los decenviros no fue en modo alguno más afortunada en lo militar que en lo político. La única culpa de los generales radicó en que se habían hecho odiosos a sus compatriotas; toda la culpa restante la tuvieron los soldados, los cuales, para que no se produjese el más mínimo triunfo bajo el mando y los auspicios de los decenviros, se dejaban vencer para deshonra de aquéllos y suya. Los ejércitos fueron derrotados por los sabinos en Ereto, y en el Álgido por los ecuos. El primero, huyendo de Ereto durante la noche, atrincheró un campamento entre Fidenas y Crustumeria, cifrando sus esperanzas en la naturaleza del terreno y en la empaladiza, y no en su valor o en sus armas. En el Álgido se sufrió una ignominia y un desastre mayor: se perdió incluso el campamento, y las tropas se refugiaron en Rúsculo. A Roma llegaron tan grandes señales de alarma, que el Senado, dejando a un lado su animosidad hacia los decenviros, decretó el estado de alerta en la ciudad, ordenó que todos los que estuviesen en edad de llevar armas vigilasen las murallas y formasen guardias, acordó enviar armas a Túsculo hasta completar las pérdidas, que los decenviros salieran de la ciudadela de Túsculo y emplazasen las tropas en un campamento, y que el otro campamento se trasladase de Fidenas a territorio sabino y, tomando laofensiva, disuadir al enemigo de su propósito de atacar Roma.

A los desastres inflingidos por el enemigo, los decenviros añaden dos crímenes nefandos, uno en el frente y otro en Roma. En la Sabina, a Lucio Sicio, que, en vista del ambiente hostil a los decenviros, andaba dejando caer entre la tropa alusiones a la restauración del tribunado y a la secesión en conversaciones secretas, lo envían a hacer un reconocimiento con miras al emplazamiento del campamento. A los soldados enviados para acompañarlo en la expedición se les encarga atacarlo en un lugar adecuado y darle muerte. No lo mataron impunemente, pues ofrecióresistencia y, en torno suyo, cayeron varios asesinos al defenderse él solo con gran vigor, una vez rodeado, con tantas fuerzas como coraje. Los supervivientes tren al campamento la noticia de que han caído en una emboscada, que han perdido a Sicio que luchó brillantemente y, con él, alguno de sus hombres. En un primer momento se dio crédito a la noticia; luego, una cohorte fue asepultar a los caídos y, al ver que ninguno había sido despojado y que Sicio yacía en medio con sus armas y que todos los cadáveres estaban vueltos hacia él, y que de los enemigos no había ningún muerto ni huellas de su retirada, trajeron el cadáver manifestando que, sin duda alguna, había sido muerto por sus hombres. Cundió la indignación en el campamento y estaban decididos a llevar a Sicio inmediatamente a Roma, pero los decenviros se apresuraron a hacerle un funeral militar a expensas del Estado. Fue sepultado en medio de la tristeza de los soldados y del desprestigioprofundo y generalizado de los decenviros.

Atropello legal y muerte de Virginia.

Se sucede en Roma un nuevo crimen, de origen pasional, con unas consecuencias tan tremendas como el que con la violación y muerte de Lucrecia había supuesto la expulsión de losTarquinios.

Se apoderó de Apio Claudio un violento deseo de hacer suya a una joven plebeya. El padre de la muchacha, Lucio Virginio, se distinguía como centurión en el Álgido y era un hombre modelo de rectitud. Había prometido a su hija a Lucio Icilio, ex tribuno, hombre fogoso y de probado valor en la defensa de la plebe. Apio, loco de amor, trató de seducir a aquella joven de notable belleza, con regalos y con promesas; cuando vio que a todo ponía obstáculos el pudor, recurrió a una violencia cruel y despótica. Encargó a su cliente Marco Claudio que reclamase a la joven como esclava y que no cediese a las demandas de libertad provisional, pensando que había oportunidad para el desafuero porque el padre de la joven estaba ausente. Cuando Virginia se dirigía al foro, el agente del apasionado decenviro le echó mano llamándola esclava suya, hija de una de sus esclavas, y le ordenó seguirlo. Estupefacta la asustada muchacha, a los gritos de su nodriza que pedía socorro a los ciudadanos se forma una aglomeración. Se repiten los populares nombres de su padre y de su prometido. Los conocidos, por simpatía hacia ellos, y la masa por lo indignante del hecho, se ponen de parte de la joven. Estaba ya a salvo de la violencia, cuando el pretendido amo dice que no hay necesidad alguna de que la multitud se soliviante, que él procede por la vía del derecho, no de la fuerza. Cita a la joven a comparecer ante la justicia. Los que estaban presentes propusieron seguirlos; se llegó hasta el tribunal de Apio. El demandante representa una comedia conocida por el juez, como que era él mismo el autor del argumento: que la muchacha, nacida en su casa, raptada después y trasladada a la casa de Virginio, le fue presentada a éste como hija; que esto lo alega basándose en una prueba y que lo va a dejar demostrado a juicio incluso del propio Virginio, el más afectado por aquel fraude; que, entretanto, lo justo es que la esclava siga a su amo. Los defensores de la muchacha, después de manifestar que Virginio está ausente por servir a la República, que en dos días se presentará se se le avisa y que no es justo cuestionar lapaternidad de un ausente, le piden a Apio que aplace todo el asunto hasta la llegada del padre, concediendo la libertad provisional a la joven. Apio se pronuncia en contra de esta propuesta, disponiendo que la muchacha sea llevada por su amo, prometiendo presentarla a la llegada del que dicen ser el padre.

Como contra la injusticia de la sentencia murmuraban muchos, pero ni uno solo se atrevía a protestar, se presentan Publio Numitorio, abuelo de la muchacha, e Icilio, su prometido. Cuando ya se acercaban hasta el tribunal, un lictor les dice que se ha dictado sentencia y aparta a Icilio que habla a gritos: "A hierros me tendrás que apartar de aquí, Apio, para llevarte en silencio lo que quieres ocultar. Yo me voy a casar con esta joven, y pura la tomaré como esposa. Por consiguiente, ya puedes reunir a todos tus lictores; no se quedará fuera de la casa de su padre la prometida de Icilio. Aunque le hayáis quitado a la plebe romana la protección de los tribunos y el derecho de apelación, las dos fortalezas para la defensa de la libertad, no por eso se ha entregado a vuestros caprichos la soberanía también sobre nuestros hijos y nuestras esposas. Si a ésta se le hace violencia, imploraremos yo la ayuda de los ciudadanos aquí presentes en favor de mi prometida, Virginio la de los soldados en favor de su única hija y todos la de los dioses y de los hombres, y tu nunca ejecutarás nunca semejante sentencia a no ser que nos quites la vida. Te pido, Apio, que consideres una y otra ves el paso que das."

La multitud estaba soliviantada y el enfrentamiento parecía inminente; los lictores rodeaban a Icilio. Pero la cosa no pasó, sin embargo, de las amenazas, pues Apio terminó disponiendo que la joven permaneciera en su casa hasta el siguiente día, en el que se realizaría el juicio definitivo, con o sin su padre.

Al quedar aplazada la injusticia y retirarse los defensores de la muchacha, se decidió que antes de nada el hermano de Icilio y el hijo de Numitorio, volaran al campamento romano en busca deVirgilio. Obedecen, se ponen en camino y a galope tendido llevan el mensaje al padre. Apio, después de permanecer allí unos instantes para que no diese la impresión de que había tomado asientoexpresamente para aquel asunto, como nadie se presentaba por dejar de lado todos los demás para ocuparse exclusivamente de aquél, se retira a su casa y escribe a sus colegas al campamento queno den permiso a Virginio y que lo mantengan incluso bajo arresto. La inicua recomendación llegó tarde y Virginio, conseguido el permiso, había partido ya en el primer relevo de la guardia.

En Roma, al amanecer, toda la ciudad estaba en el foro en vilo por la expectación, cuando Virginio, vestido de luto, lleva allí a su hija cubierta de andrajos acompañada de algunas matronas con una enorme comitiva de defensores. Una vez allí, comienza a dar vueltas suplicando a la gente, implorando la ayuda más que como un favor, como un deber. Ante todo esto, Apio sigueempecinado, tan intensamente le había trastornado su desvarío; sube al tribunal y, sin dejar que terminen de hablar los defensores, interviene. En cuanto a los considerando en que basó su fallo, las opiniones son diversas, sólo consignaré escuetamente el hecho comprobado: decretó que fuese tenida por esclava. En un primer momento el estupor dejó a todos paralizados, asombrados ante semejante atrocidad, y siguió un momento de silencio. Después, al ir Marco Claudio a echar mano de la joven en medio de las matronas y recibirlo los lamentos y los llantos femeninos, Virginio, tendiendo los brazos hacia Apio dijo: "A Icilio, Apio, no a ti, he prometido a mi hija, y la he educado para el matrimonio, no para ser deshonrada. ¿Te parece bien entregarse al coito de forma indiscriminada, al estilo del ganado y de las fieras? No sé si los presentes consentirán semejante cosa: espero que los que llevan armas no lo consentirán." Al ser rechazado Marco Claudio por las matronas y los defensores circunstantes, el pregonero impuso silencio.

El decenviro, fuera de si de pasión, dice que ha venido acompañado de hombres armados, no sólo por los insultos de Icilio del otro día, ni por la agresión de Virgilio de la que es testigo el pueblo romano, sino, además, por pruebas seguras de que se han celebrado reuniones secretas con miras a suscitar un levantamiento. Así pues, les recomienda que no intenten siquiera moverse. Como esto lo dijo con voz tonante y lleno de cólera, la multitud por sí sola se apartó y la muchacha quedó aislada como presa de la injusticia. Entonces, Virginio, al ver que no recibía ayuda de nadie, pide a Apio disculpas por su agresividad y el favor de preguntarle a la nodriza sobre el asunto, para salir de allí con el animo más tranquilo en el caso de haber sido considerado padreequivocadamente. Obtenida la autorización se lleva aparte a su hija y a la nodriza a las proximidades del templo de Venus Cloacina, y allí, echando mano del cuchillo de carnicero, dice: "Hija, te doy la libertad de la única forma que puedo." Acto seguido, le atraviesa el pecho y, volviéndose hacia el tribunal, dice: "Apio, por esta sangre te maldigo a ti y a tu cabeza." Apio, puesto en pie ante elgriterío que se levantó a la vista de un hecho tan horrible, manda prender a Virginio. Éste se abría camino con el cuchillo por cualquier parte que iba hasta que, gracias también a la protección de la multitud que lo seguía, llegó a la puerta de la ciudad. Icilio y Numitorio levantan el cuerpo exangüe y lo muestran al pueblo; deploran el crimen de Apio, la belleza fatal de la muchacha y la ineluctable obligación en que se ha visto el padre. Las matronas los siguen preguntando a gritos si a esto está destinada la procreación de los hijos, si este es el precio de la honestidad. Las palabras de los hombres se referían a la supresión de la potestad tribunicia y del derecho de apelación y a los escándalos oficiales.

Reacción popular, tropas incluidas. Caída de los decenviros.

La multitud se subleva, en parte por lo atroz del crimen y en parte por la esperanza de estar en oportunidad de recuperar la libertad. Apio manda que comparezca Icilio, como éste se niega, ordena que lo detengan, y, finalmente, él mismo acompañado por un grupo de patricios jóvenes hace que lo lleven a la cárcel. En ese momento se encontraban en torno a Icilio Lucio Valerio yMarco Horacio, quienes rechazaron al lictor mientras que decían que defenderían al ex tribuno legalmente, y si se lo atacaba por la fuerza, por este camino también lo protegerían. El lictor del decenviro va por Valerio y Horacio; la multitud rompe los fasces. Apio sube a la tribuna: le siguen Horacio y Valerio; a éstos la Asamblea los escucha, pero ahoga con sus gritos la voz del decenviro. Ya Valerio, haciendo las veces de autoridad, mandaba a los lictores que abandonasen a un particular, cuando Apio, quebrantada su energía, se tapa la cabeza y se refugia en su casa. Espurio Opio, para ayudar a su colega, irrumpe en el foro por el lado opuesto. Ve la autoridad superada por la fuerza. Llevado, luego, de acá para allá por los consejos que le daban de todas partes y sumido en el desconcierto, acabó por convocar el Senado. Esta medida apaciguó a la multitud. En Senado decidió que no había que soliviantar a la plebe y que, más bien, había que dar prioridad a la toma de medidas para que la llegada de Virginio no crease revuelo en el ejército.

Por ello, los senadores más jóvenes enviados al campamento, que estaba entonces en en el monte Vecilio, advierten a los decenviros que por todos los medios eviten una rebelión en la tropa.

Pero Virginio suscitó allí una agitación mayor que la que había dejado en Roma. Pues no sólo se hizo notar su llegada con un grupo de casi cuatrocientos hombres que lo seguían desde la ciudad, sino que, además, el cuchillo que empuñaba y la sangre de que él mismo iba salpicado atraen sobre él las miradas de todo el campamento. Al preguntarle lo ocurría, y una vez que hubo acabado su profundo llanto, lo expuso todo detalladamente tal como había sucedido. Tendiendo luego las manos hacia lo alto, dirigiéndose a sus camaradas, les pedía que no le imputasen un crimen del que era responsable Apio Claudio, cuya lujuria no se había extinguido con su hija, sino que cuanto mayor fuese su impunidad, mayor sería su desenfreno.

A estos gritos de Virginio respondía la multitud que no iba a ser indiferente ni al dolor de él ni a su propia libertad. Los civiles proferían las mismas quejas, y entre todos lograron que se gritase:"¡A las armas!" , se arrancasen las enseñas y se marchase hacia Roma. En columna se dirigen a la ciudad, sin escuchar las ordenes de los decenviros, y ocupan el Aventino, animando a los plebeyos según los van encontrando a recuperar la libertad y nombrar tribunos de la plebe. No se oyó ninguna otra palabra de violencia. Espurio Opio reúne al Senado. No se aprueba ningunamedida rigurosa, en vista de que los propios decenviros han dado lugar a la sedición. Se envía una delegación de tres ex cónsules, Espurio Tarpeyo, Cayo Julio y Publio Sulpicio, a preguntar, en nombre del Senado, que pretendían con la ocupación del monte. No les faltaba qué responder, les faltaba un portavoz. Se limitaron a gritar en masa que les enviasen a Lucio Valerio y Marco Horacio, que a éstos les darían la respuesta.

Después de despedir a los legados, Virginio propone elegir diez tribunos militares para que sean cabezas y jefes de la rebelión. Negándose rotundamente a aceptar el cargo, son elegidos diez jefes.

Tampoco el ejército de la Sabina se estuvo quieto. También allí, por instigación de Icilio y Numitorio, se rompió con los decenviros en una reacción de cólera tan violenta por el recuerdo de la muerte de Sicio como la suscitada por las recientes noticias acerca de la joven tan vergonzosamente convertida en blanco de lujuria. Se nombran en ese ejército también diez tribunos militares; e ingresan en la ciudad por la puerta Colina con sus banderas al frente, y en columna por el centro de Roma continúan hasta el Aventino. Reunidos allí con la otra legión, encargaron a los veinte tribunos militares que designasen a dos de entre ellos para detentar el mando supremo. Eligen a Marco Opio y Sexto Manlio.

Los senadores, preocupados por la situación general, tenían sesión todos los días. Eran del parecer de que Valerio y Horacio fuesen al Aventino, pero éstos decían que irían sólo si los decenviros deponían los distintivos de su cargo en el que estaban cesantes desde el año anterior. Los decenviros, quejándose de que se los degradaba, se negaban a deponer su autoridad antes de hacer votar las leyes objeto de su nombramiento.

La plebe, puesta al corriente de la situación por Marco Duilio, se traslada del Aventino al monte Sacro, al asegurar Duilio que los patricios no se preocuparán de verdad hasta ver que Roma esabandonada. Saliendo por la vía Nomentana, establecieron el campamento en el monte Sacro, imitando la moderación de sus padres en no cometer violencia alguna.

La considerable falta de población había hecho en Roma insólitas todas las cosas. El Senado, convocado de urgencia, se preguntaba a gritos hasta cuándo duraría ese tormento, cuándo los decenviros pondrían freno a su empecinamiento. Los decenviros, abrumados por la unanimidad, afirman que, dado que así parece, están a disposición del senado. Únicamente piden y, a la vez, advierten que se los defienda contra el odio y que no se acostumbre la plebe con su sangre a castigar con la muerte a los patricios.

Entonces son enviados Valerio y Horacio para lograr, con las condiciones que consideren oportunas, el retorno de la plebe y el arreglo de la situación.

Se ponen en camino y son recibidos en el campamento con una alegría desbordante, por parte de la plebe, como libertadores indiscutibles. Icilio, tomando la palabra, les refirió a los enviados las condiciones: que se reestableciese el poder tribunicio y el derecho de apelación, y que no hubiese represalias contra nadie por haber concitado a los soldados o a la plebe a reconquistar la libertad por medio de la secesión. Únicamente en relación con el castigo de los decenviros la petición fue escalofriante; les parecía justo que les fueran entregados, y amenazaban con quemarlos vivos. Los enviados pronuncian a continuación un discurso, con el que apaciguan a la plebe y la arengan a no responder con crueldad la crueldad. Les dicen que una vez recuperados los magistrados y las leyes, podrían someter a juicio las vidas y bienes de quienes quisiesen, pero que por el momento era suficiente con recuperar la libertad.

Todos autorizan a los delegados a que actúen según su criterio, y éstos aseguran que en breve estarán de vuelta con todo ultimado. Partieron, y cuando expusieron al Senado las propuestas de la plebe, los otros decenviros, viendo que, contra lo que ellos esperaban, no se hacía mención alguna a su castigo, no pusieron ninguna objeción. Sólo Apio, hombre de carácter hosco y singularmente odioso, se negó a deponer a su cargo. El Senado, sin importarle la opinión de Claudio, decreta que los decenviros deben dejar inmediatamente su autoridad y que Quinto Furio,pontífice máximo, procediese a la elección de tribunos de la plebe, y que nadie fuese perseguido por la secesión de la plebe y del ejército. Una vez levantada la sesión, los decenviros se presentan ante la asamblea y dimiten de su cargo, con inmensa alegría por parte del público.

Se le va a dar la noticia a la plebe. Los hombres que quedan en Roma siguen a los delegados. Al encuentro d esta multitud sale otra, llena de alegría, del campamento. Se felicitan de que la libertad y la concordia hayan sido devueltas a la ciudad. Los delegados se dirigen a los reunidos diciéndoles que se dirijan al Aventino, donde los espera el pontífice máximo, para así elegir sustribunos de la plebe, acto seguido, se ponen en marcha y cruzan armados la ciudad en silencio y llegan al Aventino.

Restauración de las instituciones republicanas.

Una vez allí, inmediatamente el pontífice dio curso a las elecciones y nombraron tribunos de la plebe a Lucio Virginio, Lucio Icilio, Publio Numitorio, Cayo Sicinio, Marco Duilio, Marco Titinio, Marco Pomponio, Cayo Apronio, Apio Vilio y Cayo Opio. Nada más ocupar el cargo, Lucio Icilio propuso a la plebe y ésta decretó que nadie fuese perseguido por haberse rebelado contra los decenviros. Inmediatamente, Marco Duilio logró que se aprobara su propuesta sobre nombramiento de cónsules y derecho de apelación.

A continuación un interrex proclamó cónsules a Lucio Valerio y Marco Horacio, que ocuparon el cargo inmediatamente. Su consulado gozó de popularidad sin lesionar los derechos de los patricios, pero no sin malestar por parte de éstos. En primer lugar, como había una controversia sobre si los patricios estaban obligados o no por los decretos de la plebe, propusieron a los comicios por centurias una ley, en el sentido de que lo que la plebe reunida en tribus acordase obligaba a todo el pueblo. Luego, otra ley consular sobre el derecho de apelación no sólo lo restauró, sino que lo afianzó de cara al futuro, disponiendo que en adelante no se podría crear magistratura ninguna sin apelación; al que la crease, la religión y la ley permitían darle muerte sin ser acusado de crimen por ello. Después, Marco Duilio, tribuno de la plebe, propuso a la plebe y ésta decretó que quien dejase al pueblo sin tribunos y quien crease magistratura sin apelación, sería azotado y decapitado.

Procesamiento de los ex decenviros.

Una vez bien asentados el poder tribunicio y la libertad de la plebe, los tribunos, considerando que ya era momento de atacar con garantías a las individualidades, seleccionan como como primer acusador a Virginio y como primer acusado a Apio. Cuando Virginio demandó a Apio y Apio bajó al foro con su escolta de jóvenes patricios, automáticamente revivieron todos el recuerdo de su tenebrosa tiranía. Entonces, Virginio dijo que no tenía necesidad de mencionar todos los crímenes del ex decenviro, dado que eran conocidos por todos, y que se limitaría a acusarlo de un solo delito: haber negado la libertad provisional a una persona libre decretando ilegalmente su esclavitud. Apio no abrigaba la menor esperanza ni en la intervención de los tribunos ni en el juicio del pueblo; sin embargo recurrió a los tribunos y, como ninguna ponía impedimento, es arrestado, y entonces él dijo: "Apelo." Al oír la palabra que por sí sola garantizaba la libertad provisionalpronunciado por los mismos labios que poco antes habían decretado la esclavitud provisional, se hizo silencio. Apelaba el que había suprimido la apelación, e imploraba la protección del pueblo el que había pisoteado todos los derechos del pueblo. En medio de los murmullos de la asamblea se oía la voz del propio Apio implorando la ayuda del pueblo romano.

Virginio, después de echarle en cara todas las atrocidades cometidas por él durante el tiempo que se mantuvo en el poder, concluyó diciendo que ya puede apelar dos y muchas veces, que también él dos y muchas veces lo llevará ante el juez a ver si no se pronunció por la esclavitud de una persona libre; si no quiere comparecer ante un juez, ordenará meterlo en prisión como si hubiese sido condenado. Así como nadie desaprobó la medida, también es verdad que los ánimos se vieron muy impresionados cuando fue metido en la cárcel. El tribuno le señaló una fecha para comparecer a juicio.

La entrada a la antigua cárcel de Roma

A todo esto, llegaron a Roma unos legados de los latinos y de los hérnicos a dar la enhorabuena por la reconciliación de patricios y plebe y a informar sobre los preparativos bélicos de los ecuos y volscos. Se repartieron los cónsules las tareas: Horacio se dirigiría contra los sabinos y Valerio contra los ecuos. Cuando se decretaron las levas para ambos frentes, todos se presentaron presurosos y alegres. Antes de salir de la ciudad expusieron públicamente las leyes de los decenviros, llamados de las Doce Tablas, grabadas en bronce.

Por entonces, Cayo Claudio, tío de Apio, había retornado de su exilio en Regilo para salvar del peligro a aquel de cuyos vicios había huido y, vestido de luto abordaba a todo el mundo pidiendo que no deseasen marcar a la familia de los Claudios con el baldón de parecer merecedores de cárceles y cadenas. En algunos hacía mella, más por su cariño hacia los suyos que por la causa de quien era objeto de sus desvelos. Pero Virginio pedía que se compadeciesen, más bien, de él y de su hija; sus lágrimas parecían más justas. Consiguientemente, perdida toda esperanza, antes de que llegase la fecha de la citación Apio se quitó la vida.

Acto seguido, Publio Numitorio presentó acusación contra Espurio Opio, el más odiado después de Apio. También Opio fue llevado a prisión y, antes del día del juicio, puso allí fin a su vida. Los tribunos confiscaron los bienes de Claudio y de Opio. Los colegas de éstos abandonaron el país para exiliarse, sus bienes fueron confiscados. Marco Claudio, el reclamante de Virginia, demandado y condenado, se exilió a Tíbur, y los manes de Virginia, más dichosa en muerte que en vida, después de vagar por tantos domicilios reclamando venganza, al fin, cuando ya no quedó ningún culpable, descansaron en paz.